Sección: Lo pensaré

Broncíneo Naranjo
Nació en 1995
Cavernas de los humanos
Broncíneo Naranjo
I
Ingresamos a la cueva. Tras varios pasos y girar a la derecha, encendimos las linternas. Nos arrastramos por el pasadizo que conduce a la segunda cámara, es baja, debíamos avanzar a gatas; al final de ésta, hay un pozo de 18 metros de profundidad. Aseguramos las cuerdas y descendimos al Útero, una cámara amplia con el techo lleno de largas estalactitas. Avanzamos hasta el cartel que anunciaba peligro e invitaba a dar media vuelta. En este punto hay una pendiente que terminaba en una cámara con agua que llegaba hasta nuestras rodillas. Esta sección es propensa a inundarse en invierno y el nivel de agua sube tanto que puede inundar el Útero, pero no por completo. Las marcas en las paredes indicaban que el agua solo subía cincuenta centímetros.
Apuntamos con las linternas al suelo, buscamos el hoyo que es la entrada a un pasaje en forma de L, que conduce a la cámara más grande de la cueva, Mundo. El pasaje es de ocho metros de longitud, se transita con facilidad. Nos agarramos de las irregularidades de la pared y nos impulsamos, pero una vez dejamos el pasaje, debimos nadar otros metros para emerger. Un tercio de Mundo estaba inundado. Escalamos una de las paredes hasta llegar a una saliente varios metros arriba del nivel del agua. Nos recostamos un tiempo para recomponernos. El sonido del agua al gotear retumbaba de forma hipnótica. Jugamos un poco con nuestras voces. Silbamos y nos perdimos en imaginaciones. Hasta aquí, era habitual que llegaran los visitantes, pero hace unos años Sofía Rueda ingresó por una grieta próxima a donde descansábamos.
Recompuestos, Lucía ingresó por la grieta que queríamos cartografiar. Avanzó a gatas, pero varios metros más adelante tuvo que poner su estómago sobre la piedra y extender sus brazos sobre la cabeza. Se arrastró solo con sus dedos. Tras una leve inclinación del terreno, la grieta se ensancha lo suficiente para poder dar media vuelta. Ese fue el lugar al que llegó Sofía y hasta donde cartografió.
Lucía comentaba todo mientras avanzaba. Dijo que había llegado a la zona inclinada.
Se derrumbó, no hay paso. Mierda.
Sus brazos apretaban sus oídos, el pecho se expandía y contraía con fuerza. La inclinación y la gravedad hicieron que se acumulara sangre en la cabeza. Sus gritos y llanto retumbaban en el Mundo. Mi mente se quebró y olvidé cómo respirar.
Tras un tiempo, pudimos ser dueños de nosotros mismos.
En las primeras horas, Lucía fluctuaba constantemente entre el pánico y la lucidez. Con el paso del tiempo los silencios eran más largos, hasta que no volvió a contestar.
II
Gabriel agarró lo que quedaba del porro con la punta de los dedos para no quemarse, peinó su bigote y lo estiró hacia el pómulo, buscaba alejar los pelos de las ascuas. Dio la última calada. Estaba eufórico. Agitó los brazos al cielo y soltó una carcajada de alegría. Saludó al vigilante que resguardaba la puerta de la plaza de alimentos.
“Noches”, su tono y gesto denotaba desprecio. Gabriel le sonrió.
Caminó por los pasillos estrechos. En la sección de frutas se detuvo a observarlas y a olerlas. Compró tres carambolos. Con el primer mordisco, el jugo de la fruta mojó su barba y goteó a su pecho. Para la gente a su alrededor era extraño verlo gesticular al degustar la fruta.
Llegó al centro de la plaza, miró a su alrededor y dijo en voz alta:
“Trato de no volverme loco cada vez que me pregunto cómo es posible que esto exista. No solo el universo, sino que además seamos conscientes de éste y de nuestra existencia. Los expertos en su área explicarán. Jamás dirán, no sé. Dirán que parece ser, creen, piensan, la teoría, la hipótesis, el libro sagrado.
“Yo no sé y no lo sabré ni lo comprenderé. Esto es sumamente extraño, un milagro.”
Algunas personas detuvieron sus tareas y se acercaron un poco a Gabriel para escucharlo:
“Nada más hay que ver nuestro cuerpo tan complejo y eficiente, que solo debemos procurarle alimentos de calidad, descanso y algo de cuidado. El resto lo hace la naturaleza, así ignoremos lo que sucede.
“Con nuestra mente hemos hecho cosas admirables. También vergonzosas, como comprar y vender. ¿Cómo algo puede ser de alguien? ¿Cómo este carambolo era de alguien y ahora es mío? Ya sé. Es fruto del trabajo del agricultor, de su esfuerzo, es la manera honesta de ganarse la vida. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, dijeron, y desde entonces la existencia se convirtió en supervivencia, desde entonces todo debe obtenerse con fatiga, todo se hace en pos de una recompensa.
