Sección: Sin ataúd

Broncíneo Naranjo
Nació en 1995
Práctica de la muerte
Broncíneo Naranjo
Estaba en la línea de árboles que crece junto a la zanja y frente a la casa. Pájaros de diversos tipos anidan allí. Escuchaba como una totalidad sus cantos y en otros momentos me centraba en uno en particular, escuchaba varias veces sus líneas y entonces, prestaba atención a otro.
¿Tendrá diferente canto otra población de la misma especie? ¿Como el lenguaje humano?
Me uní a un canto y lo repetí varias veces, quería hacerlo de manera idéntica hasta que él entró a mi campo de visión. Giré mi cuerpo hacia él, elevé la mano al cielo y la agité. Imitó el gesto. El pájaro continuó con lo suyo.
El sol en cenit, él estaba cubierto de tierra y briznas humedecidas con sudor. Me desvestí frente a él. Mientras tomaba cada una de las prendas que le alcanzaba y la colgaba de su antebrazo, dijo:
¿Se diferencia en algo que sea un perro o un humano el que se coma la gallina?
En nada.
¿Por qué introducir culpa o resentimiento en un flujo de energía y materia?
Los dos sonreímos.
¿Tendré que agregar semen?
No, solo con mis pensamientos esta vez será suficiente, dije.
Caminé hacia el pudridero y me introduje en la oquedad que él produjo al formarse.
Por fin tras un largo rato de observar las formas y sombras de las nubes él se acercó al hoyo, ahora limpio, sonriente y vestido con la ropa que le di. Me cubrió con una capa de material vegetal verde y después con una seca. Apisonó. Repitió varias veces el proceso. Tres días después comenzó mi descomposición. Me hinché, los gusanos agujerearon mi carne, los gases se liberaron y mi materia y energía fueron aprovechadas o acumuladas en la tierra.
Todo al mismo tiempo era. En la copa del árbol contesté el canto de un pájaro lejano; quebré el cráneo de un perro amarrado a un árbol con el contrafilo de un hacha; fui el dolor de la gallina cuando las fauces quebraban los huesos y abrían la piel.