Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Año: 2025
Palabras: 3077 + 394
Idioma: Español
Género: Ensayo
Subgénero: Ensayo literario
Temas: amistad | amor
Ideas generadoras del ensayo: En octubre de 2023, después de 34 años de lo que yo consideraba era una verdadera amistad, tuvo lugar la ruptura de esa amistad, lo que me dejó perplejo. Conversando con mi mujer, ella propuso que escribiera sobre la amistad, pero entonces no me sentía con fuerzas para hacerlo, de modo que lo dejé, aunque con harta frecuencia pensaba en ello. ¿Por qué después de tantos años había sobrevenido la dejación de la amistad? ¿Uno de los dos, o ambos, habíamos actuado de tal manera y dicho tales palabras que suscitaron con una ofensa irreparable? ¿Más bien no debía escribir sobre la ‘ofensa’? ¿Qué es ofender y qué ofenderse? La ofensa tiene lugar cuando de manera física o verbal una de las partes ejerce algún tipo de poder opresivo sobre el otro, otro a quien no considera su igual. Y no había sido el caso, pero el examigo se había ofendido y no valió de mi parte ninguna explicación a pesar de que actué de manera transparente, como supongo actúa un amigo verdadero. Una ofensa también es un choque, un ataque, un enfrentamiento con el propósito de golpear, de herir y hacer algún daño. ¿Hice eso?, me pregunté. No conscientemente, no intencionalmente, pero que no haya sido así, no me exime de la responsabilidad de haber ofendido. ¿Debo cargar con la culpa de haber propiciado la ruptura pues toda la carga parecía recaer sobre mí? No, en absoluto. En el momento en que actué y generé un acto entendido como una ofensa, confié en que el otro era mi ‘igual’ (por principio, uno no se ofende a sí mismo), ‘mi igual’ en el sentido que defiendo en este escrito y he tomado de Cicerón. Mi ingenuidad, me recuerda Ariosto, ocultó lo que debía ver. En perspectiva, es claro que el examigo (¡qué palabra más dura, incluso cruel!) nunca fue mi igual ni yo el suyo. Lo que es sorprendente. Hacia mediados de 2024, di con el texto de Cicerón sobre la amistad (que aquí se encuentra en dos versiones, en español y en latín), que iluminó ampliamente mis reflexiones, pero por entonces tampoco estaba en condiciones de escribir nada. Escribí un primer esquema (dos páginas) a principios de diciembre de 2024, lo dejé durante más de un mes y retomé y finalicé este trabajo en la tercera semana de enero de 2025. Es todo.
Autores relevantes relacionados con este ensayo:
J. M. Coetzee
L. Ariosto
Sobre la amistad
La amistad sólo es posible entre personas buenas.
Cicerón
Quel che l’uom vede, Amor gli fa invisibile
[el amor hace invisible todo lo que el hombre ve]
Ludovico Ariosto
el odio por lo excepcional yace hondo en el corazón común.
W. B Yeats
Cicerón dice que la amistad no es otra cosa que una coincidencia en lo relativo a las cuestiones divinas y humanas con afecto y cariño, y que esto se restringe a dos o a muy pocas personas. No sé si en la época que vivió Cicerón –predispuesta al diálogo–, fue más propicia para la amistad que los tiempos contemporáneos; es probable que así haya sido. Concuerdo con Cicerón en que la verdadera amistad tiene lugar sólo entre una o dos personas con quienes nos tratamos de manera íntima con ‘afecto y cariño en lo relativo a cuestiones divinas y humanas’. Existen muchos tipos de amistad, por supuesto, como la que tenemos con personas con las que disfrutamos de algunas coincidencias y tenemos con ellas un trato tranquilo e incluso bondadoso, algo cercano, pero lo bastante distante como para que no se inmiscuyan en nuestra esfera íntima, al punto que nos duele poco o nada que, de lado y lado, haya un cierto utilitarismo, pues nos regimos por el principio de ‘te doy, pero también quiero recibir de ti’, o ‘si quieres ser mi amigo, debe haber reciprocidad de tu parte’, cosa que ni siquiera se considera en una verdadera amistad. En la verdadera amistad la reciprocidad es continua, sin vacilaciones ni fisuras y no se mide por hechos puntuales como ‘te doy mi pan, pero apenas puedas dame el tuyo’. En la verdadera amistad sólo se espera el bienestar del amigo o de la amiga. También existe el círculo de personas cercanas en general –personas a las que dispensamos un trato aún más distante–, y otras que pertenecen a la esfera de personas conocidas. La amistad verdadera es excepcional y es la que dura desde el primer momento hasta el final de la vida, pues más que ‘afinidad’, hay afecto verdadero, y éste se va formando con el paso de los días, las semanas, los meses y los años. Un afecto en el que nada es fingido ni aparente, no hay segundas intenciones entre las dos o más personas y todo es auténtico, desinteresado, generoso y espontáneo (Cicerón). De ahí que la verdadera amistad sea tan extremadamente rara como inapreciable, y sólo en semejantes circunstancias se observa una transparencia humana tal que sobrepasa los límites del amor, pues en el amor, siempre hay apetito e ingenuidad, un ‘yo espero de ti…’, ‘yo quiero que tú…’ ‘tú me debes…’, ‘deseo que tú…’ mientras que en la amistad tales veleidades no existen.
