Memoria 92

Memoria 92

 

 

05.11.2024 Las edades del hombre. De la auto explotación. Estuve despierto desde no sé qué hora de la noche hasta no sé qué hora de la madrugada, en todo caso lo sentí bastante largo. Mi mujer se había movido mucho durante el sueño y había adoptado todas las posiciones. Ahora estaba boca arriba, estirada y los brazos encima de la cabeza. Estuve admirando su cuerpo ahí, blanco, muy blanco y muy bien proporcionado en la luz grisácea, y el edredón liviano a un lado. A través de la cortinilla del cuarto se veían perfectamente las luces de muchos edificios de la ciudad, así como incontables luces en las cimas de los cerros que todavía no sé cómo se llaman. En la calle había cierta quietud y un silencio muy distinto al de Bogotá hacia la misma hora. Un silencio del trópico, diría yo, con rumor de hojas húmedas de la masa de árboles al frente del edificio, y el siseo metálico y amenazante de una lechuza o de un mochuelo que se movía pesadamente entre las ramas. Miré insistentemente hacia fuera, pero no vi nada, y contrario a las últimas tres noches, no llovía. Pensé en muchas cosas, no dejaba de pensar en los cambios que ahora mismo mi mujer y yo estamos haciendo. También cruzaron por mi mente bastantes imágenes, toda una ristra, entre ellas la de un hombre narizón, ya viejo, viendo hacia el vacío, y se quedó flotando ahí. 

Pensé en las edades del hombre, teniendo como obvia referencia a Edipo y la Esfinge. Lo reflexioné más o menos así, aunque debo admitir que, en ese momento me salió mejor: “Nace ciego e inválido y tan frágil como un ratón, y no hace falta sino un vientecito frío o un descuido para que muera; luego camina en dos patas por el mundo, fuerte como un simio y medio ayudándose con las manos que casi rozan el piso para mantener el equilibrio, y al final de su vida, acurrucado en una rama o en un andén, semeja un pájaro incapaz de volar, pues carece de ímpetu para ello, hunde su nariz ganchuda entre las alas dañadas, y su vida acaba.” 

¿Qué puedo decir de esto? ¿No estoy simplificando demasiado la vida humana sobre la Tierra? En Edipo rey, la tragedia de Sófocles, no hay ningún trascendentalismo ni otro afán distinto al de mostrar que el destino de los hombres está en manos de los dioses y es imposible escapar de él, y si estamos ineluctablemente unidos a los dioses, los dioses así mismo dependen de nosotros para que su existencia tenga sentido y vivan, así sea de manera simbólica. Mas los dioses viven en un mundo material real desde donde pueden administrar todas sus potencias. No estoy seguro de que la vida de cada ser humano tenga un destino que dependa del ejercicio de las potestades de los dioses. Desde que leí Contrapunto de A. Huxley cuando estaba en la universidad, y por entonces tendría unos 20 años, memoricé un pasaje en el que decía “todo lo que sucede es intrínsecamente semejante a quien le sucede’, y entendí que el destino no existe y los dioses tampoco, y sí más bien que cada persona se forja su camino. He estado atento al actuar consciente e inconsciente de las personas y me parece haber visto que el aforismo de Huxley se cumple. Y tal aforismo, ¿no es otra cosa que puro pensamiento platónico del ‘conócete a ti mismo’? Pues de uno no conocerse en lo más mínimo, es lo mismo que dejar la propia vida en manos del azar, es decir de los dioses, ¿o es que no es lo mismo el puro azar, la contingencia, la casualidad, la fatalidad, del latín fatum, lo dicho por Dios + alis, relativo a; es decir, fatalidad: ¿no equivale a dejar que los dioses decidan según la ventura de su capricho, pues los dioses tienen atributos humanos y son rencorosos, caprichosos y volubles? Ahora bien, Jesucristo, a pesar de ser más consistente como debería corresponder a un dios –se supone que un dios no es caprichoso no sólo porque es perfecto sino porque es sabio y sublime–, ¿no tuvo que humanizarse? 

