Memoria 23

Memoria 23

 

 

 

Tener y no tener. La Felicidad. Aunque muchas veces a lo largo de mi vida he utilizado la palabra ‘felicidad’ para nombrar una emoción intensamente positiva, nunca he sabido qué quiere decir de esta categoría. Para muchos, es un sentimiento de plenitud, pero esto es relativo. Plenitud del acto sexual, durante unos minutos (un absoluto: es o no es). Plenitud en la edad madura por tener una bonita familia (es relativo). Haber conseguido el libro anhelado durante tanto tiempo (una probabilidad). Tener tiempo para hacer mis cosas (una potencialidad). Ir de la mano con mi mujer, estar con mi mujer (un absoluto). Pasar un tiempo inapreciable con hijo, como cuando vamos a almorzar y él mue habla de sus cosas (un absoluto). Sin embargo, la felicidad es una categoría emocional, una entre muchas. Los griegos la diferenciaron. Hablaron de la belleza y de la virtud, del amor hacia los demás como un bien supremo, como caminos para alcanzar la felicidad. Según la doctrina de Jesús, la felicidad, en términos de goce, radica en tener fe en un otro infinitamente superior a mí: Dios, lo cual no es ninguna novedad, e implica la violencia de la subordinación. En cambio, en Jesús sí fue novedoso y necesario el concepto de compasión, pero la compasión no lleva a la felicidad sino al sufrimiento. Sócrates y los filósofos posteriores hablaron del amor a la mujer, y de la mujer como objeto erótico, no como un complemento para alcanzar la felicidad. Hasta el final de la Baja Edad Media, se consideró que la mujer estaba cerca de la categoría animal, carecía de valor, no era respetada en cuanto tal. En esa época, la mujer no había sido elevada a una categoría humana sensual, lo cual es sorprendente. Hay que echarle la culpa al cristianismo, para no hablar del islamismo. Siglos antes ya había sido escrita la seductora poesía de Safo, y se la reconocía. Diotima, en El banquete, habla de la belleza. Uno como lector imagina la belleza innominada de Diotima, pero en virtud de su sabiduría. Siempre me ha sorprendido la modernidad de Platón, siempre lo he admirado. ¿No toda la filosofía occidental son meras glosas a la filosofía de Platón? Lo anterior leí por ahí, quizá, quizá, en Castoriadis, si no en… Y aunque es una afirmación falsa, no deja de significar que su estilo de pensamiento es ejemplar. Siento envidia del estilo de razonamiento de Platón. Ignoro si Platón fue un hombre (no un filósofo) feliz. Diógenes Laercio nos da a entender que sí. Es extraña y casi incongruente la imagen de un filósofo feliz, pues la reflexión profunda no conduce a la felicidad, sino a la desesperación. El ejemplo clásico es Kierkegaard. Uno imagina a Platón de estatura mediana, como de 1.70 m., robusto, imponente, no por su físico, sí por su serenidad. ¿Era feliz o sereno ese Platón de mi fábula? Sereno, razonador, pensador. Me gusta el redondo de los ojos en los bustos dedicados a este hombre. Lo vi en el museo del Louvre hará 25 años o más. Me gustan su frente, sus labios carnosos y sensuales. Pero me gusta más el conjunto. La del hombre admirable por la potencia de su pensamiento. Pensar en Platón es casi lo mismo que pensar en Kafka. Kafkita ¿fue un hombre feliz? Yo diría que se sentía pleno cuando escribía, cuando caminaba por Praga, cuando se encontraba con los amigos que quería, en bastantes ocasiones, con su hermana menor, Ottla, su amiga hasta la muerte. Y sólo parcialmente con las mujeres que tuvo. Las mujeres entraban de inmediato en competencia franca con su escritura. Para la muestra Felice Bauer y Milena Jesenská. La excepción es su ya dicha hermana menor, Ottla, y Dora, su última amante. Pero ¿qué significa que la felicidad sea un concepto escurridizo? No solo que no comprendemos, siquiera más o menos su dinámica, sino que miramos hacia el pasado, de donde sacamos felicidades filtradas, ya hechas. ¿Y el presente inmediato de hoy, de esta semana? Hay tantas variables (salud, trabajo, clima, relaciones familiares y con conocidos) que es incierto, a pesar de la vida que llevo conmigo mismo y con mi mujer, y mi hijo, en la distancia, que cuando pienso en él me produce mucha felicidad. ¿Y el futuro, digamos en meses y años? Da miedo ese futuro, porque es predecible y oscuro y miedoso. ¿Y si ocurriese una catástrofe mundial? Cada nación tiraría para su lado. Si, por ejemplo, desapareciera París del mapa, el resto del mundo haría lo posible para no desaparecer como París. Pagaría el precio que fuera. A eso me refiero. El egoísmo humano sería el protagonista, etcétera. La felicidad que proporciona el bienestar (que se confunde con la felicidad) sería rápidamente olvidada, tanto como el principio de alteridad. Lo primero que olvidamos con las desgracias es la felicidad que supuestamente llevamos dentro, pues no es acumulable, no se pude gastar poco a poco, como la electricidad, como el dinero ahorrado. ¿Por qué la sensación de felicidad no perdura? La felicidad es una emoción pasajera, que hora a hora y día a día debe conquistarse, que deberíamos incorporar a lo que somos para alimentar nuestra riqueza interior. Uno hace sumas y restas y dice: soy feliz, no soy feliz. Tengo, no tengo…

