Memoria 22
El arte. Vana diatriba de domingo. Durante la Ilustración, el Romanticismo y el primer tercio del siglo xix, los filósofos y los escritores más destacados del enciclopedismo ‒la mayoría, burgueses polímatas‒, creyeron que una manera de ennoblecer, educar y moralizar a la sociedad, era mediante la música religiosa, la poesía y las novelitas edificantes, las artes en general, de ahí que la literatura de la Ilustración tuviese un carácter didáctico. El Bildungsroman, es, como se sabe, literatura de aprendizaje o de formación. Únicamente los grandes ideales del arte, como la belleza y sus fines altamente morales, sacados del modelo estético griego, eran capaces de mostrar un camino genuino, con grandes ideales, como el altruismo, la alteridad, la nobleza, el heroísmo, y el buen comportamiento ciudadano y filial, de acuerdo con valores extraídos del catolicismo y del protestantismo. Pero los grandes escritores de principios del xix, no leyeron adecuadamente a los griegos o lo hicieron de un modo acomodaticio: entregando al servicio de la elite el poder un canon que parecía poner en tela de juicio el lastimoso estado de ignorancia de la burguesía en ascenso y la obreriada de las flamantes industrias nuevas. Este canon siguió el emblema del romanticismo alemán, una herencia ya reseca del barroco. Es decir, el modelo estético no se había liberado del canon, lo haría después, cuando empezó a tomar fuerza el realismo y el arte de denuncia social de la primera revolución industrial. Las luchas del naciente proletariado de la primera mitad del xix, tanto en la Europa occidental como en Rusia, se basaron en la profundización de los principios humanísticos y morales del catolicismo y de confesión ortodoxa. El socialismo utópico de Saint-Simon y el cooperativismo de Fourier (ambos, romanticismo socialista), pretendieron el ennoblecimiento de los de abajo tomando valores morales y de lo humano de inspiración católica. Lo que no estaría del todo mal, pues si algo es valioso del catolicismo en su origen es la compasión por los desposeídos, por los que poco o nada tienen. Sin embargo, lo está mal con esta práctica, es que los gobernantes comprendieron que era más redituable política y económicamente mostrar algo de compasión por el populacho grosero e ignorante a través de la caridad para mantenerlo en estado de barbarie. Esta barbarie, claro está, servía a los fines de la nueva Revolución industrial, pues sin el embrutecimiento del obrero que trabaja 18 horas con poco descanso, no era posible echar a andar la nueva mecanización monetaria.
Una idea interesante de la Ilustración, es que el ser humano se podía dignificar mediante el arte. Que el arte debía estar al servicio de una moral derivada de la religión. La pregunta es si un arte como el de Goethe, Kliest, Vivaldi, Rembrandt, Bach, Schiller o Stendhal, dignifica al burgués en general. La respuesta es que no dignifica a todo el mundo. ¿A esa sociedad industrial próspera del siglo xix, salvaje en sí misma, el campesino y el populacho obrero de los que he venido hablando, se le podía dignificar con el arte de los artistas que acabo de mencionar? La familia entera ‒desde los niños con apenas suficiente fuerza de trabajo, niños que más bien debían asistir a la escuela, hasta los viejos‒, trabajaba en las industrias que engrandecían a Inglaterra y a Francia, a Italia y al Imperio Alemán. ¿A qué hora y en dónde, así hubiera sido gratis la entrada a un museo, a la ópera o al teatro, o gratis los buenos libros, iba el arte a ennoblecer las atribuladas almas de esa gente que ni siquiera sabía leer y menos escribir? ¿Cuántos de esos ‘miserables’, recordando a Hugo, comprendió durante una misa de cualquier domingo el sentido profundo religioso, musical y cultural en general de la música de Bach o Vivaldi? Nadie duda que estos dos músicos pueden llenar de emoción el espíritu de una persona que no sabe leer ni escribir, pero llenarse de emociones elevadas durante un acto religioso no significa que esa persona entienda dicha música ni que la dignifique. Hoy no se habla de si el arte debe moralizar y ennoblecer a las personas, sino de si el arte representa o no algo inmoral (es una trinchera manida desde donde se intenta transgredir para vender). El arte está destinado ‒como lo ha estado desde antes de la invención de los museos en el siglo xvii‒, a una elite.
