Memoria 93
12.11.2024 Una visita al museo. El sábado mi mujer propuso visitar el museo de Pedro Nel Gómez. Desde hacía unos días habíamos pensado hacerlo. En un momento dado pensamos ir a pie, pero cuando calculamos la ruta y la distancia nos dimos cuentas de que era mejor ir en carro. Nada más llegar a la comuna Aranjuez nos entró el desaliento por lo deteriorado del sector. Pero también estábamos desconcertados de que se hubiese construido un museo en un sector bastante deprimido social y económicamente y no creímos que fuéramos a encontrar gran cosa. Ya imaginaba un lugar, como la gran mayoría de los museos en Colombia, desangelado.
Nada más llegar por la parte trasera, encontramos un patio en tierra, el pasto medio crecido, arbustos y árboles que han crecido sin la intervención humana, y una especie de invernadero, muy maltrecho y cerrado. Había un hombre a la entrada, de baja estatura y por todas las señas mayor de 60 años. Tenía una camisa que en algún momento fue azul y un pantalón ancho de otra época. Cabello muy corto y canoso y actitud apocada. Preguntamos cuánto costaba la entrada y cómo era el recorrido del museo. Contestó que $8.000 sugeridos, podíamos coger algunos impresos e introdujo el billete en el bolsillo de su camisa como si fuera dinero de diario… Hizo un gesto con el brazo que fuéramos primero a la derecha, eso era todo. Y luego podíamos ver, en la construcción anexa, la casa del pintor. Y ya.
¿Y la cafetería?, dijo mi mujer que deseaba comprar una botella de agua o un café. Sí, abajo, dijo el hombre sin mucha convicción. Cuando quisimos pagar, tampoco tenía vueltas. Desde la pandemia, dejó de venir gente, dijo el hombre, pero ya están volviendo. Dejamos lo de la cafetería para después, seguros de que poco y nada prometía.
Subimos unas escaleras e iniciamos el recorrido. En la entrada, una imponente talla en madera de no más de un metro de alto, mal exhibida, y cuadros en las paredes, con la respectiva ficha técnica, bien elaborada. Luego pasados a las salas, amplias y muy bien iluminadas y con las paredes repletas de cuadros originales enmarcados adecuadamente, con una curaduría bien lograda. A medida que avanzábamos, crecía nuestra sorpresa por lo bien organizado del museo, pues semejante montaje debió requerir de enormes esfuerzos humanos y financieros y sólo estábamos mi mujer y yo.
Para nuestro disgusto, un hombre con un parlante a todo volumen en una de las salas. Daba clases de tango a una mujer vestida para la ocasión que sólo se detuvieron un momento al vernos pasar -mi mujer indignada, yo con ganas inmensas de sacarlos a patadas. Luego, pasamos al taller del artista, una gran estancia con murales de extraordinario tamaño y calidad, con las viejas herramientas de trabajo en unas vitrinas más o menos bien conservadas. Pasamos a la casa. Más o menos limpia, aunque con algunos papeles en el piso, pero lo exhibido, bien organizado. En el pasillo de la entrada, una mujer bastante joven sentada en una silla y que ya la habíamos visto vagar por ahí, se despidió con un gesto indeciso. ¿Y la cafetería?, dije sin esperar mucho. Ya cerramos, dijo.
Al salir para irnos, pregunté la hora a mi mujer. Las 4.20 pm, dijo. ¿No cierran esto a las 5 pm? Ya en la entrada, en donde estaba el viejo charlando desmañadamente con un par de personas que también ya habíamos visto por ahí, con la misma excesiva amabilidad conque nos había recibido, también estaba listo para que nos fuéramos, e insinuó que pronto iba a cerrar, pero justo en ese momento, mi mujer que es mejor observadora que yo, le preguntó qué era lo que había justo a mano derecha, y sin más nos dirigimos allá. Era nada menos que una gran estancia en donde se exhibían otros aspectos de la vida profesional del artista como arquitecto e ingeniero, los planos de los principales proyectos que llevó a cabo, incluido la construcción de su casa. En todo caso, por el número de obras, por la curaduría y la generosidad de los espacios, fue una experiencia maravillos.
A mano derecha por el pasillo, había una biblioteca espaciosa con el nombre de la esposa de Pedro Nel Gómez. Allí, frente a un computador encendido en una estación de trabajo como de secretaría, había un niño de unos 13 ó 15 años haciendo algo, y nadie más.
Nos fuimos.
***
No tengo idea quién o quiénes administran la Casa y el Museo. A mi mujer y a mí nos parece admirable que exista y no sólo eso, sino que pudiese ser gratuita la entrada. Como se despende de lo escrito arriba, no hay que ser demasiado agudo para ver que quien administra permitió, al menos ese sábado, que no sólo todo el complejo fuera ‘guiado’ por una persona que al parecer no le interesa su trabajo, que presta uno de los salones para que alguien dé clases de tango, y el complejo no se encuentre en buenas condiciones, ya que decir excelentes, no se puede.
¿Cómo es posible que un museo con semejante patrimonio cultural sea administrado de manera tan precaria cuando en las parees hay colgadas más 3.500 obras de arte originales? Es de no creer que un sitio como ese, repleto de arte, de vida y ejemplos de dedicación y trabajo ininterrumpido durante décadas, no sea más que un lugar mediocremente entendido por quienes al parecer laboran allí, y chapuceramente llevado. No tengo idea cómo deben ser las visitas guiadas, si es que las hay, pero la penosa sensación de haber visitado un lugar al que a nadie le importa, es desconsolador. Es incomprensible que los esfuerzos por sostener ese lugar sean destruidos por unas personas que, al parecer, no les tiene sin cuidado.