Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Año: 2023
Número: 03
Páginas: 16
Palabras: 3515
Idioma: Español
Género: Ensayo
Subgénero: Ensayo literario
Temas: novela colombiana siglo xix | crimen | relato criminal | historia de la literatura colombiana | origen de la novela criminal colombiana | Bogotá
Ideas generadoras del ensayo: El presente trabajo sigue la línea de análisis literario de El carnero en el relato criminal colombiano, que corresponde a la entrega anterior. El salto temporal de 213 años se debe a que no encontré ningún relato criminal escrito por un colombiano entre 1638 y 1851. Sin embargo, que en el país comencemos a pensarnos como nación en esos primeros 30 años de independencia militar y de gobierno, no significa necesariamente que surja de inmediato un nuevo hombre y mujer colombianos, ni una nueva literatura o una nueva historia. Tampoco tiene lugar un cambio de paradigma, como se podría pensar a simple vista. Lo que hay es una fuerte búsqueda y consolidación de una autonomía social, política y creativa que ahora, 200 años después, no hemos logrado. A pesar de esfuerzos aislados de independencia de pensamiento, como el que ahora nos ocupa, aún, en literatura, no es que hayamos avanzado mucho. Espero equivocarme en esta última apreciación cuando analice más de cerca la producción literaria colombiana desde 1990 hasta nuestros días.
Que no haya encontrado un relato criminal en el periodo mencionado, no significa que no haya habido, en este periodo, algunas tentativas de elaboración de textos ficcionales, como El desierto prodigioso y el prodigio del desierto, de Pedro Solís y Valenzuela, escrito ca. 1650, ni que no haya existido una vida literaria, pues sí se escribió poesía, drama, ensayo, como señala Héctor Orjuela en su texto (ver). Para una discusión más amplia sobre el texto ficcional en la Colonia, este trabajo de Orjuela sirve de base.
Si se desea una comprensión más amplia de lo que entiendo por ‘relato criminal’, remito al lector a la Topología. No sobra decir que, si alguna persona encuentra algún relato criminal digno de ser llamado así, escrito entre 1638 y 1851, la sección “Escritor(a) invitado(a)”, está pensada también para dar cuenta de tal texto y examinarlo.
Palabras clave: relato criminal | doctor Temis | literatura colombiana | siglo xix | 1851 | Ángel Gaitán | doctor Raimundo Russi | costumbrismo | realismo
Autores relevantes relacionados con este ensayo:
H. Orjuela
P. de Solís
El doctor Temis, relato precursor de la novela criminal en colombia
José María Ángel Gaitán, 1819 – 1851
Bogotá: Imprenta Imparcial, 1851, 309 p.
Clasificar El doctor Temis hoy como una novela costumbrista, es un exabrupto, o por lo menos una falta de conocimiento de esta novela, de su autor y de su época. Es como si algo más 170 años de evolución literaria no hubieran servido de nada. Hasta el momento, nadie se ha tomado tampoco la molestia de ahondar un poco en las fuentes creativas ni en los recursos literarios utilizados ni en la intención de Ángel Gaitán para escribir esta novela. Se ha señalado de manera tibiaca que fue impresa por entregas y presentada en sociedad en 1851, momento en que tampoco ningún crítico la ubicó en el lugar que le corresponde. El hecho de que desde finales del siglo xix solo haya sido materia de estudio de un puñado de especialistas (generalmente hispanistas) que la han visto como una tediosa novela de costumbres, ha sido la causa de que sea una más entre muchas que no alcanzaron el reconocimiento de Manuela, que es más colorida y tropical.
Que El doctor Temis sea considerada ‘buena’, por Curcio Altamar (1953, p. 71), valora al menos lo que la obra es, ya que hacia 1890 era apenas una ‘curiosidad bibliográfica’ (Laverde Amaya, Fisonomías literarias, p. 275). Lo mismo que en la actualidad, es una rareza que está ahí, una vieja pieza de museo que se mira con poco o ningún entusiasmo. Las obras que merecen ser reconocidas en su verdadera dimensión no es que deban ser ‘sacadas del olvido’, ni mucho menos. Basta con que, dentro de un orden historiográfico preferiblemente no academicista, se les reconozca la intención con que tal obra fue escrita, sus valores y principios creativos y artísticos, y lo que significa dicha obra en su totalidad literaria.
No se necesita ser ningún especialista en nada sino ser un lector agradecido para disfrutar de las bondades de El doctor Temis.
Esta ‘curiosidad’ tuvo edición francesa, en París, por Garnier Hermanos en 1897, edición que tampoco está en el mercado, como no lo está el libro en español desde 1897, pues nunca, que yo sepa, se volvió a editar. La edición digitalizada por la Biblioteca Luis Ángel Arango, es la que leí para este rescate, aunque existe una fotocopia donada con prólogo del comentarista I. Laverde Amaya, que proviene de Garnier, que, lo digo de nuevo, no está digitalizada. La edición de la Luis Ángel tiene defectos de escaneo (páginas poco legibles), y le falta la p. 273. Página que logré conseguir en la Biblioteca Nacional, en donde hay un ejemplar. Tengo entendido que también existe una edición en la Sala de Libros Valiosos de la Pontifica Universidad Javeriana. Otras bibliotecas importantes de la ciudad (las privadas, de las públicas no se puede esperar mucho) no están interesadas en este libro, por tanto, no está en sus catálogos. Como dije arriba, la culpa la tienen los academicistas que, desde antes de la Independencia, han conservado la mentalidad retardataria de aquellos elegidos como letrados por la estrecha ‘ciudad letrada’, como agudamente lo analizó Ángel Rama en su libro póstumo de 1982, La ciudad letrada.
