Memoria 45

Memoria 45

 

Congruencias/incongruencias 2. No me gustaría volver a tener, digamos, 15-25 años, una especie de flor de la edad. En cuanto a salud y vigor físico, quizá sí. No en lo intelectual ni en la experiencia interior. “Juventud, divino tesoro…”, escribió Rubén Darío, lo que es una añoranza idiota. Un ‘todo tiempo pasado fue mejor’, lo que es un absurdo, un contrasentido que no tiene nada de poético y sí mucho del patetismo de la época. El tango, los boleros, las canciones viejas, hablan de eso, de añoranza por los tiempos idos, del fracaso o de alguna o algunas victorias emocionales (la unidad familiar, el primer amor correspondido, el primer viaje a lugar lejano, etcétera), así como de estar atado al pasado como un bien supremo. Esto significaría que lo sentimental/emocional vienen del pasado al presente y permanecen inalterados, lo que tampoco tiene lógica, pues el presente poco y nada valdría. ¿En dónde queda la “educación sentimental”, al decir de Flaubert y Julián Marías? El pasado está ahí, nos constituye, pero no rige el presente. O mejor, no debería regirlo. Bueno, rige la vida de casi todo el mundo. Durante muchos años escuché boleros, tangos, canciones viejas, música de despecho de la época que le gustaba a mi madre. La única música que se escuchaba en la casa. Música deprimente que se grabó en mí, y cuando por casualidad suena en la radio, la tarareo de pé a pá con ironía, y mi mujer se queda mirándome asombrada de sepa tales letras y tonadas. Ya no escucho esa música, no a propósito, desde hace años me deshice de todas las grabaciones que tenía. Es música luctuosa, una aberración del romanticismo, debe ser simplemente un interesante registro para la historia. 

A los 15-25 años sufrí mucho, tenía tantas dudas que no vivía en paz. ¿Podría alcanzar la perfección espiritual? ¿Encontraría la paz interior? Los pensamientos que tenía, ¿harían que enloqueciera? ¿Por qué me deprimía tanto, por qué? ¿Qué había en mi interior que me llenaba de tristeza por días, por semanas enteras? ¿Por qué no tenía a nadie que me ayudara? ¿Me iban a meter a un manicomio? Era a lo que más le temía. ¿Por qué yo era tan mala persona? ¿Podría encontrar a la mujer ideal, una amante hermosa que me enseñara los secretos del sexo, del amor profundo, de la confidencialidad? ¿Cuándo podría emprender un viaje al fin del mundo? ¿Algún día saldría de la pobreza material? ¿Debía ejercer la carrera que no me apasionaba? ¿Debía ser escritor? ¿Cómo podría lograrlo? ¿Dejaría algún día de odiar a mi madre, cosa que me carcomía? Y mi padre, ¿por qué no estaba para que me guiara? ¿Por qué sentía, en mi interior, violentas rachas emocionales? ¿Por qué sentía tanto miedo del futuro? Buscaba desesperadamente respuestas en los libros que leía, que tragaba de manera obsesiva. Sin embargo, aunque ya superé todas esas cosas, nunca he estado 100% satisfecho conmigo mismo. De ahí que cada día me vigile. 