La felicidad es un concepto social, una invención, no una necesidad humana esencial. Millones de personas han vivido durante toda o casi toda su vida sin ninguna felicidad según nuestro concepto contemporáneo. Piénsese, por ejemplo, en los siervos de la gleba durante la Baja Edad Media, en los indígenas sometidos y en los africanos esclavizados durante generaciones. La felicidad está determinada por tener y no tener. Por otra parte, un neandertal, una persona de la edad de Piedra, un campesino normando del 787, por ejemplo, ¿pensaba en la felicidad? No lo creo. ¿Y un chibcha del año 1356, por inventar una fecha, pensaba en ser feliz? No lo creo tampoco. Buscaba en las fiestas populares y en los rituales pequeñas satisfacciones ante el brutal trabajo que llevaba a cabo para su señor. Pequeñas satisfacciones, desfogues, válvulas de escape. Ni los chibchas ni los aztecas ni los incas de la época, pensaron jamás en la felicidad. La felicidad es un concepto del moderno mundo occidental, que nació al final de Baja Edad Media y se convirtió en dogma con la idea de progreso y bienestar del siglo XVIIII. Estaría definido por tener y no tener, que es una noción utilitarista. Tendré que comprobarlo. De ser así, la noción de felicidad es falsa, pertenece al mundo de las satisfacciones; es decir, del utilitarismo de Stuart Mill.

 

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Llamo plenitud a caminar con mi mujer de la mano de la casa a la hortaliza. Ver la naturaleza y el universo grisoso de las nubes y del viento que, después de pocas ráfagas, cesa. Sentir la paz del campo, cierto sosiego. La fuerza animal de los perros y del gato y de las aves. De la gran masa de árboles que circunda las dos casas. ¿Es felicidad? ¿No es esta una horrible palabreja manoseada que tiene sentido sólo en el universo de tener y no tener? Tener amor o carecer de ello. Tener dinero o carecer de él. Tener tranquilidad o no poder gozarla a pesar de tener dinero y amor. Bataille afirma que el hombre descubrió el erotismo cuando tuvo consciencia del cuerpo y tuvo noción de la muerte. Durante años consideré que podía ser así. Lo que no advertí entonces es que el concepto de goce en el erotismo implicaba también el concepto de felicidad ante la conciencia del erotismo del otro y de sí mismo. Pero, ahora pensando, ¿el concepto de felicidad sí está implícito? No lo creo. Es el concepto de gozar. Gozar: poseer, usar, disfrutar, fornicar. En suma: tener y no tener. Tener sexo con la mujer que uno ama, no siempre es una expresión de felicidad, aunque miles de veces sí la haya, de manera auténtica. Muchas veces tener sexo es puro goce, puro placer, y que no siempre ambos sienten de la misma manera, no es ninguna obligación que así sea, pero que sí se integra a la buena salud de la vida en pareja. En la literatura universal y médica se ha afirmado que, si en el sexo en pareja ambos no gozan por igual, entonces ninguno goza, lo que es falso. 

En mi escena anterior con mi mujer de la mano, es sentimiento de completitud. No sentirme vacío sino más completo, integrado con mi mujer y lo natural, con el instante climático, con lo sensorial. Si ella no existiera, a mi alrededor tendría un paisaje, con el valor propio del paisaje, una experiencia bucólica. Walden. Yo estaría por fuera, en otro mundo, todo aquello me sería inaccesible, pues no lo compartiría con nadie. La felicidad es subjetiva, se conquista cada hora, cada día, no depende de las circunstancias. Es apenas una categoría emotiva de la contemporaneidad, un artículo que se compra o no se compra. Que se tiene o no se tiene. Es tan falso el concepto como vano e intrascendente. No hace mejor al ser humano. Al contrario, lo condiciona, lo vuelve más egoísta, más envidioso, más tonto, pero a la vez amplía el campo de la experiencia humana. Si alguien es ‘feliz’ como la fábula del amargado hombre maduro, rico, que encuentra el amor en una linda jovencita, y es correspondido, se vuelve generoso, es capaz de ‘darlo todo’. Es ridículo. ¡Ay de él si esa jovencita lo decepciona! 

¿Por qué el ser humano no es generoso de corazón per se, sin acudir, por ejemplo, a ninguna doctrina, como la de la compasión? 

Mejor sería hablar del modo como amamos u odiamos, del valor humano del otro.

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