Pero vayamos antes a este singular e interesante escritor.
Ignoro si Ángel Gaitán (n. 1819) leyó a los autores franceses mencionados atrás en su idioma original, como es debido. Sospecho que no, a pesar de la fama de hombre estudioso y dedicado que le atribuye el prologuista y primer comentarista, José María Maldonado Castro. Según Diego Bernardo Osorio Vega en “La reforma [educativa] de Ospina Rodríguez 1842-1945” (2012), y Evelyn J. G. Ahern en “El Desarrollo de la Educación en Colombia 1820-1850” (1991), la formación de los jóvenes letrados de la época era más bien deficiente. Además de geometría, álgebra y gramática latina y castellana, los que no estudiaban medicina elegían literatura, es decir, leyes. Ángel Gaitán cursó sus estudios con un tutor hasta los 12 años, momento en que ingresó al San Bartolomé y se dedicó a la jurisprudencia, al derecho civil y canónico (de manera superficial este último, lo reconoce el prologuista), derecho público, filosofía y gramática castellana. El aprendizaje del latín era chapucero, memorístico, así como las nociones de griego y las lecturas desordenadas de los clásicos greco-romanos.
Las clases de francés eran precarias (sin comprender adecuadamente la gramática, por ejemplo, ni la fonología), los métodos de enseñanza lancastarianos eran agresivos (los profesores tenían derecho de golpear firmemente al estudiante), mecanicistas y superficiales. Ángel Gaitán consiguió, según cuenta Laverde Amaya, el título de doctor en derecho el 11 de octubre de 1838; es decir, a los 19 años de edad, del Colegio San Bartolomé que, junto con el Colegio del Rosario, se reunían en la Universidad Central (1826) recién constituida. Casi de inmediato, gracias a su excelencia académica, consiguió el puesto de Oficial Mayor de la Corte Suprema de Justicia, cargo que ostentó hasta su muerte a los 31 años de edad. En 1851, el poder ejecutivo de la nación le ofreció ser jefe del Distrito Judicial de la provincia de Guanentá que comprendía entonces 17 municipios, cargo que, si bien aceptó, no pudo asumir. Por desgracia, no existe siquiera en la Luis Ángel Arango ni mucho menos en la Academia de Historia (¿para qué existen entonces?) una biografía bien hecha de nuestro autor, solo unas noticas extraídas chapuceramente del apólogo hagiográfico de Maldonado Castro. Maldonado Castro, jurista también y amigo de Ángel Gaitán, escribió un extenso y prosopopéyico prólogo, como dije, a la primera edición de El doctor Temis. Según este comentarista inmarcesible, Ángel Gaitán nunca se casó, vivió castamente en el hogar con su hermana y su padre, quien contrajo segundas nupcias tras la muerte de su esposa en 1843. La muerte de la madre indujo a Ángel Gaitán a escribir poesía y algunos otros textos que no se han conservado. No al menos en la Luis Ángel ni en la Biblioteca Nacional.
De manera que resumiendo lo de la formación literaria ‒entiéndase aquí formación literaria la lectura sistemática de literatura de primer orden, no necesariamente en ninguna escuela o facultad‒ en esa época los jóvenes escritores era poco lo que podían obtener, aparte de los manidos clásicos griegos y latinos. A falta de datos exactos, es de suponer que Ángel Gaitán leyó tal vez la poca literatura francesa traducida que se conseguía en Bogotá en aquella época y con seguridad a los clásicos españoles que nutrían la Biblioteca Nacional y la de San Bartolomé, así como lo que se conseguía en las librerías locales, que tampoco eran muchas, pero sí traían algunos libros en inglés y francés. La mejor librería y editora de libros (en su mayoría de contenido religioso), fue fundada ese año de 1851 ‒cuando ya Ángel Gaitán había escrito su novela‒ por Juan Simonnot, que inauguraría en Colombia el oficio se ser librero. Hay que recordar, así sea para sazonar esta historia, que las librerías como las conocemos hoy, hasta Simonnot, no existían. Los libros se vendían en tiendas misceláneas, casas importadoras de géneros diversos, imprentas, y hasta en las casas en donde los autores ofrecían los libros mandados a imprimir y pagados por ellos. De ahí el auge de las novelas y novelitas editadas en folletín y por entregas semanales (domingueras).1 Quizá la pobre circulación del libro en general, la baja escolaridad (analfabetismo del 97%, según Ahern) hizo que pronto esta novela por entregas, que inicialmente fue recibida con entusiasmo cada domingo, cayera en el olvido. ¿Por qué? Es probable que, al no ser una novela costumbrista, según el gusto y el concepto de la época, y porque trataba un tema poco noble o diríase de ‘mal gusto’, ‘lo criminal’, y a pesar de hacer apología de la justicia, El doctor Temis se convirtió en uno de esos libros que, de una manera clara, señalan puntos álgidos de la nueva estructura social en formación, como son la criminalidad y los vacíos de dicha estructura, lo que se refleja en la injusticia y en la confrontación de diferentes sistemas de valores en cabeza de cada uno de los protagonistas. Una cosa son los valores de los ‘buenos’, es decir, de los educados y con buena posición social de clara filiación española, y otra, los valores de las ‘castas’, como se observa en el discurso de Solimán a Emilio, en la novela.
