El crimen de Aguacatal: modelo de causa célebre en el relato criminal

Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Año: 2022-2023 
Palabras: 6.400
Idioma: Español
Género: Ensayo
Subgénero: Ensayo literario
Temas:
novela colombiana siglo xix | crimen | relato criminal | historia de la literatura colombiana | origen de la novela criminal colombiana | Medellín | Aguacatal | causa célebre

Ideas generadoras del ensayo: Este trabajo sigue la línea de análisis literario de El doctor Temis y de Sombras i misterios, de las entregas anteriores, cuyo principio de composición es la causa célebre, forma forense por excelencia que pasó a los diarios franceses primero hacia mediados del siglo xviii y luego se extendió como instrumento de comunicación pública con la naciente prensa diaria, y posteriormente, como herramienta política, sobre todo en países europeos como España, Francia, Inglaterra y Alemania que la adoptaron. En Colombia no sucedió exactamente así. Sólo unos pocos casos tuvieron resonancias políticas, entre ellos el mencionado caso de Raimundo Russi que fue relevante en los dos ensayos mencionados al inicio de este trabajo. 

Para el presente ensayo, ya no es Russi. Es la causa célebre del Crimen de Aguacatal o Aguacatala que toma la estructura organizativa y expositiva de un suceso criminal de alguna causa célebre francesa. En el ensayo que sigue, se amplía este aspecto. 

El crimen fue cometido en diciembre de 1873 y todo el seguimiento del caso, desde su inicio y su desarrollo hasta el término del mismo, así como la investigación de todo el proceso, fue hecha por uno de los fiscales del caso, el jurista Francisco de Paula Muñoz. La idea de escribir este ensayo surgió de la lectura del libro de Muñoz, y de mi conocimiento previo de las causas célebres europeas, de las que sido un agradecido, pero desordenado lector.

Palabras clave: relato criminal | causa célebre | literatura colombiana | siglo xix | 1873 | costumbrismo | realismo | Aguacatal | Medellín

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Documentos:

Rescates, naufragios y comentarios

 

El crimen de Aguacatal: modelo de causa célebre en el relato criminal

 

Francisco de Paula Muñoz Fernández, 1840-1914

Medellín: Imprenta del Estado, 30 de marzo de 1874, 260 p.

 

 

Germán Gaviria Álvarez

 

I

Hasta ahora, en Colombia, no se ha señalado siquiera la importancia que tuvieron las causas célebres como formas diegéticas/miméticas1 esenciales para el desarrollo de la literatura local desde principios del siglo xix hasta nuestros días. Es probable que esto se deba a la visión de corto alcance ‒a pesar de los dos siglos transcurridos‒ que se ha tenido desde la Independencia de 1819, según la cual el siglo xix colombiano osciló, literariamente, entre el cuadro de costumbres (mimesis), el romanticismo trasnochado (no tardío, lo tardío aún exhala vitalidad, lo trasnochado, agotamiento) y el modernismo. Lo cual ha devenido en una forma oficial historicista, instituida ya, naturalizada, monótona y agotada de hacer crítica. Esta manera de ver el siglo xix literario por los comentaristas y los académicos desde la época hasta el presente siglo ‒centrada en la forma, en el gramaticalismo y en la lectura de la ficción como productos miméticos y no narrativos en el sentido llanamente aristotélico‒ es idéntica a la mentalidad parroquial del siglo xix. Es como si ya no hubiera nada en qué profundizar, como si ya nada hubiera qué descubrir, pues se sigue considerando al xix como un siglo trufado y encorsetado por curas, políticos y militares, y, como telón de fondo, el atraso rural, cultural, económico, político e industrial. El universo no-letrado o letrado a medias (castas) es tratado como un mero telón de fondo, no como un actor en escena de primer orden. 

Ha sido un error propio y muy común de los académicos y críticos colombianos no creadores de los siglos xix a xxi, e incluso de algunos que sí lo fueron o son, centrar los análisis históricos en los estudios literarios según el modelo de la ‘ciencia’ que se estudia a sí misma y en relación consigo misma, de manera endógama, aislada, no abierta, no transversal, no como el resultado de la confluencia de grandes formas de la vida común (oralidad, entretenimiento), de la intelectualidad, del arte y de la ciencia, que se conjugan para que un narrador cualquiera escriba una obra de calidad; o para decirlo con otras palabras, para que su obra sobrepase los límites de su provincia. Entiéndase por provincia pueblo, ciudad, departamento, región, país, continente. Al día de hoy, más de la mitad de América Latina y Central, siguen siendo provincianas.

