Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Año: 2024
Páginas: 27
Palabras: 10.784
Idioma: Español
Género: Ensayo
Subgénero: Ensayo literario
Temas: La vorágine | J. E. Rivera | obra inacabada | creatividad literaria | relato criminal | crítica literaria
Ideas generadoras del ensayo: En 2022, siguiendo la pista de lo que se ha estudiado en Colombia hasta el momento sobre el género negro y policial, encontré que existía muy poca producción al respecto. Tampoco había ningún trabajo ensayístico de fondo que estudiase, desde el punto de vista de la creación literaria y no desde el punto de vista histórico – crítico, el relato criminal colombiano, que arranca con algunos textos de El carnero, de R. Freile en el primer tercio del siglo xvii; luego hay un salto histórico de algo más de 200 años hasta 1851, cuando es publicada la novela El doctor Temis de J. Ma. Ángel Gaitán, momento en que nace la novela policial / criminal en Colombia como tal. Existen bastantes estudios sobre literatura colombiana en general hasta el año 2000, y sólo un libro de importancia sobre el género policiaco colombiano. Se trata de La novela policiaca en Colombia, del hispanista alemán Hubert Pöppel. El libro fue editado en 2001 por la Universidad de Antioquia (UdeA), cuando el doctor Pöppel enseñaba allí. No fue posible adquirir el libro en las plataformas web, y en algunas páginas había uno que otro capítulo, pues la Universidad de Antioquia no lo volvió a editar, el autor se fue del país, y tampoco hubo intereses renovados por el libro por parte de alguna entidad, de manera que nunca tuvo una segunda edición. Finalmente di con el doctor Pöppel en la Universität Regensburg, en Baviera, a finales de 2021. Después de asegurarle que el uso de su trabajo era con fines referenciales, él muy generosamente me entregó el libro sin diseño ni diagramación, como originalmente los cedió a la UdeA, pues él tampoco tenía el libro impreso y se había enfocado en estudios distintos a la ficción negra /policial. De modo que tengo el libro completo en pdf. El trabajo de seguimiento al origen, recepción y desarrollo de este género en Colombia por parte del doctor Pöppel, es de enorme valor por sus análisis individuales, por la investigación histórico-crítica que realiza del relato policial colombiano y por la síntesis histórica que hace.
Infortunadamente, el libro del doctor Pöppel sólo forma parte del acervo de los pocos especialistas en el tema y no hay ninguna obra que haya seguido su senda a pesar de que ha habido desarrollos que merecen ser tenidos en cuenta, al punto que casi uno podría afirmar que desde hará unos 40 años el género criminal / policiaco en nuestro país se ha convertido en un género.
Puede resultar extraño y hasta incomprensible que hable aquí de género negro / policial a propósito de La vorágine. Es claro que esta novela en sí no lo es. Lo que sí es claro, es que La vorágine es una novela criminal antes que una novela ‘terrígena o de la selva’; es la tesis que defiendo en este ensayo.
Desde 2022 he venido estudiando varios de los relatos de plot criminal en la serie Rescates, naufragios y comentarios en donde planteo otra manera de comprender el origen y el desarrollo de la narrativa colombiana, y cómo el relato criminal ha sido, desde las crónicas de R. Freile, un eje fundacional y estructurador del desarrollo de una novelística en Colombia. La vorágine: el crimen perpetuo, una novela inconclusa forma parte de este régimen analítico.