Es la elite la que puede gozar, sentir goce estético, disfrutar, sentirse ennoblecida con el arte de primera fila. La clase baja nunca tendrá acceso al arte de ‘goce estético’, según el concepto de goce espiritual desarrollado también durante la Ilustración con la teoría estética, que es una forma de la filosofía. La clase baja accede a otras formas, las más medianas, a las alienadas por una ideología o una religión, a las más degradadas por el utilitarismo y la economía de mercado. Para gozar estéticamente y comprender el verdadero sentido literario y moral en una obra de Goethe, por ejemplo, no basta con entender que la fábula de Fausto forma parte de una larga tradición centroeuropea que se pierde en la historia, ni tampoco entender la estructura compositiva del poema. Para comprender a Rembrandt, no basta con saber que es un gran pintor y grabador barroco neerlandés, maestro asimismo del claroscuro. O para gozar estéticamente a Stendhal, no basta con haber leído, pongamos por caso, sus más conocidas obras y saber que es un realista literario con profundo conocimiento de la sicología de los personajes. ¿Por qué? Porque estos artistas elaboraron obras refinadas que requieren una formación refinada para adentrarse en ellas. ¿El populacho en general tiene acceso a la educación refinada? Claro que no.
Por ejemplo. Para comprender los secretos del cálculo diferencial o de la topología, no me basta con conocer los rudimentos del álgebra. De ahí se deduce que: si no me educo refinadamente, no ‘ennoblezco’ mi alma. En el contexto alemán del siglo xviii y principios del xix, un campesino, un obrero, un empleado común, al leer o al ver representada una obra de Goethe, a pesar de tener sobre sus hombros el peso de una tradición cultural, ¿se ennoblece? ¿Se hace más ilustre (ilustrado), más digno, más honrado, más engrandecido y generoso? No. Quizá más generoso, un poco más sensible o consciente de su herencia y de su tiempo, pero no más ilustre-ilustrado; es decir, no más culto e instruido para reconocer lo refinado de lo que no lo es. Si no sé aritmética y no sé pensar matemáticamente, no puedo comprender la esencia de las matemáticas, y si no sé matemática no puedo comprender las operaciones algebraicas, y sin esta comprensión es imposible acceder al cálculo, etcétera. Lo mismo sucede con la geometría euclidiana: si no comprendo los rudimentos de las formas del espacio convencional, ¿cómo voy a asimilar (refinarme) las nociones de las geometrías elípticas e hiperbólicas y comprender, yendo más lejos en la Teoría de la Relatividad General, lo de las curvaturas no homogéneas del espacio-tiempo? O, diciéndolo de otro modo, si no sé leer ni escribir y estoy desempleado, ¿cómo voy a entender siquiera un aviso en la calle en el que se anuncia un trabajo de acuerdo con mis capacidades y formación?
Sólo una ínfima parte de gente de clase baja y media se educa refinadamente, un 1%, a lo más. Quizá es el avance más notable, desde el punto de vista social y cultural, desde el nacimiento de la burguesía hacia el siglo xi. Yendo más lejos, lo que ha habido desde los tiempos del Imperio romano es una visión vertical-piramidal de la cultura y del acceso a las más refinadas formas del arte. ¿Qué significa? Dos cosas. Que el arte de primera fila está plagado de tanto contenido que sólo está dirigido a unos pocos porque sólo una elite la puede comprender adecuadamente, y que este arte es un instrumento político de dominación de las masas para que sean más productivas.