 

II

En Colombia, la publicación de causas célebres, como veremos más adelante, desempeñó un papel decisivo en el desarrollo de la literatura nacional del siglo xix. Como no se ha hecho una historia del papel impreso no oficial de ese periodo en Colombia, es imposible determinar en qué momento las causas célebres (y otras formas orales y escritas) comenzaron a tener un papel tan importante como el de las novenas, sermones, oraciones, noticias eclesiásticas, composiciones piadosas, devocionarios, folletines de economato doméstico, manuales de buenas costumbres familiares, reglamentos y ordenanzas cívicas y militares que son el repertorio temático del impreso emanado de la cultura oficial. Y, por supuesto, las archifamosas novelas por entregas semanales que provenían, si bien de la escasa producción local, en su mayoría de traducciones de la literatura que estaba de moda en Europa ‒sobre todo en Francia y España‒, que sirvieron de modelo tanto a los escritores que pudieron viajar al viejo mundo como a los que por carencia de recursos no pudieron hacerlo y tuvieron que contentarse con lo que había. Una literatura nacida de la cultura oficial es, naturalmente, una literatura oficial (la reclamada por la intelligentsia, inteliguentsia) y, salvo por su valor archivístico, no se puede esperar mucho de ella.

La comprensión de las causas célebres significó para los escritores colombianos ‒infortunadamente sólo un puñado‒ un cambio en el modelo de creación diegética muy distinto de las tres corrientes literarias de la época: costumbrismo, romanticismo, modernismo, en ese orden histórico. Los temas escogidos, los escenarios, el trazado de caracteres sicológicos y el uso de técnicas (tekné) compositivas y de recursos narrativos, hicieron que los escasos escritores (narradores, cronistas) del siglo xix, dieran un paso adelante en el desarrollo del relato criminal, y, por tanto, de la literatura2, pues entendieron que las causas célebres eran un insumo creativo original a partir del cual se podía elaborar un mundo en el que se enclavaran los seres y los hechos que conformaban la historia narrada en un universo imaginario (es decir, una diégesis), yendo más allá de lo meramente mimético. Lo mimético ‒digámoslo dando un paso adelante con P. Ricoeur (1983-1985, Introducción, 5.1), que redefine el concepto aristotélico‒, “no es una reproducción de la realidad, sino la regeneración y figuración de la misma, como «invención creadora», cercana a las nociones de poiesis y praxis, tanto en la actividad autoral como lectorial”. Sigo entonces diciendo con Ricoeur, y digo que muy seguramente sin advertirlo siquiera, que el autor de El crimen de Aguacatal, Francisco de Paula Muñoz, fue capaz de convertir la mimesis estática en dinámica, “«invención creadora», cercana a las nociones de poiesis y praxis”, ya veremos por qué. Añado de paso que algunas novelas del xix, como, por ejemplo Manuela, de Eugenio Díaz, y El doctor Temis de J. Ma. Ángel Gaitán, deberían ser revaloradas más con los parámetros de Ricoeur o de Genette si se quiere, que con los de Aristóteles.

Esta particular concepción del relato, por parte de Muñoz, es la que marca la diferencia entre literatura de avanzada que se sale del canon de la cultura oficial, trufada y encorsetada, como dijimos arriba, para señalar derroteros distintos.

 

III

Si bien los orígenes de la literatura occidental se remontan a Hesíodo y a Homero, que a su vez se alimentaron y formaron parte de un enorme limo de tradición oral y escrito que continúa sedimentándose en poderosos signos semánticos, en Colombia tal limo comienza muy lentamente a decantarse y a ser reconocido después de la Independencia de 1819, cuando el poder político y el control de la nación se desplazan del puño español a la vacilante mano colombiana3. Sin embargo, como ya lo señaló Ángel Rama (1982, póstumo), dentro de la ciudad letrada permanecieron estructuras sociales, culturales, lingüísticas, administrativas y políticas que ignoraron, deformaron, impidieron o truncaron el libre desarrollo de narrativas propias nacidas de las formas orales. La lengua muisca, por ejemplo, a pesar de que en algunos lugares del altiplano cundiboyacense había dejado de hablarse ya en 1551, y que fue declarada de manera retrógrada la Lengua General en el Nuevo Reino de Granada en 1580, hoy como idioma ha desaparecido. La ordenanza de Carlos III del 16 de abril de 1770, en la que fijaba el castellano como lengua oficial de Imperio, relegó definitivamente las decenas de lenguas locales que habían sobrevivido hasta ese momento a un segundo, a un tercero y a un último lugar. Las lenguas locales, que ya venían siendo desplazadas por el idioma español desde la Conquista, dejaron de ser el vehículo por excelencia para la transmisión de la cultura de las llamadas castas (indígena, mulato, mestizo, zambo, criollo, negro, y un largo etcétera) y su tradición oral sufrió casi la misma suerte que el idioma que, o bien cayó en desuso, fue ocultada para ser preservada por pequeños grupos aislados, o se castellanizó o deformó por las influencias externas. De ahí la pobreza del desarrollo de una tradición oral después de la Independencia, y de ahí la pobreza del desarrollo de una literatura propia que fuera capaz de dar cuenta de un estado de lo narrativo local lo suficientemente robusto para, por extensión, asimilar, criticar y sobrepasar a la cultura dominante como sucedió en muchas otras culturas foráneas. Con demasiada frecuencia se olvida que el principal vehículo para la liberación de una nación no sólo principia con el deseo de emancipación física, sino con la apropiación, la destrucción y la reelaboración del lenguaje. Si no se alcanza un lenguaje propio, no hay liberación armada que valga.

