Memoria 44

Memoria 44

 

Incongruencias/congruencias 1. A. Anoche, hacia las 9 y cuarto subí por la calle 21 hacia la Estación Universidades. Estaba oscura. En un rincón, una pareja de mujeres bien apretadas en su abrazo, besándose calorosamente. La más alta, vestía como hombre, y cuando pasé a por el andén a un par de metros de ellas, movió un poco el rostro y abrió los párpados ennegrecidos llenos de lágrimas. Era blanquísima. Me pareció bonita, la otra, de espaldas, llevaba minifalda, botas blancas industriales y el pelo le llegaba a la cintura. Ambas tenían las uñas pintadas de negro, morralitos y el pelo con mechones de colores como si les hubiera salpicado pintura. Las dos, que se veían incongruentemente agresivas con sus pintas y según mi estándar nada seductoras, me dieron impresión de vulnerabilidad en esa calle solitaria, con las aceras llenas de huecos y adoquines sueltos, de casas sucias, rotas y decaídas. Quién sabe, como cualquier pareja apasionada ‒hay que decirlo‒ qué harían de sentirse atacadas para defender lo suyo. Cada una con sus poderosas dentaduras bien afiladas y la mirada torva. Dos fieras violentas dispuestas a saltar sobre el agresor y cada una arrancar la mitad de la cara de un mordisco. 

Seguí mi camino con la imagen de un hombre al que le han devorado la cabeza y anda por una calle sombría, una especie de Golem que se dirige a Transmilenio… Lo que es una incongruencia.

B. Luego, en el Transmilenio. Una mechudita de zapaticos torcidos, yin astroso, con un morralito Totto verde claro muy sucio, con hilachas, gafufa y aspecto de estudiante miserable yo diría de la distrital. Prefiere el piso a sentarse en una silla, a pesar de que hay muchas disponibles. En la mano, un IPhone de última generación, que manipulaba con sorprendente destreza. 

C. Choferes de bus. Los de Transmilenio, camisa limpia, chaqueta gris, pantalones y zapatos negros lustrados. Bien peluqueados, bien afeitados, no tan panzones. Algunos usan gafas oscuras modernas durante el día y tienen prohibido hablar con los pasajeros. Los choferes de empresas privadas, usan bigote y patillas a lo mejicano, suelen estar mal afeitados, mal peluqueados y la panza cuelga por encima de la correa. Usan pantalones viejos, muy sucios, que caen sobre unos zapatos indecibles. Siempre tienen las uñas largas y negras con las que suelen hurgar entre los dientes. Manos con grasa de estar arreglando algo del vehículo. Generalmente, mientras manejan y reciben la plata de los pasajeros y dan las vueltas, rumian o chupan un palillo; algunos de ellos fuman mientras manejan y charlan con alguien sentado en el acolchado que cubre el motor o sacan la cabeza por la ventanilla, detienen el vehículo en medio de la vía, y conversan o acuerdan algo con otro conductor, no importa si el bus va a reventar. Todo lo anterior es una congruencia. 

D. El afiche-foto propaganda de la Policía en un paradero de buses frente a la estación Universidades. Me llamó la atención que hubieran limpiado los insultos que alguien había escrito el día anterior encima de la pantalla de plástico. A cambio, pintaron encima un bigotito hitleriano y nariz de marrano. Boca roja, intencionadamente de puta o de guasón, colmillos a lo Drácula. Este rediseño es congruente con lo que la gente piensa de la policía en general. Alguien escribió casi una docena de palabras soeces en el plástico, sobre el pecho; que son incongruentes con el nivel de elaboración simbólica alcanzado con el rediseño. Sobran. El policía modelo es gordo, mofletudo y sin cuello, como una morcilla. La cachucha apretada hace ver su cabeza como una pelotita. La punta de la mano regordeta en la sien, a la manera de gesto subnormal. Los ojitos vacíos de contenido, son congruentes con dos bolitas de grasa. No imagino a ese tipo corriendo detrás de un delincuente en zapatillas (siempre nuevas), que se pierde en un santiamén. 

Colofón. El afiche fue puesto a la semana de los disturbios en que el SMAT mató a un estudiante de la Pedagógica. Lo que es congruente e incongruente. Los publicistas son unos idiotas. Terminan mostrando a la sociedad lo que una institución como la Policía Nacional es: una institución que no inspira respeto por la Ley ni por la autoridad. Ni menos, por quién está detrás de la autoridad.

