Memoria 24
Para el escritor, ¿qué es trascender?
10.06.2019. Mi mujer. Caminar. El clima en la finca no ha sido parejo del todo, sino parchudo. Mi mujer se ha resfriado un poco. Quería que, como muchas otras veces dice, “me fascina caminar contigo”, la acompañara, pero no he tenido ni cinco de ganas. He intentado chantajearla. Le he dicho que, si no se cuida, lo que significa no salir a esta hora, 3.30 pm. a recibir viento frío a pesar del cielo soleado, no va a estar bien para la celebración del cumpleaños de Julián, su hijo, el domingo que viene. Ha puesto la silla del comedor junto a la puerta que da a la terraza a recibir un poco de sol. Le he llevado su Tablet con las noticias abiertas en el periódico El mundo, de España, que he mirado con desgano. De pronto ha dicho que la deprime más no salir a caminar que tener gripa. Se lanza a ponerse ropa de deporte. Al cabo de tres minutos regresa con una sonrisa y dice que en media hora estará de vuelta. Entonces nos ducharemos juntos, como es costumbre todos los días festivos y los fines de semana. Desde que la conozco, a mi mujer le fascina caminar. Es algo que heredó de sus tatarabuelos suizos, de sus abuelos suizos y de su madre suiza. No conocí a los abuelos de mi mujer, únicamente los he visto en fotos. Sé de ellos por lo que me han referido. Mi mujer habla muy bien de su abuelo caminante, lo amaba mucho.
Cuando sólo éramos amantes irresponsables, un sábado la vi cruzar la avenida 134, hacia el norte, sobre el cruce de la avenida Boyacá. Es un recuerdo muy vivo; era un día soleado. Pité con todas mis fuerzas, pero ella no quiso escuchar y siguió con su paso enérgico, pues ella no se vuelve a mirar jamás si alguien le pita. Yo debía girar hacia el sur. Iba para mi apartamento no muy lejos de allí en donde vivía con la mujer con la que me casé y no sé si duré con ella 12 años o más o menos. Cambié la ruta, tomé hacia el norte y la intercepté. Deseaba besarla y sentir su cuerpo contra el mío. El saludo fue más bien breve y ella al ver que yo sólo tenía poco tiempo, se despidió. Pensé en cuánto más iba a durar nuestra relación y en qué iba a pasar. ¿Cuánto tiempo más iba a ocultar a mi esposa de esa época que nuestra relación estaba fregada, que ya no iba? No me sentía con suficiente fuerza para enfrentar el hecho de la separación, la ruptura y la división de bienes y todas esas cosas. Además, estaba seguro de que ella me quería, no sabía cuánto. Un día, por aquellos días, mi actual mujer dijo, a propósito de las relaciones de pareja, que los hombres somos como Tarzán, que no soltamos la liana hasta que no estamos agarrados de otra. Quizá por las circunstancias del momento, había hipersensibilidad en el ambiente y tomé esas palabras como una demostración de la superioridad de las mujeres frente a los hombres. Debía esperar un largo tiempo, así me separara, para ser aceptado por ella, y eso fue exactamente lo que en realidad ocurrió unos años después. Por otro lado, ella estaba separada, sus hijos estaban saliendo de la niñez, no recuerdo la edad exacta, y vivía la vida según sus reglas, que a veces me costaba trabajo entender. Lo que sí sabía era que se trataba de un mujer muy sensible, frágil y muy especial, y extrañamente fuerte. Había tomado sus propias decisiones, como no permitir más que su marido la maltratara y mandarlo al diablo, así se metiera en serios problemas en lo que tocaba a sus hijos, a quienes adora, pues su exmarido no sólo era y es ****, **** y ***, sino experto en todo tipo de artimañas legales. Pero el tema no es ese señor. Si algo caracteriza a mi mujer es su ansia de tener un espacio propio, ojalá natural y soleado, sin ruido y sin que nadie la constriña, en donde respirar y caminar. Caminar con energía y vitalidad. Ahora, cuando caminamos juntos, ella tiende a ir al ritmo de cuando camina sola. “¿Vas para alguna parte?”, le digo. Ella ralentiza el paso. “Perdón”, dice. Eso se relaciona con su frase famosa: “Voy rápido a…” Ve despacio, le digo.