La verdad es que El doctor Temis es una novela sorprendente. Y destaca por tres sencillas razones: 1, por la elección y tratamiento del tema ‒lo criminal‒, 2, por los recursos narrativos escogidos, que la alejan del modelo costumbrista e introducen la novela en la modernidad, y 3, porque es el primer texto de grandes proporciones pensado como una novela que busca la autonomía narrativa en tanto novela auténticamente colombiana. No olvidamos que la primera novela (novela corta) colombiana según Pineda Botero2 después de la Independencia, es María Dolores; o, la historia de mi casamiento, fue escrita en 1836 y publicada en 6 entregas en 1841, tiene unas 40 páginas en total. El tema es anodino y el estilo netamente costumbrista.
Empecemos con que no es una novela costumbrista (razón 2), como desganadamente se le ha clasificado, para ampliar en simultánea la razón 1. Si bien en el momento en que se publicó (1851) las ideas estéticas literarias imperantes en ese entonces en la Nueva Granada, de ahora en adelante ‘Bogotá’ para no estar haciendo precisiones tediosas, provenían, por un lado, del costumbrismo español de José María de Pereda, Fernán Caballero, Mariano J. Larra, y por el otro, del romanticismo francés, con autores como Eugène Sue, Víctor Hugo, Jean Dubios, Paul Féval, A. Dumas, Chateaubriand, Lamartine y otros, que no son de inspiración costumbrista. A cambio sí, los escritores colombianos de la época fueron directamente iluminados por el socialismo romántico o utópico francés. Curiosamente, la literatura en inglés no caló mucho en Bogotá, a pesar del fuerte predominio inglés en materia militar, comercial, política, educativa, institucional y filosófica. Después de la Independencia y hasta finales del siglo, las ideas imperantes entre los abogados y doctores en derecho eran extraídas de Bentham (por cierto, no lo mejor de este autor, sí lo más conocido), Lancaster y Mill. Carmen Elisa Acosta analiza las lecturas y los modos de lectura durante el periodo 1840-1880 en su libro de 2009, Lectura y nación. Novela por entregas en Colombia, en donde hace algunos aportes interesantes sobre los gustos literarios y el tipo de novelas que circularon en el periodo estudiado.
Por estas razones afirmo que El dotor Temis no es una novela costumbrista:
- A pesar de parecer escrita por ‘cuadros’, no son cuadros lo que uno lee, pues no son pinturas estáticas, como quería Eugenio Díaz. Son secuencias dinámicas, no fijas, no congeladas en cada pincelada. Cada uno de los 46 capítulos (2 partes, una de 25 cpts.; otra, de 21, nótese la simetría) está pensado y escrito en términos de acción. En el arranque, sólo hace falta un poco de imaginación para ver la actividad narrada -no descrita ni presentada de manera pasiva- del ambiente festivo en un pueblo de la sabana de Bogotá hacia 1850, párrafo en el que se ubica al lector, de manera indirecta, en un horizonte temporal en el que va a desarrollarse la acción (conservo la ortografía de la época). La acción, la mayor actividad social, eran los festejos, que contrasta con la otra actividad social mayor, la festividad religiosa como la semana santa y la misa. La acción ficcional o novelesca, como la entendemos hoy, ya no es la fiesta, sino la interacción violenta. Nótese que, de los 26 capítulos que consta la novela, sólo 4 no suceden en Bogotá. Es singular también que la novela inicie con una actividad fuera de la ciudad.
Dice:
Tratabase en una poblacion poco distante de la capital, de hacer con magnificencia, en uno de los últimos años, las fiestas con que se debia celebrar el Santo Patrono, del que era mui devoto el vecindario; i aunque la festividad no habia de tener lugar hasta despues de uno o dos meses, ya se ocupaban de ella la mayor parte de los vecinos, de tal modo, que no solamente no se hablaba entre ellos de otra cosa, sino que tambien empezaban a acordarse de antemano las providencias necesarias a fin de que aquella vez fuesen tan lucidas las fiestas, que se estableciera como costumbre en Bogotá, el concurrir a ellas en los años posteriores.
Según dije, la ‘acción’ como era entendida a mediados del siglo xix, tampoco tenía las mismas connotaciones que la acción en el siglo xx. La acción del siglo xx, en Occidente, está pensada y actuada según el canon norteamericano, en el que nace el ‘personaje de acción’, proactivo, emprendedor y justiciero, individualista y visionario. Características que están asociadas al carácter del norteamericano, no del colombiano. El carácter del colombiano, en especial del bogotano de mediados del siglo xx, por afectación, por las condiciones urbanas y sociales, es flemático, eclesiástico y más bien taimado, calculador, ventajista y de miras estrechas. La ciudad se recorre a pie, los pudientes van a caballo o en andas, había pocos carruajes (Tomás Rueda Vargas en “Los coches de Bogotá” habla de unos pocos vehículos para presidentes, dignatarios y comerciantes ricos), que eran un lujo. La velocidad del hombre moderno de la época en Bogotá estaba limitada por estos medios de desplazamiento. No podemos comparar la noción de ‘acción’ del siglo xx o xxi con la noción de acción de 1850, ni pretender que un novelista considere, con esta mentalidad, el principio dinámico del arranque del relato. Este arranque de Ángel Gaitán, en su concepción y en su planteamiento del punto de vista del narrador (¿a quién habla el que narra?: al lector), me recuerda el arranque, sin que sean la misma cosa, claro está, de La lección del maestro (1888) de James.
