
Juan Carlos Orozco Cruz
Profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia e Investigador en Educación en Ciencias del Departamento de Física de la Universidad Pedagógica Nacional. Miembro del Grupo de Investigación Física y Cultura. Investigador en historia y filosofía de las ciencias y sus relaciones con la enseñanza de las ciencias, con énfasis en historia de la teoría de campos, orígenes de la física moderna, epistemología de la química y relación de la física con otras disciplinas.
Es autor de medio centenar de artículos sobre historia y didáctica de las ciencias, gestión del currículo y políticas educativas, incorporación de Tics a la formación de maestros y gestión del conocimiento, en revistas especializadas del orden nacional e internacional.
Glosas posTweeter
06 de octubre de 2023
I
Lo local se difumina en el intento abarcador de la red, en el ansia extrema de protagonismo que hace perder la perspectiva; una obsesiva ingenuidad de omnipresencia nos hace incurrir en la quimera hologramática; sin tener un asidero, un punto de anclaje, a lo sumo un marco de referencia pixelado que bien pronto se nos revela imprescindible, por demás, para soñar con la ubicuidad pasajera, efímera, la única a la que pueden aspirar los mortales. Y, desvanecido lo local, lo global, que precisa de muchos referentes, se torna deprimente, aborrecible, tedioso e indignante. Sólo digno de ser subvertido.
II
Pareciera una perogrullada, pero lo intrascendente, por su esencia, no puede aspirar a la trascendencia, por más ruido que se haga, por más energía que se invierta. El exceso de soberbia que caracteriza esta época de igualitarismos por decreto, de inclusiones hipócritas, de exhibicionismos rentables, nubla la razón para comprender las realidades más simples y sopesar las evidencias más claras. Se busca, por ejemplo, modelar al otro, que deja de ser percibido como un extraño que interroga para ubicarlo como un intruso que incomoda. A lo sumo, impera un desprecio soterrado hacia el que se enuncia desde su ser diferente, no como un simple igual, a aquél que se cuida, permaneciendo a distancia, del dispositivo algorítmico con el que se busca imponer el pensamiento único. Al que se considera cercano se le acaricia o increpa con un emoji. Al que se percibe contrario se le difama e insulta. A unos y otros se les niega la voz.
III
En el multiverso no es el curso de los acontecimientos el que determina las líneas de tiempo. Esto corresponde ahora a la recursividad del algoritmo, a la recurrencia de los bots, a las resonancias que se multiplican en las bodegas en las que operan nuevas esclavitudes. No se trata ya del tranquilo fluir newtoniano, tampoco del subjetivo devenir del tiempo fenomenológico o el de la variable duración de su medida en función del movimiento relativo de quienes cronometran. Se trata de un tiempo caótico, producto de la atomización de la experiencia, de la explosión de los ritmos cognitivos. Un tiempo sin instantes que se tasa en la bolsa y agobia la existencia. Un tiempo que se degrada y, con la falsa sensación de actualizarse, gira sobre sí mismo ausente de la historia.
IV
Una revisión distinta de la historia de la cultura occidental, si esta construcción sigue teniendo sentido, nos revela, de improviso, que el siglo XX nace enfermo y se alimenta con desafuero de las ideologías más enfermizas: el marxismo, el psicoanálisis, el nacionalismo, el taylorismo. Rinde culto a los más grandes embaucadores y se niega siquiera a leer con respeto a las mentes más sensatas, quizás por contrapuestas: Prudhome y Nietzsche. Por eso, tal vez, no es fácil decidir qué es lo más patético de la herencia de tal enfermedad: si tanto posmoderno nietzscheano yendo a misa o tanto ateo ignorante proclamando la muerte de Dios de a oídas. Todos ellos presumiendo de su osadía en el maremágnum de las redes sociales. Buscando hacerse tristemente célebres ante un público sin cuerpos ni rostros.
V
De este siglo enfermo no podía esperarse más que el fracaso de la educación que es también el fracaso de su pedagogía construida igualmente con pretensiones de grandes epistemes. Pero, la pedagogía no pasa de ser un saber infantil; su única fuente de conocimiento es la experiencia primera, para la que el oído es siempre la última instancia sensorial. Por eso le cuesta tanto escuchar y entrar en diálogo con conocimientos más reposados. Le resulta imposible escuchar en silencio. La bondad que pudo desprenderse de esta condición inevitable se malogró, no obstante, por la prepotencia de los pedagogos, por su desmedida obsesión prescriptiva de la enseñanza y el endiosamiento de aquellos maestros diletantes que se dieron el tiempo para hablar de su personal experiencia. Quizás por eso, la pedagogía que heredamos del siglo pasado naufraga en lo virtual.
VI
Y la posmodernidad, liviana y engreída, también devino un confuso metarrelato que asumió como fundamentos tres pensamientos que emergieron del empeño por comprender el avasallante predominio del hacer tecnocientífico en el siglo XIX. Uno de ellos, en esencia fraudulento, que se propuso explicar la conciencia desde una obsesiva patología y la cultura como la extensión de los instintivos apetitos del cuerpo. El otro, nacido del resentimiento, que se impuso dar cuenta de la sociedad a partir de premisas maniqueas y verter la historia en un determinismo cientificista. Uno tercero que, por cuestionar desde la sospecha la certeza incuestionable atribuida al conocimiento, no llegó a comprenderse y aún nos interroga. En su construcción pseudomonádica se omitió, también, un referente sin el cual, difícilmente se puede dar cuenta de la complejidad que revistió el despliegue de la razón tecnocientífica en ese siglo desquiciado. El que vinculó el tiempo al devenir de la vida, a la emergencia de ese accidente que es la inteligencia. Sin el cual ningún metarrelato hubiera sido posible y ninguna conciencia se habría hecho consciente de su enfermizo inquirir.
VII
En el tránsito de milenio la filosofía se torna tema popular y los filósofos estrellas de teatro. Alucinados por el reconocimiento mediático muchos filósofos dejaron de incomodar. Algo acontece en el pensar que se traduce en fatiga, en ligereza conceptual, en predominio de la forma. Se trata de una filosofía del afán para los nuevos tiempos del no-pensar, de la inteligencia artificial. Clara evidencia del ocaso de la filosofía, arrebatada del sosegado sendero del pensar, su traslado al estruendoso cotarro del mercado. En lugar de desasosiego en quien lo lee, el filósofo arranca ahora aplausos a granel en una multitud inculta y veleidosa que le impone, a su vez, una escritura liviana vertida en libros de bolsillo de formato digital. Una multitud que, para finales del siglo pasado, se reñía en la entrada de los auditorios para escuchar a su filósofo de moda y, ahora, navega, igualmente frenética, buscando en la red los pensamientos de moda, los tweets filosóficos, los graznidos que hoy produce la academia filosófica.