Memoria 05

Memoria 05

 

27.09.2019 La imaginación. Ser escritor. Leí Odisea, Ilíada y la Eneida a la edad de 11 años. Hurté los libros, en ese orden, de la ínfima biblioteca de mi padre. No debía haber más de una veintena de autores clásicos de la literatura, Cervantes incluido ‒no me gustó de nada. Estaban en medio de docenas de cartapacios de procesos judiciales (era abogado) y otros libros que, poco a poco, incluidos esos clásicos, mi madre llevó a las casas de empeño para conseguir algo de dinero para el diario, pues mi padre nos había dejado. Alcancé a esconder aquellos tres libros, que empecé a amar por sobre todas las cosas. Lo mejor, como todos los amores apasionados, es que no sabía exactamente por qué los amaba, lo intuía. Odisea era una edición en papel muy ordinario, amarillento, la primera obra que leí a escondidas, que guardé exclusivamente para mí. La mantuve lejos de la mano de mi madre, de mi hermano y de mis siete hermanas, mayores que yo; la menor, por su edad, no competía de nada. Era una edición en prosa. Nada más leer las primeras líneas quedé atrapado, aunque sin saber nada de lo que la obra hablaba. Vivíamos entonces de manera precaria. Y por razones que cualquiera haciendo un poco de psicología puede deducir ‒un jovencito de 11 años en medio de 8 mujeres y un hermano al que poco veía‒, me aferré a lo heroico y a lo fantástico de aquellos viajes y guerras mitológicas que me transportaban a mundos por mí inimaginados. Mundos llenos de significados que yo nunca habría podido vislumbrar en aquel barrio de los extramuros de Bogotá, entonces una ciudad a medias del altiplano cundiboyacense, con casas de interés social, con calles de barro.

Como es obvio, a esa edad y con la precaria formación que tenía, 5° de primaria, gocé del ‘cuentico’ y de las maravillosas descripciones de mares, islas y batallas, de hombres con aspecto de gigantes, de dioses poderosos, de mujeres inenarrables. Aquellas lecturas desordenadas e ignorantes del verdadero contenido, moldearon mi imaginación, me cambiaron para siempre. Sin esas tres lecturas, es seguro que mi imaginación se hubiera disparado en otro sentido, en otro campo del conocimiento. Hoy estaría escribiendo otras páginas. ¿Aquello sembró la semilla para que me convirtiera en escritor? Es posible, casi seguro. En todo caso, no fue Don Quijote ni El retrato del artista adolescente, ni Tom Jones. Esas lecturas no me transformaron. Pero ¿cuál fue la semilla que esos libros sembraron? Seguro, la necesidad imperiosa de encontrar lecturas que llenaran la gran cantidad de vacíos que llevaba dentro. La definitiva ausencia de mi padre, el autoritarismo de mi madre, la ausencia de mi hermano (al poco tiempo se fue a trabajar a Manizales), la presencia ineludible de mis hermanas, y la miseria. ¿Cómo es que lecturas mitológicas llenaban vacíos físicos, morales, paternales, modelamientos masculinos, alteridad frente a mi madre y hermanas etcétera? Literatura de evasión, se le considera hoy, para escapar de la realidad. La pregunta que ahora me formulo es si escapaba de mi realidad burda o si, como se afirma en sicología, estaba ‘elaborando’ emociones y sentimientos que me embargaban, que hacían de mi vida una especie de infierno. Quizá el origen de mi fuerza creadora, incluida mi fuerza para imponerme la disciplina de trabajar por mi cuenta a la hora que sea, el día que sea, se encuentre en la fuerza misma de esos héroes homéricos que, en las batallas y en sus decisiones, no dejaban escapar al oponente, llevaban sus decisiones hasta las últimas consecuencias, con frecuencia hasta la muerte. Quizá mi gusto por la perfección y aferrarme de manera obsesiva a la calidad de la escritura, también provenga de esa poesía que leí en prosa (nunca he dejado de preguntarme qué habría pasado si aquellos libros hubieran estado en verso), venga también de allí. Quizá mi gusto de concebir personas y escenarios en donde la noción de viaje es esencial, también vengan de allí. Estoy seguro de que, tarde o temprano, de no haber encontrado esos tres libros en la biblioteca de mi padre, tarde o temprano, habría encontrado otros que me llevarían por derroteros si no paralelos, acaso similares. Homero ni Virgilio me dijeron jamás que escribiera aquellos primeros versos de mi preadolescencia, pues nunca leí sus versos, sino a estos transmutados en prosa. No tenía idea siquiera de imitarlos. 

¿Qué habría pasado si no me hubiera adentrado para siempre en el mundo de los libros imaginativos, si no hubiera tenido la educación que tuve? Fui a una escuela pública, a un colegio público, a una universidad pública. Me incliné por las ciencias, no por los estudios literarios ni por algo por el estilo. Eso era para maricas. Cuando empecé a tener consciencia de lo que debía hacer en el futuro, entendí que carecía de imaginación para ser escritor de ficciones. La escritura autorreferencial es una necesidad interior. Lo que ocurre es que posteriormente puede convertirse en literatura, o ser considerada como tal. La escritura es un espejo que devuelve la imagen distorsionada, como esta misma escritura que refleja algo de mí, y es algo a lo que el escritor se aferra. Es una práctica narcisista, como toda escritura, pero quizá sea necesaria para no descarriarse. Me ocurre por periodos, que pueden durar meses o años. Luego vivo un horrible decaimiento, casi me hundo en la desesperación, como si de la tensión de la que hablé hace unos días ‒realidad versus libertad por fuera de este mundo‒, llegara a su máximo y no tuviera otra salida que saltar por la ventana. ¿La escritura rescata del suicidio? ¡No! Es la vanidad de pensar que lo que escribo sea genial, o al menos entretenido. Y miedo, por su puesto, cobardía, pusilanimidad. Provoca ganas de vomitar trabajar para ayudar a sostener el sistema. Lo malo es que esta es la única vida que tengo, pues nunca, una vez muera, tendré otra, jamás. Es el dilema en el que me debato cuando escribo y cuando no. Me llena de desaliento.

Entonces, ¿la imaginación salva de la miseria del sistema? No, ayuda a perpetuarla. Con el tiempo nos volvemos esclavos de ella, ayuda a impedir que nos volquemos todos contra el sistema.

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