Broncíneo Naranjo

Sección: Sin ataúd

 

Broncíneo Naranjo

Nació en 1995

El puente del Libertador

 

Broncíneo Naranjo

 

El Virrey agonizaba, la gente lo rodeó, acercaron sus oídos a los murmullos. 

Mi fin. Veré eso de lo que todos hablan y nadie conoce. 

Entraré a eso con lo que unos pretenden controlar a otros.

Suerte a ustedes, vendrá otro a imponer su voluntad.

Lo importante de un reino es su gente, de lo contrario el rey asesinaría a todos y así aseguraría todo para sí.

Como me voy les digo: sin amo, sin ley, sin dios.

Después exhaló por última vez. La gente llena de dolor gritó:
—El Virrey ha muerto.

Lloraban y se echaban en la tierra como señal de duelo.
—Tenemos que llevarlo al palacio, para que lo embalsamen.
—¿Por qué no lo entierran en ese potrero y ya?
—Usted se calla. A usted se le tolera, pero nada más. Ya no falta nada por decir cuando los mendigos dicen qué debe hacerse.
—Vamos a la Casa de forasteros.
—No, no salen carros, el puente se cayó.
—¡Ay, señor! ¿Cómo que se cayó? ¡¿El puente de San Antonio se cayó?!
—Sí, se vino abajo, la tierra se corrió, las piedras cayeron a la quebrada.
—¿Entonces no entra nada hacia Bogotá?
—Por el norte, pero nadie quiere dar la vuelta, todo se queda acá en Fontibón hasta que arreglen el puente.
—¡Virgen María!
—Llevémoslo a cuestas, ¿qué más podemos hacer? 
—Se van a enfermar. 

La gente cansada del mendigo alzó sus bordones. 
—Tranquilos, tranquilos, ya me voy.

La gente volvió a rodear al Virrey y lo alzaron sobre sus cabezas. El sol estaba en su cenit y el cadáver les proporcionó sombra. Empezaron su marcha hacia los cerros orientales. Al descender el sol en el firmamento, los integrantes de la procesión se hicieron delante de los que cargaban el cadáver para intentar resguardar las espaldas del sol. Cuando llegaron a la quebrada de cauce pedregoso botaron el cuerpo boca abajo al agua y pasaron sobre él. Al levantarlo la cara había cedido bajo el peso de los que cruzaron y se desfiguró. La nariz estaba aplanada; el hueso frontal se hundió; la mandíbula se desencajó hacia el lado derecho.

Pasaron la noche acurrucados los unos con los otros a cuatro metros del cadáver. Los días pasaban y se hacía más insoportable el hedor. Lo que era el Virrey se hinchó y se llenó de larvas que caían con fluidos nauseabundos sobre los que cargaban el cuerpo.  

Las manos de todos los que componían la procesión se tornaron negras y las larvas empezaron a moverse entre la carne. Previeron que iban a perder las manos; compraron una cuerda y aseguraron el cadáver con ella, después la agarraron con los dientes y tiraron hasta el palacio de los virreyes. 

Cuando entraron a la Plaza mayor, vieron que el palacio era cenizas y escombros. Un hombre caminaba entres las columnas que aún permanecían en pie. Vestía pantalón blanco; botas negras de caña alta; chaqueta azul rey con hombreras doradas y pechera roja con espigas bordadas en hilo dorado. Había otros dos hombres con él. Un banquero y un militar de otro lugar. 

Uno de los integrantes de la procesión, ya sin dientes y con las encías sangrantes e hinchadas, alzó la voz.
—Señores, buenas tardes ¿Qué pasó con el palacio? 
—Se quemó.
—¿Quién es el muerto?
—El Virrey.
—Ahhh, yo lo maté.
—¿Quién es usted?
—El Libertador —dijo inflando el pecho y posando una mano sobre el corazón.
—Ya no tenemos amos ni ley.


Los tres hombres se miraron confundidos y después rieron.
—Eso es solo para los oligarcas. ¿A qué han venido, señores?
—Traíamos al Virrey para que lo embalsamaran y le dieran santa sepultura. 
—No, señores, para eso están las picotas. Miren —dijo el Libertador y señaló a unas cabezas clavadas en unas picas. 

El libertador se puso de pie sobre el pecho del Virrey, se inclinó y agarró la cabeza, después tiró y giró con fuerza por varios minutos hasta que logró separarla del cuerpo. 
—Y ¿de dónde vienen todos ustedes? ¿Son una hermandad de mancos? —dijo mientras observaba la cabeza con detenimiento. 
—De Fontibón. Las manos se nos…
—Ya. Los realistas tumbaron el puente. ¿Cómo cruzaron? Gracias, señores, por traer el cadáver. La nación se los agradece. Hasta luego.

Los tres hombres montaron en caballos y se alejaron. 

La procesión oró por el alma del Virrey, después enfiló rumbo a Fontibón. Uno a uno cayeron, el último en morir alcanzó a ver cómo reconstruían el puente bajo la supervisión del Libertador. Los carros y animales cargados de mercancías y víveres entraron por fin en la ciudad.

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