Memoria 59

Memoria 59

 

 

26.11.19 Un sueño, y mi interpretación. En la madrugada de ayer, tuve un sueño. Estaba en un campo hermoso, verdísimo, con montañas no azuladas sino muy verdes a distancia media, hacia donde se extendía un potrero extenso, muy verde y brillante también. Había un poco de rocío. Eso quería decir que era temprano en la mañana. Había calma, mucha calma y algunos animales, creo que un perro, por ahí. También había una cerca a unos cinco metros de mí. La cerca era burda, de unos tres metros de diámetro, en donde había un perro negro. De repente, suavemente, cayó del cielo un ternero hirsuto como si recién lo hubieran parido, pero tendría tres o cuatro meses de edad. Me maravillé de que ocurriera. Sentí, lo sentí porque no vi el rostro ni su figura, la presencia de una mujer. Al instante se abrió un agujero en el cielo, irregular, como en las películas, pensé. Por el agujero, rayos luminosos cayeron perpendicularmente sobre el potrero. Fue cuando empezaron a llover terneros similares al primero, muchos terneros. Grité a mi madre que saliera y viera lo que estaba ocurriendo. Era absolutamente maravilloso, me llenaba de gran paz interior y de alborozo. Estaba exultante, no dejaba de gritar a mi madre que saliera a ver lo que yo veía: ese paisaje rabiosamente fresco y natural y el suceso extraordinario de terneros paridos por el cielo. Mi madre estaba joven. Tenía el pelo –que siempre fue rubio–, castaño oscuro y vestía uno de esos vestidos asexuados, como un tubo que le iba abajo de la rodilla. Ella salió y miró. Pensé enseguida que ojalá vinieran los científicos, vieran, estudiaran y explicaran lo que ocurría, el por qué de aquel aguajero en el cielo, los rayos verticales luminosos y la lluvia de terneros jovencitos e hirsutos. Ahí desperté.

Pensé en lo extraordinario del sueño. Mi mujer estaba a mi lado, respirando suavemente. Busqué su mano bajo el edredón. Sentí que estaba despierta, pero no quise contarle el sueño enseguida, en breve tendríamos que levantarnos. Me dije que lo haría durante el desayuno, cosa que hice. Desde que desperté no he dejado de preguntarme por el significado de ese sueño, me desconcertaba. ¿Qué significa? “¿Qué diría Freud?”, preguntó mi mujer cuando se lo conté. He necesitado de un día para dar algún tipo de explicación a esas asociaciones complejas que se conjugaron en un rapto onírico, cuando caí en el sueño profundo. Antes, en toda la noche, no había soñado nada que pudiera recordar con claridad. Hoy, podría interpretarlo de la siguiente manera: Freud tenía suficientes pruebas analíticas para pensar que los estados psíquicos primitivos pueden ser restablecidos de manera cabal, sin lugar a duda. Yo, haciendo un análisis burdo, podría interpretar que aquellos terneros hermosos, jóvenes, perfectos, paridos por el cielo, símbolo máximo de pureza y divinidad del cristianismo¿, teniendo como protagonista la apertura (la gran vagina cósmica, paridora, el gran canal), que caían al potrero suavemente como en un colchón, casi en cámara lenta, representan mi psique primitiva, la que he negado durante décadas. Psique que he deseado evolucione y se despoje de toda trampa supersticiosa y religiosa, y se dirija hacia un materialismo que niegue todo milagro y toda explicación irracional de los fenómenos. El esplendor del verde dominante de la grama, es símbolo del mundo primitivo, de la pureza y del poder de lo natural. El verde es uno de mis colores favoritos, y el verde vegetal, resplandeciente, el deseo interior de pureza cósmica conectada mediante los rayos solares. La presencia de mi madre joven ataviada con un. vestido asexuado-virginal quizá en el sueño yo también era joven, no lo recuerdo, y mi deseo de que presenciara semejante portento, es fácil de interpretar como una ofrenda de amor absoluto que no podía dar yo, sino algo infinitamente superior. El recuerdo de mi madre se ha acentuado, como siempre en esta época, porque en unos días sería su cumpleaños, y me duele que haya fallecido, no hace mucho. Últimamente he deseado que ella hubiera vivido una vida mejor, más llena de alegrías, que no llegara a la vejez avanzada con tantas dolencias, con sufrimientos de todo tipo. Es sentimiento de culpa por no haberle dado más, por no haber podido o querido hacerlo. El sueño profundo me llevó a un estado psíquico tan profundo, que restableció mi psique primitiva, la de aquellos tiempos cuando yo era un niño y me alborozaba con facilidad. Estaba enamorado de mi madre joven y bella, deseaba con todo mi corazón que me amara, pero nunca sentí, por parte de ella, ese amor exclusivo, pues estaban mi hermano y mis siete hermanas, una manada, una manada de terneras. Mi deseo de que llegaran los científicos, analizaran y explicaran lo que estaba pasando, que en el sueño para mí era sobrenatural, es la lucha que libré en mi adolescencia y juventud por lo religioso y lo místico con lo racionalista. Supongo que esa especie de éxtasis que sentí al ver todo aquello, es un remanente de la libido reprimida del fin de semana. Mi mujer y yo, por diversas circunstancias, y como cosa extraordinaria, aplazamos el goce de nuestros cuerpos, goce que, secretamente, cada uno aplazó como en una especie de juego, cosa que a veces hacemos. Las delicias de la madurez. De ahí que, en el sueño, también pueda interpretarse el flujo de rayos centelleantes como el gran falo, poderoso, creador de vida en su forma animal (terneros), arcaica, lo que indicaría una represión mía aún más profunda. El corolario de este último razonamiento se vincula con la psique primitiva procreativa, el ansia de asegurar la trascendencia genética. Cuando conocí a mi mujer un día le dije que, si algún día quisiera tener otro hijo, sólo sería con ella. No pasó de ser un mero piropo.

No me sorprendería que, en todo lo anterior, estuviera equivocado. 

Bien visto, no hay que analizar nada y sí más bien gozar de las emociones de ese sueño.

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