Memoria 55

Memoria 55

 

 

Lou Andreas-Salomé presentó, el 7 o el 8 de septiembre de 1913, en Múnich, ante Freud, a Rilke, supongo que su amante de esa época, que acababa de pasar una temporada en España. “Me alegré de poder llevar a Rainer ante Freud, y simpatizaron…”, dice en su Diario. Al leer esto me da una punzada de auténtica envidia, una de esas envidias que casi hacen daño. Y al ver esa bruma sobre Bogotá, me duele todavía más. Así debía ser la bruma muniquesa de la época. Según mi punzada romántica e idealizada, he ahí a tres genios que se encuentran de manera amable luego de un congreso de psicoanálisis en Múnich (en el que Jung rompe definitivamente con Freud). Gente sin arrogancia que se presenta y habla, cada uno de temas interesantes. Gente que representa lo más granado del pensamiento europeo del momento. Recuerdo una foto de ella, en su cincuentena, con la cabeza y la cara pesadas. El pelo rubio, abundante, echado hacia atrás, partido por la mitad. Los ojos separados, los labios carnosos, la barbilla firme. Con esa expresión de inteligencia y de brutalidad en toda su expresión, lo que es todo lo contrario de cómo era ella de joven, un bomboncito. Pero he sentido envidia dolorosa no por ella joven y atrevida, a reventar de estrógeno y progesterona. Es una envidia que aguijonea porque es excesivamente idealista. En realidad, Rilke nunca congenió mucho con Sigi, sólo fue amable con él. Es famosa la foto escandalosa de 1890 y pico. Lou, en medio de Paul Ree y Nietzsche, los tres desnudos, Nietzsche con una erección, cómo no, y el miembro de Ree, agachado, en la mano derecha de ella (ninguno de los dos la posee nunca, a pesar del triángulo amoroso). Ree con los dedos índice y pulgar pellizcando el pezón derecho de ella, abiertamente provocadores, teatrales. Me da envidia del ambiente de la época. Freud debía tener más de 55, Rilke 37 años, más o menos (le quedaban unos 13 años de vida), las condiciones estaban dadas para grandes encuentros entre personalidades. La mejor época del psicoanálisis. Viena, Múnich, Berlín, Praga. Praga, a pesar de las quejas de ese Brod porque la consideraba una ciudad mediocre; Nabokov, detestaba Praga (pero el gobierno lo amparó con su madre y sus hermanos y encima les dio plata con qué vivir), un desagradecido. Hervían de conferencias, publicaciones, ‘contribuciones’, es decir, de todo tipo de artículos científicos y artísticos que se leían todos los días. Aún no existía la televisión, por fortuna. También es una especie de época dorada de la física y de la química, de grandes descubrimientos. Me da envidia porque no podré jamás acceder a ningún encuentro con escritores y pensadores de tal categoría. 

¿No debí irme de este país fracasado hace mucho para lograrlo? La paradoja reside en que nunca habría escrito mis novelas de haberme ido. ¿Lo habría hecho mejor en otro país? No lo sé, es la duda que me carcome. Aunque a veces pienso que habría sido imposible sin la experiencia de los últimos 15 años, lo que he leído y estudiado ha sido clave para desarrollar mi propio estilo; de otra manera, no sé cómo habría sido. A veces pienso que, de haberme ido, habría encontrado más rápido mi camino, aunque no estoy convencido de ello. Ser tan local es la peor de las desgracias. Aunque no sé hasta qué punto cuán local soy. Lou Andreas-Salomé era rusa. Desde que se fue de su país a los 21 años, permaneció en Europa hasta su muerte. La influencia más fuerte en ella, antes que Nietzsche, fue Freud. ¿Es un cliché que haya que huir de un país para ser mejor escritor? Es posible. Siento dolor ante lo que nunca será. A pesar de la severidad de sus escritos y del rigor de su mundo intelectual, Freud era un hombre asequible, afectuoso, cortés, que sabía admitir los logros de los demás (los que estaban debajo de él), y, sobre todo, siempre estuvo dispuesto a escuchar, no hacer vaniloquios, tan caros a nuestros ‘intelectuales’ colombianos y suramericanos. Aunque también debo reconocer que Sigi era un hombre obstinado, no admitía sus equivocaciones, emprendió guerras tenaces con sus contradictores y con los que se atrevían a cuestionarlo. Sin embargo, ¡cómo me habría gustado conocerlo! La verdadera envidia dañina es esa: seguramente habríamos simpatizado…, pero por un tiempo, y seguro él me habría convertido en su enemigo por yo no ser afecto a ninguna ideología, a ningún -ismo, ni a ninguna personalidad. Me sorprende que Lou Andreas-Salomé, una mujer tan inteligente, haya sido adicta a Freud hasta la muerte de ella en 1937. ¿Por qué desde que leyó a Freud creyó tan ciegamente en el psicoanálisis y siempre despreció a los críticos de Sigi? Es mejor no profesar ningún credo. Es impredecible qué habría sucedido con ella de haberse quedado en su país. La revolución bolchevique hizo que miles de intelectuales rusos emigraran a Europa, la famosa ‘migración blanca’. Quizá ella también habría migrado, después del 1917, como Nabokov, Bunin, Bulgakov, Zamiatin y muchos otros más. ¿La habría impactado Freud de la misma manera? Seguro que sí, ya desde la década de 1890 había comenzado a leerlo y lo admiraba. Muchos otros escritores se han ido de sus países por diversas razones, A. Mutis, Cortázar, Beckett, Joyce. Como Carpentier, por ejemplo. ¿Su estancia en París, entre 1928 y 1939 convirtió a Carpentier en mejor escritor? Creo que sí, y, en cierto sentido, pervirtió su estilo. ¿Por qué?

Me estoy desviando del tema. Lo importante aquí es mi envidia, mi nostalgia por los verdaderos círculos intelectuales. Los que hubo aquí, en esta seudo Atenas suramericana, fueron de pacotilla. Y los de ahora, una pacotilla peor. Una lástima.

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