E. Lo del policía modelo en un afiche de la Policía metropolitana. Es congruente porque es la imagen viva de la pobreza de la mentalidad policiva en Colombia. El policía modelo es opulento, con cara de incompetente sobrealimentado, uniforme impecable a punto de estallar. Policía que, por antonomasia, es la imagen viva de la institución, famosa no solo por robar de manera sistemática y de hacer ‘limpieza social’, sino por los círculos de prostitución masculina que actúan como sociedades secretas. Y ahí hay, como no, una incongruencia. Si esas sociedades de cacorros y violadores son tan secretas, en cabeza nada menos que del comandante en jefe, ese tal general Palomino, con bigote de chupavergas (hay testimonios), el principal cacorro y proxeneta de policías, nada menos, cómo es que todo el mundo lo sabe. Pero esto implica una congruencia. La sociedad no sanciona la corrupción, la falta de ejemplo ni la desmoralización. Tampoco las instancias de control funcionan. No existe la intimidad ni la vergüenza, mucho menos el respeto. Además, he ahí otra incongruencia, la Policía metropolitana no debería hacerse publicidad a sí misma. Jamás, pues no debería necesitarla, ¿o qué? ¿No se supone que deben dar ejemplo en todo sentido, ser un faro, no una especie de agujero tenebroso? Una institución que recurre al autoelogio es una incongruencia. Lo congruente es que el policía modelo haya sido insultado y matachinado, como es lógico, encima del protector plástico del afiche. Lo que simbólica y fácticamente significa que son intocables, pues el afiche sigue tal cual. Claramente, es congruente que el afiche debe estar protegido, pues la policía no puede proteger a nadie, ni siquiera puede protegerse a sí misma de la degradación moral, ni ser modelo de nada. La policía o la alcaldía, que son igualmente incongruentes, han tenido que mandar brigadas de limpieza para que limpien los grafitis y arranquen carteles pegados por ahí, sobre todo en los postes, y además laven los plásticos que protegen los afiches. Es decir, son incapaces de limpiar su propia porquería, lo que es congruente con lo de los escándalos de baja moralidad. 

F. Cambiarse de sexo. ¿Es una congruencia o una incongruencia? Una congruencia es una correspondencia, establece una relación lógica biunívoca. Por principio, todo es congruente e incongruente a la vez, pues son interdependientes. Cada acto y modo de ser implica una lógica interna, que muchas veces no la encontramos o no la sabemos develar porque dicha lógica nos es ajena. Forma parte de un todo para que ese todo funcione de determinada manera. Y esa forma determinada, esa lógica interna, no siempre la interpretamos correctamente como congruente o incongruente. Cambiarse de sexo es ambas cosas a la vez.

G. El sexo entre un elefante y una araña. La araña sólo es un símbolo; el elefante también. Es una congruencia con fachada de incongruencia.

H. Deseo de convertirme en indio. No es congruente porque carece de relación lógica. Sólo un centroeuropeo, sólo Kafka pudo haber tenido semejante deseo, pues ¿quién desea ser indio? Es sólo un sonsonete que ronda en mi cabeza al recordar el minicuento de Kafka. Un sonsonete que me gustaría convertir en una minificción para hacerle un homenaje a Kafka, a quien nadie nunca lo ha llamado ‘Maestro’, lo que llama la atención. Pero es congruente porque se trata de alguien que es más que un maestro, es alguien que sobrevuela sobre los demás, y siempre es una luz inesperada. Es tan único que siempre se eleva: es la imagen perfecta de lo que debería ser la literatura. Es una congruencia perfecta no ser un relumbrón, como la inmensa mayoría. Más bien debería escribir: Deseo de convertirme en Kafka. Pero ¿quién quisiera convertirse en Kafkita? Sería congruente si estuviera chiflado, tan chiflado como para desear convertirme en un escritor con semejante vida interior, de ser ‘literatura pura’. Carezco de riqueza interior para soportarlo unos segundos. Esta frase sólo puede ser entendida única y exclusivamente por alguien que, a su vez, sea literatura pura, o sea que es incomprensible. 

I. El clima de Bogotá, es incongruente y congruente a la vez. De lo contrario, no existiría lo que llamamos clima bogotano, del que la inmensa mayoría echamos chispas. Pocos escapan de Bogotá, de tener que ver con el clima de Bogotá, pocos, poquísimos.