 

IV

Sin embargo, que no hayamos sido capaces de elevar nuestra cultura a un nivel superior, no se deriva solamente de la imposición de una lengua nueva4. Como tampoco se debe a la incapacidad de preservar y transmitir, más que por el lenguaje oral, ya que no por el escrito porque la muisca, por ejemplo, fue una cultura ágrafa, sí por cualquier otro medio la tradición mítica (mitemas, protomitos, mitos, etcétera) y la cultura en general. Esta incapacidad se debe más bien a la falta de deseo, al temperamento indolente y a la visión corta, provincial, tanto de los grupos por fuera de la ciudad letrada como de los que vivieron dentro de ella. Autores como Eduardo Camacho Guisado, Carmen Elisa Acosta, Carlos José Reyes y Elisa Mujica, coinciden en afirmar que la literatura colombiana del siglo xix ‒salvo un puñado de escritores y una escritora‒, es mediocre.

Llama la atención que incluso desde B. Sanín Cano, pasando por Antonio Curcio Altamar y otros críticos de mediados y finales del siglo xx como G. Colmenares o J. G. Cobo Borda, no hayan tenido en cuenta, como elemento importante para el desarrollo de una literatura después de la Independencia, el relato oral, los escasos mitos y leyendas que circularon (muy pocos, es cierto), la prensa escrita ‒que comienza a tener un papel preponderante a partir de 1851‒ y, con esta, la crónica y el relato de causas célebres, que ya eran famosos en Francia e Inglaterra desde hacía más de 100 años. Es como si estos críticos creyeran que el escritor sólo se alimentaba de literatura (ficción, ensayo, poesía, sobre todo poesía) y de informaciones intelectuales venidas de afuera. Si bien es cierto que los académicos por definición no son escritores creativos, son académicos, insisto, generalmente se les ha escapado el contexto del escritor, sus gustos personales, las cosas comunes que los rodean y las fuentes de esparcimiento de la vida cotidiana (la lectura de novelitas importadas, periódicos, el teatro, la ópera a partir de la segunda mitad de siglo, las músicas y los bailes locales, la vida que discurría en las tiendas, en las chicherías, en los mercados y en las chozas miserables como atestigua el pintor R. Torres Méndez, el voz a voz de la ciudad enruanada, cerrada), sus enfermedades, sus fiestas privadas y sus frustraciones. 

En este último punto quiero insistir en que un escritor de narrativa en su vida cotidiana está inmerso (conscientemente o no) en un universo diegético en el que el entorno, tanto doméstico-familiar como laboral, social e intelectual, así como su vida interior, está repleto de signos susceptibles de ser escritos. Su idea de mundo, es su misma idea de ficción, de realidad y de entorno inmediato. Que el escritor produzca o no obras de alto valor estético no sólo depende del bagaje interior ‒formación artística e intelectual, sensibilidad, sentido común, deseo de expresar libremente su pensamiento‒, sino de su mentalidad histórica y de la necesidad de expresar mediante un relato lo que lleva dentro. Una de las muchas causas por las cuales el siglo xix colombiano en materia literaria fue casi un absoluto fracaso, fue justamente por la falta que una formación artística e intelectual realmente sólidas que fueran lo bastante sensibles y agudas, en el escritor, como para que éste viera el entorno y lo interpretara en términos de temas literarios, temas como: la mediocridad idiomática, la pobreza moral, la represión psíquica, la frustración personal o familiar, la vida íntima, la corrupción política y militar, la injusticia y la podredumbre social, etcétera, para salir del provincialismo, siempre han estado a la mano. 

Fue muy común durante ese siglo, que las personas pudientes enviaran a sus hijos a estudiar a Europa o a los Estados Unidos, pero también de esa época data el ‘autodidacta librepensador’ que aprende muchas cosas aquí y allá (J. A. Silva, B. Sanín Cano, F. de P. Muñoz, Vargas Vila) e intenta elaborar una obra duradera. En el primer caso, pesó más la mentalidad parroquiana, ignorando que por fuera de sus círculos estrechos centrados en la política, la religión y el gramaticalismo, bullía una cultura compleja, riquísima, que también formaba parte de una razón de ser nacional.

 

V

Desde la declaratoria de José Hilario López de la libertad de prensa de 1851, no sólo aumentó la circulación en las ciudades y pueblos de la prensa escrita, sino libelos, cuadernillos, anuncios y toda clase de hojas sueltas con informaciones varias (propaganda), además cuadernitos de medio pliego (de 8 páginas, 4 hojitas, a 16 páginas, 8 hojitas), siempre pagados por los interesados, con informaciones, descargos, resúmenes de procesos judiciales, declaraciones de inocencia y defensas públicas que podemos considerar hoy como causas célebres porque en su momento y en su comunidad causaron algún impacto que tuvo eco en los periódicos locales o fueron de alcance intermunicipal, pues el cubrimiento nacional de un periódico no existía. Como se puede observar, para que una causa sea célebre, se necesita que el caso judicial -civil o penal‒ sea de conocimiento público, que circule entre la comunidad en formato de folletín y sea materia de debate abierto (en forma oral, el voz a voz) y en los periódicos o cuadernillos (en forma escrita, acusación, defensa). Es decir, la causa célebre pone en boca de los letrados y de los no-letrados, un asunto de concierne a toda la comunidad porque la impacta de diversas maneras, y las personas de todas las edades no pueden ser indiferentes a ella. Un crimen, como el de Aguacatal, por ejemplo, en el que fueron asesinas 5 personas adultas y tres niños quedaron huérfanos, por razones obvias no sólo afectó a las familias vinculadas, sino que tuvo un impacto muy fuerte en la comunidad (Envigado), en la ciudad (Medellín) y fue materia periodística durante meses en ciudades como Bogotá.

