
Memoria 48
Lunes festivo. Llovió desde el final de la tarde hasta la madrugada. A mi mujer, los truenos inquietaron su sueño. Yo no dormía, leía. Veía el reflejo de los relámpagos que atravesaban resquicios del velo, el black out y las cortinas pesadas. En un momento dado, tronó tan fuerte que mi mujer quedó sentada en la cama y me miró asustada. Lo siento, dije. Me dio la espalda, se arropó hasta arriba. Yo deseaba terminar el libro, era cosa de media hora. Las gotas empezaron a golpear el antepecho de las ventanas, no paraba de tronar. Deseé que se inundara el campo de los curas, que el agua destrozara el trabajo hecho. Cuando apagué la luz, entredormida, mi mujer se reacomodó en la cama y buscó mi mano. Yo estaba boca arriba viendo los reflejitos de los relámpagos en la ventana. Pensé que, si no fuera un lío ‒mi mujer se despertaría y la haría pasar una noche de perros‒, me levantaría, prepararía café y me sentaría a darle mejor forma a lo que tenía en la cabeza, la historia de Lorenza Petrini, una asesina. Le di vueltas a la historia. Pensé en el libro que acaba de leer y me sentí compenetrado con la visión literaria del autor, hasta que me quedé dormido.
En la mañana, al darse vuelta para abrazarme, mi mano quedó exactamente en el bajo vientre de mi mujer. Era lunes festivo. Nos levantamos tarde.