J. Coetzee y yo. En Verano, el protagonista realiza el oficio que está destinado a los negros. Levantar un muro, preparar la argamasa, hacer arreglos locativos. John trata de arreglar el motor de su carro, suda al sol en una Sudáfrica dominada por el apartheid. Reconoce, al fracasar en casi todas las tareas, que es un incompetente. Un artista es incompetente con los trabajos manuales. Es congruente con la visión del artista ídolo, pero incongruente con lo que él sostiene. Uno lee esa actitud de John Coetzee, y no puede dejar de pensar cuan congruente es con su ética, y lo humano que es. La incongruencia está en que, dentro, la casa es una mierda. Cuando la prima de John debe quedarse una noche, encuentra un inodoro con pegotes de inmundicia innombrable, desorden, suciedad, etcétera, de covacha. Lo congruente de cómo vivirían dos hombres ‘inútiles’, ‘incompetentes para cuidar de sí mismos’, es como lo justifica, que es congruente con el machismo. Veamos otra perla. A la hora de la verdad, cuando John recibe la mala noticia de la enfermedad terminal del padre, una especie de cáncer de garganta ‒no es explícito‒, dice que no puede cuidarlo, y remata la novela con la típica rudeza de John, que es de escritor profesional, manipulador con el lector. No va a cuidar a su padre, no va a ser su enfermero, se irá de la casa, dejará solo al viejo. Dice hablando de sí mismo en tercera persona, luego en primera (pirotecnia): “Va a tener que abandonar algunos proyectos personales y convertirse en enfermero. O bien, si no quiere ser enfermero, debe renunciar a su padre. ‘No puedo enfrentarme a la perspectiva de cuidar de ti día y noche. Voy a abandonarte. Adiós’. Una cosa o la otra: no hay una tercera vía.” Es incongruente que ‘sea humano’ con los negros, pero es incongruente que sea incapaz de hacer una comida decente, de mantener limpio el interior de la casa, de cuidar al padre enfermo, de instituir su propio orden. Significaría que nunca lo ha hecho, ni cuando vivió en Londres (Juventud), donde debió aprender a hacer las cosas por sí mismo. Es incongruente que no lo haya hecho. ¿Quién limpiaba su mierda en Londres? Es congruente que se diga escritor con sentido humano (no sé esto a qué se refiere, es una entelequia y a la vez una estrategia de marketing), pero es incongruente que se declare torpe. No me lo creo. Estas tres actividades (limpiar, reparar, cuidar de un viejo) son propias de negros, o de mujeres en tiempos del apartheid. John se disculpa por ser ‘torpe’. Una disculpa mediocre que nada significa. El remate: “Una cosa o la otra: no hay una tercera vía”. Es una torpeza del autor, pura palabrería, no agrega nada, no deja un final abierto. Es pirotecnia para lectores bobos, sobra. Visto de esta manera, el discurso de John Coetzee sobre el pensamiento colonial y poscolonial es correcto, políticamente correcto, pero como lo muestra en Verano, es incongruente. ¿Qué pensar de un escritor así? Me parece verlo de pie, en un coctel de la universidad donde trabajo. Impecable con su traje azul, su bonita corbata encima de una camisa blanquísima, profesional. Los zapatos finos, bien lustrados. ¿Comprados en Londres, en Roma, en París?, este Nobel, tan serio, dios mío. Manos grandes y delicadas de autor que domina una gran pluma. Lo sé porque estreché su mano un poco sosa. No apretó la mía, pues había estrechado demasiadas manos y firmado demasiados libros, según se disculpó. Es incongruente su posición intelectual, fría, distante, con el supuesto llamado al sentido de lo humano en sus novelas. Es congruente que fuese hipócrita.

K. La señora Margarita y yo. La señora Margarita, de 69 años (lo que me produce repulsión por contratarla). Limpia el apartamento mientras ‘el señor’, yo, se encierra en el estudio y lee libros que ella no comprendería. Me dice ‘señor’, yo le digo ‘señora Margarita’. Siento culpa al tiempo que me gustaría que jamás volviera por estos lares, nunca jamás. ¿Debería esforzarme más, limpiar mi propia mierda y la de mi mujer en lugar de contratar a la señora Margarita? Es decir, ¿mal imitar a John Coetzee? Muchas veces he hecho el oficio del apartamento. Generalmente lo hago en vacaciones. Hago limpieza a fondo, como se debe. Pero ahora no tengo deseos de hacerlo, no me da la gana, pago a una persona dispuesta para que lo haga. ¿Practico una forma de esclavitud con una mujer de esa edad, 69 abriles? Es una congruencia y una incongruencia respecto de mi manera de pensar, y respecto a la esclavitud. De ahí que sienta vergüenza, mucha, me encierre en el estudio y no dé la cara. Esquivo su mirada, y cuando llega al estudio con los trapos, los líquidos de limpiar y la aspiradora, corro al balcón y fumo un cigarrillo (¡¡!!). Al final, cuando la señora Margarita dice: “Ya, don Germán”, significa que ha terminado con el trabajo. Entonces salgo de mi guarida, le pago, me deshago en agradecimientos, y suelo ser ambiguo de si la llamaré de nuevo o no. Siempre dudo si llamarla o no. Vivo como un burgués, me dejo llevar por la comodidad. Eso se refleja en mi exterior y lo disfruto. Disfrute y vergüenza. Culpable comodidad. Trabajo y esclavitud. Emplear tiempo precioso en limpiar mi porquería o realizar actividades intelectuales. A larga sé que no la volveré a llamar, a pesar de las objeciones de mi mujer, el trabajo esclavo me repugna. Esta señora que resopla cuando va de un lugar a otro en el apartamento, debería estar ‘gozando’ (es relativa esta palabra) los últimos años de su vida haciendo literal y libremente lo que le dé la gana, no mandada por un seudo intelectual como yo.

Lo primero que atacaron los comunistas en 1917, después de a la realeza que representaba también el refinamiento intelectual, fue a los intelectuales, una incongruencia, pues los ‘socialistas’, fourieristas, anarquistas y demás, desde principios del siglo xix se habían proclamado como intelectuales en toda Europa. Quienes hicieron la revolución del 17 fueron intelectuales de grueso calibre. Más adelante, los epígonos se ufanaron de ser intelectuales puros, conocedores de la obra deFouerier, Marx, Flora Tristán, Engels, Bakunin, Trotski, Mao, y un larguísimo etcétera, y, al mismo tiempo, obreros; más incongruencias. 

La incongruencia está al servicio inequívoco de la congruencia, y viceversa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *