Memoria 34
18.10. 2019. La riqueza interior 2. Quizá Platón tuvo mayor riqueza interior que un artesano ateniense común, de la misma manera que Kafka tuvo más que Max Brod. Hasta su muerte en Tel Aviv en 1968 (fue uno de los muy pocos allegados a Kafka que no fue exterminado por los nazis), Brod fue más famoso que Kafka, pero no más respetado, admirado e imitado. ¿En qué radicaría la diferencia? Trato una vez más de comprender la cuestión, a ver si no fracaso en el intento. ¿Se trata entonces de sabiduría, de talento, de amplitud de miras, sensibilidad interior? La cosa puede ser por ahí, pero no deja de ser incómodo, para hacer válido este razonamiento, que tanto Platón como Kafka son seres excepcionales. Enfatizo son, pues por su grandeza, su ser, su obra y su pensamiento están vivos. La variedad de estilos de razonamiento de Platón tiene tantos registros que abruman por su complejidad, así como por la variedad de temas tratados y técnicas usadas para la exposición de las ideas (propias y ajenas); un conjunto de obra y un sabio que, a primera vista, estarían por encima del artesano ateniense. Pero ¿si ese artesano resulta ser Fidias o Escopas? ¿Y si no es un artesano sino un campesino raso, desconocedor de la alta filosofía de Platón, aunque admirador no informado (cerrado) del, por ejemplo, templo de Atenea Niké del arquitecto Calícatres? Aquí la riqueza interior de Platón está en virtud de un capital intelectual poderoso, único, que llena de riqueza interior la vida de quien a su vez debatió con Sócrates, un Sócrates que leyó a Anaximandro y a Tales, etcétera, poseedor a su vez de una riqueza analítica enorme. ¿Conocemos el pensamiento de ese campesino no informado de la cultura oficial o al uso y sí sumido en su mundo rural? Muy parcialmente, casi nada. Cuando acudimos a estudios especializados basados en la microhistoria, nos acercamos un poco. Pero tampoco hay muchos datos directos de los cuales echar mano. En cambio sí, saliéndonos del clasicismo griego y saltando 2.400 años, tenemos, por ejemplo, a los historiadores de la Escuela de los Annales (Lefrevre, Broch, ‘les annalistes’, de una historia social y total), y a uno de sus discípulos más interesantes, C. Ginzburg y su estudio de sobre Menocchio, molinero del siglo xvi, en el archiconocido El queso y los gusanos. ¿Qué tenemos allí con respecto al pensamiento de un campesino? Una enorme fanfarria de informaciones en la cabeza de ese molinero semi analfabeto. En el fondo, las conclusiones de Menocchio sobre la naturaleza de Dios, del mundo, del bien y del mal, a pesar de ser anfractuosas, no dejan de ser muy interesantes y de tener coherencia interna, de ahí que sean iluminadoras de una mentalidad que hasta ahora no había sido documentada de esa manera. Ahora, desde el punto de vista de la riqueza interior, que es lo nos interesa, ¿Menocchio es inferior a Platón? Dejando a un lado las proporciones, lo dudo mucho. ¿Qué los ubica en misma línea? Pues que ambos se alejaron de lo mismo cotidiano, social, familiar, cultural e intelectual y sintieron una profunda necesidad de lo distinto. ¿Qué era lo distinto en aquellas dos épocas tan lejanas y disímiles? Lo que estaba por fuera de las formas de pensamiento establecidas, dadas, uniformadoras, encorsetadas. Lo que ocurrió con Menocchio, es un caso muy particular y aleccionador. Para mí se trata de lo siguiente: se necesita tener un pensamiento mínimamente informado y estructurado para leer lo más correctamente posible informaciones más complejas y así no distorsionar los contenidos (lo que es un problema que se ha extendido al mundo contemporáneo). Más acá de ello, y Ginzburg lo analiza, no hay que pasar por la alto que Menocchio provenía de una oral culture, que se cruza con la lectura en voz alta de la Biblia (writing culture), pero es justamente la riqueza de lo asimilado de los libelos que circulaban por entonces en la campiña italiana (Friul) y la capacidad de relacionar informaciones, lo que hace de Menocchio un ‘ignaro’ con riqueza interior, tanta que la inquisición de la época, finales del siglo xvi, no fue capaz ni quiso de comprenderlo (en el fondo, Menocchio era un anarquista religioso), de ahí que haya acabado en la hoguera.
Ahora volvamos a Kafkita y a ese Brod. De acuerdo con la biografía de Kafka de Reiner Stach (2016), se colige que mientras Brod leía e intentaba en vano desacreditar a Nietzsche en escritos sinuosos, grandilocuentes e idiotas, no sólo en diarios y revistas, sino preferiblemente en público, Kafka leía discretamente a Grillparzer y a Kleist, a Flaubert y a Goethe, una biografía de Napoleón con suma atención o una guía turística de Francia. En sí, la biblioteca personal de Kafka no era demasiado grande ni, diría uno, portentosa, para mostrar a los amigos. Yo diría que sí más bien modesta (827 libros y folletos turísticos, según un archivo recuperado casi en su totalidad en 2001 y restaurado y pagado por la Fundación Porshe), en comparación con la que pudo tener Brod en la misma época, que sabemos era voluminosa. Aparte de la inmensa repulsión que me causa ese Brod ‒sus escritos son unos ladrillos, todos, incluidas sus novelitas‒, estoy de acuerdo con la mayoría: pasó a la historia por desobedecer a su amigo, nunca Brod se tomó en serio el pedido de Kafka de quemar su obra no publicada. Aunque valoro de Brod que fue con Kafka un amigo generoso, paciente y sincero como pocos. Pero me estoy saliendo del tema. Kafka, literaria y humanamente, era un gigante en comparación con Brod, que era contrahecho y de baja estatura, lo que se condice con su mentalidad pigmea de pichón impenitente. Nada más hermosas y conmovedoras que esas fotografías de Kafka, de 1,82 m., delgado en su traje oscuro y camisa blanca, con esa sonrisa inocente… Pudiera ser, por otra parte, que Brod tuviese mayor información cultural que Kafka, pues era lector asiduo de filosofía alemana y escribía, además de novelitas, piezas teatrales, poemas, sesudos ensayos literarios, hacía crítica literaria y filosófica y era un campeón de la promoción literaria y del sionismo, además componía piezas musicales y tocaba hábilmente el piano, etcétera. Kafka no hacía nada de eso. Kafka sólo escribía piezas narrativas en las que cada línea estaba llena de riqueza interior. ¿Y las de Brod? Más bien hay pobreza.
Parece, con estos ejemplos, de Platón y Menocchio, de Kafka y Brod, que la riqueza interior está en la verdadera sabiduría, en el talento y la genialidad, no en las informaciones almacenadas en un cerebro; informaciones que, como he dicho, puede repetir cualquier loro. Después de todas las vueltas que he dado regreso casi, casi al principio: ¿somos seres huecos, mediocres y la riqueza interior está destinada a unos pocos, los que mandan la parada? Quizá no sea así. Tiene riqueza interior cualquiera, docto no, que sienta auténtica necesidad de lo distinto; es decir, de lo que está por fuera del ámbito inmediato de tener todo a la mano, aunque goce de la posibilidad de ir a tierras lejanas. Se puede ir al otro lado del planeta, pero eso no significa que el viajero vive el desplazamiento como una oportunidad de apropiarse de lo que es realmente distinto. Lo distinto, para Heidegger, es introducir la lejanía de lo imposible en la cercanía de lo común, de lo inmediato, de lo ya dado…
Me parece que he fallado una vez más en la caracterización de la riqueza interior, aunque…