Para el populacho restan unas formas culturales que han emergido de sus condiciones económicas precarias que han intentado copiar, como es de esperarse con éxito limitado, de ahí lo limitado de sus alcances, pues carece de las herramientas intelectuales y estéticas para asimilar los refinamientos de la alta cultura. Lo kitsch y lo camp y sus innúmeras variantes, por ejemplo, están en la burda línea de la oferta y la demanda y se han legitimado como ‘expresiones artísticas libres’, que sirven para ‘expresar libertad, emancipación’, hasta ‘contracultura’. Estas formas restan para la gran mayoría, para quienes esto es arte. El ojo, el oído y la mente no educadas, no pueden diferenciar lo barroco de lo que no lo es. Y muchas veces, lo que es moral de lo que no lo es. ¿Por eso el populacho no se ha ennoblecido ni tiene, en general, mejores principios morales? No lo sé. Trato de seguir la lógica de los artistas románticos. Y por extensión, ¿la educación en áreas como historia del arte, ciencias duras, ciencias humanas, etcétera, ennoblece a la gente? Es bastante discutible que así sea. Lo que predomina es la idea de que no es así. Los ritos (culturales, tecnológicos) mediante los cuales la cultura se afianza y crece como sociedad, están cada vez más envilecidos. Umberto Eco defiende que hoy, o bueno, hasta 2007 cuando lo dijo, hay tantas formas estéticas en la sociedad que se ha convertido en una sociedad politeísta; es decir, de moral diversa, pero con una moral, al fin y al cabo. Yo creo lo contrario. No es que le recemos a muchos dioses, más bien le rezamos a todos y a uno solo: la ley de la oferta y la demanda. Del tener y no tener, que tiene bien definida su moral. A las clases media y baja a las que me he referido, las deslumbra una marca como Levi’s, por ejemplo. Es imposible que una persona de clase media compre un auténtico de Yves Saint Laurent o Louis Vuitton sin quedar arruinada. En la vida cotidiana, se le reza a lo que está al alcance del bolsillo. De ahí que comenzaran a proliferar, desde finales de 1970, las imitaciones chinas, hoy una industria inmensa. A una persona de clase media común le basta con que parezca que su pantalón es un Armani o un Levi’s, por ejemplo. Esto funciona de la misma manera tanto para los alimentos, como para los productos culturales.
Las clases media, media-media, media-baja y baja colombianas, están condenadas a no ennoblecerse jamás gracias al arte de primera fila. Quizá se ennoblecen con los relatos de los abuelos y bisabuelos, todos de origen campesino. Todos con historias trágicas de la Violencia, la violencia y la post violencia. Relatos que adornan, cambian, resignifican y vuelven a contar, como si fuera el rito salvador de sus vidas. Pero también están los relatos para las generaciones siguientes que devinieron urbanas. Relatos que han impuesto culturas extranjeras, y hoy son las nostalgias reificadas de esas nuevas generaciones urbanas. Nostalgias que, en clave, ennoblecen sentimientos. Nostalgias que son espurias y cosificadas. Para las personas mayores de treinta años, por ejemplo, hoy la nostalgia está en la música de los años 1970 a 1990 (sobre todo en inglés y francés). Lo que aquí, desde la naciente radiofonía especializada en música norteamericana e inglesa en la década de 1980, se ha llamado ‘clásicos del rock’, hoy es toda una institución, y el colmo del empobrecimiento radial. El pasado de estas generaciones, las nacidas a partir de 1960, su relato de vida sentimental y emocional está en relación directa con la música de esas épocas. No conozco a nadie de mi generación que no tenga al menos media docena de canciones caribeñas, americanas y francesas que definieron sus relatos amorosos. Incluso aquellos que estaban en contra de los yanquis, los que oían a Mercedes Sosa, a Silvio Rodríguez, Serrat, Milanés y a Víctor Jara, en secreto escuchaban arrobados a The Beatles, Dylan, Cohen, Jetro Tull, Ives Montad, Gilbert Bécuad o Marlene Dietrich. En la Cuba de la Revolución y casi hasta la post Revolución, estuvo prohíba la música yanqui e inglesa. Pero la gente en Cuba, muchísima gente, consiguió en el mercado negro los discos de los Stones, de Pink Floyd, The Carpenters, etcétera, que escondían y todavía los esconden.
Sentimientos elevados, nobleza de sentimientos, moral, heroísmo, alteridad, son grandes palabras hoy en desuso. Ya ni siquiera quienes tienen acceso al arte de primera línea les importa lo que significa. Les importa si ha bajado su valor monetario en las subastas mundiales. Es el dominio puro del mercado. Estamos en un punto de no-retorno. La sociedad moderna evoluciona hacia una nueva sofisticación de los principios instrumentalistas y utilitarios.
Mi madre decía: “Nadie da puntada sin dedal”. Parece que los principios utilitarios están bien cimentados, las puntadas que sus manipuladores han dado sin dedal, los fortalecen.