
Memoria 52
Olvido. Ayer mi mujer olvidó hacer un favor que le pedí: poner un WhatsApp a Felipe, esposo de su prima, Camila Navas, para preguntarle si Juan lo podía llamar, por lo de su viaje a Nueva Zelanda, en donde, parece, Felipe tiene contactos y le podrían dar una mano. Mi mujer se puso furiosa cuando le pregunté si había contactado a Felipe, dijo que había tenido un día con demasiadas cosas y lo había olvidado. Eso fue poco antes de irnos a dormir. Todavía dijo un par de cosas desagradables. Me dio cierta risa, que no exterioricé, verla en calzoncitos, agitada, con su semitransparente camisilla de dormir. Preferí no contestar. Me divertí un poco por lo ridículo de la situación. Minutos antes, en un arranque de cariño, me puso crema en los pies y me dio un pequeño masaje. Consentimiento que, con cierta frecuencia, nos hacemos. El cambio de humor ante esa ‘falla’, que yo le advertía, y porque yo se la señalaba, la hacía quedar mal, aparte de su casi nula tolerancia a la crítica, pues lo tomó como tal, cosa que no era mi intención, fue lo que la puso furiosa. Finalmente se lavó los dientes. Al ver que no le contestaba, se acostó, se arropó y me dio la espalda. Yo seguí leyendo durante un rato, hasta que apagué la luz, fui a hacer pipí y me acosté a su lado. Hacía frío. Como no nos dimos el beso de las buenas noches, estiré el brazo, busqué su cintura caliente, y con mi pie, su pie. No rechazó nada. A pesar de que roncaba, sé que estaba consciente de mis aproximaciones.
En la mañana, cuando supo que estaba despierto, se apoyó con ambas manos sobre el colchón y se quedó mirándome a los ojos, escrutó si yo estaba a la defensiva o algo por el estilo. Sus ojos interrogaban, buscaban señas para saber si seguía la ‘pelea’ o no. Le puse las manos en las mejillas y le di un beso, entonces se relajaron sus facciones, y se metió a la ducha.