
Memoria 17
Profundizar en una relación. Para profundizar en una relación debemos despojarnos de todo pensamiento vertical y mediación libresca y dejar a un lado la noción de alteridad. La mediación libresca tiene que ver con lo que hemos leído y aprendido por nosotros mismos o por medio de otros (libros, películas, videos, revistas, personas que nos enseñan) a lo largo de nuestra vida. El pensamiento vertical que establece categorías de superior/inferior, bueno/malo, dominio/sometimiento, posesión/entrega, sentimiento/ razón, blanco/negro etcétera, se hermana con la alteridad. La alteridad puede ser suficiente para el entendimiento entre dos personas que no se conocen o que empiezan a hacerlo. Pero no es suficiente para que una relación amorosa permanezca en el tiempo de manera enriquecedora. Quizá sí sea suficiente que ambos en la pareja sean capaces de establecer relaciones de horizontalidad en las que uno y otro ser son iguales. Iguales no en el sentido en el que yo me puedo poner en el lugar (alteridad) o intentar sentir algún tipo de compasión porque el otro sufre o estar alegre porque el otro lo está. Sino en el sentido de que sus imperfecciones, altibajos, motivaciones y comportamientos son tan humanos como los míos y tienen el mismo valor intrínseco, ni más ni menos. Es mi decisión, empujada por mi mundo del inconsciente (libido, historia de vida) y por mi mundo de la consciencia, si el universo humano del otro puede entrar a formar parte del mío, pues todo lo que fue, es y pueda ser, simplemente me parece único, excepcional. Esa persona y sólo esa persona es la dueña de semejante cúmulo de historia de vida, defectos y cualidades. Es decir, sólo cuando se supera el primer paso que consiste en desarrollar la alteridad frente a una posible pareja y ambos se abren a un tipo de relación razonada de la horizontalidad, es que la relación se profundiza, hunde sus raíces en cada uno y se llega a un estado distinto de comprensión.
Esto no sucede de la noche a la mañana.
Con el tiempo, nos adentramos en las simples particularidades humanas de la otra persona, sin idealizar nada, viéndola, dejando que sea. Bueno, en mi caso, viendo a mi mujer, pues hablo de ella, tal cual es, sin pretender que sea algo que mi mente había proyectado en mis búsquedas juveniles y adultas, y después he descubierto otra cosa. Por ejemplo, que sea menos nerviosa ante una situación inesperada que atente contra su estabilidad (psíquica y física), y se revele más frágil de lo que creí ver cuando empezábamos a conocernos. No deja de ser extraño, sin embargo, que a medida que profundizamos en nuestra relación, al mismo tiempo nos hacemos más tranquilos, más comprensivos ante lo que, en otras circunstancias, habría sido de motivo de algún tipo de enfrentamiento (burla, reproche, impaciencia, extrañamiento, decepción, etcétera) y lo veamos más como algo episódico o circunstancial que no afecta en lo más mínimo la esencia o los motivos por los cuales formamos una pareja.
¿Tiene la cultura heredada e inmediata los fragmentos de los discursos amorosos (Barthes) que asimilamos de la familia, amigos, lecturas, cine y entorno en general, la culpa de nuestra concepción (siempre educándose) del amor físico y sentimental? Sí. Si bien los impulsos interiores (Freud, la libido) guían nuestra vida, no se pueden tomar como un todo, sino como una parte constitutiva fundamental que lentamente ‒al menos en lo que tiene que ver en mi relación con mi mujer, funciona distinto en las demás parejas‒ va cediendo terreno a una vida más racional y centrada en lo sentimental, en lo emocional y en lo erótico. En nuestra juventud, el orden que acabo de describir era inverso, y era natural: hablo de los tiempos de la libido, tiempos en que las hormonas y los diversos instintos primarios mandaban (reproducción, sensualidad, satisfacción física) y no intervenía tanto la racionalidad. Funciona de la misma manera, a riesgo de generalizar, para la inmensa mayoría de los seres humanos.
