Memoria 14

Memoria 14

 

 

04.10.2019 Leer para escribir. Hasta ayer, entrado el mediodía, estuvo lloviendo. Un día helado, húmedo. No tuve que ir a la universidad, por lo del dichoso paro. En las universidades, decir que se cursa o se da clases en maestría se mira con respeto. Con demasiado respeto, como si fuera la gran cosa. ¿Es en esos niveles, incluyendo el doctorado, que la carrera todavía no tiene, lo van a implementar, en donde hay un conocimiento reservado a unos pocos? Cuesta creerlo. Son demasiado chapuceros. He conversado con muchos profesores (no todos, claro), incluidos los jefes ‒directora del departamento, directora de posgrados, coordinador de pregrado‒ que jamás han escrito un texto creativo. Como para salir silbando. Pero conocen la teoría, la recitan bien. Se ponen altaneros cuando alguien no está a su altura. Y parece que creen hacerlo bien. Pero no tienen idea de lo que es producir un texto literario medianamente aceptable. Según ellos, sí es posible la creatividad, afirman que ‘la creatividad es un proceso’. Los ‘procesos’, se les olvida, nacieron en la época tecnocrática, no en ninguna época humanística. Como para imaginar a Ovidio o a Dante en sus procesos creativos. Hoy en día todo es un proceso, hay doctorados en gestión de procesos: proceso de compra, procesos técnicos, procesos naturales, procesos químicos, proceso de gestión de la calidad, ¿cómo va tu proceso psicológico?, te vamos a listar (¡a listar!) en el proceso académico para que nos colabores… Cuando me empieza a doler el estómago y sé que iré a defecar, digo a mi mujer: mi tripita está en proceso. Ese sí que es un verdadero proceso. Esos profesores y jefes no comprenden los problemas que se dan en la composición de un cuento o de una novela corta, menos los de una de 300 p. o más. ¿Por qué doy esta cifra de, pongamos, 300 p.? Pues porque se ha instituido en la universidad, por pereza, por mediocridad de los tutores, que las novelas deben ser cortas, mientras más cortas, mejor, o a lo sumo de 150p. Quizá no debería criticar eso. Todos los maestros tenemos bastante carga académica, toma mucho tiempo no remunerado apadrinar, en término medio, 5 trabajos por grupo. Basta multiplicar el número de páginas por corregir, semestre a semestre, bimestre a bimestre, para entender la cosa. “¿Y por este salario de mierda?”, he oído decir. Entonces, ¿la culpa es de la carga académica y del salario? Sí. Rotundamente sí. Y de los formatos. Los jefes están metidos dentro de formatos, es decir, dentro de creencias. Creencia en que la teoría es suficiente y que, en el fondo, la teoría está por encima de los textos creativos. Creencia en que los modelos han funcionado y funcionan. Así han graduado a un ejército de creadores literarios. Ejército en el que hay uno o dos sargentos (ni siquiera generales ni comandantes), los demás son carne de cañón. Creencia en que las producciones ‘creativas’ deben adaptarse a las estructuras dadas: modos de perfilar personajes, modos de estructurar un relato, modos de tratar lo espacio – temporal, etcétera. Creencias en que, gracias a sus títulos de posgrado y doctorado, la teoría es una verdad, aunque lo nieguen, aunque se les llene la boca con la palabra creatividad. A la hora de hacer una tutoría, sólo saben hacer teoría. Creencia en que están dirigiendo una carrera de creación literaria, no una de literatura. Esa fina línea, como se dice, ya se pasó. Lo que ocurre es que se han dado cuenta, pero no lo comprenden. En medio de esas creencias aceptan estudiantes bien intencionados que desean escribir una obra, pero que carecen de la formación libresca mínima. Libresca, digo, en el sentido de haber leído muchas obras literarias de manera sistemática (y hasta teóricas), muchas, una enormidad, en desorden si se quiere, pero una barbaridad. Y cuando pregunto a los estudiantes cualquier cosa del bachillerato, me miran asombrados. “No, no lo he leído…”

¿Es una obligación haber leído mucho para escribir una obra? Sí. He conocido casos en los que un joven escribe una buena obra sin conocer a H. James, por ejemplo, a Cervantes ni a Borges, pongamos por caso, pero que ha leído sobre otros temas, como ciencia y filosofía, música o antropología. Ningún ente puede existir a partir de la nada. La producción de un libro ‘original’, por ponerlo en esos términos, que aspire a ser literatura, sólo puede ser si forma parte de alguna herencia o tradición (la que sea, mejor si es propia), no de otra manera. Es indispensable que el escritor la conozca a fondo, más allá de cualquier teoría. Las teorías, dentro de la lógica de la innovación de Tatarkiewicks homogenizan, es su razón de ser. Este pensamiento, que proviene de la ciencia positiva de la primera mitad del siglo XIX, al parecer ha sido superado. Eso creen los teóricos que dirigen las carreras de creación literaria. Pero no, no ha sido superado, en absoluto. Siguen atrapados en el siglo xix. Nadie, en absoluto, va a convencerlos de lo contrario. 

Es la invencible mentalidad poscolonial del colombiano.

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