Memoria 18
La riqueza interior. Quizá Platón tuvo mayor riqueza interior que un artesano ateniense común de su época, así como Kafka tuvo mayor riqueza interior que Max Brod. La proporción es la misma. Hasta su muerte en 1968, Brod fue más famoso que Kafka, pero no más respetado en el mundo literario. ¿En qué radica la diferencia entre riquea y pobreza interior? Trato de comprender la cuestión, a ver si no fracaso en el intento con estas reflexiones sueltas. ¿Se trata entonces de conocimiento de la interioridad, de refinamiento de las emociones, de los sentimientos y del conocimiento? ¿Es la capacidad para ir más allá de la alteridad y poder establecer relaciones horizontales con los seres humanos y no humanos que nos rodean, e incluso, que imaginamos? ¿Es la capacidad para viajar de manera vivencial y no experiencial, no arrogante, para asimilar sin juzgar? La cosa puede ser por ahí, pero no deja de ser incómodo, para validar este razonamiento, que tanto Platón como Kafka son seres excepcionales. Enfatizo la palabra son, pues por su grandeza, su ser y su pensamiento están vivos como su obra. Los estilos de razonamiento de Platón tienen tantos registros que abruman por su complejidad y por la variedad de temas tratados. Platón era un sabio que, a primera vista, estaría por encima, en cuanto a riqueza interior se refiere, del artesano ateniense. Pero ¿si ese artesano resulta ser Fidias, Leocares o Escopas? ¿Y si no es un artesano sino un campesino raso, desconocedor no sólo de la escultura y la arquitectura sino de la alta filosofía de Platón? Aquí la riqueza interior está en virtud de un capital intelectual poderoso, único, que llena de riqueza interior la vida de quien a su vez debatió con Sócrates, un Sócrates que recogió el pensamiento de Anaximandro, de Pitágoras y de Tales y de Homero, etcétera. ¿Conocemos la mentalidad de ese campesino ágrafo e ignorante de la época de Platón? Muy parcialmente, casi nada. Hacen falta más estudios detallados, claro está. Cuando acudimos a estudios especializados, nos acercamos un poco. Pero entonces tenemos que acudir no a investigaciones de la época helénica sino a estudios que tratan de momentos históricos más recientes. Tenemos, por ejemplo, el trabajo de C. Ginzburg sobre Menocchio, molinero del siglo xvi, en el archiconocido El queso y los gusanos o los de Marc Bloch (Los reyes taumaturgos) y Fernand Braudel (El mediterráneo y su trabajo sobre las estructuras de la vida cotidiana y los juegos de intercambio, etcétera).
¿Qué nos queda de Menochio, ese molinero semi analfabeto que acabó en la hoguera? Una enorme fanfarria de informaciones que trastornaron su cabeza. En el fondo, las conclusiones de Menochio sobre la naturaleza de Dios, del mundo, del bien y del mal, a pesar de ser anfractuosas, son muy interesantes, iluminadoras de una mentalidad y de una manera de leer que hasta la década de 1970 no habían sido documentadas. Desde el punto de vista de la riqueza interior, ¿Menochio es inferior a Platón? Esto se puede poner en duda, claro está. Quizá la diferencia, por ejemplo, está en que el universo filosófico elaborado por Platón nace de la tradición oral (que defendió en desmedro de la escritura), su asimilación y su reelaboración extrayendo de tal tradición lo mejor de las ideas, relacionando y encadenando y deduciendo ideas nuevas. En cambio, Menochio no. Menochio no hace un trabajo sistemático ‒sí muy desordenado, inmediatista y de corto alcance‒ que pueda comprarse con el de Platón. Sin embargo, su manera de leer la Biblia y los libelos que circulaban (literatura de colportage) sí muestran una cultura (no subcultura) de la época (siglo xvi) que es honda y es dueña de sus propios códigos, de su propia riqueza basada en mundos naturales, fácticos, y, sobre todo, imaginarios. ¿Son comparables las riquezas interiores de Menochio y Platón?
En la cultura Occidental siempre ha existido una línea muy fina entre la denominada ‘alta cultura’ y la ‘cultura popular’. Ginzburg, pone esta línea en cuestión en su famoso libro y en muchísimos escritos posteriores y encuentra en la llamada cultura popular un valor inestimable sin el cual no sería posible el avance de la civilización europea.
Ahora volvamos a Kafkita y a ese Brod.
De acuerdo con la mejor biografía de Kafka, escrita por Reiner Stach (2016), se colige que mientras Brod leía e intentaba en vano desacreditar a Nietzsche en escritos sinuosos, grandilocuentes e idiotas, Kafka leía discretamente a Grillparzer y a Kleist, a Goethe y una biografía de Napoleón. En sí, la biblioteca personal de Kafka no era demasiado grande (Jürgen Born), era más bien modesta, en comparación con la que pudo tener Brod en la misma época. Aparte de la inmensa desconfianza que me causa Brod, sus escritos son tontos y superficiales, todos, incluidas sus novelitas, estoy de acuerdo con la mayoría: pasó a la historia porque tuvo el suficiente sentido común de no tomarse en serio el pedido de Kafka. Pero eso ya no importa. Importa ver lo de la riqueza interior. Kafka, literaria y humanamente, era un gigante; Brod, ni para qué añadir adjetivos.
Parece, con estos ejemplos, de Platón y Menocchio, de Kafka y Brod, que la riqueza interior está en la capacidad de penetrar horizontalmente en el mundo para comprender su micro y su macroestructura, no en las informaciones que cualquiera puede almacenar en el cerebro que, como he dicho en otros escritos, hasta un loro puede repetir y repetir sin ningún provecho. Brod siempre se preció de ser dueño de una gran cultura y de sus habilidades con el piano y sus devaneos en los burdeles.
Regreso casi, casi al principio: la riqueza interior se relaciona con nuestras capacidades intelectiva, emocional y sentimental que hunden sus raíces en el pasado, se alimentan de él de manera continua y se educan. Ahora bien, si la riqueza interior es sinónimo de educación intelectiva, emocional y sentimental, que excepcionalmente (Freud) se desarrollan en paralelo o al mismo tiempo, es cierto que debemos esforzarnos para estar alerta, vigilarnos y suplir la(s) falla(a). Pues sería una falla: se puede tener un mundo intelectivo rico, y universos emocionales y sentimentales pobres; y en sentido inverso también, lo que constituye un empobrecimiento o, en todo caso, un desequilibrio psíquico (Freud). Es probable que no seamos capaces de ver el fallo porque carecemos de un mínimum de la apertura necesaria y nos dejamos llevar por el prejuicio y la arrogancia.
Es casi seguro que de la pobreza interior nacen los conflictos.