Sección: Sin ataúd

Broncíneo Naranjo
Nació en 1995
Los perseguidos
Broncíneo Naranjo
Los más devotos recibieron la bendición de rodillas. Se persignaron, besaron el crucifijo que colgaba de su cuello y se levantaron del barrial. A lo lejos se escuchaba un golpeteo persistente. En el cielo se encendieron tres luces; fue la señal para avanzar. Él caminó hacia el sonido. Los pasos fueron cortos; sintió las piernas débiles. Quiso dar media vuelta e ir en dirección contraria, pero siguió caminando. Las luces descendían lentamente. Hubo momentos en que el golpeteo se detenía durante un segundo, había otros en que era por medio minuto. Esa interrupción prolongada era la ideal para avanzar.
El sonido repetitivo le produjo embriaguez, frenesí. Daba los pasos cada vez con mayor rapidez, la rigidez desapareció, corrió, gritó con fuerza y al tiempo escuchó el alarido de otros hombres que avanzaron junto a él por ese campo en medio de la noche. Fue un coro que intentó ocultar los demás ruidos, sobre todo los que generan miedo. Las voces al unísono perdieron fuerza cuando el aire de los pulmones se terminó, cuando algunos hombres cayeron al suelo y no volvieron a levantarse. Las luces quedaron ocultas tras un bosque.
Nuevas luces descendieron. Ellos estuvieron tan cerca que pudieron ver las caras de los hombres que producían los fogonazos. Y al tiempo que el golpeteo se detuvo súbitamente, vieron hombres que se pusieron de pie y echaron a correr. Fue entonces cuando los volcanes en sus manos erupcionaron. Otros preferían llamarlo barrer. El aire vibró, las ondas se sentían en el cuerpo. Los que intentaron huir cayeron al suelo.
Después hubo un coro de respiraciones agitadas, los hombres se detuvieron unos minutos para recomponer el aliento para saquear.
Un silbato a vapor señaló una pausa. Se lanzaron nuevas luces al cielo y observaron como varios hombres se acercaban desde su trinchera, llevaban camillas. Solo hasta que estuvieron cerca vieron que iban cargadas de fusiles y cajas de munición. Entre tantos hombres llegó el comandante de la compañía. Sacó de su abrigo un papel, lo desdobló y leyó:
Se ordena que a partir de este momento se deje de usar las escopetas y sean reemplazadas por los fusiles de cerrojo habituales. Ayer, los líderes de nuestras naciones han acordado prohibir el uso de esta arma por ser devastadoras, eficientes y causar sufrimiento innecesario. Su uso se considera un acto inhumano y será condenado. Es obligación de cada soldado devolver a sus oficiales este tipo de arma. Gloria a la patria, al líder, a Dios y a nuestro sistema económico.
Amen.
El oficial y los soldados que cargaban con las camillas regresaron a su trinchera con las escopetas. La pausa permitió que los hombres se recompusieran. El silbato volvió a sonar. Se prepararon para asaltar la siguiente trinchera.