“¿La semilla no puede brotar sola, verdad?, o ¿ustedes despiden los fotones para que la planta realice la fotosíntesis? ¿Ustedes realizan la división celular y conducen los nutrientes desde la tierra a todas las regiones de la planta? ¿Sí? ¿Los árboles y las plantas no florecen sin la mano del humano? ¿Acaso no puedo bajar el fruto de un árbol y comerlo y que este me alimente, así usted diga que es suyo? ¿El fruto me alimenta así me demanden? ¿Así me llamen ladrón? Así sea un pecador, criminal, vago, marihuanero, la fruta me alimentará, porque la inmensa naturaleza no funciona con sus reglas estúpidas, con las reglas del mercado o con moral. Apareció el humano en el universo y todo tuvo dueño. Unos niños no tienen nada y otros tienen en exceso. ¿Cómo es posible esa arbitrariedad? ¿Cómo se adueñaron de algo que ha existido por millones de años y que seguirá existiendo? ¿No se dan cuenta de su lógica estúpida? Ustedes viven de esa manera porque no saben qué hacer. Solo pueden imitar lo que hicieron sus padres y lo que hace la gente a su alrededor. Necesitan del Estado para que les ponga leyes, sin estas van por ahí dañando a los demás. Solo contemplan al otro cuando se les amenaza con un castigo.
“De repente, hacer un surco y botar semillas es algo especial, por lo que unos deben pagar a otros. Si todos tuviéramos un poco de tierra, no tendríamos que pagar a nadie, tendríamos la oportunidad de sembrar nuestra propia comida. Unos acapararon todo, después empezaron a cobrar por lo que es vital para el otro que no puede obtenerlo por sí mismo, ¿cómo alguien podría ser de esta forma autosuficiente? ¿Cómo alguien podría vivir sin someterse a sus reglas? No es posible, ustedes fuerzan a cumplirlas. Es un juego en el que ganan pocos y pierden muchos. Matan las vacas y es su carne la que comemos, pero ustedes hacen lo importante, cobrar. Ustedes son los verdaderos ladrones.”
Tarda unos segundos en comprender que le tiraron un tomate con fuerza a la cara.
Lo insultan. Le gritan cualquier ocurrencia obscena, pero la palabra que se repite constantemente es vago, parásito, flojo.
“Claro, yo soy el que vive del trabajo de los demás, pero como la naturaleza no cobra, ustedes dicen muy dignamente que se lo ganan con el sudor de su frente, cuando, en verdad, es la naturaleza la que hace casi todo el trabajo. Vamos a ver qué piensan cuando los verdaderos negociantes les vendan semillas que dan frutos sin semillas. Vamos a ver si entonces dicen que eso es de todos y no puede tener dueño. Entonces sus tomates no servirán de nada, porque ellos traerán a sus expertos y abogados. Que insensatez, ¿no? Ellos van a venir a explicarles porqué deben pagar.”
Una mujer lo golpea con un palo en la espalda. Los perros se alborotan. Ladran, lo rodean. Un vigilante lo agarra de la camisa y lo tironea, la camisa se rasga. Lo empuja en dirección a la salida.
“¿Debemos actuar o pensar de la misma manera que lo hicieron los que vinieron antes? Hacerlo es heredar sus miserias, odios y lógicas.”
Despertó a una cuadra de la plaza. Los carambolos aplastados en sus bolsillos, la camisa hecha jirones. La cara ensangrentada. Mierda.
III
En la parte más profunda de una cueva se genera un ser. Tiene ojos, con estos cerrados aún puede observarse a sí mismo y volver a ver lo visto. A esto lo llamó mente. La cueva tiene forma de embudo; cuanto más cerca a la salida, más ancha. Con cada paso el ser crece y la mente se hace más aguda y precisa.
Al salir, la luz del sol lo encandiló. Lagrimeó. Mantuvo sus ojos cerrados por un largo tiempo y los abrió levemente por un instante cada cierto tiempo. Sus ojos se adaptaron al fin. A lo lejos vio un árbol y a su sombra varios hombres sentados alrededor de una mesa. Caminó hacia ellos.
Al verlo, se pusieron de pie y lo saludaron. Bienvenido, por favor, aquí tenemos olivas, uvas y agua con zumo de limón.
Gracias, muy amables.
Bebió agua y probó las frutas.
Los hombres lo veían con atención. Sonreían a las reacciones del neonato. Nosotros también venimos de allí. Ahora aprendemos sobre el mundo, el más viejo nos enseña. Toma asiento.
¿Ustedes me pueden enseñar cómo puedo proteger mis pies?
No, nosotros no nos dedicamos a eso. Hoy estudiamos las leyes y las buenas costumbres.
No, gracias. Eso no me interesa. Solo quiero aprender a construir cosas y entender cómo funciona todo esto. El resto no es muy importante, solo son inventos suyos. Buen día.
Se fue con paso lento, protegía sus ojos de los rayos del sol con sus manos.