Memoria 71

Memoria 71

 

 

De la vida en pareja. Definiciones, idées reçues 1. A. Sonarse la nariz: tiene que sonar como una trompeta para que sea efectivo y el flujo de mocos sea expelido al clínex, si no, será una experiencia angustiante, disonante e incompleta, y la nariz permanecerá húmeda por dentro, durante largos minutos hasta su equilibrio interno se normalice. En ese caso, seguiré moqueando, mi mujer me mirará de manera recriminatoria. 

B. Tirarse un pedo: debe ser lo bastante discreto como para que a mi mujer no se le cruce por la cabeza la idea de un divorcio y a la vez piense que forma parte de nuestra intimidad, nos da risa cuando ella dice: apriete ahí, yo respondo: perdón por estar vivo. El “Apriete ahí”, lo he escuchado con frecuencia a su hermano, Camilo, cuando su madre se echa peditos y parece no darse cuenta de nada, aunque debe sentir un tremendo alivio.

C. Comer a deshoras: mi mujer es muy medida con los alimentos, no es garosa, no se excede nunca, come lo necesario, siempre buscando lo vegetariano, fresco y saludable. Es amante de las frutas y de lo natural. Por mi parte, soy más o menos lo contrario: aunque mido lo que como, soy garoso como lo era mi madre. “Igual que la señora Clara”, dice mi mujer cuando me ve enfrentado al chorizo, a la morcilla, a una jugosa porción de costilla de cerdo, a comida grasosa. A veces me gustan ciertas comidas grasosas pongo un poco más de aceite de oliva a la pasta, p. e). Devoro en las noches de fin de semana las sobras del almuerzo (que tampoco es mucho, como anoche, 4 muslitos de ala de pollo al estilo jerk). Es un placer solitario, pero descubro a mi mujer que me observa y dice: “¿Comiendo a estas horas?”. Me río, me siento un poco culpable. Mi mujer en cambio prefiere un puñado de almendras o unos taquitos, de los que me ofrece. Pero me caen gordos esos taquitos llenos que saben a cartón. Prefiero las yuquitas. La extensión de esta definición demuestra la importancia que le doy a la comida. Dediqué un par de páginas hace unas semanas para hablar al respecto.  

D. Papel higiénico: mi mujer usa un baño, yo otro, al mejor estilo burgués. Cada uno tiene el suyo. Ella mantiene el suyo impecable, y aunque suele estar atenta a la papelera, yo a veces me ocupo y saco la bolsita llena; ella pone una bolsita nueva, me agradece por haberlo hecho. Por mi parte, mi baño es más sucio: hay pelos de la nariz y de las patillas en el lavamanos, pelos púbicos en la taza del inodoro, me aburre pasar todos los días el cepillo con Decol por la taza y pospongo sacar mis papeles hasta que la papelera está al tope, lo que hace que mi mujer se ponga furiosa y, si yo no lo he hecho, ella limpia asqueada. Es el único lugar del apto. en donde hay un poco de suciedad y desorden. Al final, siempre me ocupo. 

E. Leer: en los primeros tiempos de nuestra relación, a mi mujer no le importaba eso decía que leyera hasta la madrugada, cosa que sucedía con alguna frecuencia. Ahora se arruncha, hace que ponga mi pierna entre las suyas desnudas lo que me gusta mucho, y se calienta conmigo mientras paso páginas y páginas de algún libro. Ella asegura que la luz de la lamparita no la molesta; y duerme, de hecho, ronca, pero está alerta: necesita tenerme completamente para ella aún en sueños, necesita total sosiego, sentirse amada y segura. Pero mi deseo de leer es más fuerte y sigo leyendo. De pronto ella se voltea, me da la espalda dormida y se agita en sueños mientras leo. Cuando apago mi lamparita, todo se calma, ella se calma. Al otro día dice que no se dio cuenta cuando apagué mi lamparita, pero dice que durmió pésimo. Así ha sido durante años. También he escuchado la pregunta, con cierto desconsuelo antes de acostarse: “¿Estás como un bombillo?” Es raro que no lo esté. Contadas veces dejo que el cansancio me gane y no leo nada, pero siento remordimiento por ser vago. Pienso entonces en que al día siguiente debo recuperar el tiempo y leer más. No existe nada peor en la vida que la ignorancia. Ni un día sin al menos una línea, es mi lema.

F. Ver televisión: “Pon lo que quieras”, le digo pasándole el control de la maquinita. Ella me responde lo mismo: “No, pon lo que quieras”. A mí me gustan las películas y series violentas europeas; ella prefiere los dramas en francés, la hostiga y la aburre enormemente ver violencia y escenas de sexo explícito. Yo odio las comedias, en especial las gringas, las latinoamericanas, no puedo soportarlas. ¿La gente cómo puede reírse con semejante basura? Otras veces, ella se pliega y vemos alguna serie violenta. Si se entusiasma, prepara pop corn, que le quedan deliciosos. “Estallaron todos”, digo viendo el recipiente como a rebosar de espuma. Mientras come pop corn, mi mujer se dedica a ver errores: de actuación, de argumento, de producción, de fotografía, etcétera. Yo le digo: “Se trata de cambiar de registro, mucho menos de alcanzar el nirvana y tampoco eso es  cine-arte,” o “Se supone que sabemos qué clase de basura estamos viendo, ¿no?”, comento fastidiado por sus comentarios. Ella no dice nada, pero al rato sigue con sus críticas. Es frecuente que, ante alguna atrocidad física contra alguien, ella se tape los ojos para no ver, o que duerma llena de aburrimiento. Lo que más disfrutamos son las series de cocina. La regla, es que ella dormite en frente del televisor e incluso ronque.