Desde mi juventud he llamado ‘amigos’, ‘amigas’, a un sin número de personas que, supongo, se alegraron inmensamente con mis alegrías y, como dice Cicerón, tal vez se entristecieron más que yo por mis penas. Pero ¿cómo saber si aquellos ‘amigos’ y ‘amigas’ llegaron a sentir tales cosas? Hubo muchas personas que entraron en mi círculo íntimo y hoy ya no están, personas que simplemente, por la razón o las razones que sea, se han alejado definitivamente y no he vuelto a saber nada de ellas. Y es seguro que esas personas tampoco se han interesado por saber algo de mí, pues de lo contrario habrían hecho algo para encontrarme. De mi parte, pues no puedo saber los motivos por los cuales a esas personas ya no desean tenerme en sus vidas, me he alejado porque simplemente ya no me sentía interesado y/o cómodo con ellas en los diversos planos de mi existencia. Pero ¿qué es realmente sentirse interesado y cómodo con alguien? Me he sentido interesado, cómodo y tranquilo cuando en lo ‘relativo a los asuntos divinos y humanos’ hay una coincidencia natural y espontánea y, por tanto, no tengo ningún afán de imponer ninguna idea o punto de vista y más bien, con naturalidad, la escucho con apertura de corazón y de pensamiento. Y escucho con asombro y expectativa qué dice y cómo y actúa esa persona. ¿Habla y actúa de manera sincera y espontánea? ¿Es mi igual en los planos fundamentales de mi existencia? Este tipo de amistad sucede cuando, tras largo tiempo de entendimiento mutuo, hablo de mí mismo y de mis asuntos, íntimos o no, y percibo auténtico interés por parte de la otra persona, sin juzgarme y con alto sentido de comprensión. Y, simultáneamente, yo mismo callo para escuchar y comprender lo que la otra persona dice y en ese momento hay una afinidad semejante a la que menciona Cicerón, que es ver a la otra persona como si fuera un modelo de mí mismo, un igual a mí, pero muy diferente e incluso más sensible y con mayor capacidad de comprensión que yo. En este punto es muy difícil percibir la autenticidad del otro. Con alguna frecuencia hemos llegado al extremo que nos damos al trato íntimo con alguien que carecía de la suficiente generosidad y capacidad de comprensión para reconocer en nosotros la autenticidad, y entonces, esa persona que creíamos era una amiga verdadera, al final no lo es. Y no lo es porque la comprensión no es mutua y por falta de generosidad y comprensión, una o ambas partes cree que la otra esconde sentimientos o emociones utilitarias, egoístas o malsanas. Pero, ¿no es natural que el humano, a pesar de todas las buenas señales de bondad, en algún momento, desconfíe del humano? La respuesta es obvia. No es mejor preguntar: ¿esa persona que recién he conocido se parece lo bastante a mí, tiene los mismos valores –tiene que ser tan buena o mejor persona que yo–, los mismos intereses, es más inteligente que yo y puedo verme reflejado al punto que le puedo querer de una manera completamente desinteresada, no utilitarista? ¿Son demasiadas condiciones para que haya una verdadera amistad? Sí. Ninguna amistad verdadera nace de la noche a la mañana. Este tipo de amistad se cultiva y se fortalece a lo largo del tiempo, tiempo en el que quedan atrás todos los apetitos y todas las ingenuidades. Y parafraseando a Ariosto, la verdadera amistad hace ver lo que antes una persona sola no podía: la dimensión humana –única, irrepetible– de sí mismo y de la otra persona. De ahí que una verdadera amistad sea excepcional, y lo excepcional surge de lo inusual. Es inusual, por ejemplo, que no haya ningún tipo de utilitarismo o de apetito, no más allá de aquel que desea de manera natural el bien del otro.
