
Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Año: 2024
Palabras: 507 (sin el título ni epígrafe)
Idioma: Español
Género: Micro ficción
Subgénero: metaficción | micro ficción | cuento breve
Temas: El estilo | la escritura
Ideas generadoras de este cuento: Los primeros pasos que di en el mundo editorial fueron en 1993, cuando conseguí un trabajo como a actualizador de un par de enciclopedias en una editorial de libros de texto, en ese momento, de prestigio y hoy desaparecida. En esa época empezaban a llegar los computadores, no Internet, eso fue unos pocos años después. Luego, allí mismo, me convertí en editor de ciencias. Cuando al cabo de casi 6 años de estar allí pasé mi carta de renuncia y me fui con intención de independizarme, el primer contrato que conseguí fue de corrección de estilo. Siendo editor, tuve que lidiar durante más 5 años con autores, diagramadores, ilustradores, impresores y, sobre todo, con correctores de estilo. Los que contrataba la editorial eran periodistas profesionales o personas que tenían una carrera de filología y la corrección de estilo todavía era un oficio más o menos respetado. Durante casi los siguientes 20 años trabajé como editor independiente, trabajo que implicaba hacer corrección de estilo. En esa época aún se podía vivir de esos oficios. Hoy las cosas han cambiado a tal punto, que nadie puede vivir ni siquiera mínimamente de corregir textos. Este pequeño texto lo escribí una tarde, entre clase y clase de una materia edición (estructurada por mí) en 2018 en la universidad, y lo dejé en el cuaderno de apuntes. Cuando hice la quema de manuscritos el 18 de abril último, lo encontré, y reescribí cuatro veces pensando siempre en el gobernante de turno.
En una época en la que ciertos oficios tienden a desaparecer definitivamente, como es el caso de la edición y de la corrección de estilo, también tiende a desaparecer la importancia de la escritura creativa, y por tanto del libro que nace como una necesidad humana. Ésta ya está en la llamada caja negra algorítmica (IA) que no cesará jamás de recopilar e incorporar a sus sistemas de autoaprendizaje cada uno de nuestros datos.
Decir que estamos mal es poco.
Palabras clave: El estilo | la escritura
Estilo
… el estilo es el hombre mismo…
G.-L. L de Buffon
Soy corrector de estilo, oficio tan grato como ingrato. No puedo decir que me gusta o lo contrario, poner tildes y comas, y cambiar una letra por otra es cosa que cualquiera, con un poco de educación, puede hacer. De ahí el raro respeto que la gente en general siente por la profesión. Pero antes de continuar debo decir que este escrito no es una apología del oficio ni una defensa del idioma. Llevo tantos años en esto que se ha convertido en una desgracia leer cualquier cosa porque se anda a la caza del error o del gazapo. Pero no crean que soy de aquellos que andan con el diccionario de la Academia o de María Moliner debajo del brazo, aunque a veces me toca sacar a relucir algún tecnicismo para cerrarle la boca a un idiota. Hasta hace unos años me la pasaba con el manual en la mano, ahora no. A medida que me he ido desilusionando de cuanto leo menos interés le pongo al canon. Muchos escritores escriben tan decididamente mal, estrujan de una manera tan burda el idioma que cualquier esfuerzo por hacer una lectura placentera es inútil. No digo que, por ejemplo, el idioma deba estar arrodillado ante la Academia española porque desde hace muchos años nos quitamos esa plasta de encima. Ahora hago eco de lo que dijo un escritor importante: primero dominar la lengua y después ‘hacerla añicos’, pero le faltó agregar que con estilo. Hacerla añicos con estilo. Hablo de la mayoría de mis contemporáneos que escriben sus historias y ahí venden, ‘hacen añicos el idioma’, pero carecen de estilo, y son aquellos que no permiten que el corrector ‘meta mano’. De todo hay en la viña del señor, se dice. Por ejemplo. La semana pasada llegó a mi oficina el discurso de un político reputado y me ordenaron que no fuera a tocar nada, salvo que faltara una tilde o una coma porque el autor aseguraba que ‘estaba perfecto’ y no toleraría ningún cambio. Ah, pero el poder de la puntuación es excepcional. La he modificado de manera sutil: donde debía alabar, quedaba en entredicho, donde debía negar un hecho, lo afirmaba. De la educación de los políticos no se puede esperar mucho. No saben leer ni escribir y sus discursos son hechos por ineptos. Nunca he visto que ningún gobernante caiga a causa de su incompetencia. Lo máximo que sucede es que quedan en ridículo. Pero ¿a quién le importa si con ello arrastra un poco del estilo de carecer de estilo que, en sí, ya es una marca reconocida y da de qué hablar? Lo que me lleva a afirmar que un hombre que carece de estilo –según el famoso refrán francés de donde procede mi pregunta anterior–, no es un hombre. Y si no es un hombre, ¿qué es? Un monigote. Estamos gobernados por muñecos de trapo, por no-hombres. Los correctores de viejo cuño, para que esos políticos se mantengan, les insuflamos un poco de ridiculez. Así la gente se divierte con ello.