
Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Año: 2019 [2015]
Palabras: 241 (sin el título)
Idioma: Español
Género: Micro ficción | cuento breve
Subgénero: micro ficción | cuento breve
Temas: vida | muerte | la libertad | la prisión
Imagen generadora de este cuento: En segundo semestre de 2019 cuando dictaba clases en la universidad, un día vi en uno de los pasillos de la nueva sede al poeta y profesor -en ese orden-, Álvaro Miranda sentado en una banca de cemento bebiendo algo caliente de un vasito de icopor. Había estado lloviendo y hacía frío. Tenía una mano apoyada en su bastón mientras conversaba amenamente con un grupo de estudiantes, seis o siete, tal vez. Los observé a media distancia, no tan cerca como para que se fijaran en mí, y me maravilló entonces la pequeña atmósfera de cordialidad que se había generado. Pensé que, a pesar de ser compañeros de trabajo desde hacía unos 4 años, conocía de manera superficial al poeta Miranda, y a pesar de eso, cuando nos encontrábamos y nos saludábamos, él siempre lo hacía de manera cálida, sin ninguna prevención, y con mucha franqueza. Observando al grupo y en especial al poeta de manos finas puestas ambas ahora en su bastón, pensé en mi inmodestia, ¿cómo puede ser posible que yo sea tan tonto?, me dije con vergüenza. ¿Es que no he aprendido nada de Walser, nada de Kafka? O mejor, ¿cuál es mi arrogancia? ¿Por qué siempre soy tan tieso y formal como uno de esos académicos de corbata? ¿De dónde he sacado que tener una biblioteca en mi cabecita es algo realmente especial? ¿No sería mejor sentarme en un andén y ver las cosas de otra manera?
Llegué unos minutos antes al salón de clases, escribí una primera versión de este texto y la dejé entre mis papeles. La descubrí no hace mucho, en abril, cuando empecé a deshacerme tanto de manuscritos viejos como de todo lo administrativo que tenía qué ver con la universidad. Lo leí al vuelo, creí que tenía algún valor, escribí otra versión, y la dejé ahí. Luego, hice 7 versiones en total, esta es la última.
Palabras clave: arrogancia | andén | punto de vista
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La arrogancia del escritor
El escritor se basta a sí mismo. Está por encima de los mortales y de los inmortales, de las ideologías y los principios religiosos, de los entes organizacionales e incluso de todas las culturas distintas a la suya. El escritor está solo, aislado en su hermosa torre de marfil. Desde allí mira al mundo y sonríe para sí mismo, se dice mientras bebe café y se muerde las uñas sentado en el borde de un andén. Se disimula para que nadie vea que, desde allí, observa con sorna los tobillos de los paseantes y se relame de suficiencia. Teme que la gente halle su cara de cocodrilo, lo reconozca y lo escupa en las fauces, en la nariz, en los ojos mezquinos y en sus grandes y peludas orejas de mono. El escritor se ahoga en la abundancia de sí mismo. Está ahíto de bisutería interior. Es obvio, se dice. Si no, ¿cómo podría yo, yo, yo soportar todo aquello?, murmura royendo uñas y padrastros hasta la sangrante raíz.
Se alza del andén con la tacita de café en la mano y se pone a la altura de los ojos de los restantes; sí, los restantes, la chusma, la gente ordinaria que no tiene su altura incontestable ni la tendrá jamás. Se yergue, pero no anda, se arrastra recomponiendo su corbata y su cara y su mueca de político, y derrochando buenas maneras estrecha manos y sonríe henchido de inocente vibrar.