¿He fallado a lo largo de mi vida porque en el fondo he sido ingenuo y/o sentido algún tipo de apetito por la otra persona, y por eso esas personas que entonces consideré valiosas ya no están conmigo? No lo sé. Es probable que sí, aunque es posible que también haya sido en sentido contrario. En cualquier relación humana de afecto y cercanía que tienda al amor y/o a la amistad entre dos personas, las cargas afectivas y de reciprocidad deben ser 50-50, pues si hay algún o algunos momentos en que una de las dos personas siente o cree que el otro no aporta su 50% a la relación y no es capaz de expresarlo, o si lo expresa no va a ser escuchado, aquella no es una auténtica amistad. No, no puede haber amistad, siguiendo a Cicerón, si yo creo o siento que yo doy más y el otro da poco (obsérvese el sentido utilitario). Pero, al mismo tiempo, ¿por qué, si esas personas consideraban que yo era su amigo, un amigo verdadero que puso todo de sí para escuchar y abrirse al otro con afecto y cariño, como dice Cicerón, al final eso no bastó para conservar la amistad por parte de esa persona? Yo me he alejado de muchas personas, por varias razones: de algunas mujeres, porque había apetito sexual de por medio y era mejor no seguir adelante, bien porque lo sexual se había consumado y ya no había suficiente interés de mi parte o de parte de ella por las razones que sean; y me alejé de algunos amigos porque, con el paso de tiempo, empecé a ver que sus intereses no eran los míos, ya no había afinidad de mi parte con su visión de mundo, con su modo de pensar y de actuar, con sus modos de ser y sus valores (o antivalores), o porque descubría que no había un verdadero interés por mí como persona ni por mis asuntos, o simplemente porque esa persona no coincidía con mi pensamiento, mis gustos y mis preferencias. Es verdad que, a lo largo de los años, me he convertido en una persona muy exigente, inflexible y, debo admitirlo, vanidoso y prepotente. Estos defectos, no sólo los ha señalado mi mujer, que también es mi amiga, sino que he aprendido a verlos en mí mismo. Quizá pueda disculpar esas desagradables pasiones que intento corregir todos los días, porque lo que soy y lo que he aprendido lo he hecho con tesón y con toda la honestidad de que he sido capaz, la mayor parte de las veces, en circunstancias adversas. Me he forjado y he moldeado un pensamiento propio que día a día consolido gracias a mis experiencias y a una enormidad de lecturas. He leído miles de libros y hoy leo mucho. Libros que me han abierto y abren mis ojos hacia mí y hacia el mundo cada vez que leo una página. Mientras las demás personas están en sus cosas, yo leo, leo libros y escribo. En alguna parte dije que cuando escribo pienso con los dedos; en mi caso es así y no de otro modo. Escribo pensamientos –que si bien son derivados de miles de lecturas–, yo los considero míos, míos, porque no los he copiado de nadie. En Aquí y ahora, el libro de cartas entre Coetzee y P. Auster hay un pasaje en el que uno de ellos afirma (siguiendo acaso inconscientemente a Cicerón) que para que haya amistad entre dos personas, es necesario que uno sienta admiración por el otro. Cuando lo leí en 2011, recién salido el libro, creí que sí, que tenían razón, pero desde hará unos tres o cuatro años sé que no necesariamente es así. Ha sucedido, por ejemplo, que yo sienta admiración por la obra de un escritor, mas no por el escritor mismo cuando ya sé qué clase de persona es, y viceversa. Y, sin embargo, sólo en el caso de sentir admiración por un autor, no necesariamente quisiera ser amigo suyo. La admiración supone una cierta ‘ceguera’ o ‘deslumbramiento’ por el otro, lo que lo deja a uno en una cierta posición de indefensión al no poder ver con claridad, ni al poder poner los pies en la