G. Mirarnos a los ojos: siempre lo hacemos, casi a cada instante del día. Es natural en nosotros. Nos miramos abarcándonos, sintiendo que cada uno se llena, durante la brevísima o prolongada mirada, del otro.

H. Alzar o mover las cosas pesadas: es mi tarea. La reconvengo cuando me entero de que lo ha hecho, o cuando la veo hacerlo.

I. Cocinar: en especial lo hago por y para ella, no se pueden repetir las mismas recetas, y con frecuencia toca improvisar, pues su gusto cambia con el clima. Cuando ella almorzaba en el colegio, yo preparaba bastante comida para mí, comía lo mismo todos los días algunas cucharadas, directo de la olla, frío, y salía para la universidad, sin ningún preámbulo. “Si viviera sola”, he oído hablar a mi mujer, “me mantendría a punta de fruta y una tostada con queso”. No dudo que pudiera ser así. Mi mujer sabe cocinar y cuando lo hace le queda delicioso. Pero detesta la cocina, la aburre. En dado caso, prefiere preparar galletas. Mi mujer tiene un cuaderno Cardenal de sus tiempos escolares lleno de recetas de la abuela y la familia, al que le ha pegado papelitos y hojas enteras con más recetas, pero hemos hecho no más 5. Es frecuente que ella ponga todas las ideas para un plato. Yo ejecuto, generalmente resulta perfecto.

J. Sexo: somos espontáneos; ocurre también en las mañanas de fin de semana, como aperitivo antes del desayuno o brunch, como diría ella. siempre tiene un toque de frescura, de delicadeza y exquisitez.

K. Levantarnos tarde, tardísimo los fines de semana: una extensión del principio del placer, en el más acabado sentido freudiano. Ella duerme en su mundo femenino y complejo, llano y profundo; yo, así mismo en mi mundo varonil; ambos bajo el mismo edredón, respirando el mismo aire, compartiendo la misma oscuridad o penumbra, el mismo calor, los olores de ella y los míos. ¿No es raro? Conversamos con mucha frecuencia en la cama. “¿Qué soñaste?”, dice ella. Por lo general, recuerdo los sueños, que suelen ser narrativos. Mi mundo es narrativo. Y a su pregunta: “¿Qué diría Freud?”, generalmente la respondo, otras veces, cuando la cosa supera mi arsenal de asociaciones, lo dejo para el desayuno, mientras doy vuelta en la cabeza. “¿Y tú?”, digo. Mi mujer sueña poco, es la única persona que he oído decir: “Era un sueño bobo, o desesperante, y me salí”. Me asombra: ¿cómo es que uno puede salirse de un sueño? Mi mujer se vigila rigurosamente a sí misma. Jamás desayunamos en la cama, mi mujer lo detesta. En todo caso es una práctica tonta y decadente.

L. Vivir con lo que tenemos a la mano; nos levantamos al mediodía, improvisamos también el 90% de las salidas. La pasamos bomba. Usamos lo que hay en la nevera, cambiamos de menús intempestivamente. Nos adaptamos al clima, yo mejor que ella. Si hay sol en la terraza de la finca, preparamos un Campari y picamos algo. Conversamos, conversamos de diversos temas. Nunca nos aburrimos. 

M. Caminar juntos. Lo hacemos a pesar de mi pereza, soy sedentario; ella, dinámica, dispuesta siempre a ponerse la camiseta y hacer cosas. Ambos lo disfrutamos. Siempre ha habido circuitos bien definidos por ella y el tiempo que toma cada uno de esos trayectos. Ella cuida de no abusar de la caminata, si me ve con buena disposición, hace que la caminata, que debía ser de una hora, sea de dos. Una vez, en Bucaramanga, atravesamos a pie casi toda la ciudad. Es una de las caminatas más largas que hemos hecho a pleno sol, conversando.

N. Estar solos: no por mucho tiempo, necesitamos contacto físico. Siempre nos estamos tocando o comentando algo. Pero también nos desaparecemos por horas mientras cada uno está en lo suyo, para estar solos. Procuro no hacer ningún ruido y asimismo ella, pero ella tiene el oído demasiado fino. Y olfato de Pastor alemán, que siempre me sorprenden. 

Ñ. Café: ella, dos veces al día; yo, tres o cuatro. Para ambos es irresistible, para mí más. Ella es casi, casi más de té. Yo, de café. Me cae gordo el té.

O. Patrullar: es algo heredado por parte de ella: vigila que las cosas de la casa estén dentro de sus parámetros generales, que se han hibridado con los míos, lo cual es un principio de nuestro buen entendimiento; está al tanto de mis horarios de clase, formula preguntas sobre los estudiantes, el ambiente de la U, si hablé o no con X o Y; vigila que no me duerma viendo tv un viernes, un sábado en la noche; hace que esté al día con mi plan de salud; se esfuerza para que deje el cigarrillo, aunque a veces me trae una cajetilla por complacerme; preferiría que yo fuera vegetariano, a pesar de que ella sabe que para mí es una impostura, aunque no en ella. También vigila que la quiera, que sea sincero, a pesar de que lo sabe de sobra. Vigila mis sueños. Vigila que esté bien. De pronto golpea suavemente en el estudio en donde trabajo, me trae una taza de café con un chocolatico cuando no lo esperaba. Mi mujer también vigila que tenga buenas lecturas, cuando iba al colegio, de pronto llegaba con un libro viejo o recién comprado segura de que yo no lo he leído; casi siempre acierta. Mi mujer vigila que nadie me moleste, que nada me perturbe, si ocurre, también la perturbaría a ella.

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