Es casi seguro que informar a la opinión pública sobre los detalles o los intríngulis de los procesos penales y civiles, fue una imitación de lo que estaba sucediendo en Europa, especialmente en Francia e Inglaterra con la popularización del periódico, que ya para 1790 contaba con la prensa rotativa, lo que lo hacía más barato, circulara con más frecuencia y tuviera mayor alcance social. No es gratuito entonces que a mediados de siglo xix colombiano circularan periódicos franceses, ingleses e incluso españoles, que ya venían rezagados por las continuas leyes de censura a lo largo del siglo. Recordamos aquí, a propósito del caso español, que las causas célebres con frecuencia eran convertidas en centros de debates políticos antes que judiciales (ver, por ejemplo, el trabajo de Carlos Petit. “La célebre causa del crimen de Fuencarral. Proceso penal y opinión pública bajo la Restauración”, 2006).

La causa célebre o caso judicial de importancia social, es un género de la literatura judicial que tomó prestada la frase del título de la edición número 37 de las Nouvelles causes célèbres, de 1763. La publicación comprende 37 volúmenes que fueron dados a conocer al público por iniciativa del jurista François Gayot de Pitaval a partir de 1734 con el título Causes célèbres et interessantes avec les jugements qui les ont décidées. Este género se extendió también como una forma periodística (muy controvertida, para generar debate y control político5, madre de la hoy crónica roja) y de autodefensa pública. Ejemplo claro de esto en nuestro país, son las defensas públicas de Raimundo Russi en 1851 del que ya he hablado a propósito de El doctor Temis, las famosas crónicas criminales de Cordovez Moure que comenzó a publicar para El Telegrama desde 1891 hasta su muerte en 1918, y las crónicas más puras aún de Pedro María Ibáñez, así como las conocidas defensas penales de Jorge Eliécer Gaitán. Ya señalamos a propósito de El doctor Temis (1851) que su autor, José María Ángel Gaitán, para la elaboración de su novela se basó en lo de Russi ‒por tanto, en una causa célebre‒ que siguió muy de cerca no sólo por ser vecino de Bogotá y por lo espectacular del proceso, según narran Cordovez Moure y Pedro Ma. Ibáñez, sino porque Ángel Gaitán también era jurista y tenía gran interés en comprender la criminalidad en Bogotá como su novela lo atestigua. 

Tampoco podemos dejar de lado que un libro de cierta importancia literaria como Sombras i misterios: o, los embozados, 1857, de Bernardino Torres Torrente -‘novela’, como él afirma-, que también retoma el tema de Russi de manera circunstancial y su proceso famoso, al punto que lo ‘rehabilita’ e inserta en el libro su célebre defensa. Lo que interesa ver aquí es que algunos escritores y cronistas tomaron un hecho público (el auge de la criminalidad en Bogotá entre 1849-1851, el fusilamiento de Russi) y escribieron relatos que intentaron poner la lupa en uno de los principales temas (más allá de lo político y lo religioso, omnipresentes y omnipotentes en ese siglo) de la sociedad de la época: la delincuencia, la interacción social de las llamadas castas, el sistema penal y la administración de justicia. Es decir, un modo de ser y de pensar un orden social y un modo específico de cómo, al menos en el altiplano cundiboyacense, se ejercían diversas formas de violencia y las maneras poco efectivas para contenerlas. 

 

VI

Como acabo de mencionar en la nota 5 de este escrito, es necesario tener en cuenta que el ejercicio de la violencia pública por parte del Estado (el destierro durante la Colonia, los azotes, la tortura, la pena de muerte abolida sólo hasta 1910), como había sido antes de la Modernidad en Europa, en el libro de Francisco de Paula Muñoz tiene un efecto especial: salvo la cárcel, no hay otras violencias infligidas al cuerpo de los implicados y sí más bien hay un esfuerzo por dilucidar de manera racional las dinámicas del mundo criminal de los principales actores. 

