Memoria 15

Memoria 15

 

 

07.10.2019 Ser escritor. La flecha de Zenón. Kafka anota en sus Diarios, en 1911: “Para valorar correctamente un diario hay que escribir un diario”. Parafraseándolo: para valorar correctamente a un escritor hay que ser escritor. Esto no se aleja para nada del concepto que tenía Oscar Wilde del crítico como artista. En el ensayo homónimo de 1891, plantea más o menos lo mismo, que el crítico sólo puede juzgar una obra correctamente si se convierte en artista. Es decir, que la crítica jamás ha juzgado correctamente las obras artísticas, o al menos, las que han sido consideradas como tales. Un escritor cualquiera, siguiendo este razonamiento, ¿sólo puede juzgarse a sí mismo? Es una aporía. Como es una aporía la flecha de Zenón. Para que lo escrito por un escritor sea valorado correctamente, el escritor debe convertirse en crítico, al estilo de Wilde. Cuando me he juzgado a mí mismo, he sido tan riguroso, que acabo equivocándome, destruyendo lo escrito. No sé cuánto se equivocó Kafka al quemar lo que consideraba no valía la pena, quemó bastante. Poco antes de morir, dejó instrucciones a ese bobo de Brod para que rescatara sólo unos cuántos escritos, lo demás, a la hoguera. Parece que Brod, sí valoró correctamente a Kafka, en cuando a no quemar nada, a rescatarlo todo. Pero se equivocó, mucho, al intentar ser ‘editor’ de la obra de K., pues mutiló, recompuso, ‘reordenó’, hizo lo que le dio la gana con el legado. Se entiende, pues el pobre carecía de criterio filológico. Ahora bien. ¿No debería tomar la aporía de Zenón, ya que la traje a cuento, en relación con ser escritor? Si es así, no sería una aporía que el escritor sea incapaz de juzgar la calidad de obra. Pero sí es una aporía. El escritor está obligado a llevar al colmo del dominio su tékne, debe estar seguro de dominarla, de conocer sus vericuetos, sus fronteras, para no llegar a la inmovilidad de la flecha de Zenón. El escritor, por ejemplo, no puede escribir siquiera un microcuento, como el de Monterroso (7 palabras), si no conoce todas las reglas. Ni qué decir de obras de mayor envergadura. Es un principio, al menos, para juzgarse, para, al menos, tener el suficiente juicio para no publicar basura. Es un error suponer, por experimentado escritor que crea ser, que conoce todos los secretos, que no hay nada que aprender. Es un problema al que se enfrentan, y no siempre dan la batalla, los escritores cuando han alcanzado la fama. Abundan, los que no presentan batalla, los que se quedan inmóviles en el tiempo (en una época) como la flecha de Zenón.

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Hoy, que tengo tiempo para darle un empujón a mi novela Todo se destruye, ¿por qué no lo hago? Carezco de fuerza mental y física, estoy embotado, anulado, apenas con un poco de cerebro para leer un librito que me regaló mi mujer el sábado pasado. Además, quedé de almorzar con mi hijo, es algo que no cancelaré por nada en el mundo, pero eso me rompe la jornada. ¿Me sentiría distinto si no partiera el tiempo al mediodía? Seguro que sí. Partir el tiempo, no tener al menos 6 o 7 horas seguidas, muchas veces se ha convertido en un impedimento. Aunque no siempre ha sido así. Hace dos años, cuando escribía ******, sólo necesitaba un par de horas, a veces menos, para avanzar todo lo que podía, incluso, entre una clase y otra. Cargaba los archivos en una USB, iba a la sala de cómputo, cogía un computador. Pensé cargar este computador, pero era una lata. Escribí 400 p. en pocos meses. Había cierta excitación de mi parte. En cierto sentido, Todo se destruye es un trabajo al que le tengo demasiado ‘respeto’, pues debo darlo todo de mí para lograr lo que deseo. Me hice falsas ilusiones hace unas semanas esperando la semana de receso. Aunque también debo decir que es posible que no me sienta totalmente seguro de poder escribir semejante obra, me plantea grandes exigencias, probablemente aun no estoy en condiciones. Algo me pasó con “Un animal”. Un cuento (¿?) que escribí hace meses y desde que cerré el archivo sentí miedo. No me atrevo a abrirlo por lo que escribí allí, algo cenagoso acerca de mi yo oscuro que no me atrevo a mirar por segunda vez. ¿Por qué no lo borro? No lo sé. Está guardado en una carpeta, lo acabo de ver. De leer el título me produce un revoltijo en el estómago. Y ¿con Todo se destruye? Es diferente. Es inseguridad. Busco en ciertos autores algo que justifique mi punto de vista sobre esa novela aun no escrita, y cuando lo atisbo, es como si tomara impulso, pero no es suficiente. Se queda en una potencialidad, como la flecha de Zenón.

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