La paradoja está en que el hombre común no necesita conocerse a sí mismo: sólo necesita creer, creer en un Dios cuyas decisiones son ‘misterios que hay que dilucidar’, ‘pruebas’ que es necesario superar. Y cuando la persona ha interpretado ‘correctamente esas pruebas impuestas’ y encuentra su camino, resulta que no es su camino, el del ser humano desnudo frente a sí mismo, sino el camino que única y exclusivamente conduce a Dios. 

¿Por qué? 

¿Por qué en el cristianismo la persona no debe conocerse a sí misma sino ser y conocerse y reconocerse en el Dios? Es oscuro, en todo caso, eso de la entrega en cuerpo y alma a un Dios, lo que significa que la persona, a diferencia de aquella del mundo griego, ya no sólo deja su destino en manos de los dioses, o del dios, en este caso, sino que pone todo de sí mismo para no enojarlo y tenerlo siempre de su lado, para lo cual se compele a sí mismo, se vigila, se impone tareas y se fija días y horarios para ello; es decir, siguiendo por este camino y echando mano de la jerga contemporánea, se autogestiona, o lo que es lo mismo, se impone un proyecto gracias a la brutal parafernalia económica desarrollada gracias al capitalismo. 

La persona usa toda una iconografía como medio para acceder al dios, un dios que, con el paso de los siglos, ha devenido en elemento de cohesión comunal primero y social después; es decir, un dios transmutado en un ser político. ¿Es posible restituir al mundo laico toda la iconografía destinada a lo sagrado? No, es imposible. Además, ¿para qué? Si hoy la persona se realiza a través del dios, un dios político –como ya lo había observado W. Benjamin–, ¿qué necesidad tiene de conocerse a sí misma, o lo que es igual, de tomar el destino en sus manos sin seguir la doctrina de ningún dios? Me parece que ir por el camino de conocerse a sí mismo o de forjar un destino, además de ser un trabajo propio de héroes griegos, hoy casi que carece de sentido. ¿O es que acaso hoy alguien quiere sufrir castigos (tener en contra a los dioses), sufrir desventuras o calamidades? 

Claro que no. 

Lo que importa es el placer, la felicidad, la risa fácil, la banalidad, la vida sin otras preocupaciones que buscar y obtener bienestar. Se supone, como se ha dicho tanto y tanto en el ámbito de la escritura, que escribir salva. Desde hace un tiempo tampoco estoy tan seguro. ¿Salva de qué, de la estupidez, de anquilosarse por ejemplo? Eso es falso. Llevo escribiendo más de 50 años, y lo que me ha traído la escritura en términos prácticos, es castigos y pruebas que irremisiblemente me han impuesto los dioses, dioses celosos y vengativos. Si dejo la escritura y sigo leyendo plácidamente libros interesantes, libros de los filósofos, antropólogos pensadores y narradores que me gustan, quiere decir que, en este caso, la lectura me salva de la estupidez, de la parálisis y de la chochez mental. Mi mujer, por ejemplo, no escribe como yo ni tiene pretensiones de ser escritora, como yo sí lo he intentado, pero no es nada estúpida y es muy ágil mentalmente, es más feliz que yo y vive una vida más plena, pues me he convertido, seguro gracias a la escritura, en un cara de palo y en un aguafiestas. En todo caso, no creo que deje la escritura, pues me he acostumbrado a pensar con los dedos mientras escribo, y si algo me gusta es dejar que mis dedos opriman las teclas de esta máquina y salgan frases y oraciones que tienen mucho sentido para mí, sobre todo, y también para muchas personas. ¿No es extraño? Además, cuando escribo durante algunas horas, soy tan vanidoso y tonto que me siento reconfortado conmigo mismo, lo que no quita que, cuando leo tiempo después, me avergüence o me dé una palmadita en la espalda.