Con esta causa célebre, F. de P. Muñoz no tuvo jamás la intención de escribir algún cuadro costumbrista ni nada por el estilo, pesar de su gusto por la escritura (publicó muchos ‘escritos y discursos’) y de la moda literaria de la época. Muñoz pensó escribir, me atrevo a inferir por el prólogo en su libro, un texto no literario (subjetivo), por supuesto, pero sí que fuera efectivo (factual) para transmitir al público lo que deseaba. Ese texto no-literario y sí narrativo, lo que parece una contradicción, salió de su pluma de manera inconsciente: es bien sabido entre los escritores que una cosa es lo que está en la mente del que va a contar una historia y otra lo que su pluma escribe. En ese proceso de dominio de los elementos de la materia narrada (todas las circunstancias del caso, y de las de sus protagonistas) y el proceso de la escritura, es en el que tiene lugar la elaboración de un universo diegético. Para ello acudió a varios recursos narrativos que enumeraremos más adelante, y, algo de especial relevancia, es que fue consciente de su intervención en la historia de la que hace memoria. En este sentido actuó, si se me permite la licencia, como cualquier narrador de ficción.

En la p. 1 (Prólogo), afirma en primera persona del plural:

No hemos querido que se pierda para la historia y para la enseñanza de las generaciones venideras el recuerdo de este hecho con sus curiosísimos detalles:  esa misma intervención que nos ha obligado á penetrarnos íntimamente en su naturaleza, nos designaba, como perfectos conocedores de los sucesos, para ser los historiadores que ofrecían mayores garantías de veracidad y exactitud.

La publicación de obras de este género tiene una importancia social que reconocerán los que hayan meditado un poco en la índole de nuestras instituciones y en los móviles o cálculos interiores que estimulan á los que se resuelven á ejecutar hechos reprobados por la moral ó por la ley (conservo la ortografía y la redacción del texto original, las cursivas son mías).

Y más adelante:

La Ilustracion moralizadora es la única que puede refinar, elevándolo, este juez irresponsable ante los hombres ; y es con el estudio concienzudo de las causas célebres y difíciles como se forma ó se rectifica el criterio que la sociedad necesita en funciones tan augustas.

Los Gobiernos debieran fomentar, como se fomenta la instrucción primaria, esta clase de publicaciones para formar jueces y atemorizar criminales (conservo la ortografía y la redacción del texto original). 

Como se ve, Muñoz no utilizó, stricto sensu, los recursos de la retórica forense para su libro. La primera razón es que él creía que estaba escribiendo una causa célebre al estilo francés, con propósitos didácticos y moralizadores. No tenemos noticia de que conociera el Newgate calendar que comenzó a circular en Londres 1774. Pero tampoco hay que desconocer que varias legiones inglesas (la Británica, la Irlandesa y el Batallón Albión) llegaron a Colombia para apoyar la causa libertadora de Bolívar, de los que dijo a propósito de la batalla de Boyacá, “Estos soldados libertadores … son los Salvadores de nuestra nación” (Radio Nacional de Colombia, 7 agosto 2020). Por lo que cabe suponer que los soldados de esas legiones pudieron haber traído tales calendarios a nuestro país. Lo que sí sabemos con mejor certeza, es que Muñoz no tomó este tipo de publicaciones como modelo, pues son crónicas centradas en el o en los delincuentes, y en el hecho criminal castigado por la ley, de 1 o 2 páginas. Lo que recoge el Newgate calendar son noticias ordenadas por orden onomástico y cronológico, sin hacer mucho énfasis en el desarrollo de las circunstancias del crimen ni de los pormenores del proceso.

Muñoz siguió el canon francés (en España también se había seguido este modelo), en el que se hace la presentación de los implicados, una exposición del caso lo más detallada posible con algunas intervenciones del fiscal y del abogado defensor, con testimonios de testigos relevantes, el juicio y finalmente un resumen de la condena, que oscila entre las 140-180 páginas. La estructura dada por Muñoz, con la inclusión de dos croquis es muy significativa, pues lo que está elaborando es mucho más que un informe pericial con fines sociales por parte de un fiscal sobre un caso. Para nosotros ver el caso y valorar la validez objetiva del libro de Muñoz, tendríamos que conocer el expediente original, y, uno, está perdido, y dos, aunque lo tuviéramos a mano, estaría lleno de lagunas por la forma como fue llevado el proceso, según nos informa Muñoz y según podemos inferir por la manera precaria (Moure, Ibáñez, Russi, Ariza Arias, Rey Vera) como se llevaban los casos judiciales en la época6

Al inicio de este apartado dije que podemos calificar a El crimen de Aguacatal de ficcional. Porque eso es lo que es, un relato criminal que intenta adentrarse, mediante los recursos ficcionales que usaría cualquier novelista para dar al lector un relato verosímil, no necesariamente una novela. Que Muñoz lo haya hecho de esta manera, sin la menor intención de elaborar ninguna ficción, es otra cosa. Muñoz es un narrador en primera persona del singular y en segunda y tercera del plural, un actor-testigo inmerso en una dinámica temporal (desde el 3 de diciembre de 1873 hasta el 1° de abril de 1875) que rige la acción. La acción y sólo la acción, es lo que importa en una ficción moderna. Y la acción, por definición sólo puede tener lugar en un arco temporal determinado, no en una descripción del tipo naturalista (mimesis). A cada acción, por ínfima que sea, le corresponde un lapso de tiempo, que va desde el instante de tiempo intuido o mítico, hasta cientos o miles de años hacia adelante o hacia atrás.

