
David Andrés Rubio G.
Profesor Asociado de la Universidad Pedagógica Nacional. Consultor en diferentes proyectos en educación para entidades como el Instituto de Investigación en Educación de la Universidad Nacional de Colombia, el Ministerio de Educación Nacional, el Instituto para la Investigación Educativa y el Desarrollo Pedagógico -IDEP, entre otros. Miembro del grupo de investigación Historia de la práctica pedagógica en Colombia, del Grupo de Estudos e Pesquisas em Currículo e Pós-modernidade – GEPCPós en Brasil, y de la Red de Investigación en Educación y Pensamiento Contemporáneo -RIEPCO. Autor de varios artículos en revistas especializadas y de varios capítulos en libros de ensayo y resultado de investigación.
Decisiones
26 de abril de 2024
En 1969, en las oficinas de profesores del Departamento de Psicología de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Amos Tversky, procedente de la Universidad de Michigan, y Daniel Kahneman, titular de la cátedra de psicología cognitiva de aquella universidad y anfitrión, iniciaron una colaboración que duró por las siguientes tres décadas, hasta el prematuro fallecimiento de Tversky en 1996. Lo que comenzó como un divertimento entre los tiempos del seminario con estudiantes y las charlas a públicos más amplios, o sea, como juegos sencillos que buscaban establecer la frecuencia con que las personas hacen juicios sobre asuntos cotidianos (“estadística intuitiva”), se convertiría más tarde en el punto de partida de un campo de saber revolucionario: la economía conductual o de la conducta, campo que llevó a Kahneman a ser el primer intelectual no economista con hacerse al Premio Nobel en esta disciplina.
Que las personas a menudo piensen que “es más común el adulterio entre políticos que entre médicos o abogados” (Kahneman, 2013, p. 19), que una persona retraída, disciplinada y metódica, probablemente se ajuste a la personalidad de un bibliotecario, o que un asiático tenga propensión por el orden y las reglas, son prejuicios que forman parte del vasto conjunto de sesgos cognitivos. Estos procedimientos mentales, vinculados con procesos perceptivos, que son siempre recortes subjetivos de lo real, tienen gran influencia en el modo en que las personas toman decisiones, generando afectaciones de distintos órdenes, comenzando con aspectos de tipo económico; varios economistas de la conducta coinciden en afirmar que las dos grandes decisiones que toman las personas comunes en sus vidas se relacionan con la elección de pareja y con la compra de vivienda. Es usual que ambas decisiones se tomen de forma errada.
Las personas corrientes –o, incluso los expertos como lo demuestra Kahneman mediante el ejemplo de un exitoso director de inversiones de una compañía financiera, quien decidió invertir millones de dólares en acciones de la empresa Ford, sin una razón distinta a lo impresionado que quedó tras “la visita a una exposición de coches” (Kahneman, 2013, p. 25)– toman decisiones sustentadas en creencias procedentes de “un número limitado de principios heurísticos que reducen las tareas complejas de estimación de probabilidades y valores predictivos a operaciones judicativas más simples” (2013, p. 545). En otras palabras, lo hacen basadas en supuestos del tipo «como la última vez que lancé los dados lo hice de pie, con la mano izquierda, y los ojos cerrados y obtuve el par de ases, es probable que, si lo hago esta vez del mismo modo, los obtendré de nuevo».
El análisis de este comportamiento, que es irracional, fue la piedra de toque, el punto de inflexión de la economía desde Adam Smith. El modelo del Homo œconomicus que había concebido la economía clásica para explicar el carácter egoísta y racional de los agentes económicos durante dos siglos, fue puesto en duda por aquellos dos jóvenes judíos: no es lo frecuente que las personas sean racionales, como tampoco “emociones como el miedo, el afecto o el odio explican la mayoría de las situaciones en que la gente se aleja de la racionalidad” (Kahneman, 2013, p. 20); en otras palabras, apartarse de la racionalidad no es efecto de unas alteraciones o de unas contingencias, sino que la irracionalidad es, de hecho, la condición humana.
Lo que Kahneman y Tversky hallaron es de enorme importancia. Egoísmo ni racionalidad son los rasgos característicos de los seres humanos a la hora de decidir; contrario a ello, aunque parece claro que son dominantes las creencias y los prejuicios en la toma de decisiones, incluidas aquellas más trascendentales, es cierto también que, distinto a lo señalado por Adam Smith, tal vez nuestra conducta se oriente más por criterios de cooperación y solidaridad, resultando menos egoístas de lo proyectado por los modernos.
Aunque prevalezca la acción irracional, esta se da las más de las veces en consideración de los otros.