- En El doctor Temis no predomina el leguaje descriptivo, típico del costumbrismo, como sí ocurrió unos 6 o 7 años más tarde, cuando Eugenio Díaz publicó Manuela y en ella estableció el modelo costumbrista. Pero, dicho sea de una vez, no porque un autor diga que su obra pertenece a una u otra corriente literaria, o que lo suyo establece tal o cual modelo, no necesariamente es así. Manuela no es 100% costumbrista, quizá lo sea en un 50%, pues hay capítulos llenos de acción. Como sucede con las buenas obras, es casi inclasificable. Es costumbrista, si queremos dar un ejemplo, la obra de Ricardo Silva, el padre de José Asunción. De nuevo, la noción de cuadro (imagen fijada por un artista) del siglo xix, no es la misma que la noción de cuadro como objeto dinámico, como lo consideramos en nuestros días, sino algo que se fija. Muchísimas de las secuencias de Manuela son dinámicas, no estáticas.
- La macro estructura de la novela está en términos de sucesos, de hechos que tienen lugar en Bogotá y en los alrededores de la ciudad. Y son inventados, no son una copia de la realidad del autor. Después de la primera parte, que es más lenta, se siente la aceleración de la acción y el desencadenamiento del plot que tiene lugar en la segunda parte. “Los cuadros de costumbres ‒dice Díaz Castro en el epígrafe de Manuela‒ no se inventan, se copian”. Según este autor, en los cuadros de costumbres la imaginación no cabe. Por lo tanto, no son novelas, no son ficción, según el canon moderno. Como dije, los escritores poco aciertan en la valoración historiográfica de su obra.
- No se debe confundir la intención de hacer todo un cuadro del crimen de la Bogotá de 1851 (allanamiento de morada, tortura, robo, secuestro, injuria, falso testimonio, calumnia, intimidación con fines criminales, colusión, falsedad en documento, corrupción judicial, robo y suplantación de identidad, mutilación post mortem, burocracia, asesinato, incitación a la prostitución, en fin), la digresión y el discurso moralizante y ejemplificador (romanticismo utópico, causalismo), con el costumbrismo. Ya veremos por qué.
- Una característica del costumbrismo es presentar a los personajes de ciudad y de campo (o de las castas, en este caso) en un entorno maniqueo, sin muchos matices sicológicos, que es el caso de Manuela, por ejemplo, o las obras de Manuel Groot y Marroquín, Vergara y Vergara e Isaacs. En este esquema, prima el pensamiento rousoniano, según el cual, el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe (el campesino, el negro, el mestizo, el indígena, ‘son buenos por naturaleza’). Uno podría afirmar que esto se cumple en El doctor Temis. Pero no sería exacto. El análisis del mal que hace Ángel Gaitán está en la línea conceptual de los hermanos Goncourt y del Zola posterior a 1868 con su ciclo de Les Rougon-Macquart. Allí ‒y en muchas otras obras‒ Zola plantea el origen del mal en la sociedad en la falta de educación, las malas costumbres, el alcoholismo y la prostitución. Es justo decir que Zola (que comenzó a publicar su ciclo hasta 1871) es el que está en la línea de Ángel Gaitán, y no al revés. Para Ángel Gaitán el origen de la criminalidad, de ahí lo avanzado de su pensamiento, está en la desigualdad social, en la falta de educación y de oportunidades.
- Derivado de lo anterior, en cuanto a la concepción del origen del mal en la sociedad, su análisis y su ‘remedio’ a nivel narrativo (pues, lo enfatizo, se trata de narrar), Ángel Gaitán está muy adelantado a su época. Si bien es cierto que, en su planteamiento el mal y la criminalidad en general nacen en ‘los de abajo’, también es cierto que un personaje principalísimo como Monterilla, exhibe una profundidad sicológica superior a la de cualquier otro personaje de esta novela. Incluso, está por encima de los personajes decimonónicos colombianos. Monterilla no se contenta con querer ‘castigar’ a los personajes de una clase social superior, ni aún siquiera a aquellos que, viniendo de abajo (Emilio) pretenden igualarse con los ‘ricos, generosos, morales, honestos e ilustrados’, sino que va más allá: quiere corromper a la Cisne, símbolo de pureza y virtud (sinceridad, virginidad), y, en su fuero interno, por mucho aspaviento que haga de la amistad de cofradía con sus compañeros de banda criminal (la Daifa, el Mordedor, Oropimente, Solimán, Pedro, el falso Adolfo), no le importa sacrificarlos. Si Monterilla simplemente quisiera vengarse de los ‘ricos’, no se ensañaría con Emilio ni con la Cisne. ¿Por qué lo hace si ella es de su misma clase social? O, para decirlo con palabras de la época, ¿de propia ‘casta’? Es sorprendente. Esto se comprende si uno piensa que no es que la sociedad haya hecho ‘malo’ a Monterilla, sino que el mal está en la naturaleza de Monterilla. Naturaleza que se ve exacerbada no por la falta de oportunidades (es abogado empírico y ejerce una profesión), sino por su falsa noción de justicia y su concepción del crimen. Monterilla y su banda están en permanente conflicto sus propios valores y con los valores sociales establecidos. Según la banda, delinquir es un modo ‘honesto’ de apropiarse de lo que les han quitado. De este conflicto entre los valores entre ‘buenos’ y ‘malos’, deriva la noción de justicia en esta novela. ¿Cómo se expresa, desde el punto de vista de los ‘malos’, el concepto de justicia? En palabras de Oropimente (conservo la ortografía del original) frente a Emilio que ha ‘traicionado’ a su clase, encontramos lo siguiente:
¡ Funesto resultado de ese terrible del derecho de propiedad, que pasando de siglo en siglo sobre las jeneraciones embrutecidas, las ha condenado a romper ante su altar de oro los santos lazos de la sangre, a hollar indignamente los derechos de la humanidad, i mas que todo el libro santo del Evanjelio (p. 202).