Que esta obra esté escrita en términos de acción, una acción analítica, probatoria de lo criminal, es lo que la hace moderna y la sitúa como un texto que hay que tener muy en cuenta para comprender la evolución del relato ficcional en Colombia. Otro hecho de gran importancia y le suma puntos a lo ficcional en términos coloquiales, es que no se aclara nada en relación con el crimen: no se sabe ni se sabrá jamás quiénes participaron activamente en la violación de las mujeres (no hay indicios de que al joven Sinforiano lo agredieran sexualmente) y del papel que cada uno de los cinco agresores desempeñó esa noche, no se sabe cuáles fueron los móviles reales del crimen ni la cuantía del robo ni tampoco qué sucedió con las condenas, pues si bien el supuesto autor principal se escapó, no hay noticia de si los otros 4 pagaron sus condenas. A pesar de todas las suposiciones y de los análisis de Muñoz, el crimen sigue estando sin explicar, y quedaron tantos puntos oscuros como desde el primer día del crimen. Palabras más, palabras menos, el crimen quedó impune a pesar de las pruebas (circunstanciales la mayoría), de la ‘falsa’ confesión de Daniel María Escovar, “El Hachero”, y de su condena.

No es gratuito que el estudioso Hubert Pöppel considere El crimen de Aguacatal como una de las obras precursoras de la novela policíaca en nuestro país (ver: “La prehistoria del género negro en Colombia”, en La novela policíaca en Colombia, 2001, UdeA).

 

VII

La primera edición del libro fue en 1874 en la Imprenta del Estado, de 261 p., es la que se encuentra escaneada en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, y es legible solamente hasta la p. 200, de ahí en adelante no se puede leer por la negligencia en el trabajo de escaneo, de modo que hay que hacer un trámite tedioso para obtener un escáner en alta resolución. Ese mismo ejemplar mal escaneado está en la Biblioteca Nacional y en la Universidad de Antioquia. La Secretaría de Educación y Cultura de Medellín hizo una segunda edición en 1998, marcada con el número 166 de la Colección de Autores Antioqueños, que no logré conseguir en librerías de segunda de Bogotá y Medellín. Una copia de esta segunda edición, 377 p. reposa en el Archivo General de la Nación en la signatura de criminología y casos criminales. Existe, por su parte, el libro del periodista Juan José Hoyos, Francisco de Paula Muñoz y El crimen de Aguacatal: un pionero del reportaje en Colombia, en Medellín: Hombre Nuevo, 2002, 523 p. ‒con la fotografía en portada de Daniel Escovar‒ que reposa en bibliotecas públicas y privadas de Colombia. 

El trabajo de Hoyos (180 pp.) es una exaltación de Muñoz como cronista y padre del reportaje sustentado con exageradas fuentes autorizadas (no todas usadas por él en su trabajo, son puro relleno escolar) para definir crónica al tradicional estilo academicista, oficial. Es deplorable que Hoyos haya eliminado o desestimado (¿hay alguna diferencia?, ¿qué es peor?, ¿puede haber mayor ceguera academicista?) el “Prólogo” de Muñoz, que, si bien es de 1 p., como dije arriba, no sólo forma parte estructural del libro, sino que es un marco de análisis diegético e historiográfico de gran importancia. Por otro lado, se recata que Hoyos trae un material documental valioso sobre la vida de Muñoz, y un pequeño compendio sobre Daniel Escovar, uno de los principales asesinos, que resulta interesante. No sorprende que no se hayan hecho reediciones del libro de Muñoz, pues, en general, dentro de los estudios literarios desde el siglo xix en Colombia, no se da importancia a nada distinto de la narrativa, el ensayo y la poesía de siempre. A duras penas se tiene en cuenta al folletín que circuló en Bogotá desde mediados del siglo xix, quizá por el hecho de que la imprenta que comenzó a publicarlos, privilegió las traducciones de los famosos libros de Eugéne Sue, A. Dumas, Chateaubriand, W. Scott, y dejemos de enumerar, pues no hay más de valía, porque la imprenta pertenecía al célebre intelectual, viajero y posterior rector de la Universidad Nacional Manuel Ancizar, y porque claramente las novelas de la época, por razones puramente económicas y comerciales, se publicaban por entregas.

 

VIII

La estructura de El crimen de Aguacatal es sencilla: 1. Prólogo de Francisco de Paula Muñoz (p. 2); 2. Croquis: Aspecto y disposición de los cadáveres (p. 4); 3. Primera parte. El delito (pp. 5 -55, 15 capítulos); Segunda parte. Los delincuentes (p. 56 – 214 + croquis general del interior de la casa y dibujo a mano alzada de los 5 hombres incriminados, 28 capítulos); Tercera parte. El juicio (p. 214-261 + Fe de erratas, 8 capítulos cortos a modo de conclusión). Esta estructura muestra: A. una perspectiva general de los hechos de un narrador – testigo – actor secundario de todo lo sucedido; B. un orden especial de los hechos, dado desde un punto de vista subjetivo, pues hay suposiciones, inferencias, deducciones, comentarios y diálogos en los que cede la palabra a otros personajes; C. una estructura cerrada de cómo opera la justicia en la época; D. una narración que va desde el cometimiento del crimen hasta la condena a los presuntos responsables y las conclusiones que el autor saca de todo ello. 

