Memoria 07
28.09.2019 Perder el tiempo. Desde la Ilustración francesa, cuando de desarrolló la noción de progreso, y en paralelo, la noción de utilitarismo en Inglaterra, y, en la misma época, la teoría del mercado liberal, al tiempo se le asignó un valor monetario, se le monetizó. Después de la Revolución francesa, con la teoría de Bentham, la monetización se formalizó y pasó a formar parte de la vida de no solo los dueños de nuevas y florecientes fábricas ‒tan prósperas como deprimentes por las condiciones de trabajo para la naciente clase obrera, conformada en buena medida por mujeres y niños‒, sino de la gente del común, que empezó a ver que el tiempo era dinero. Para los dueños de las fábricas, mucho dinero, para los trabajadores, una miseria, pero se trataba de dar un paso para formar parte de la nueva sociedad, para no quedarse por fuera. Durante ese siglo luminoso, el siglo de los científicos, los exploradores y, sobre todo, de los filósofos y los escritores en general, hubo un desarrollo importante en cuanto al modo de medir del tiempo, se popularizaron los relojes de bolsillo. El desarrollo de la relojería, que tuvo un impulso enorme con el perfeccionamiento de los instrumentos astronómicos y de navegación