Palabras clave: La vorágine | J. E. Rivera | obra inacabada | creatividad literaria | relato criminal | crítica literaria
Autores relevantes relacionados con este ensayo:
J. M. Coetzee
A. Carpentier
J. E. Rivera
W. Benjamin
C. Fuentes
E. von der Walde
M. Serje
M. Ordóñez
R. H. Moreno Durán
L. E. Nieto Caballero
R. Casament
Fuentes adicionales:
La vorágine. Primera edición
La vorágine. Segunda edición
La vorágine. Quinta edición
La vorágine. Biblioteca de Ayacucho
La vorágine. Memorandum
Cartas de José Eustasio Rivera
La patria. Suplemento literario. Febrero de 1916
La patria. Suplemento literario. Marzo de 1916
La patria. Suplemento literario. Mayo de 1916
La patria. Suplemento literario. Octubre de 1916
Polémica. Entre José Eustasio Rivera y Eduardo Castillo
Instituto Caro y Cuervo. Noticias culturales. Segunda época. # 34
Proyecto de Ley La vorágine
Manuscritos. Modo de trabajar la goma en el Brasil
Manuscritos. Mapa 1
Manuscritos. Mapa 2
Manuscritos. Mapa 3
Manuscritos. Mapa 4
Manuscritos. Mapa 5
Serie: Rescates, naufragios y comentarios
La vorágine: el crimen perpetuo1, una novela inconclusa
2024
“Esa cosa que se llama La vorágine” 2
[continúa de la entrega anterior]
La elección de estas dos doctoras centrada en las estructuras económicas de contexto es útil, pero de muy corto alcance, pues para ellas sólo existe eso y no, por ejemplo, la praxis imitativa de Rivera como narrador para elaborar ese llamado ‘cosmos’ justamente extractivo capitalista. Si bien el enfoque que exponen (no que ‘proponen’, pues las argumentaciones ya están dadas, expuestas a los ojos del lector, y no las van a modificar, de modo que no es ninguna propuesta) es encantador, pero de reducido significado en cuanto a una visión cosmográfica propiamente dicha. La escogencia de Ptolomeo como modelo cosmográfico es poco afortunada, pues se asimila el geocentrismo de éste con la visión según la cual el contexto económico capitalista en sí es suficiente para comprender todo un universo literario. Como siempre, es lo que tenemos. Como se puede ver, utilizar en el título la palabra ‘cosmográfica’, es erróneo. ¿A cuál edición cosmográfica se refieren? En todo caso no a ésta. ¿Hacen el jueguecito semántico según el cual lo cosmográfico se refiere por extensión a la esfera económica contextual en la que tiene lugar la acción de esta novela? Es una licencia que no se deberían permitir, pero bueno. En todo caso, afirman en la p. xvii: “La vorágine se puede considerar una novela que no sólo describe un espacio y su historia, sino que lo inscribe, llenándolo de contenido: es este sentido, constituye una novela cosmográfica”. ¿A qué se refieren con que ‘una novela que no sólo describe un espacio y su historia, sino que lo inscribe? Es un galimatías, y como toda jerigonza, es vacua. Según uno podría colegir de semejante tautología de jerga letrada, es que todo en La vorágine es documental-etnográfico y antropológico y no hay cabida para la ficción. Palabras, palabras menos, según ellas, la novela no es ficcional y sí más bien es pre-científica, como lo fue la ciencia en tiempos de Ptolomeo, según afirma M. Serres. Estas dos autoras son incapaces de diferenciar un relato ficcional de uno que no lo es o que sólo tiene como escenario un territorio ignorado, ‘ilímite’, como dijera Rivera, humanamente inabarcable. Según ellas entonces, Odisea, Eneida, Don Quijote, Robinson Crusoe, Emilio, Crimen y castigo, Guerra y paz, El tambor de hojalata, Omeros, Los pasos perdidos, La casa verde, y un inabarcable etcétera de obras de todos los tiempos en las que hay una ‘descripción de un espacio y su historia’ son cosmográficas. Pero ¿qué se le va a hacer ante tanta irresponsabilidad? Eso, sin considerar que estas dos avezadas autoras confunden de manera vergonzosa narrar con describir…
En fin.