Obsérvese que Ángel Gaitán no copia las palabras precisas de Oropimente, se trata de una digresión del novelista; o, para decirlo de otro modo, el novelista interpreta lo que oyó. Esto no lo haría un costumbrista.
Y más adelante, Ángel Gaitán argumenta según haría el bandido:
i considerando las cosas como son en sí, con un ánimo libre de preocupaciones, elevado i noble, venga a esta tierra, i en su escesiva miseria tome el pan donde lo encuentre, porque ese pan es hecho para el hambre, i el hambriento puede buscarlo, como Ia avecilla busca la fruta de un jardin sin averiguar quién es el dueño, sin descencler a pedirle el permiso de alimentarse, ni respetar una propiedad, que ella noble i orgullosa desprecia o desconoce (p. 202).
- Por el modo como está planeada, por su estructura dinámica, por mostrar la mentalidad de una época (modo de vivir, de pensar y razonar, de estar y actuar de los personajes), por darnos uno de los primeros planos de la ciudad de Bogotá en dos dimensiones y tridimensional después (la vista aérea de Bogotá de la Cisne desde Monserrate, p. 141 y ss.), es simplemente una novela realista al mejor estilo de aquel de finales de siglo. Este es un gran logro para esos escasos 30 años de vida republicana en los que hasta ahora se estaba empezando a construir una sociedad libre de los españoles y una nación. Hay que enfatizar también que esta novela, como pocas del siglo xix colombiano, es eminentemente urbana, en un tiempo en que lo rural (Manuela) prevalecía, por razones obvias en la literatura.
Tampoco se debe olvidar, así no venga mucho a cuento, que cuando Ángel Gaitán la escribió, tenía al menos 30 años y era (que sepamos), su primera novela.
- Veamos otros recursos narrativos: 1. La novela principia con un narrador omnisciente que lo ve y lo sabe todo, narrador que se sostiene a lo largo de la obra, sin dejar que ésta se desborde. 2. Cada vez que hay un personaje de cierta importancia, el narrador pasa de la tercera a la primera o a la segunda persona del singular (p. e. soliloquio de Emilio pensando en Beatriz), y por lo regular desarrolla un soliloquio de 1 a 2 páginas. También usa este recurso en combinación con la analepsis, como la que elabora don Osman del robo desplazando al narrador hegemónico, o la historia del padre de ella contada por la Cisne. También el personaje habla de sí mismo (a) cuando el narrador pasa sin más ni más de la tercera a la primera persona en el mismo reglón, sin transición alguna (conservo la ortografía del original):
Santiago, sinembargo, se quedó todavía algunos instantes en el balcon : mientras tanto D. Juan se paseaba. —¡ Cuántos riesgos, decia entre sí, se preparan a mis dos amigos ! Monterilla como un jenio maléfico vuela sobre ellos cubriéndolos con una sombra aciaga i letal (p. 113-114).
Igualmente, el recurso de la carta (leída, transcrita o insertada de un modo indirecto) desempeña el papel del dato escondido dinamizador de la trama.
- Esta es la primera novela que piensa lo criminal, la criminalidad y la mentalidad del criminal en Colombia. Claramente, no es una novela de detectives. Pero sí hay intrigas amorosas, justicieras y criminales, que es lo que determina tanto la macro estructura como la diégesis de la novela. Si alguien desea decir que la trama es detectivesca, pues que lo diga, pero no es el caso. El canon detectivesco poco a poco entrega claves al lector para que vaya urdiendo su propia trama que habría de coincidir con la del autor del libro, según un mecanismo racionalista, pues el relato detectivesco es un producto del pensamiento positivista, como lo estableció E. A. Poe en “Los crímenes de la calle Morgue”, en 1841. Si bien en El doctor Temis hay tramas, estas no son urdidas para desenmascarar al criminal, lo que no la convierte en detectivesca. Ya sabemos casi desde el principio quiénes son los ‘malos’. Es una novela de índole criminal en toda regla.
