Memoria 19

Memoria 19

 

 

Los deportes. Durante mi adolescencia y primera juventud, practiqué el karate do. Durante unos siete años esta disciplina se convirtió en mi estilo de vida. Hacía mucho ejercicio, fui vegetariano, no bebía, no fumaba, me alejé de las malas compañías del barrio peligroso en el que vivía, me comportaba como un excelente ciudadano. Practiqué budismo zen, hice yoga, meditación profunda. Era excelente compañero entre el grupo de amigos que heredó el Club de karate. El Club había nacido en el colegio, cuando faltaban cuatro años para graduarnos. El fundador del Club, se fue a los pocos meses de empezar. Pero fue muy inspirador y seguimos solos, unos 10 estudiantes, y nos dimos a la tarea de buscar y encontrar instructor. Mientras estuvimos en el colegio nos permitieron utilizar en la noche, dos veces por semana, la cancha de básquet. Cuando nos graduamos, la solución fue el parque El Tunal, por entonces un potrero abandonado de la mano de Dios, y de toda mano. Con el tiempo, aprendimos rápido, nos convertimos en instructores, también tomábamos clases en el Salitre, en donde había un grupo constituido y dirigido por un cinturón negro. Participamos en certámenes regionales y nacionales, ganamos muchos primeros y segundos premios. Fueron buenos tiempos. Tiempos en que sentíamos un profundo respeto por lo que hacíamos, con enorme esfuerzo, pues no teníamos sede propia y entrenábamos, juiciosamente, en donde podíamos. Como se dice hoy, con las uñas.

Al cuarto semestre de estudiar una licenciatura en química ‒como he hecho desde entonces, en varias ocasiones a lo largo de mi vida‒, rompí radicalmente con aquello y me entregué a la nueva disciplina, a un nuevo estilo de vida. Lo del karate do quedó atrás, de tajo. Me dediqué a estudiar química pura, epistemología, etcétera, haciendo a un lado, pues en aquellos tiempos no era el énfasis, las pocas materias que tenían que ver con didáctica y pedagogía. No volví a practicar ningún deporte. O mejor dicho, jamás practiqué ningún deporte porque para mí el karate do era un arte y una espiritualidad que, a lo largo de siete años me habían transformado. El karate do y el grupo de seis amigos que mandábamos fue fundamental para que yo no me descarriara. En la universidad, me dediqué a leer y a estudiar; estaba deslumbrado con Bachelard, Serres, Foucault y con mi nuevo grupo de amigos, muy estudiosos todos, incluida la chica de la que enamoré en aquella época. Y todos, así lo veía en ese momento, más talentosos que yo. Bueno, por mi parte, tampoco lo hacía mal.

Para mí, deportes como el fútbol y el básquet ‒lo que estaba, y está de moda‒, eran actividades espurias. Lo mío era lo intelectual, lo espiritual. En la universidad no sólo leíamos a Bachelard (sus poéticas, sus epistemologías), sino a Kafka y a Borges, a Cortázar, a Benedetti y a los poetas locales, que parecían ser una nueva fuerza. Que me alejara del deporte y lo viera como una falsificación, moldeó el resto de mi vida. Ocasionalmente, durante algunos periodos, he ido a la piscina, incluso aquí, en el conjunto, pero sin ningún programa serio, no como un estilo de vida. 

En el campo de fútbol enfrente del conjunto en que vivo, con alguna frecuencia presencio partidos de fútbol, uno de los ‘deportes’ que más detesto. No sólo por su carácter gregario, malamente ´jugado’ en Colombia, sino porque convoca iras, falso compañerismo, falsa amistad, ordinariez, mediocridad, culto fanático, vulgaridad, ramplonería. Para mí el deporte como tal no existe. Existen unas disciplinas completamente manipuladas por grupos económicos a su antojo, en las que los practicantes son manoseados, convertidos en ídolos, como hacen las religiones, que hay que explotar hasta el agotamiento. El ‘deportista’ se compra, se vende, se le puede usar, se puede manipular con medicamentos para que aumente su rendimiento (como a los animales de engorde, de raza), se le puede poner como cualquier ficha en cualquier equipo, no es una persona, es un producto. El jugador es convertido en una cosa. Como a los grandes jugadores de fútbol que todo el mundo conoce gracias al marketing. Son claros ejemplos de cómo una persona deviene en cosa. El sentido del ritual, de la lúdica y del juego (Huizinga), origen de los deportes, ya no existe. ¿Debemos apegarnos siempre al sentido original de algo, en este caso el deporte, para valorarlo correctamente? Quizá en esta forma de ver las cosas haya una falacia. Los tiempos cambian, los conceptos cambian. Que hoy en día los deportes sean materia de explotación utilitaria, quizá sea una condición de la modernidad, que ha convertido los actos públicos en lo que Vargas Llosa llama la ‘cultura del espectáculo’, lo que, en últimas, no es más que una forma de explotación comercial. Nada nuevo, por supuesto. Es una evidencia más del avance de la insignificancia.

