Camilo Castillo Rojas

 

Camilo Castillo Rojas

Papá de Alicia y Antonio, compañero de Clarisa. Escritor. Es profesor de español y lenguas extranjeras, aunque también ha sido profesor de literatura y creación literaria. Desde siempre ha estado cerca de las letras. Le encanta reflexionar sobre la lectura. Su sueño es dedicarse a leer, hablar de lecturas y escribir.

Lecturas Sumergidas III

 

Agua nueva brotando

 

Marzo 30 de 2024

 

Tu nieto sale del cuarto, después del abrazo que nos dimos los tres. Entre él y yo te cubrimos con las dos cobijas, dos mantas delgadas que parecen insuficientes, mas el día no ha sido tan frío como otros y quizás no haga falta el pesado cobertor de animalitos y fondo de peluche con el que ahora duermes cada tarde, cada noche. Le pedí a mi hijo que nos acercáramos, él desde tu derecha, yo por la izquierda. Te besamos en las mejillas, en donde destacan, sobre todo, los huesos de tus pómulos. Nos abrazamos. Entonces él se marcha triste y yo, que he visto tus ojos de sueño, también me dirijo a la puerta. De pronto dices, recuéstate conmigo. Me acomodo junto a ti en el lugar que antes estaba tu nieto y me meto entre las dos mantas. Pongo mi cabeza junto a la tuya. Por la ventana entra un sorbo del sol de la tarde. De pronto te digo que siento rabia. Dices que no debo tener rabia. Que es lo que menos debería sentir. Te digo que también siento tristeza. Y me dices que a ti ya se te pasó la tristeza. 

Desde que enfermaste, te digo, entendí mejor esa canción de “Sueño con serpientes”. ¿Te acuerdas? Sí, claro. Empiezo a recordar la letra en voz alta. La tengo aprendida desde que tengo unos seis años, cuando mi tío Gentil, el hermano de mi mamá, quien ya falleció, me regaló un casete de Silvio de cumpleaños. Unas semanas antes, cuando me preguntó que qué me gustaba escuchar le dije que Silvio Rodríguez, él seleccionó las canciones y escribió los títulos con su letra elegante. Por supuesto, era un gusto heredado: no sé cuántas veces tú pusiste música de Silvio para levantarnos o, simplemente, para escuchar mientras había visitas, o para cantar mientras el trovador le sacaba alegrías, nostalgias o cantos de lucha a la guitarra. No sé desde hacía cuánto escuchábamos al cubano, pero recuerdo ver la letra de una canción de Silvio transcrita por la mano de mi mamá en la hoja de un cuaderno rayado de ella, incluso mucho antes de mudarnos a la casa a la que nos trastearíamos en agosto del mismo año que cumplí seis. Es decir, que llevamos cantando a Silvio más de cuarenta años. Carajo, estoy viejo.

 

play_circle  Sueño con Serpientes

 

Te cuento que cuando escuchaba esa canción, imaginaba una especie de fábula, una donde un caballero con una poderosa espada se enfrentaba a… Tu nieto entra a la habitación de repente y dice, ¿papá, podemos comer los dulces que venían de postre con el almuerzo? Y yo, que ando entre Silvio y serpientes, no entiendo nada. Es que, aclara mi sobrina, tu primera nieta y quien viene junto a tu nieta menor, mi hija, que a ella su mamá ya le dio permiso de comerse el dulce. Los tres me miran, solícitos. OK, digo, con un falso gesto de autoridad. Se van y le pido a tu nieto cerrar la puerta. ¿Y qué me decías de la canción?, preguntas. Vuelvo a las serpientes acuáticas y te digo que cuando la enfermedad avanzó me di cuenta que eras tú el de esa canción. Sé que es una canción política, vestida de metáfora, pero ahora la siento y la veo mejor. Las serpientes de mar son el cáncer y dentro de sí llevan lo que puedan arrebatarle al amor. Esto lo entendí cuando en el último PET scan la belleza mortal se había dibujado en ti como un dragón de tinta negra estirándose a lo largo del vientre. Esto no te lo digo, pero ahora, mientras escribo esto escondido en uno de mis rincones preferidos de la biblioteca Virgilio Barco, me llega la imagen al recuerdo.

Silvio dice, continúo, que entra dentro del estómago de la serpiente, pero, en realidad, esta serpiente está dentro de tu estómago: se alimentó del vacío de tu hambre y busca arrebatarte la vida. Tú la habías matado, a punta de quimioterapias y medicinas, y cuando la pensábamos vencida, viene y aparece una mayor, una peor y más destructora. Es un infierno en digestión, en tu digestión. Al final te está engullendo, a pesar de que la has llenado de tu bien y de tu verdad, no se destruye.

