Memoria 30
21.10.2019 Dos principios que rigen la actividad mental. Si como Kafka anota en sus Diarios en 1911 “para valorar correctamente un diario hay que escribir un diario”, y para valorar correctamente a un escritor hay que ser escritor, digo yo, es claro que un lector común no es un escritor ni un crítico que escribe y/o habla en público sobre un libro con el propósito de ‘tirar línea’. Este tipo de lector (el común), por principio, lee en busca del placer, no del displacer ‒G. Flechner habla del estímulo físico y su sensación asociada‒, entra en las consideraciones anteriormente dichas, pues el principio placer y el principio de realidad son los dos principios (Freud) que rigen la actividad mental de los individuos. Sin embargo, se puede argüir que toda lectura involucra una actividad física (motora) y mental, no sólo sensorial: tener el libro o el impreso en las manos, oler las hojas, apreciar el peso y la textura de la cubierta y de la encuadernación de las hojas, los colores de portada y contraportada, valorar la calidad de la impresión y las fuentes escogidas, el diseño y la diagramación, etcétera, así como el contenido propiamente dicho, y, como decía Heidegger, sentir que ese libro (objeto) que había estado lejano, inaccesible (en alguna librería o biblioteca), ahora es cercano para apreciar lo distinto, pues lo distinto proviene de una lejanía que se inserta en la cercanía, y filosóficamente proporciona el placer de lo distinto desconocido: entrar en la lectura de un texto nuevo, pues es imposible leer un libro si no se está consciente, ya que la mente trabaja desde el principio en la escogencia del libro. Pero en tal elección no sólo participa la razón (logos), sino el deseo profundo de, por ejemplo, conocer, lo que proporcionaría un tipo de placer. O de pasar el rato de manera amena (otro tipo de placer) leyendo, por ejemplo, un texto criminal, de farándula, una novela romántica o una investigación periodística, filosófica, científica, técnica o de cualquier otra índole. Que leamos de una manera o de otra en busca del placer, de cierto placer individual, es solipsista, pues se lee para sí mismo en un feroz acto de egoísmo, pues cuando se lee para otros se pierde la individualidad y el placer o displacer es comunitario y sus dinámicas miméticas son distintas. El placer individual, es una de las maneras más intensas de la afirmación de la singularidad del pensamiento en comunión con la emoción, lo que deja a la cultura escrita en un punto muy alto del desarrollo de lo humano e incluso del ser. ¿Puede el ser y lo humano existir sin, de alguna manera y mediante algún lenguaje (Cueva de las manos de Santa Cruz, Argentina, ca. 7300 a. C.) registrar su pensamiento y/o emoción? No, es evidente. La nueva antropología que Eduardo Viveiros de Castro ha llamado ‘perspectivismo’ o ‘multinaturalismo’ (1998) privilegia el texto oral sobre el escrito (escritura occidental), pues permitiría conocer los lenguajes de las otras especies, por ejemplo, los de los animales que nos verían a nosotros como animales, pues según Viveiros de Castro los animales deben tener su propio punto de vista sobre el entorno en el que viven. Que el llamado nuevo ‘giro ontológico’ desee regresar a la oral culture ‒la única manera de registrar lo oral es mediante el audio y el video, pues la escritura de lo oral es un contrasentido‒ llama la atención sobre el hecho de que la moderna sociedad la writing culture en la que vivimos es predominantemente digital y está basada en la escritura. La gran falla de los postulados de este interesante antropólogo brasileño, es que toda su fundamentación filosófica se basa en la filosofía occidental y usa su lenguaje y sus postulados, no hace ninguna argumentación empleando, por ejemplo, alguno de los múltiples lenguajes de una de las muchas tribus amazónicas extensamente estudiadas por él, ni usando ‘razonamientos’ indígenas. Llama la atención que hasta sólo más de 100 años después de haber sido desarrollado, el punto de vista, focalización o perspectivismo en la literatura especialmente por H. James, la ignorancia literaria de los antropólogos no los deje bien parados. Habrá que echarle la culpa a la ciencia positiva y al hecho de que la antropología ha luchado desde su fundación por ser una ‘ciencia’ y ganarse así un respeto que, de haber tenido mayor apertura mental, hoy lo tendría por derecho propio. El corolario es que si bien la lectura individual, singular (no siempre se lee igual) es muy distinta de la lectura para otros (hay una univocidad, pues sólo depende lo distinto del tono con que lee). La lectura para otros se emparenta con la oralidad, pues el principio del placer cambia. El modo como se entona un texto de ficción leído es una voz mediadora-interpretativa-mimética que puede hacer parecer un contenido complejo (“Caperucita roja”, por ejemplo), en un cuentecillo simpático y banal.
Pero me estoy saliendo del tema.
El tránsito de la cultura oral a la cultura escrita, o, lo que es lo mismo, el tránsito del placer comunitario al individual tuvo lugar hacia mediados del siglo v a. C. en Grecia y ha tenido un impacto tan decisivo e irreversible en la sociedad que la ha transformado por completo. Si bien la transmisión oral antes podía ser más fiel al pensamiento (Platón desconfiaba de la escritura porque le hacía daño a la dialéctica), también es cierto que la lectura individual y, más aún, la escritura individual (creativamente, lo hecho a 4 manos pocas veces funciona) es meditativa, profundamente placentera y para muchísimas personas hoy es la única manera de reflexionar. Ahora es imperativa la transmisión escrita del pensamiento e incluso de las emociones por razones que sobradamente cualquier persona conoce. La escritura en sí misma es autorreflexiva y, en algunos casos, auto poiética. Yo escribo para razonar, para estructurar pensamiento, para estructurar historias y para comprender mi pasado, mi presente y vislumbrar mi futuro, así como para develar y afirmar mi mundo creativo. Sin la escritura y sin la lectura no sería el que soy, no importa si leo a Proust o a Chesterton: el poder de la lectura y de la escritura individual opera en mí tales cambios placenteros, que casi se ha borrado la frontera entre el principio del placer y el principio de realidad, los dos principios freudianos de la mente que rigen mi vida.
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Las obras literarias que logran hacer sentir algún tipo de placer al ser leídas y no displacer, son exitosas. Si un libro o una historia no causa algún tipo de placer, el lector simplemente lo deja. Nada más común que las lecturas iniciadas y, por parecernos aburridas, hemos dejado de lado. Los best seller están hechos con historias manidas disfrazadas de originalidad y están llenas de lugares comunes y superficialidades que buscan el placer rápido, fácil y sin complicaciones sofisticadas, sin sutilezas y sin ningún arte. No es que una obra de arte de narrativa literaria busque el displacer en el lector, sino que entrega una forma de placer distinta, con frecuencia más sofisticada que la simple novedad, limpieza en la escritura, proximidad, carácter o sencillez (que puede ser aparente) de una historia. Cuando una obra literaria proporciona placer estético e intelectual, por ejemplo, es porque el lector, pongamos por caso de Shakespeare, de Cervantes o de la Woolf, tiene tal formación estética e intelectual que comprende no solo la generalidad de la obra, el contexto y la biografía del artista, sino que entiende las agudezas culturales de donde nació tal escritura. Ahí volvemos a Wilde…
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Imposible trabajar en Todo se destruye. Un día horriblemente perdido y lleno de divagaciones. ¿Cuándo podré retomar la novela? En todo caso, no gano nada quejándome de la falta de tiempo. Lo que debo hacer es yo mismo meterme en cintura, dejar de vagar y sentarme a escribir. Lo único cierto es que ninguna novela se escribe sola. El desierto de los tártaros…