Hace un sol esplendoroso. Hay poco viento. Mi mujer camina a buen paso y con determinación, como un soldadito suizo que se pone la camiseta y hace lo que debe. Que sea una mujer enérgica, contrasta cuando debe tomar decisiones simples, lo que a veces me deja asombrado. Salir a caminar y sentir el sol, el viento y la actividad de la ciudad, le atraen, pero no tanto como el campo y la playa. Yo soy más bien pasivo. Prefiero estar encerrado con un libro y si la cortina tapa la ventana, mejor. Alguna vez pensé que estas diferencias entre ella yo, con el tiempo nos distanciarían y acabarían por separarnos. Ha resultado al revés. Ella y yo armonizamos cada vez más a medida que pasa el tiempo. Cada vez me irrita menos su acelere, su afán de hacer ciertas cosas. Como hacer vueltas a pie, cuando podemos hacerlas con menor esfuerzo en carro. Pienso que está bien, está bien caminar. Siempre nos tomamos de la mano, le paso la mano por la cintura o pongo el brazo sobre su hombro. Hablamos de temas triviales y de trascendentalidades. A veces no lo puedo evitar y hablo de los libros que leo, de los temas que me rondan, y de mis sueños a futuro, en donde siempre me veo con ella. Ella me escucha y sabe escuchar, es una de sus muchas cualidades. Otras veces hablamos de los planes de viajes. De la familia suya o mía o andamos en silencio. También hemos hecho recorridos sólo para ir a tomar un café con una masita a Parque la Colina, a un poco más de kilómetro y medio al norte del apartamento en el que ahora vivimos, o simplemente bebemos una cerveza. En cierto sentido, caminar juntos es otra forma de estar juntos, a pesar de que hemos estado todo el fin de semana, día y noche, uno al lado del otro. ¿Cuál es la diferencia? Cuando estamos en silencio y caminamos, lo que ocurre con frecuencia, vamos de la mano, sí, cada uno en su mundo. Para ella también es una manera de expresar que está sana, que le gusta estar sana y vivir. Su principio vital, desea compartirlo conmigo.
“Tengo que comprar unos tenis de caminante”, dice cada vez que necesita unos. Llegado el momento, los compra, es consumidora de tenis. Yo, simplemente uso tenis para estar cómodo. Tengo un par nada más desde hace tiempo.
06.10.2019 (más tarde) Para el escritor, ¿qué es trascender? Es facilísimo ser olvidado así se haya escrito publicado y vendido un libro de 1.000 pág. y permanezca durante algunos años en estanterías públicas y privadas. Es una ley natural que las personas comunes ‒las que no escriben o no buscan notoriedad por otros medios‒ desaparezcan para siempre de la faz de la tierra, y que sus vidas, con todas sus contingencias, horribles, excelentes, maravillosas y neutras, no le importen a nadie en absoluto. Es lo que sucede con las personas que no escriben por la razón que sea. Está el caso de los padres cuando fallecen y su recuerdo permanece durante una o dos generaciones en la memoria familiar, pero no de ahí no pasa. Ser olvidado es algo que sucede todos los días, a cada milisegundo, mientras en el espacio inconmensurable, en el final de uno de los brazos de la galaxia, la Tierra gira en torno a un sistema solar ordinario entre miles de millones de sistemas solares en el universo entero. Para ese universo inconmensurable, la galaxia, el sistema solar y el planeta Tierra, somos una anodina mota de polvo, nada más. Mientras tanto y en una escala modesta, en cualquier aldea de cualquier ciudad de la Tierra algunos queremos manifestarnos ante la sociedad antes que ante la familia y permanecer, formar parte de la historia universal futura, la que se ocuparía de registrar nuestra historia de hoy mediante el uso calculado del lenguaje escrito, gracias a que nos hemos ocupado de la escritura, es decir, de escribir libros creativos o de orden ensayístico que aporten algo bueno a la cultura, al punto que marque un antes y un después de.
Durante el periodo clásico griego, en el siglo v a. C., cuando finalmente la escritura se aceptó a regañadientes sobre la tradición oral como el medio por excelencia para fijar, transmitir y recopilar lo más importante y lo más augusto del saber, quienes escribieron lo hicieron pensando conscientemente en el futuro, en las generaciones venideras, y para dejar constancia de quién lo había hecho, pues antes, los que se ocuparon de la transmisión oral, en general, fueron olvidados. Nadie recuerda el nombre siquiera del segundo ni del último aedo que transmitió oralmente Ilíada y Odisea. El primer manuscrito de finales del siglo vi está perdido y sólo se conservan papiros del siglo ii a. C… Es decir, la escritura se convirtió poco a poco en un medio material para la trascendencia, para ir más allá del propio tiempo y de la propia descendencia para tener un lugar en la memoria escrita de las comunidades y de la sociedad. Para logar esto, se ha usado la escritura en el sentido espacial de ir de un lugar a otro atravesando un aquí y un ahora metafóricos para lanzarse más allá de cierto límite físico, lo que supondría una liberación de los lazos temporales y la consecución de otra otredad. Es decir, ir de la biológica, temporal y débil existencia común de los mortales, a una existencia atemporal que tendría un valor absoluto, dueña de su propio espacio, de su propio tiempo y de su propia verdad.