Al cerrar esta edición, uno como lector no tendría más que confirmar lo que Rivera contestara a Luis Trigueros en 1926: “Dios sabe que al componer mi libro no obedecí a otro móvil que al de buscar la redención de esos infelices que tienen la selva por cárcel.” (Ordóñez, p. 69) Es decir, la “nueva lectura” que dicen prologuista y editoras lo regresa a uno a esa afirmación sociológica del Rivera de la época, afirmación a la que se han pegado el 98 % de los críticos y académicos desde los años 1930 para hablar de esta obra. Afirmación que, al día de hoy, es anacrónica, sedante y retardataria. Lo que también hacen estos tres académicos, no es más que profundizar, reforzar y afianzar esta idea de Riviera, y olvidan o desconocen, o no tienen idea y tampoco les importa, que una obra de narrativa literaria no es necesariamente lo que el autor afirma ser del móvil o móviles que tuvo para escribirla. A saber, que una obra narrativa, en este caso La vorágine, no es meramente un asunto de denuncia social o de documentar ‘un territorio y su historia’ para ‘llenarlo contenido’. ¿Cuál contenido?, me pregunto. ¿Existe, así sea en un universo ficcional cualquiera, un territorio sin historia (tempus) y sin contenido (ἰδέα ídéa)? Si se quiere, el vacío perfecto sólo tiene lugar en la ficción. ¿Rivera venía incubando la idea de su novela a lo mejor (¿cómo saberlo?) desde que fue inspector escolar en Ibagué en 1909, o cuando realizó un viaje a los Llanos orientales con amigos suyos de la universidad en 1916, momento en que cursaba la carrera de derecho y supo de historias de la vida en el llano y de los caucheros en la selva? ¿O cuando llevó a cabo lecturas como la del Libro azul del Putumayo u otro texto?; de nuevo, ¿cómo saberlo? Carecemos de un diario, de cartas o de alguna memoria de Rivera que nos hable de su universo personal y literario, y leer, por ejemplo, el manuscrito (invito aquí al lector a la lectura del manuscrito de La vorágine), sólo nos confirma las grandes dudas internas que el autor tenía como narrador de historias, como novelista, un novelista que hasta ahora exhibía su potencia creadora.
Experiencias, lecturas, intenciones, potencia creadora –necesidad absoluta de ir del pensamiento al acto de escribir–, ¿son suficientes para redactar una obra como La vorágine? Claramente no. A la hora de escribir, la pluma convoca todas las fuerzas que el escritor tiene, incluidas las que forman parte de su pasado, de su presente y del futuro, incluido lo que sabe, lo que ignora y lo que cree saber, lo cual se sintetiza en una imagen y en una idea. La imagen de un hombre arrebatado por su pasiones violentas, y la idea de que sólo lo civilizado rescata al hombre de la maldad. La idea de un mundo sin ley (anómico), y la imagen propia del conquistador español del siglo xvi que ve a la naturaleza como ‘una presencia implacable de selvas y montañas a una escala inhumana’ (C. Fuentes). Por otro lado, Rivera, en su respuesta sobre sus intenciones literarias a Trigueros usa la palabra ‘redención’, y uno está tentado a decir que también lo alentaba un fin mesiánico, lo que refuerza la idea del conquistador del siglo xvi que trajo la fe católica, tan cara a Rivera, pero Rivera la excluyó de esta obra. ¿Por qué si Rivera consideraba su obra una “la sinfonía wagneriana de toda la tormentosa naturaleza tropical… Tragedia de grandeza esquiliana y de horror dantesco…”.? (Ordóñez, p. 98) En La vorágine, en cuanto a la trama, lo que se respira desde la primera hasta la última línea, no es redención, libertad, refugio, amor, altruismo, alteridad, algún teísmo, sino expiación, sujeción, violencia, maldad.