tierra. No creo que una amistad se cimente cuando yo admiro a alguien y hay correspondencia. Uno admira a alguien a primera vista cuando le causa cierta sorpresa por lo que esa persona es y ha logrado, y esa admiración hace que, en cierta medida, uno se vea no exactamente a la misma altura que la persona admirada, sino más abajo, en una condición inferior, la que provee la ‘ceguera’ o ‘deslumbramiento’ de la admiración. ¿Y si la otra persona –en condiciones ideales, aclaro– igualmente siente admiración por uno como en el caso de Coetzee y Auster? ¿Puede surgir la amistad cuando ambas personas, al admirarse mutuamente, se sienten en condición de inferioridad o de superioridad? Claro que sí, es la manera más común en la que surgen las amistades e incluso los amores que finalmente forman una pareja estable o una familia. Es lo más común del mundo. Pero son amistades (dejemos de lado el tema del amor entre dos personas, que es otra cosa) que, tarde o temprano terminan. Y terminan porque uno deja de admirar al otro o sucede en ambos sentidos: uno y otro ya no se admiran, se ven como personas corrientes, sin nada especial, sin ninguna afinidad, y el amigo(a) ya no es, siguiendo a Cicerón, un modelo de mí mismo. Es decir, en el fondo, el acercamiento nunca dejó de estar minado por alguna condición de inferioridad o de superioridad y tampoco, nunca, hubo una amistad verdadera, sino una amistad en la que había ciertas conveniencias (utilitarias) de uno y otro lado, y por tanto no era 50-50. Una amistad verdadera nace de un encuentro en igualdad de condiciones, cuando yo no me creo inferior ni superior a nadie ni cuando ‘espero algo’ de esa persona, ni siquiera reciprocidad. ¿Cómo podría haber igualdad de condiciones si para mí esa persona en poco o en mucho es inferior a mí? ¿Por eso hoy carezco de amigos íntimos en el sentido de alegrarme más cuando les va bien o de entristecerme más cuando les va mal? En el mundo contemporáneo, tan distinto al estilo de relaciones humanas de la época de nuestro querido Cicerón, la capacidad de la auténtica alegría y de la auténtica tristeza por el otro ha sido reemplazada por fórmulas derivadas del materialismo como: ‘es su elección’, ‘es su responsabilidad lo que le pasa’, ‘yo no puedo y no debo hacer nada si usted toma tal decisión’, ‘lo mío es mío y nadie me lo quita’, ‘lo siento mucho, pero si usted fracasa no cuente conmigo’, ‘su amistad nada me aporta…’. Hoy la vida funciona necesariamente de esa manera. ¿Debe ser así? El verdadero amigo, dice Cicerón, debe ser capaz de señalar al otro, de manera clara y directa, sus fallas y sus errores con afecto y cariño. Además, digo yo, en una amistad verdadera no hay estatismo, uno y otro evolucionan a su manera, crecen, son cada vez mejores personas, y ser mejor persona es de lo que se trata la amistad. Hace unos 15 años, entendí que yo no era ‘amigo’ de mi hijo sino su padre; me dije entonces, ‘es su elección’ cuando hacía cosas con las que yo no estaba de acuerdo, y ejercí incluso duramente mi papel de papá. Paradójicamente, eso lo acercó tanto a mí que hoy pienso que soy, más que su padre, su amigo. En cualquier caso, el amor de un padre tiene la misma sinceridad que el amor por un verdadero amigo. Siento una alegría inmensa, exultante casi por sus alegrías y me entristezco y me deprimo más si a él no le va bien. Pero ¿tal cosa no es simplemente amor de padre? No lo es. Ya no intento influenciarlo de manera consciente y lucho por erradicar de mi lenguaje todo aquello que afecte sus decisiones. E intento ser neutral y no opinar cuando pide algún consejo (pocos, es verdad). Ni siquiera le exijo nada en absoluto y me esfuerzo mucho para que no dependa emocionalmente de mí, cosa que se propicia por la lejanía física desde hace 5 años, pues se fue a vivir al otro lado del planeta. Igualmente, como ya dije, soy amigo de mi mujer. Pero, en sentido igualmente paradójico, sucede gracias a la cercanía íntima. ¿Por alguien más, aparte de pocas personas de mi familia, soy capaz de experimentar profundamente tales sentimientos? No. Desde que se comenzó a hablar y a escribir sobre la amistad en la Grecia clásica, se le ha dado un valor superlativo, incluso, se le ha valorado más que al amor entre dos personas. Y debo señalarlo, pareciera que la amistad auténtica sólo tiene lugar entre dos hombres o entre dos mujeres; entre hombre y mujer es poco frecuente. Parece ser que este tipo de amistad sólo tiene lugar cuando hombre y mujer han sido amantes y han superado el apetito sexual, entonces se convierten en amigos verdaderos. Pero es un cliché, no siempre tiene que haber consumación sexual para que acontezca una amistad verdadera. Tampoco entre dos personas puede haber amor verdadero y a la largo plazo, único, excepcional, si no hay amistad, una amistad, insisto, en la que no existe ningún tipo de superioridad ni de inferioridad, cuando todo en la relación es 50-50. Un 50-50 que, evidentemente, no es material (no utilitarista) sino de pensamiento, palabra y de acción.
¿Carecemos entonces de la capacidad de ponernos en igualdad de condiciones que el otro y de la suficiente inteligencia para ver al otro como un igual? Es casi seguro que así sea. ¿Carecemos, pues, del sentido de alteridad? No, claro que no. La alteridad es la capacidad de ser otro, no de verme en el otro. La diferencia es tan sutil como decisiva. Una cosa es que yo tenga la capacidad se comprender los asuntos del otro, de ponerme en su lugar para entender sus asuntos, y otra muy distinta que yo sienta algún tipo de afinidad por tales asuntos. Puedo comprender a una persona de manera muy amplia y sentida, pero no porque la comprenda deseo ser su amigo. La amistad –en eso se parece al amor– consiste en una infinidad de acuerdos mutuos y sobre entendidos, de actos y de palabras jamás dichas, de lo no explícito. La dejación de la amistad con alguien tiene lugar cuando se expresa alguna disconformidad física o verbal que genera la ruptura. De ahí que, una vez más, Cicerón afirme que en todo lo que en la naturaleza y en el conjunto del mundo es constante y mutable lo une la amistad y lo separa la disconformidad entendida como desacuerdo. No hay que dejar pasar que para Cicerón la naturaleza era inmutable, pero en el sentido que la naturaleza es el mundo. A lo mejor, lo que ha sucedido en la historia de la civilización humana es que hemos entendido el concepto de disconformidad como algo no justo que crea un desacuerdo y de tal desacuerdo nace la ‘enemistad’. Un acuerdo, en los tiempos contemporáneos, no es más que un conjunto de reglas que limitan o restringen el campo de acción propio y ajeno para que dos partes o más no vivan enemistados o enfrentados. De ahí que todos los acuerdos son un batería de normas explícitas negociadas en términos de conveniencia mutua entre dos partes o más.
Nunca será posible la amistad entre más de tres personas. Por alguna razón, la verdadera amistad está destinada a que tenga lugar sólo entre dos personas. ¿Por qué? Quizá sea nuestra incapacidad no sólo para ver al otro tal cual y aceptarlo, sino nuestra incapacidad para dejarnos ver; nos resguardamos, aflora la casi inevitable desconfianza humana. Quizá porque el diálogo –hoy cada vez más escaso– entre dos personas es casi imposible. Esto sucede por la velocidad del flujo de información y por necesidad de cada persona de hacerse valer por encima de la banalidad de tal flujo; por ello las personas no conversan, monologan. O quizá sea porque la verdadera amistad, como en el amor, trae implícita una cláusula de exclusividad.