- En la novela costumbrista el narrador presenta al o a los personajes principales de entrada, en un escenario que luego va ampliando. En El doctor Temis eso no sucede. El doctor Temis es presentado de manera modesta en el capítulo v y luego vuelve a aparecer en el ix; así, la presencia de este personaje no es la que uno esperaría de un protagonista, más bien actúa como un poder del bien en la sombra. Es personaje principal lo que encarna el doctor Temis (la ética, la moral, la justicia), no él como personaje. Como personaje, es un símbolo. Esto sorprende. Se trata de un procedimiento inédito en 1851. Es más propio de los cuentos de Chesterton, en especial del primer padre Brown de 1911, no tanto así de aquel de 1935. Por su lado, Monterilla es presentado en el capítulo vi de la Primera parte, y entra a escena como el mal en la sociedad: de modo subrepticio, con aspecto digno y sufrido, como un defensor de causas justas. Además, siempre que el narrador necesita de un nuevo personaje, lo presenta de manera funcional para el relato, en pocas ocasiones los personajes son de adorno o inmotivados. En esta novela hay más de 30 personajes que desempeñan una función narrativa de cierta importancia, lo que da solidez diegética. Juan es un personaje secundario bastante opaco, pero termina siendo un personaje muy interesante por ser representante de una época.
- El desarrollo de la acción dura unos 15 días, aunque al comienzo del libro se ubique al lector en un arco de 1 a 2 meses. Clara falla del escritor que no cuidó de mantener como un relojito la duración de los sucesos. Sin embargo, esos 15 días están más o menos bien ensamblados y hay pocas contradicciones. Echémosle la culpa a que Ángel Gaitán murió prematuramente y no alcanzó a ver su libro impreso, cosa esta última que sucedió en 1852, en formato de libro. Esta novela se publicó por entregas. La última entrega semanal tuvo lugar antes del 23 de diciembre de 1851, día que murió nuestro autor. Nos queda el beneficio de pensar que, si no hubiese muerto antes de salir el libro impreso, seguramente habría advertido estas y otras fallas de la arquitectura, así como del estilo de la novela y con toda seguridad las habría corregido.
- Para finalizar esta sección, El doctor Temis, a pesar de todas sus bondades y manejos novedosos y modernos de lo narrado ‒fue más allá literariamente que todos los narradores de su tiempo‒, y de que es la precursora de la novela criminal en Colombia sin lugar a duda, no es una obra maestra, en el sentido que hoy damos a semejante categoría, categoría que frecuentemente equipara con el concepto de clásico. Y que siempre asociamos con aquello que es digno de ser imitado. El concepto profundo en El doctor Temis, es digno de ser tenido en cuenta para la narrativa del siglo xxi, ya que nunca lo fue del xix ni del xx.
Pero El doctor Temis tiene demasiadas fallas estilísticas: lenguaje apergaminado del mundo abogadil y notarial, estilo narrativo irregular; caracteres sicológicos de algunos personajes como Temis, Santiago, Enrique, Beatriz, Baciliza, etcétera, que son heros, así como el tedio del discurso moralizante y didáctico.
Que no sea una obra maestra, no obsta para afirmar que es la primera novela con verdaderas proporciones de novela criminal -en cuanto a escenarios, número y manejo de personajes, plot y modo de hacer un fresco de su época y de la ciudad- que se escribe en Colombia.
Ya por estas consideraciones debe ser leída y estudiada. Simplemente se trata de obra de gran valía de una época.
De la razón 3, puedo decir lo siguiente.
Según Maldonado Castro, El doctor Temis principió a ser escrita durante la semana santa de 1851, lo que es poco probable. Seguramente el tema escogido para la novela comenzó a tomar cuerpo, según nos cuenta Cordovez Moure en su crónica sobre el doctor Russi y su banda que actuó en el periodo 1848 -1851, cuando Ángel Gaitán ejercía el cargo de Oficial Mayor y estaba al tanto de los pormenores de la situación de orden público en Bogotá, que debía tener unos 30.000 h. Entonces la ciudad estaba asediada por una banda de ladrones, secuestradores, malvivientes y asesinos. Dudo que Ángel Gaitán escribiera su novela en una semana y unos días, como dice Maldonado Castro como si se tratara de la redacción de un simple caso judicial con toques picarescos y artísticos (conservo la ortografía del original):
La idea de esa composición interesante i bella a todas luces, le ocurrió al Dr. Anjel i la llevó a cima, en las vacantes de la última Semana Santa i en pocos dias despues de esta, en que dió trégua a sus ocupaciones poco gratas de oficina, pudiendo decirse, que el mismo dia en que se cerraron las puertas del templo de la Justicia, el Dr. Anjel, comenzó a construir el pedestal sobre el que debía alzarse su fama inmarcesible… (p. 7)
Claramente, una novela de 309 densas páginas ‒que luego fue publicada en dos tomos‒, no se escribe en un tiempo tan corto. Menos si se trata de la primera obra (eso lo supongo, a falta de más datos históricos) de un autor no experimentado, y menos si este autor a duras penas tiene una noción bien definida de lo que es una novela de estirpe puramente americana. Lo de lo americano y lo colombiano, fueron temas que se debatieron acaloradamente en la época, pues pesaba, en las clases altas, la herencia lingüística y cultural de España. En Colombia, después de la Independencia, durante el siglo xix y más allá de la segunda mitad del siglo xx, no hubo emancipación burguesa con respecto a España, como sí sucedió en Argentina y en México, por ejemplo. Hacia 1850, los escritores, todos, estaban embobados con la idea idiota de la corrección en cuanto al uso del idioma español o castellano, que debía ser correcto, perfectísimo, siguiendo al pie de la letra a Nebrija. Esto trajo como consecuencia una lengua estatalista y legicentrista, rígida y estúpida, además.