Dejar el destino en manos de los dioses se ha afirmado de manera recalcitrante a lo largo de los siglos xx y xxi, al punto de ser ya intolerable, pues ha empujado a las personas, en su primera época, no sólo a la esclavitud del trabajo para generar riqueza para otros, y en la segunda época, a la auto explotación por proyectos personales o de equipo. Sistema este último, como ya tantos filósofos de la era contemporánea lo han señalado –en modo alguno es una idea mía– auspiciado por la velocidad de la hiper conectividad y la hiper comunicación en las que los logros de otros en tal auto explotación genera tensiones interiores en quienes no lo logran y se hunden en la depresión. Los dioses que han empujado al castigo del fracaso a los que no alcanzan los resultados esperados en el intento máximo de auto explotarse para destacar sobre los demás, ya no están en el Olimpo ni en la Iglesia, son los de la de la depresión y del burn out, y son reconocidos por todos: son aquellos dioses rencorosos y sañudos que conducen al fracasado, al infierno del auto aislamiento y la auto exclusión. ¿Hay algo peor que eso? ¿Hay algo peor que ser expulsado por los dioses, que en suma es expulsarse de sí mismo, de la sociedad y de la gente que es feliz porque ha logrado explotarse lo suficiente como para mostrar algo, un mínimo o un glorioso resultado? El que no ha sabido auto explotarse lo suficiente y entrar al reino del bienestar, la velocidad y la superficialidad, en su codicia, odia a tanto al grupo de los excluidos como al de los incluidos y vive en un estancamiento personal, profesional y moral.  

Antes, se podía ambular por el mundo, ir a la deriva, viajar de un lugar a otro confiando en el favor o no de los dioses, como Odiseo, y al cabo del tiempo volver al hogar, aniquilar a los que pretenden arrebatárselo y luego tener una vejez tranquila rodeada de la familia y amigos. Cicerón, habla de la virtud como el mayor bien de los hombres. Ser virtuoso: bueno, honrado, sobrio y justo. ¿Odiseo fue un hombre virtuoso? Desde el punto de vista de Cicerón, sí. Desde el punto de vista contemporáneo, también. Desde mi punto de vista, no, pues primero lo desfavorecieron los dioses, y luego de muchísimos trabajos en los que demostró su valía (heroicidad, sentido de la justicia, valor, honradez, ingenio y sagacidad; pero también actuó de mala manera matando, robando y mintiendo), lo premiaron con el regreso a casa y el disfrute de una plácida vejez.

No hay que olvidar que la agudeza y la inteligencia, el valor y el sentido de la justicia sólo estaba reservada a los hombres sabios y la sabiduría era algo que sólo los dioses otorgaban según el linaje del que cada hombre provenía. Si en Odiseo los dioses ya lo habían decidido todo, Odiseo no es más que un muñeco cuyo destino está trazado por Tique (o Tiqué), la diosa del destino y la fortuna, y todos sus avatares estaban predeterminados.  

Uno diría, ¿no sucede lo mismo ahora cuando nuestras vidas están en manos de unas entelequias que se llaman Estados? O mejor, ¿una cosa informe que llamamos el ‘Sistema’? ¿Quiénes manejan hoy el Sistema? La verdad es que nadie lo sabe. Lo cierto es que hoy no podemos ir a la deriva ni ambular por el mundo esperando que los dioses nos favorezcan, muchísimo menos esos dioses que, sin ningún miramiento, si fracasamos en la aplicación de su regla máxima o regla de oro –la auto explotación–, nos conducen por el camino del fracaso hacia el infierno la exclusión. 

Somos simple materia orgánica frágil siempre, incapaz de valerse por sí misma, manipulable, desechable, cuya posibilidad sobre la Tierra ya no depende de nosotros mismos, sino del Sistema que se ha convertido un dios vigilante, vengativo y todopoderoso, dueño de nuestros destinos.

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