
Memoria 56
Culto a la personalidad, antes que al libro. Raspé la última cucharadita de café del frasco, la cantidad precisa para un café poderoso. Pensé en El coronel no tiene quién le escriba; menos mal no soy el Coronel. El café instantáneo es para hacerlo con leche, en agua, sabe horrible. En comparación, un café bastante elegante. No tengo ni traza de influencia de García Márquez en mi escritura. García Márquez no hizo más, durante toda su vida, que buscar el culto a su personalidad y a su única gran su obra, cosa que la ensombrece y lo ensombrece a él. Los periodistas colombianos, han contribuido a ello. El culto a la personalidad es algo que llegó para quedarse. A principios del siglo xix, cuando nace la figura del escritor como intelectual, la del observador fino de la sociedad y de su tiempo que daba cuenta, en artículos de opinión, e incluso, en conferencias, del estado de la sociedad del momento, del ser humano de la época ‒consecuencia todo esto de la industrialización y de la nueva literatura realista‒, con los grandes escritores sobre todo ingleses, franceses y alemanes, se da un impulso a la figura del escritor y a su papel dentro de la sociedad. Por desgracia, ese observador del hombre y su medio, ese analista de las fuerzas de la contemporaneidad que le toca vivir, se ha ido diluyendo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En parte, gracias al cine; en parte, gracias al renovado entusiasmo de oriente y Occidente por hacer la guerra; en parte, por el resurgimiento económico y el afianzamiento del capitalismo y del modelo neoliberal. Esto, para dar solidez a ese personaje detestable que es el autor convertido en ídolo, en héroe, en un ser superior al que se debe ‘escuchar’ sólo porque, por las nuevas estrategias de marketing, las ventas de sus libros lo elevan a un estatus económico superior al del promedio. Que el culto a personalidad haya cedido al culto ‘áurico’ (en el sentido de Benjamin) que debería generar la obra por sí misma, es parte de la decadencia de la obra literaria como obra artística. Grandes escritores del siglo xx, como Proust, Kafka, Joyce, y Faulkner, Walser, Musil o Virginia Wolff, o Guimaraes Rosa, Onetti, nunca buscaron que la gente, en general, los adorara ni comprara sus libros porque ellos estaban de moda. No porque el autor estuviera de moda y se tratase de una ‘personalidad’. Los libros se sostenían por sí mismos, el autor estaba más o menos tras bambalinas. Importaba era el nombre, un ente más o menos abstracto. No estaban las fotografías de sus caras en todas partes. Sus frases hechas. Lo que contribuyó a darles cierto aire de misterio. No es que yo sienta nostalgia por aquellos tiempos en los que parecía que todo era ideal, no lo era. Pero había una literatura poderosa. ¿Por qué hoy no? ¿Es que ya todo está dicho, inventado o descubierto? ¿Ya la literatura llegó a su límite? Pero esa es otra historia. Sigamos. Por ejemplo. Vargas Llosa. Vargas Llosa escribió bien hasta que le dio por lanzarse a la presidencia en Perú, en 1988 o 1989, y perdió. Lituma en los Andes es su última gran novela, la novela de un hombre que ha sido derrotado, al que le escuece esa derrota. Es la obra con que le quiere demostrar al mundo que, si bien derrotaron a su personalidad como político y mesías de su país, no lo derrotaron como escritor, de ahí la calidad de esa obra. Después de eso, 8 novelitas de aeropuerto ‒se dice que en Tiempos recios vuelve a sus buenos días, no la he leído, temo llevarme otra decepción, aunque la voy a leer‒ que sólo demuestran que la gran ‘personalidad’ mundial está ahí, no el ‘escritor’, son dos conceptos distintos. El escribidor, como él mismo se llamó entonces, ha desaparecido. Basta con leer todo lo que escribió después de publicar Lituma en 1993, y uno ve que son obras complacientes en las que el escritor-personaje, o mejor, escritor-personalidad, saca pecho y hace alarde de su profesionalismo. Se salva el ensayo sobre Onetti. Pero es que el género ensayo da más margen para alisar las costuras en donde el escribidor no aflora, ¿no? No en vano se ha ganado el título de ´personalidad’, eso para no hablar de sus columnas de opinión y ensayos en donde él mismo se muestra como un ‘hombre de fiar’, una ‘personalidad de fiar’ (como en La llamada de la tribu). Es decir, ese personaje que no ahonda en las llagas del sistema o de los sistemas, sino aquel que defiende el sistema del que medra de manera opulenta y obscena. A muchos, hace babear de envidia por los pied-à-terre que tiene en varias ciudades del mundo.
Supongo que es una muestra más de lo que nada significa, de cómo hasta los escritores más dotados caen en la trampa del poder. Pues bien, que así sea. Nada en este mundo, aparte de la ordinariez y la lumpenización, avanza más rápido que la banalidad., que rima con ‘personalidad’.
Todo porque restan dos cucharaditas de café soluble. Un día como hoy, en esta ciudad sumida en la bruma.
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Una semana. Una semana más y podré retomar Todo se destruye. En su concepción, nada ha cambiado.