La única condición para volver a tener semejante edad, sea que piense, sienta y sea dueño de la experiencia interior que hoy tengo. Pero sería un engendro incongruente. La vitalidad física chocaría con esa especie de flema física e intelectual que he desarrollado en los últimos años, en la que me siento muy cómodo. Me permite observar con mayor detenimiento, escribir mejor, con una firmeza de pluma que ha llegado después de escribir tanto. He descubierto mi capacidad para relacionar lecturas de diversa índole, de exponerlas sin interrupción durante horas, como si hubiera estudiado a propósito para sacarlas a relucir un día cualquiera, sin meditarlo, sólo porque son parte de mi pensamiento, porque echaron raíces sin darme cuenta a lo largo de los años, y se han alineado con la forma de pensar y de concebir la vida y el mundo de pensadores de importancia. De volver a tener 20 años, sería incongruente que fuese dueño de mi experiencia de ahora. No sería yo, yo no fui así, por entonces tenía un bagaje precario; yo estaba en formación, era un caos horrible que buscaba su propia forma. Tampoco podría soportar la inmadurez de una mujer de esa edad. Por muy inteligente y madura que sea una mujer a los 24 años, digamos, nunca tendrá la madurez de una mujer de 36 ni de más edad. Me son insoportables las mujeres idiotas, por hermosas o poderosas que sean. Es ridículo que alguien desee volver a ser joven, ni aun conservando la madurez adquirida con los años. ¿Para qué?, ¿para intentar hacerle el quite de la muerte acostándose con jovencitas o para desafiar el Mont Cook, el Everest o saltar en parapente? ¿Para sentirse joven y aceptado entre la vitalidad de los jóvenes? Es ridículo buscar la juventud física cuando las células, por simple fisiología, envejecen y mueren. Muchas incongruencias, antes que paradojas, conducen a la idiotez: hombre de 25 años con la madurez y el bagaje de un hombre de 58. No cuadra. Si tuviera lugar tal posibilidad, por fuerza, me tildarían de genio, lo que sería una engañifa. Al ser consciente del cambio, me convertiría en un ser más odioso de lo que soy, arrogante, más arrogante, y probablemente, por pura arrogancia y vanidad me suicidaría, pues ya no tendría la disculpa de ser ignorante de mí mismo. O, de manera congruente, enloquecería, incapaz de soportar el deseo insatisfecho de un estado de permanencia vital que no soportaría la indecible arrogancia y vanidad del ser humano. Además, de un modo congruente, la juventud física a esa edad, es deseo de vivir en un estado de movimiento, no de permanencia vital.

Tampoco añoro la fuerza física. Si me diera la gana, recuperaría mucho de esa fuerza yendo, por ejemplo, con regularidad a la piscina del conjunto en donde vivo. O retomaría la rudeza del karate-do, que practiqué con éxito en mi juventud. Dejaría de fumar, bebería menos. En aquella edad no fumaba, ahora lo pienso. Me eriza la piel pensar cómo era yo en ese entonces. Inseguro, temeroso, con la cabeza llena de dilemas existenciales. Un cabeza hueca.

No, no quisiera volver a vivir eso por nada del mundo. No desear ir a la piscina, por ejemplo, forma parte de mi actual manera de pensar. No estoy seguro de que sea una congruencia o no. El vitalismo hoy fitness, y un largo etcétera, es una incongruencia, ya lo señaló Nietzsche. Es seguro que el secreto de la vida, como ya muchísimos autores lo han dicho, sea cometer errores y tras aprender de ellos, superarlos. El asunto es que no siempre uno aprende de los errores porque simplemente no lo son, como enamorarse de la mujer equivocada, o porque forman parte de las contingencias propias de la vida (una vez más el mismo ejemplo), como enamorarse de la mujer equivocada, no educarse sentimentalmente y seguir atado a ella de una o de varias maneras, lo que sería una incongruencia. Tampoco siempre el ‘aprender de los errores’ tiene lugar automática ni inmediatamente. Darse cuenta de lo que uno ha hecho ‘mal’ a veces toma días, semanas, meses, largos años, y es ese continuus el que moldea y llena de sentido la vida y da solidez a la experiencia humana.

Faltaría por analizar lo que viene a futuro: la regeneración de las células humanas y el mejoramiento continuo del cuerpo a punta de tratamientos para todo tipo de enfermedades, desde el cáncer hasta la vejez, que es una enfermedad. Pero ¿eso no es intentar violar la ley de la entropía? Es algo sobre lo que habría que pensar.

Por el momento, para seguir con el ejemplo, enamorarse de la mujer equivocada, que podría ser una incongruencia sentimental, con el paso del tiempo ‒y hay que sentir sí o sí el paso del tiempo, es condición sine qua non, de lo contrario no se tendría ninguna perspectiva y no habría ninguna educación‒, se convierte en una inesperada y hermosa congruencia al dar con la mujer indicada.

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