Para mediados del siglo xix, las máquinas de escribir eran un lujo de pocos, y dado que también ignoro si el autor escribió esta novela a máquina, supongo que lo hizo a mano, como estoy tentado a pensar. En las bibliotecas principales de la ciudad, no se conserva ningún manuscrito del cual uno pueda echar mano. Por otro lado, las fábricas de papel local estaban en auge, y para 1851 José Hilario López, el entonces presidente de Colombia, había declarado la ‘absoluta libertad de prensa’, ley ratificada en la Constitución de 1858 y en la de Rionegro en 1863, lo que permitió asimismo la circulación del libro y el auge de las librerías que, como tal, comenzaron a existir con la del mencionado Simonnot.
Dudo, infiriendo como escritor la intención con que pudo haber sido escrita la novela, que Ángel Gaitán reflexionara a fondo sobre qué es una novela y si esta debía hablar de lo americano o lo colombiano, como dije atrás. La diégesis está sustentada en el binomio bien/mal, justo/injusto, no en lo ‘nacional’ o en lo ‘americano’. No debemos olvidar, siguiendo este hilo, que la novela en cuanto tal empezaba a consolidarse en Europa en esa misma época. La novela como forma artística del lenguaje escrito, es un producto del Siglo de las Luces. En 1851, en Colombia, el concepto era demasiado lejano para nuestra realidad pos independentista, todavía preocupada por consolidar la noción de libertad de España. Colombia era una nación todavía con rezagos del Estado colonial, autoritario y casuístico. De hecho, El doctor Temis tiene un fuerte enfoque casuístico, en lo que se refiere a su teología moral, que el autor defendía y conocía muy bien.
En cuanto a la inspiración de la novela tomando como materia diegética la criminalidad en Bogotá que mencionamos arriba, focalizada tal inspiración en el emblemático caso del doctor Russi, que venía dando mucho de qué hablar a la sociedad bogotana de entonces, sospecho que el joven Ángel Gaitán principió a escribir su obra de manera anónima hacia 1850 y la concluyó durante aquella semana santa de marras y meses posteriores. La primera entrega tuvo lugar en julio de 1851. Lanzo la hipótesis de que nuestro autor se tardó al menos un año en la composición de su novela, ya que tenía como materia prima este caso, que para esa semana santa aún no se había resuelto. Se supone que un autor no empieza a narrar una historia hasta que no tiene más o menos claro el plot de la historia y el final, aunque esto puede ser relativo. De la lectura de la novela uno observa que el final es apresurado, lleno de elipsis y sustracciones de campo, como si el autor ya estuviera cansado y quisiera terminar pronto, lejos de la calma narrativa con que comienza la novela. Quizá este sea un indicio de la construcción lenta primero ‒con tiempo por delante‒ y el final de escritura acelerada, cuando Ángel Gaitán debía irse de la ciudad para sumir lo de Guanentá y empezó asentirse enfermo.
La novela comenzó a ser publicada por entregas en folletín semanal (formato traído e instituido por Manuel Ancízar en la imprenta de su propiedad), y se distribuyó a través del periódico Granadino. La primera entrega, en la que se publicaron 16 páginas bien apretadas, según la densa diagramación de la época, tuvo lugar entre el 26 de julio y el 19 de agosto de 1851 en forma de folletín. Hubo 19 entregas en total, la última de 21 páginas, probablemente el domingo 21 de diciembre de 1851. El 23 falleció Ángel Gaitán de lo que en esa época se conocía como cólico miserere, y hoy como oclusión intestinal o apendicitis.
Según la crónica de Cordovez Moure, la banda criminal estaba conformada por unos 20 delincuentes, presuntamente dirigidos por Russi, un abogado que recibió su título del Colegio de San Bartolomé o el Colegio Mayor del Rosario (igual que Ángel Gaitán), una de las dos instituciones que otorgaban este título. Raimundo Russi (Villa de Leyva, 1818 -Santafé, 1851), después del fracaso de formar una casa de estudio (las casas de estudio estaban relacionadas con la instrucción pública y eran para jóvenes) con un profesor suizo en 1838, se dedicó a defender a los artesanos, que por entonces constituían una base gremial y electoral importante. José Hilario López llegó a la presidencia de Colombia gracias al apoyo de los artesanos, que buscaban una mayor representatividad social, comercial y política. Además de juez parroquial, Russi fue secretario de la Sociedad de Artesanos, adscrita al naciente partido liberal. La defensa de Russi, que salió publicada en un folleto el 16 de mayo de 1851 (2 páginas a doble columna, Biblioteca Nacional de Bogotá, ver enlaces), es un modelo de elocuencia, buena escritura y una clara demostración de su inocencia en cuanto al cargo que entonces se le imputó y por el que murió fusilado en la plaza de Bolívar en julio de ese mismo año: el asesinato de Manuel Ferro, artesano y miembro de su banda. Russi defendió de buena o de mala fe (eso está en duda) a las personas de clase popular, a los llamados de las ‘castas’ (artesanos, negros, campesinos, negros, mulatos, etc.). No conocemos su intención. Lo que sí sabemos es que en la época no era moralmente aceptado que un ‘abogado respetable’ defendiera a un reconocido delincuente. El concepto de presunción de inocencia no se aplicaba en la época como ahora. Los prejuicios de clase, de casta, de filiación política y sobre todo religiosa, generalmente determinaban el futuro legal de una persona.