Pero reducir la vida de una relación a meras funciones de nuestro cuerpo y de nuestra mente sigue siendo ingenuo y simplista. Y es así porque nuestras vidas, la de mi mujer y la mía, dirigidas más a la sensibilidad estética, carecen de la dimensión religiosa y/o pretendidamente mística o espiritual al uso, que sí está presente en muchísimas parejas. Y eso nos alegra, pues nunca hemos tenido esa visión (religiosa, mística, espiritual, etcétera) que enturbia y acaba por corromper lo que toca, que no agrega una visión más amplia del ser humano, sino que le resta, justamente, dimensión humana. La nueva religión, ha subrayado Agamben citando a Benjamin, es el capitalismo y el consumo. Es imposible que mi mujer y yo podamos escapar de esa religión a la que nos impele el estilo de vida que llevamos, la de unos micro burgueses no ricos, claro, pero críticos de ella de manera cómoda. Ser ‘críticos’ de algo así, puede ser tan fácil como monstruoso. Odiamos y criticamos de donde medramos, nos enquistamos en un estilo de vida cada vez más egoísta. Lo perverso es que es inevitable. Nuestra educación nos permite vivir de ese modo e impide que nos despojemos del dinero (que es poco) y de las cosas conseguidas con mucho trabajo a lo largo de los años, y entregárselos a los que no tienen. Eso carece de sentido. ¿Por qué? Porque ningún reparto será equitativo jamás, tendríamos que darlo todo. Pero, ¿quién desea ser pobre?
Es otro tema, me he salido de lo que venía hablando…
Quizá el fondo de todo es que mi mujer y yo nos amamos de manera auténtica, y en esa autenticidad que tiene lugar a cada segundo de diversas maneras, es en donde radica nuestro estilo de relación horizontal, y sólo en tal horizontalidad, es posible profundizar. Eso debería asustarnos. Pero no, brinda mucha tranquilidad.
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Profanar es restituir al mundo secular lo religioso, despojarlo de su valor sagrado, volverlo moneda corriente. Mi mujer y yo jamás restituiremos a la sociedad lo que hemos ganado gracias a grandes esfuerzos, a duras privaciones. En ese sentido, somos adoradores del sistema. No hay escapatoria, por lo que veo.
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Fisiología de la ensoñación. Una idea. Acabo de leer una reseña de una investigación en Science. Dice que, durante el sueño, la fisiología neuronal se encarga de ‘limpiar’ a las células de pensamientos del día y de días pasados, así como de las pre ocupaciones a futuro para que no se ‘sobrecargue el sistema’. Esa ‘información’, convertida en desechos neuronales físicos, se elimina por el torrente sanguíneo a través de los riñones que, a su vez, los desecha en la orina. Según ese trabajo, orinamos desechos de pensamientos. Orinamos la materia física de donde nacen los sueños, pues los sueños nacen de nuestro pasado inmediato y remoto, así como de nuestras preocupaciones futuras. No importa que no recordemos tal o cual sueño, siempre soñamos, siempre esos sueños son producto de nuestra actividad psíquica que, como da a entender la investigación mencionada arriba, tiene lugar gracias a una propiedad física común en todos los organismos: la homeostasis.
Es una posibilidad escalofriante, pues si esos pensamientos se pueden convertir en materia, ¿también los pensamientos sublimes, altos, digamos, se pueden convertir en desechos? La investigación no habla nada de eso. Parece ser que los pensamientos ‘buenos’ no recargan nuestro sistema nervioso ni nuestra memoria. Pero de ser así, ¿éstos a dónde van? ¿En dónde se almacenan? ¿Qué finalidad tiene tal almacenamiento? ¿Son los que en la vida diaria nos proporcionan un equilibrio psíquico? Es decir, el gasto energético (eléctrico, biológico), ¿ayuda a mantener un equilibro para que el ser humano se levante cada día y haga su vida? No sé cuánto crédito darle a esa reseña en la que no habla de nada de eso. Más bien me hace pensar en la compleja homeostasis neural que opera día y noche sin descanso para mantener una comunicación fluida entre neuronas dados los picos y los valles de la actividad biológica en lo que toca, especialmente, a la temperatura corporal y al equilibrio de los fluidos (entre ellos, la orina, claro está).
Pero llevado a un plano metafísico, que desechemos mediante la orina pensamientos inútiles, es la confirmación no solo de que carecemos de alma, de que somos seres biológicos al 100% (¿es que nadie se había dado cuenta?), que nuestros pensamientos, emociones y sentimientos, como religiosidad, misticismo, heroicidad, pusilanimidad, maldad, felicidad, depresión, creatividad, locura, deseo, etcétera, tienen un sustento biológico, físico. Y nada más.
Si toda ansia metafísica y de eternidad, de ‘comunicación con el Dios’, etcétera, por profunda que sea, es producto de la actividad homeostática de una vasta red de células complejas, es que somos seres comunes y quiere decir que las sensaciones y las percepciones ‘místicas’, los éxtasis, las ‘iluminaciones y las transubstanciaciones’ sólo son manifestaciones de la vida plena de actividad biológica. Preguntarse de dónde proviene la energía que anima cada célula, es tanto como preguntarse de dónde provino la energía que dio origen al Big bang
Según esto, la invención de los dioses, e incluso del amor, la compasión, la maldad y la locura, son productos de algún tipo de equilibrio dinámico entre células.