Entonces, en la estructura: el crimen ‒ los delincuentes – conclusiones, se puede observar que el autor comienza por el clímax, sigue con la analítica (teorías variadas sobre el crimen y la naturaleza de los asesinos) y la conclusión o condena. Es la estructura clásica francesa de una cause célèbre. Y es la estructura clásica del relato policial de E. A. Poe, “Los crímenes de la calle Morgue”, de 1841.

Por otra parte, Muñoz es un actor secundario (fiscal segundo, memorialista y comentador del caso) y un observador que se vale de diversos recursos: a. investigaciones y observaciones propias, b.  testimonios de un gran número de testigos (civiles, policiales y judiciales), incluidos los sindicados, c. informaciones escritas y transcritas del juez y de otro fiscal, d. notas de prensa, e. intervenciones escritas del procurador de Medellín, f. declaración de culpabilidad de Daniel Escovar, g. alegatos del nuevo fiscal, h. informes escritos y transcritos de los peritos médicos. 

Muñoz, que echa mano de esta variedad de recursos (8 distintos) para dar verosimilitud a su relato, finalmente está dando una versión, lo más exacta posible, de unos hechos ocurridos meses atrás: el crimen fue cometido el 2 de diciembre de 1873 y Muñoz comenzó a escribir su libro hacia abril de 1874. De la exactitud del relato de Muñoz, no podemos dar ninguna fe objetiva por la sencilla razón de que el expediente original está perdido, como ya dijimos. ¿Cómo podemos comprobar algo si además es un fiscal involucrado en el caso el que habla? Como narrador, Muñoz se esfuerza por establecer un pacto de veracidad entre lo que él dice y el lector al que pretende aleccionar. Este pacto, del que habla P. Lejeune en El pacto autobiográfico, 1975, consiste en darse credibilidad a sí mismo y a las informaciones que está entregando al lector. Pacto que, en buena medida se ha ganado de entrada porque se trata de un hombre letrado, de un alto representante de la justicia en un medio social en el que impera el analfabetismo (estimado, no medido, del 95%, las estadísticas fiables de Medellín y sus municipios datan de 1912), y lo que circula en el medio rural (finca el Aguacatal), pueblerino (Envigado, hoy Aguacatala) y citadino (Medellín), es el voz a voz y las informaciones que se publicaban en los periódicos y revistas de la época. Esto tenía casi el mismo valor de la verdad revelada. La otra parte del pacto ficcional que establece Muñoz es la de dar veracidad a su relato con la gran variedad de recursos que he mencionado arriba, sin contar con él mismo, Muñoz, que era muy respetado. A pesar de no haber estudiado en un colegio o universidad, Muñoz era un auténtico autodidacta que dominó varios campos del saber, un polímata, según nos dice la biografía. Fue hábil en campos como la química, la metalurgia y la mineralogía (de la que escribió el Tratado de legislación de minas en Antioquia, que ha sido una obra de referencia (3 vols.), así como la ingeniería, la astronomía y la jurisprudencia penal. Fue profesor en Ibagué y en la Universidad de Antioquia, y fundador de un sinnúmero de publicaciones en las que escribía en calidad de periodista con el seudónimo de “Mingrelio”. No confundirlo con el político homónimo limeño.

 

IX

La importancia de las causas célebres en Colombia radica en que no solamente son una excelente fuente de conocimiento de la ley penal que principió a operar después de 1819 y las sucesivas reformas que venían aparejadas con las 7 u 8 Constituciones que tuvieron lugar a medida que se iba consolidando la nación y el Estado. Ley mediada siempre no sólo por intereses religiosos y políticos, sino de la criminalidad como fenómeno singular de una sociedad que, de manera creciente, era cada vez más violenta, como hoy lo vivimos y lo podemos comprobar. Es seguro que las formas de engañar, robar, secuestrar, violar, estafar y asesinar en todas las sociedades comparten muchas analogías en cuanto a su origen, lo que varían son los procedimientos y las herramientas para llevar a cabo una mala acción. Por ejemplo, mientras en el campo se usan instrumentos de labranza (hacha, machete, hoz, cuchillo, martillo, piedra), es decir lo que se tiene a mano día a día en el trabajo, en la ciudad se busca el instrumento para dar muerte, se compra y se prepara (armas de fuego, un cuchillo especial, una buena soga, cinta de embalaje), para cometer un crimen. Pero más que los procedimientos y los instrumentos, lo que realmente diferencia una sociedad de otra, son los mecanismos mediante los cuales alguien comete un crimen, sus motivaciones profundas y la naturaleza sociológica y ontológica del crimen. 

