Memoria 36
Escribir una memoria. Literatura del yo. Cuando se escribe una memoria no se escoge un tema determinado, uno se sienta y escribe lo primero que se le viene a la cabeza. Se trata de un registro espontáneo de lo inmediato. Es un apunte del instante que jamás se recuperará, de ninguna otra manera. Interviene, claro está, lo que he venido meditando. Parece una obviedad, pero no es. Desde que se tiene más consciencia del texto, es más difícil escribir, o mejor, se debe tener claro que el memorialista elabora un cierto género o tipo de literatura del yo. Yo hablo de ‘memoria’, los genios del Olimpo escribieron diarios. Dudo que Stendhal, el primer diarista literario en cuanto tal, haya tenido consciencia de que escribía literatura del yo. Ni Kafka, unos 90 años más tarde. ¿Qué estaban haciendo? Escribían lo que tenían en la cabeza, haciendo acopio de todo lo que ellos eran y deseaban hacer. ¿Y Gide? ¿Y Tolstoi? ¿Y Canetti? ¿Y la Nin? ¿Y Pessoa? Diaristas insignes, sin duda. Estoy seguro de que las dudas y las certezas estéticas de V. Woolf, o los malabares intelectuales de Sontag, por ejemplo, fueron pensados como una literatura íntima, autobiográfica, si no, ¿por qué hacerlo? Cuando el escritor escribe, su escritura es autobiográfica. Punto. No necesariamente porque haya desarrollado una alta consciencia de sí mismo, sino porque hay un imperativo que impele al escritor de primera línea a sacar de dentro de sí, la materia literaria. Es un tipo de escritura que obligaba al escritor a descender a los laberintos de su ser creativo. A lo que lo constituye. A los espacios en donde la imaginación puede galopar desbocadamente por llanuras infinitas hacia abismos que conducen a la locura. Es posible que descender a esos abismos de la imaginación más pura, no contaminada por el entorno ni por ningún maestro, en donde es imperativo reconstruir el mundo en cada detalle, un mundo no sólo con cosas, objetos (naturaleza también), así como personajes que sinteticen a un ser humano de carne y hueso, en su esencia más limpia, conlleve a la locura. Allí es, justamente, el único lugar (lugar casi imposible) en donde es posible jugar a ser Dios. Un Dios innombrable. Ese Dios tiene todas las características de ser un humano vulgar, común, que come, tiene sexo, odia, defeca, saca mocos y está lleno de miedos, hasta de aberraciones y bajezas. ¿No es una verdadera locura? ¡Vaya un dios! El Kafka diarista dice que su modo ideal de escribir es estar en una gruta muy profunda, silenciosa, aislada del mundo, en donde recibiría, como haciendo una concesión a su cuerpo, a alguien que llevara de vez en cuando un poco de comida y bebida. Pero escribir así lo sumiría en la más terrible de las locuras, afirma. Kafka, en ese mundo aislado, silencioso, oscuro y solitario, es la imagen del Dios primigenio en la primigenia edad del universo del relato.
Escribir un diario, y ser consciente de que, más que saber que la escritura, toda escritura es autobiográfica, da vértigo. La diferencia está cuando, conscientemente, ‘confieso’ algo para dar verosimilitud a mi relato autobiográfico, escudriño mis bajezas, incluso las exagero, y las presento como reales, incluso, yo mismo puedo creer en ello. Todo está en el modo como lo confieso. Hoy sabemos que la mente humana está llena de trampas. No sólo la memoria engaña en la exactitud de tal o cual recuerdo, sino que genera recuerdos falsos. Fuera de eso, está la intención de buscar algún tipo de perdón, llámese religioso (San Agustín, Tolstoi), social (Rousseau, Dostoievski) o moral y literario (Gide, Coetzee). Las confesiones son para eso. Aunque claro, pensando en Anna Frank, ¿es literatura del yo? Claro que sí: da testimonio de su condición física, psíquica, moral e intelectual, así como de las condiciones de su entorno. Cambia el modo de registro, no la intención. ¿Y el lenguaje? Me pregunto si en un futuro será posible un lenguaje de la vida cotidiana desacralizado, quiero decir, un lenguaje que no esté permeado por las religiones ni por las ideologías. ¿Es posible depurarlo? Hasta cierto punto, el lenguaje de la ciencia se ocupa de ello, mas la ciencia no se ocupa de elaborar mundos imaginarios, sino mundos posibles que pueden nacer de lo imposible. Pero ¿cómo es eso que la literatura del yo es la de los diarios, las confesiones, las memorias, las cartas, los cuadernos (cahiers), los testimonios, ciertas crónicas, etcétera y que toda escritura tiene la intención de ser una especie de espejo oscuro, como pensaba P. Shelly, al referirse al relato para diferenciarlo de la poesía del ser humano?
Me refiero a la verdadera literatura, claro está, no a la basura comercial. Me refiero a la literatura de Kafka y de Walser, a la que lo diarístico forma parte del conjunto de su obra, una obra que sólo conoce el tiempo y el espacio según sus propias reglas.
Escribir lo que se me viene a la cabeza. Hacer una memoria. Registrar. Fijar. Escribir lo que he venido reflexionando. No estoy seguro de escribir exactamente lo que se me viene a la cabeza, aunque a veces creo que sí. Hoy no. En el tránsito entre el pensamiento y la escritura hay una falsación. Hay demasiada premeditación en todo esto. ¿Y cuando tengo una idea fija, cuando estoy a tono, sintonizado y la mente despejada, el cuerpo relajado y dejo que la escritura fluya como el agua? Creo que allí me acerco más a cierta pureza de la escritura no premeditada, aunque la haya venido meditando a lo largo de mi vida, durante décadas. Es lo que llama Heidegger, ‘estar sintonizado consigo mismo’. Otras veces funciona que estoy con otro tono y escribo casi sin pensar, dejando que los dedos piensen ‒insisto en el tono y en el ritmo; es decir, en el estilo. Heidegger (en La proposición del fundamento, p. 81) no pudo expresarlo mejor, pero hablando del ‘ritmo de [elaboración] los conceptos’; yo lo retomo pero en términos de la creatividad artística del narrador: “El hombre sigue sintonizado con aquello desde donde se define su ser. En su definición y sintonización, una voz llega al hombre y lo llama, una voz que suena con tanta mayor pureza cuanto más silenciosamente se entreoye en lo sonoro”. Esa voz que ‘suena con tanta mayor pureza’, es la del relato que necesita a toda costa salir a través de la pluma del escritor. Con una intencionalidad sí, pero ‘entreoyéndose en lo sonoro’: en el tono y en el ritmo, que no son expresados para ningún género narrativo en particular; simplemente es texto.
***
Los surrealistas, en su estado más puro, a lo mejor el 1%, pues el 99% de sus militantes eran impostores (premeditaban lo automático), jugaban a la escritura automática, pero lograron, en poesía, escritos interesantes, a pesar de su enfoque mecanicista. Quizá fue este mecanicismo (¿París no es una ciudad dialéctica en el decir de los inventores de artefactos medievales?) lo que dio al traste con el proyecto surreal. Por mi parte, sólo cuando escribí mi primera novela por allá en el año 1985-1986, me interesé por ese tipo de experimentación, pero lo abandoné pronto. Lo cierto es que es distinto que fluya una historia a través del escritor, y otra dejar la mente ‘libre’ y dejar que la escritura tenga lugar. También es verdad que, día a día, es condición sine qua non que el escritor sea dueño de riqueza interior. Si no está bien equipado, se ve a la legua en escritos que jamás llegan a tener su propio equilibrio, ni siquiera el esbozo de un estilo.