La ontología se ha ocupado de eso.
Si bien la trascendencia ha sido considerada desde el siglo vi a. C. como bien, belleza, verdad, y su opuesto lo negativo: lo profano, lo feo, lo falso, lo injusto, lo criminal, ambos son necesarios y suficientes para que exista un equilibrio y aquello que trasciende tenga sentido dentro de un campo semiótico propio. Sin un opuesto negativo, carece de sentido lo puramente positivo y el campo semiótico es pobre. Lo trascendente sin su opuesto complementario, lo trivial, sería una cosa sin ninguna sustancia. Sería tanto como pensar maniqueamente un mundo en el que sólo existe el bien y no existe el mal y viceversa.
¿Qué tiene qué ver lo trascendente y su opuesto complementario, la trivialidad, con la escritura que me refería atrás? Para Heidegger la trascendencia no es lanzarse hacia lo remoto de sí, ir más allá de cierto límite del aquí y el ahora, sino ir a lo más cercano de esa trascendentalidad que está en el interior del ser. Si es verdad que está en el interior del ser, ésta, ¿cómo se expresa? ¿Mediante algún ejercicio místico (chamánico), religioso, filosófico o auto analítico? Cualquiera puede hacerlo escogiendo el camino del bien o del mal, pero ambos caminos son relativos, a menos que uno caiga en la trampa intelectual modernista según la cual son sólo una dicotomía o una forma maniquea de entender al ser social. De ahí que no se debe caer en la sonsa trampa de creer que nada debe considerarse totalmente bueno o totalmente malo. Lo que existe, son vidas humanas complejas que se desenvuelven en la sociedad en busca de alguna forma de expansión ontológica que redimensione al ser. Si es una ley natural pasar por este mundo y ser olvidado ‒como a miles de millones de personas les ha sucedido in illo tempore‒, también lo es hacer algo para impedirlo, si es que deseamos redimensionar nuestro ser, si seguimos a Heidegger. Aunque, si echamos mano de Deleuze, no consideraríamos una sola redimensión del ser sino una liberación de lo múltiple interior para llegar a un tipo de renovación. Un padre y/o una madre buscan lanzar sus genes y su nombre y su legado hacia el futuro de manera más o menos inconsciente, más allá de un aquí y un ahora que puede ser infinitamente trivial, pero que en el futuro alcanzaría formas complejas de evolución. Un criminal, mediante actos que son estudiados por la teoría de la conducta anormal, buscará lo mismo.
En todo caso, no existe en absoluto, por parte de las personas comunes, ninguna obligación de trascender ni de figurarse indispensable ni insustituible ni genial, basta con su aportación biológica, es una ley que, paradójicamente, extienda su cuerpo de verdad de mano con la trivialidad, y ya dijimos que ésta y la trascendentalidad se necesitan mutuamente para ser y existir.
¿Y un escritor, que es el caso que nos ocupa?
En el escritor creativo, el impulso creador es la semilla de lo trascendente y es elemento constitutivo de la persona y de su razón de vivir. Cuando esto acaba, el escritor creativo, como tal, fallece. Pero para que tal impulso tenga lugar, no basta con que se manifieste mediante la inspiración, éxtasis o algún tipo de epifanía. De nada sirve la inspiración o el impulso creador si estos no nacen del logos y del kháos interior de la persona y se refinan con el paso del tiempo. Aquí entiendo logos como pensamiento ordenador del mundo interior (kháos). Al menos esto sucede en el común de los mortales que no nacimos con una inteligencia y una sensibilidad superiores. Sin tal refinamiento, cualquier intento de trascendencia no será más que un permanecer en un aquí y un ahora en el que la persona rebota contra las paredes de una habitación cerrada, sin una puerta y sin una ventana siquiera y su ser permanece atrapado en la univocidad, si recordamos a Deleuze.
Los creadores (no tanto los innovadores) que escriben narrativa, ensayo literario y poesía son muy muy escasos y son los únicos, en el campo de la literatura, los llamados a trascender, a propagar su arte único y propositivo por sobre lo familiar y lo social inmediato y a entrar, sin más, en la Historia.