De El crimen de Aguacatal, 1874, interesa saber, más que las motivaciones económicas (robo) o sexuales (violación, de lo que no dice una sola palabra Muñoz, pero por el primer croquis uno lo puede deducir que pudo ser uno de los móviles) que tuvo Daniel María Escovar, “El hachero”, para generar una matanza (5 personas), es por qué llevó a cabo el o los delitos, y porqué se incriminó asumiendo toda la culpa (hubo al menos 4 implicados más). Si bien El Hachero fue juzgado y condenado a 96 años de cárcel, apenas pasó menos de 2 años preso, pues se fugó a los pocos meses de haber recibido el veredicto (el 1° de abril de 1875), y nunca más volvió a prisión. 

Por las informaciones que da Juan José Hoyos en su libro sobre este este hombre de 1.83 m de estatura, ojos azules y muy delgado, al que llamaban El Hachero, se sabe que se casó en 1890 y tuvo cuatro hijos, y participó valerosa y sagazmente en una batalla cerca de Urrao en el marco de la Guerra de los mil días. Después, tras ser indultado (1908, ver Ley de indulto) por haber participado en aquella batalla, tuvo una ebanistería en la que enseñaba gratis a quien quisiera aprender y murió de muerte natural en Urrao como cualquier vecino temido y querido por la comunidad a la edad de 82 años. Es sin duda un caso singular, no sólo por el tamaño del crimen, sino porque muchos de los que conocieron al Hachero y formaron parte de su familia y vecinos, lo rehabilitaron socialmente al aceptar lo que era dentro de su comunidad sin segregarlo a él o alguien de su familia. No es frecuente que esto suceda. Lo que arroja más dudas sobre la naturaleza de su responsabilidad en los crímenes, y más aún sobre la naturaleza humana.

Sin duda, El crimen de Aguacatal y los relatos de causas célebres, esbozan las fuertes líneas de lo que hoy es el relato criminal.

Citas

  1. Entiéndase aquí ‘diégesis’ en el sentido de G. Genette, como el universo imaginario en el que interactúan los seres y los hechos dentro de una historia o relato. Y ‘mimesis’ como texto descriptivo, que copia o imita la realidad; es decir, el binomio diégesis/mimesis es el corazón de cualquier relato ficcional. El xix fue el siglo de la ciencia positiva (causalismo, determinismo) que buscó por todos los medios posibles no sólo explicar la realidad, sino de describirla minuciosamente mediante esa nueva racionalidad. La literatura del naturalismo francés y español, así como el verismo italiano, son ejemplos de ello (realismo sin idealizaciones).
  2. Aquí doy la idea de que la literatura en general sólo avanza si está enmarcada dentro del relato criminal. La historia de la cultura en Occidente está signada por la fuerte tendencia de las sociedades a la violencia, y por extensión al crimen. Son las diversas, muy diversas formas de violencia, o para decirlo en otros términos, las variadísimas formas de oposición de la justicia/la injusticia, el bien/el mal, la luz/la oscuridad, lo animal/lo racional, lo moral/lo inmoral, etcétera, la columna vertebral argumentativa de las grandes obras de la literatura en Occidente desde la épica griega, que es tremendamente violenta, pasando por la literatura medieval, la premoderna y el romanticismo alemán, plagado de pasiones violentas, asesinatos, secuestros y suicidios. Sin la extensa variedad de las formas de justicia/injusticia -de esta oposición nace la dinámica de cualquier diégesis-, no existirían las formas literarias como las conocemos. 
  3. Recordamos aquí que El carnero [1636-1642] de Rodríguez Freile, sólo se publicó hasta 1859. 
  4. Llamo la atención aquí sobre el hecho de que, desde 1492 hasta la obra de Eugenio Díaz (1858-1865), Candelario Obeso (1871-1888) y la de Tomás Carrasquilla (1896 -1937) ‒que supieron destruir y reelaborar el lenguaje escrito, hay que enfatizarlo‒, tardamos más de 350 años en asimilar y convertir en materia literaria autónoma, independiente, por fuera de las academias, el idioma español. 
  5. El ejercicio de violencia pública administrada por el rey o gobernante (política de Estado) es una condición propia de antes de la Modernidad o del Antiguo Régimen, que se ejerció no sólo como una forma de tener potestad sobre la vida, sino también para adueñarse de la muerte y sus rituales. Después de la Modernidad, el Estado mutó sus formas de violencia y control de la vida y de la muerte mediante complejos mecanismos sicológicos de sujeción civil y penal. 
  6. Ver Ariza Arias, Kelly J. “Historia de la criminalidad: una reflexión sobre la reciente producción historiográfica en Colombia”, en: Artificios. Revista colombiana de estudiantes de historia. Bogotá: Universidad del Rosario n°. 6, noviembre de 2016.Y Rey Vera, Gloria C. “La criminalidad durante el dominio del radicalismo en el Estado Soberano de Santander (1863-1878)”, en: Anuario de historia regional y de las fronteras13(1), 119–140. Recuperado: revistas.uis.edu.co/index.php/anuariohistoria/article/view/113 

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