Llama la atención que Ángel Gaitán no elaborara una crónica del caso Russi, ni imputara o cuestionara el resultado con un informe judicial, pues la publicación del género causas célebres ya era conocido en 1851. Las causas célebres, en Colombia, se limitaron a entregar al público defensas, descargos y acusaciones de casos importantes del orden judicial. En Francia e Inglaterra, se narraban los casos criminales, casi siempre por un tercero, no por el protagonista, como el famosísimo Yo Pierre Rivère, habiendo degollado a mi madre, mi hermana y mi hermano… (1836) o los recopilados en The new gate calendar desde el siglo xviii, y que con seguridad llegaron al Nuevo reino de Granada con las tropas inglesas que combatieron a los españoles al lado de Simón Bolívar. Una de las causas célebres más importantes durante el siglo xix en Colombia fue El crimen de Aguacatal, del también jurista Francisco de Paula Muñoz (1874), que tuvo gran difusión en la época. Francisco de Paula Muñoz es considerado hoy por Juan José Hoyos como el padre del reportaje en Colombia.
Que Ángel Gaitán no elaborara una crónica de los supuesto crímenes de Russi y su banda, es que Ángel Gaitán era un empleado público que ascendía en la escala burocrática y no quería tener problemas laborales (lo acaban de ascender), y la segunda, es que no le interesaba impugnar ningún caso de manera directa por razones políticas. La estrategia de montar una historia ficcional sobre una historia de la vida real ‒lugar común en el siglo xx y xxi‒, no era frecuente en 1850. Desde Rodríguez Freile, los escritores de la conquista y la colonia se esforzaron por escribir crónicas verídicas, pues su autoridad narrativa (en este caso, autoridad moral) descansaba en la ‘verdad’ respaldada por la ética católica. Dice Freile respecto de la relación de su crónica en la Introducción (El carnero, Caro y Cuervo, 1984, p. 4):
diré la razón sucinta y verdadera sin el ornato retórico que piden las historias, ni tampoco llevará ficciones poéticas; porque sólo se hallará en ella desnuda la verdad, así en los que la conquistaron, como en casos en él sucedidos.
Ángel Gaitán no fundamenta la autoridad narrativa (moral) de El doctor Temis en los hechos comprobables o no de las actuaciones de Russi y la banda delincuencial, pues no pinta ningún cuadro que imita lo sucedido. Lo que hace es reescribir la historia de Russi y su banda desde la reelaboración ficcional de ‘algo’ que estaba sucediendo en la ciudad. Ángel Gaitán piensa en un modelo de conducta criminal. Ese algo estaba en virtud de acciones que llevaban a cabo personas que alteran el orden jurídico y social existente. Orden que se restable con el castigo a los culpables (Monterilla y Solimán escapan de la cárcel, lo que habla de impunidad y la imposibilidad de erradicar el mal) y con el triunfo (¡!) del bien sobre el mal encarnado en Temis. Esta estructura, esta solución moral y ética del relato, ha prevalecido desde entonces. Hoy, no ha cambiado.
Lo que importa es que un escritor elaboró una historia llena de historias teniendo como base la realidad inmediata, e intentó comprender el ordenamiento jurídico social y el problema de la criminalidad en la ciudad. Es una lástima que este trabajo aislado, no haya servido de base firme para el desarrollo de una literatura que ahonde en los problemas profundos que genera mal en las personas y en la sociedad. Tendremos que esperar más de 70 años para que tal cosa tenga lugar. Me refiero a La vorágine, de J. E. Rivera, tema del ensayo que sigue.
Citas
- Según Carmen E. Acosta, en 1871 la población de Colombia era de 3.000.000 de personas, y había 6.181 letrados. De los cuales 1.728 eran profesores, 1573, curas, 1037 abogados, 767 monjas, 727 médicos, 275 ingenieros, y 82 intelectuales (p. 213). De acuerdo con Jhorland Amaya García, en “La educación primaria en la Nueva Granada, 1835-1850”, en Economía & Región, Vol. 6, No. 2 (Cartagena, diciembre 2012, pp. 127-151) en 1847 había en el país 474 escuelas oficiales y 659 privadas (pp. 136-137); la población en 1852 era de 2.364.000 personas, apróx, y Bogotá estaba habitada por unas 30.000 personas. Por lo regular, asistían 10 -14 estudiantes por aula. Como se ve, la escolaridad era muy baja. Según Amaya García, en Bogotá la cobertura educativa masculina en el periodo 1835-1850, fue en promedio de 4,6%, mientras que la femenina de 1,1% (pp. 140-141). ↑
- Pineda Botero, A. La fábula y el desastre: estudios críticos sobre la novela colombiana 1650-1931. Medellín: EAFIT, Colección antorcha y daga, 1999, 574 p.↑
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