Repites que no debo sentir rabia. Te pregunto qué sientes. Te quedas pensando un instante mientras en la ventana se mueven lentamente las nubes. He abierto la cortina para que el sol de la tarde, ahora más decidido, caiga sobre tu pecho y tus manos heladas. Quizá miras por la ventana, pero no buscando respuesta, la respuesta la tienes hace tiempo, pero la detienes un rato en tu boca. Estoy tranquilo, afirmas. Me siento feliz. Siento que he sido feliz con ustedes, con lo que he hecho. Hablas despacio, como si cada palabra pesara en tu lengua. Siempre encontré el lugar en donde me sentí bien. Pude trabajar. Y continúas: ustedes trabajan mucho. Te refieres a mí y a mis hermanas. Son buenos trabajadores. No sé cómo hiciste para trabajar tanto, te digo. Uno se acostumbra, dices con tu voz cada vez más adherida a la garganta. Qué trabajador incansable. El otro día me decías que querías seguir luchando por la gente, que hay gente que no se da cuenta, gente que todos los días hace lo mismo, que vive en las mismas condiciones y no puede mejorar, no puede cambiar. No debería sorprenderme que sigas pensando en ayudar, en servir. 

Yo no quiero trabajar, te confieso en voz baja, sosteniendo tu mano. En realidad, nada de lo que hago me satisface. Es decir, intento explicarme ¿o excusarme?, en muchas ocasiones he trabajado en varios lugares al mismo tiempo, o he hecho muchas cosas, pero… en todos los trabajos me siento fuera de lugar. Solo hay un lugar en donde no me siento extraño, admito, en la escritura. Hay que trabajar, repones. A pesar de todo, digo, hay que seguir luchando. A pesar de usted, como dice Chico Buarque.

En cada acción y en cada una de tus palabras reside esperanza. Para ser revolucionario hay que ser terco y optimista, ¿no? El otro día te bañabas y yo andaba pendiente, no fuera que un desliz en la ducha acortara la historia. Te puse ese disco de Chico Buarque, uno de aquellos de los que escuchamos años atrás, el que está en español. Y mientras oíamos la voz embriagadora y sensual de Buarque, esas vocales que se mueven entre el dolor y la alegría, que transitan entre un perfume de flores y una tensión permanente, te dije: esas canciones son tremendas, la música toda alegre y las letras durísimas. Dijiste, uf, qué canciones tan buenas. Escuchamos en silencio y mientras te enjabonabas sonó “Construcción”, ese poema brutal, doloroso, bellísimo y kafkiano, dedicado a las condiciones injustas de los trabajadores brasileros y, por extensión, a los de América Latina de aquellos terribles tiempos. Todo el tema es una genialidad: arranca con una sencillez básica de breves acordes repetitivos y se va levantando, poco a poco, monstruoso entre su monotonía, así como la industria, y se siente la destrucción cuando revienta en “Dios le pague”, la parte final que recuerda las crudas injusticias en las circunstancias de los trabajadores de los años setenta y de la represión de las dictaduras (que, en mi percepción, poco se alejan de esta nueva ola de ultraderechas que vienen cocinándose en el mundo. Vamos a ver. Ya te contaré).

 

play_circle  Construcción

 

Chico Buarque, además de cantante es fanático del fútbol, como tú. No como Silvio, que al fútbol no le jaló nunca. Bueno, Chico es brasilero. A Buarque lo persiguieron por componer y por cantar, como a tantos, como es posible que a ti te hayan perseguido por pensar distinto. Fue detenido, se autoexilió un tiempo, lo censuraron una y otra vez. Cuando regresó del exilio italiano compuso “Apesar De Vocệ”, ese tema que, cuando saliste de la ducha tarareabas con una sonrisa. A Buarque lo interrogaron y le preguntaron que a quién dirigía esa canción y él dijo que a una mujer muy autoritaria. Por supuesto, el chiste no les hizo gracia a los militares, no recuerdo militares con buen humor, y fueron a la disquera, rompieron todos los discos que no habían circulado, aunque se habían vendido ya cientos de miles de copias del sencillo. Obvio, prohibieron la canción. Sin embargo, y acá viene una parte del mito que quiero creer y contarte, dicen que a Buarque se la prohibieron cantar, pero como ya se había vuelto un himno entre la gente, cuando empezaba a sonar “A pesar de usted”, el brasilero permanecía en silencio para no romper la censura y mientras sonaba la música, la audiencia la interpretaba a grito herido, con alegría, con rabia.

A veces hace falta la rabia. Tú, más que nadie lo sabes. Sé a qué tipo de rabia te refieres. Sabes de cuál es la que yo estoy hablando, es esa rabia del oro sobre la conciencia, la rabia madre, por dios, tengo frío, como dice Silvio en otro tema. Pero, lo reconozco, también es la rabia de la que tú hablas. Cierro la cortina para que no te caiga más luz en el rostro. Estás cansado. A pesar de usted, Señor Dragón Acuático del Cáncer, Príncipe Cáncer Señor Pendejo, como lo llamó Sabines, a pesar de usted, mañana ha de ser otro día. Te cubro las manos heladas y te quitas la colcha de una parte del pecho, no te apetece tanto calor. Déjame así, dices. Te beso en la frente. Las nietas y el nieto afuera del cuarto juegan a revolcar el silencio mientras mastican, dichosos, los dulces. Y aunque usted sea su dictador, Señor Dragón Hermoso de Tinta, y diga su mandato, acá en el corredor quedamos otros. Usted no podrá prohibirle al gallo insistir en cantar. Agua nueva brotando y la gente amándose sin parar.

 

play_circle  A pesar de usted

 

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