Memoria 64

Memoria 64

 

 

12.12.2019. No poder escribir. Desde que salí a vacaciones de la U, hará unos 10 días, he escrito poco, no más de dos páginas, de Todo se destruye. Me he sentido pésimo, deprimido. En realidad, no debería haber disculpa para no aprovechar el tiempo. Lo he aprovechado poco, es verdad, pero me ha ganado el desánimo. He tenido escasas horas de verdadera sintonía con la novela. El problema soy yo. Cuando abrí el archivo después de varios meses de tenerlo quieto, me sorprendió agradablemente el buen tono y el buen ritmo, así como el lenguaje, la historia y lo que la sostiene. Creo que estos elementos esenciales son maravillosos, se nota en el arranque y en el desarrollo de la historia. De hecho, tiene tan buen tono y tan buen ritmo, que nada más empezar a leerla, siento ganas de escribir. Pero no he tenido la suficiente fuerza interior. Me dejo llevar por aquellos famosos ‘estados crepusculares’ de los que hablan los expertos. ¿Por qué? Desde la primera línea, en Todo se destruye, a mi modo de ver, se respira poder narrativo, autoridad narrativa, fuerza que hace que uno se enganche en la lectura. Es una novela a la que le he dado vueltas en mi cabeza durante este año, de la que llevo escritas unas 10 p., nada más. No es nada para un trabajo que debería estar en el orden de las 300-400 p. Cuando pienso en esta novela y como la llevo ahora, me hace sentir mal no sentarme y dedicar todo el día a escribir. Lo habría podido hacer, sumando aquí y allá, unos cinco días. Pero he preferido ponerme a leer, a ver si salgo de la depresión. Es un círculo vicioso y me pone mal.

El sábado, mi mujer se dio cuenta de que ando con un tigre. La cosa estalló en la mañana. Tuvimos una discusión agria en la que me pidió que le dijera qué pasa. Me hice el idiota, no le dije nada, me porté como el idiota que soy. Al final, sabiendo que era mi culpa, me acerqué a ella y nos fuimos, un poco tarde, a ver lo de las sillas del comedor que mandamos a hacer, y a la exposición de algunas obras de Jaime Manzur. Todo fue idea de ella. Aprovechamos para tomar un café en el Mambo y ver lo de las lucecitas navideñas del Centro. Pero había tanta chusma y tanta suciedad, que insistí en que nos fuéramos. No estaba yo para ver el lado bueno de eso, si es que lo tiene. Nos vinimos al apartamento y preparamos una comida deliciosa. Pero la depresión seguía ahí, silenciosa e insidiosa, mostrándome su rostro en mi horrible rostro de hombre encorsetado por una interioridad idiota. ¿Cuándo se me quitará esto, se trata de madurar, simplemente? ¡Ufff! La semana entrante, seguramente, estaré mejor. Luego será navidad, el 25 el viaje a la costa con mi mujer por tierra, cosa que me entusiasma. Me gusta mucho, como se dice, coger carretera. Todo se disparará para el año entrante. 

Tengo pendiente escribir Elogio de la edad madura, pero necesito fuerzas para hacerlo. Hay un par de buenas ideas que me rondan.

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