
Memoria 68
Gusanillo del desaliento. Mi mujer y yo. He dejado a mi mujer en la cama. Me he deslizado como una culebra bajo el edredón, mientras ella roncaba. Boca arriba, en medio de la oscuridad del cuarto, pensé escribir sobre los románticos alemanes y los simbolistas. Algo serio, reivindicar la babosada que escribí esta mañana. Luego pensé en otros temas. Todo en calma. Primero saqué una pierna, luego los dos pies. Los metí entre los suecos de casa, en seguida recogí mi pijama del suelo: camiseta, pantalón, chaqueta caliente, medias térmicas. Me dominaba el deseo de escribir. Me vestí en el estudio sigilosamente, apagando cada ruido, necesitado yo de que ella no se despertara, que durmiera y descansara de su día difícil. ¿Se habrá dado cuenta de mi escapadita? Preparé café. Tenía en mente varias cosas, y un gusanillo de desaliento. Fumé echando el humo por un resquicio de la puerta ventana del balcón, mientras el café subía en la Pedrini. Quería estar lúcido, despejado. No lo he logrado. El café no fue suficiente. Todo el tiempo frente al computador fue una perdedera de tiempo. No escribí nada que valiera la pena.
Esta mañana, en el desayuno, mi mujer dijo que se dio cuenta cuando salí del cuarto, fui a preparar un café, y luego, cuando regresé a su lado en puntas de pie.
En todo sentido, he fracasado.
***
He cogido la costumbre, ya no recuerdo desde cuándo, de acariciarle suavemente la nuca y la mejilla a mi mujer mientras desayunamos y le pregunto si ha dormido bien. Ahora dormimos más, a veces 8 o 9 horas, los fines de semana 11 horas (al menos yo). Ahora permanecemos más tiempo en la cama, a veces conversando, otras, fuerte o simplemente abrazados. También nos tocamos más. El contacto físico es más frecuente. ¿También en ese sentido hemos profundizado en la relación o somos simplemente un par de pegotes?