Jamás fui bueno en ningún deporte. A veces, en televisión, con mi mujer, vemos algunas presentaciones, como gimnasia rítmica, en donde compiten jovencitas a las que admiramos sinceramente y nos sorprendemos de su perfección técnica. Pero rápidamente se me sale el aguafiestas. Me siento agotado de pensar que aquello no es más que una manera de explotación económica, de cosificación de la persona y de propaganda ideológica. Con mi mujer comentamos la disciplina extrema a la que son sometidas esas niñas, todas muy bellas. No dejamos de suponer, por lo que hemos leído y visto en documentales, lo que les pasa a esas jovencitas cuando fracasan ‒y fracasan muchas‒, sobre todo, en los países en donde tradicionalmente han sido campeonas, generalmente países del primer mundo. Unas pocas privilegiadas se convierten en entrenadoras bien pagas, a diferencia de las otras. Pero igualmente son duras, autoritarias con esas nuevas niñitas, a quienes deben adiestrar y aleccionar para que ganen en certámenes internaciones. Luego son desechadas.

Que haya utilizado mi absoluta inexperiencia en el deporte para hablar del deporte, puede resultar en que no tengo autoridad. Ninguna. La autoridad, en este caso, es narrativa, y radica en que digo lo que pienso de manera limpia e independiente. No es de poca monta decir ‘autoridad narrativa’, ya que esta se cimenta en la sinceridad y en mi autoridad moral e intelectual. Por otro lado, debo decir que mi repugnancia hacia la noción contemporánea de deporte, es el origen de estos comentarios. Y también, mi repugnancia por lo que representan y son, en lo utilitario, proviene de aquellos equipitos de fútbol que juegan aquí, al frente del conjunto en donde vivo. Gritan con voces roncas, piden la pelota, mandan, se enfurecen, usan vulgaridades, corren, hacen mil pases chambones. Quizá en todo no haya más que nostalgia por el juego-ritual, o ritual-juego de tiempos remotos. Muchos buenos entrenadores contemporáneos añoran, por ejemplo, el juego de barrio o de playa, el que se hace por el mero recreo, en honor al juego, por definición político (de nuevo Platón), comunitario, gozoso, lúdico, y se lamentan del nivel, del ‘deporte’ centrado en las personalidades. Entre otras cosas, tengo entendido que muchos ‘descubridores de talentos’ van a las playas de Brasil, de México, de Colombia, a los barrios bajos, a buscar genios. Genios que luego convierten en meras cosas que deben ser un ejemplo para los jóvenes. ¿La contemporaneidad exige que todo esté centrado en las personalidades? Por ejemplo, ya que soy escritor, ¿la literatura debe estar centrada en la personalidad del escritor o en su obra? Ahí tenemos a Vargas Llosa, por ejemplo. Acaba de lanzar un nuevo libro, Tiempos recios. Creo que es una novela, y debo decir que sus últimas novelas dejan mucho que desear. La personalidad parloteadora de Varguitas es lo relevante, ¿a dónde diablos mandó la buena literatura? Mi madre decía que quien mucho habla mucho yerra, y cómo yerra Varguitas, no se calla. Entre otras cosas, Varguitas fue también comentarista de fútbol. Hay que ver… Lo mismo ocurre en todos los ámbitos. El culto a la personalidad, también es el juego de Trump. Pero volviendo al deporte, si es que existe, o si todavía queda algún atisbo de lo que fue, en los tiempos venideros será mero show ordinario. Proliferarán los deportistas inflados, así como en las artes en general, artistas llenos de plumas de ganso; no, de ganso no, de gallina clueca.

Cuando algo como esto me supera, le digo a mi mujer en forma de broma: “No sé, Pimpollito, esto me confunde, me confunde mucho”.

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