Para S. Benso (Ordóñez, pp. 289-306) La vorágine es una novela de relatos. Relatos, agrego yo, que están narrados de una manera desequilibrada. Como cuando uno elabora un esbozo general de una novela que tiene en mente y escribe a toda prisa para que la inspiración no escape. Nada del escritor sale hecho, terminado, sin errores, a menos que sea un Beckett o un Kafka, o Dios, que, según la Biblia no hizo ninguna premaqueta del mundo, del hombre y ni del universo. Y por estas tierras ni Rivera ni nadie lo ha sido. De ahí que La vorágine sea una obra inacabada, como lo son todas las obras literarias. Lo que une los relatos, ofrece soluciones de continuidad y proporciona un estructura orgánica y da la sensación de unidad, amén de la selva como escenario o teatro de los hechos, es la presencia absoluta de la maldad. La maldad es el motor que hace avanzar la trama. Esta obra se derrumbaría si sólo estuviese sostenida por el estilo o la intención ideológica (la denuncia social), o si Rivera hubiese escogido uno o dos relatos para su novela. La maldad que casi siempre el autor expresa a través del crimen, y cuando no, en sus múltiples formas.
Para el lector que sólo quiere leer un buen libro o que no le interesa hacer ningún tipo de análisis sesudo, al terminar la lectura, La vorágine (no con ‘V’ mayúscula, según escribió Rivera en el original ‘rezándole a nuestra señora la lengua’, pero es un parroquialismo ya superado por la ecdótica moderna), probablemente se trata de una tremenda novela de la selva, antes que criminal. Como también lo es telúrica / terrígena / nativa y de denuncia social, y todo tipo de cosas para aquellos lectores que ‘tienen’ que leer la novela no por placer sino por asuntos intelectuales y/o académicos, pues son quienes acuden a ese sustrato generoso y casi inacabable de análisis sesudos (más de un centenar) derivados de esta única visión de entender la obra. Visión que, como se ve, usa –antes que un lenguaje proteico, amplio y escogido–, su propia jerga, una jerga que trae aparejada prenociones infundadas, narcotizantes y lugares comunes.
Un ejemplo de ello se observa en el ya ‘clásico’ y obligado La Vorágine: textos críticos, compilados por Monserrat Ordóñez y editado en 1987, que vengo citando desde las primeras páginas de este trabajo. En esta compilación, hay textos (no todos son ensayos, los 9 primeros son recensiones) de 33 estudiosos, pocos bastante agudos, la mayoría miopes, y de 3 reconocidos escritores de ficción (no tengo en cuenta a Rivera porque ningún escritor de ficción tiene por qué defender su libro, y yo como glosador no me tomo muy serio lo que un exaltado Rivera dijo), incluido H. Quiroga. Sin duda, estos enfoques de colombianos y extranjeros, más todo lo que se ha publicado desde entonces –más de 100 artículos como cortados con la misma tijera–, orientaron y aún dan influyentes pautas en materia de estudios críticos y académicos de esta obra desde que salió publicada a finales de noviembre de 1924. Pero que durante 100 años tal etiqueta (lo de novela de la selva, terrígena, etcétera) se haya convertido en un lugar común de la lectura facilista y oficial, no quiere decir que esa sea la única manera de leerla ni que necesariamente lo sea. Como dice Carlos Fuentes en La nueva novela hispanoamericana,3 “Después de todo, el lugar común es eso, un sitio de encuentro, una posibilidad inicial de diálogo, y, como tal, posee ciertas virtudes que nuestro mundo de esferas aisladas no debe sacrificar.” (p. 9)…
Citas
- ‘”Mas el crimen perpetuo no está en la selva sino en los libros: en el Diario y en el Mayor’. Se refiere Rivera a las cuentas que los explotadores les llevan a los explotados”. Citado por L. E. Nieto Caballero en: “La vorágine”. Ver: Ordóñez Vila, Monserrat. La vorágine: textos críticos. Bogotá: Alianza editorial, 1987 (p. 34). .↑
- Citado por Jacques Gilard, en Ordóñez, M. La vorágine. Textos críticos. Bogotá: Alianza, 1987, p. 453. ↑
- Fuentes, C. La nueva novela latinoamericana. Joaquín Moritz: México, 1969. ↑
[hasta aquí esta entrega]
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