Memoria 61

Memoria 61

 

 

Un día común. Otro día de paro. Otro día perdido para mí, al menos en lo que tiene que ver con lo de la universidad, y una semana más que se aplaza el momento en que quiero sentarme a escribir Todo se destruye. A pesar de haber dormido bien, de que me levanté hacia las 8.30, tengo en huesos y músculos cierto cansancio. Mi mujer se levantó más temprano, por supuesto. Entre sueños, hacia las siete, dijo que iría a estirar, le respondí con un gruñido, pero se pegó más a mí, me abrazó y me dio besos en la espalda, hasta que me dormí. Luego vino a despertarme. Yo soñaba profundamente algo relacionado con la universidad, no recuerdo qué. Muy lentamente comencé a salir de las profundidades del sueño. Mi mujer se arrodilló en el colchón, se inclinó para besarme. Levanté pesadamente la mano y acaricié su piel tibia y suavísima, luego dejé caer la mano pesadamente, sin energía. Ella hizo que otra vez le pusiera mi mano hirviendo en su piel, y la dejé caer de nuevo, como un muñeco. Nos besamos. Ella fue a abrir el black out y la cortina y el velo. La luz blanca llenó el cuarto. Me quedé deslumbrado por la claridad, tendido bocarriba, sintiendo presión en los párpados, sin ganas de levantarme. Entre tanto, mi mujer funcionaba. Regresó a la cocina. “¿Comemos peras?”, dijo. Síii, respondí pensando en aquellas enormes peras nacionales que llevaban una semana madurando en la canastilla. Mi mujer hacía otras cosas. Se movía de allá para acá y viceversa llena se energía y dinamismo. “¿Qué tanto hace?”, pensé estirando mis brazos y piernas. “Tengo pilates a las 10”, dijo. “Ah”, respondí, “dúchate que yo me encargo”. “No, lo hacemos juntos”, dijo. “Ajá”, dije. Hice un esfuerzo, me levanté.

Mi mujer, luego de ir a pilates en la 116, irá a sacar su pasaporte colombiano a la Cancillería de la 100. Preferiría que no fuera, pero la idea se le ha metido en la cabeza. Durante el desayuno, explica que ha sido un lío conseguir cita para lo de su pasaporte suizo. La tomo del pelo. “No me has preguntado si mi pasaporte está vigente”, digo, y agrego: “Supongo que si pasado mañana esto estalla coges un avión y te vas. ¿A dónde vas a ir?” “No me voy a ir a ningún lado sola. Nos vamos juntos.” “Sí, pero no me has preguntado ni una vez si tengo el pasaporte al día”, digo para molestarla, porque me preguntó no hace mucho. Y cometo el error de preguntar: “¿Para dónde te irías sola?” “No me voy a ir sola, nos vamos juntos. Y ya déjate de suspicacias”, responde molesta, “además sí te pregunté por tu pasaporte, el otro día”. “¿Ya averiguaste si hoy la Cancillería está abierta? ¿No sería mejor averiguar primero?” “Miro en el celular después de pilates”, responde ella. “¿No es mejor averiguar de una vez?”, insisto, “no me parece buena idea que vayas”. “En todo caso, para que estés tranquilo, si veo que hay algún problema te llamo.” “¿Me vas a llamar en medio del problema, cuando agarren la camioneta a pedradas, por ejemplo? ¿No es mejor prevenir que lamentar?”, aguijoneo. “No hay ningunas manifestaciones en la 100”, afirma. “¿Vas a pedir asilo político si la cosa se pone fea?”, digo y estallo de risa por dentro. “No seas bobo. Ni siquiera tengo el pasaporte al día. Deja de decir pendejadas. Quiero decir que me vengo para acá”.

La luz blanca se refleja con intensidad contra las blancas nubes de los cerros. Debe estar lloviendo hacia el oriente, en Chapinero y en el Centro. La luz nos deslumbra mientras desayunamos. Observo la avenida Suba. Hace una semana los manifestantes, a pie o en bicicleta, caminaban por los carriles de Transmilenio y por la vía de buses, ‘empoderados’, ni más ni menos. Hoy no. Hoy el servicio opera normalmente, aunque el tráfico es de baja densidad.

Como de costumbre, limpio los tenis de mi mujer, los que se va a poner hoy. Los dejo impecables. Deseo que se vaya rápido, que coja la cartera y el morralito con lo de sus pilates para sentarme a trabajar. Siento ansia de sentarme a trabajar, de no aplazar nada, de arrastrar mi cuerpo con músculos y huesos cansados, sentarme, sentarme y no volverme a levantar. 

Bajo la cortina del estudio para disminuir el reflejo de la luz intensa que viene de afuera. Es una manía. No gusta la luz de la mañana ni de la tarde ni en general la luz natural demasiado blanca. En cambio, me gusta la luz de las 5 de la tarde en adelante, cuando abro la cortina romana del estudio a tope y observo reflejada la luz violeta sobre el filo de los cerros Orientales.

Cierro la puerta del estudio. Me pongo una manta sobre las piernas, una manta roja térmica. Me siento descompensado. Pero ya se me pasará, siempre funciona sentarme a trabajar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *