
Memoria 67
21.05.2020. “El narrador cada vez está más cerca de la consciencia del personaje”. ¿Para mí es una imposibilidad técnica? ¿Esta afirmación es un mero tecnicismo? Es indiscutible que suena muy bien en el estudio que hace J. Frank de Dostoievski. Dudo que Frank, después de la durísima carga que se echó encima al escribir una biografía con todos los fierros sobre Dostoievski, tuviera tiempo para escribir un relato, o algo que se le pareciera, ni una novela, no consta en ninguna parte. ¿Qué hacemos los escritores cuando construimos un personaje y pretendemos que sea profundo, poderoso en sí mismo, con gran carga sicológica? Hablar de nosotros mismos, pues somos la única consciencia que ‘conocemos’ íntimamente, de primera mano, sin ninguna mediación del lenguaje, es decir, sin ninguna mediación cultural, siendo lo que somos, a veces de un modo descarnado, cruel. No conocemos íntimamente la conciencia de nadie más, ni siquiera la de la persona o personas que amamos, o decimos amar. ¿Qué quiere decir Frank cuando escribe: “El narrador cada vez está más cerca de la consciencia del personaje”? Es una cuestión bastante compleja porque, entendida en ese contexto, la afirmación es ambigua. ¿Dostoievski está por fuera del personaje creado y cada vez más se acerca a ese ser hecho de palabras hasta llegar a los límites de su consciencia, la del personaje? ¿El personaje tiene consciencia de sí mismo y Dostoievski, el narrador de Dostoievski, cabe aclarar, pues no son lo mismo, se acerca cada vez más a su mundo interior? Esto quiere decir, que, desde el principio, el personaje ha sido creado como de barro ‒como una especie de Golem, ahora lo pienso‒, y que ese personaje hurta, esconde su consciencia a su creador. Nosotros no podríamos hurtar nuestra conciencia a un dios. No funciona de esa manera. Frank se equivoca. Los personajes en las novelas no nacen hechos, terminados de la noche a la mañana. Ni se les va rellenando de conciencia o de inconsciencia como a un muñeco. Son seres con un pasado, un presente y un futuro, no son hombres de barro ni golems. No son autómatas a los que se les va dotando de personalidad. No es así.
Una de las muchas reglas o condiciones de la creación narrativa ‒soy furibundo seguidor de Schiller cuando dice: ‘el arte crea sus propias reglas’‒, es que no existe, como en la creación poética, el genio (una excepción es Beckett) que, de una sentada, escribe un relato o una novela. Ni siquiera Kafka ‒un genio‒, que escribió “La condena” de una sentada la noche del 22 al 23 de septiembre de 1912, entre las 10 de la noche y las 6 de la mañana, escapa a esta ley, regla, condición, como se le quiera llamar. Georg, el protagonista de este bello, complejísimo y poderoso relato, está sacado de las profundidades de Kafka. Unas profundidades que se vinieron elaborando lentamente, a lo largo de los años, y quizá tiene su origen en la niñez del autor, cuando menos unos seis años atrás. Ningún personaje, en absoluto, se crea de la noche a la mañana. Ningún personaje al que se le merezca atribuir una ‘consciencia’. La posición de Frank, nuestro biógrafo de Dostoievski, es triple. La del autor del estudio sociocultural gringo de la época de Dostoievski, la del biógrafo minucioso, y la más tenaz, la del crítico literario norteamericano que se dedica a estudios eslavos. De ahí que crea que un escritor se puede acercar a la consciencia de sus personajes. Un escritor de la talla de Dostoievski saca a los personajes de su interior y, para esconderse, los moldea con retazos de personas conocidas, incluso utiliza periódicos amarillistas donde leía sobre sucesos escabrosos para hacerse una idea del ‘alma rusa’. Verbigracia, de la consciencia rusa. No es que el escritor se acerque a ninguna consciencia, es la consciencia misma de cada personaje. Es distinto a que el autor poco a poco entregue más de sí mismo y se hunda en las raíces de lo que narra su inconsciente. Cuando el escritor escribe se transfigura, no es cien por ciento consciente de sí mismo, de ahí el poder catártico del arte. Si no existiera ese arrobamiento o ensoñación, como quería Bachelard, ese salir de sí mismo, no sólo no habría catarsis, sino que los personajes serían de barro, muñecos, golems que necesitan algún tipo de ‘soplo’ o marca en la frente para que vivan o mueran.
Es más bien el tipo de narrador que escoge Dostoievski. Frank, debo admitirlo, lo dice, pero no como si fuera fundamental. El lenguaje del narrador y del personaje lentamente se funden, se convierten en uno solo. Un narrador en tercera persona que imposta, mediante el lenguaje, el punto de vista de un narrador en primera persona. Y ¿por qué hacerlo, por el mero dominio de la técnica? Sí, y por algo más. Frank cree que la escritura creativa es ‘inspiración’, pero ignora también que es autodescubrimiento, que es reconstrucción de sí mismo. ¿Qué es lo que el escritor (de primera línea) descubre cuando escribe? Facetas, facetas, a falta de una palabra mejor, de sí, matices, dimensiones, honduras, cualidades y aspectos horribles de sí mismo. De la riqueza interior de cada escritor, de su vasta o pobre experiencia humana, depende la multiplicidad, la variedad y la calidad de sus personajes. La experiencia humana de Dostoievski sí que era vasta.
En todo caso, estas palabras no sólo expresan mi profunda envidia por el trabajo de Frank, envidia y antes que pura envidia, una gran admiración. Que haga una lectura puntual sobre un tema puntual, chiquitico, como escritor, es un mero ejercicio de reflexión. Una y mil venias a Frank.