Walter Röthlisberger: Primer escalador del Cocuy

Autor: Walter Röthlisberger Ancizar
País: Colombia
Año: 2023
Páginas: 6
Palabras: 2.097
Idioma: Español
Género: Ensayo 
Subgénero: Relato de viaje
Temas: viaje | viaje como vivencia telúrica  | El dorado  | Ernst Röthlisberger

Palabras clave: Cocuy | montaña | soledad | inmensidad | vivencia | experiencia

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Walter Röthlisberger: Primer escalador del Cocuy

 

Germán Gaviria Álvarez

 

I

El lunes 23 de julio de 1928 Walter Röthlisberger Ancizar (1895-1985) inició el ascenso al nevado del Cocuy en compañía del alpinista y explorador suizo Hans Weber, hijo del también campeón de escalada de montaña Albert Weber, y logró encontrar el camino a la cima sin su compañero, que sufrió el mal de la montaña. El jueves 26 de julio, llenos de júbilo, Walter y Weber recuperado ya, coronaron uno de los picos nevados hacia las 10 de la mañana. Infortunadamente, no sabemos desde cuál de esos 20 picos se extasiaron con el sistema montañoso del Cocuy y los Llanos orientales; tampoco, no sabemos por qué, anotaron la altura, lo que sorprende porque venían haciendo las mediciones e intentaban establecer una marca, pero habría una explicación para ello. Se considera, al no haber otros registros semejantes, que es el primer escalador extranjero que alcanza los 5.000 metros de altura, se integra a la majestuosidad que tal panorama ofrece, y lo documenta, pero no necesariamente como un suceso exploratorio o deportivo como pretendió él, y sí más bien como un evento de orden ontológico. Esto, ya veremos por qué, sólo se vale para el manuscrito de 1928, no para el de 1963, cuando su autor reescribe este manuscrito pensando que será leído por un público más amplio.

A pesar de las condiciones excepcionales de nuestra geografía, desde hará unos 30 o 40 años, entre los colombianos, ha comenzado la moda de los ascensos como deportes de alto riesgo, pues no ha existido tal costumbre escaladora en nuestro país. Esta tradición sí la tienen muchos europeos y otros deportistas de países del primer mundo, pues por principio de competencia se han dedicado a establecer récords gracias a tales esfuerzos. Si el montañismo en Colombia es de corta data, el alpinismo no. Walter pertenecía a un mundo en el que era común ser alpinista, mientras que aquí extenuar y desfallecer en las montañas se hizo durante casi 400 años con duras cargas encima; fardos pesados que los lugareños debían transportar para sus amos, sin descontar que también llevaron en sus espaldas ‒en sólidas silletas de madera‒ a los amos mismos. Una de las razones de nuestra falta de espíritu de competencia es que, en Colombia, esa noción y el ansia de ir más alto, más, rápido, más fuerte juntos ‒que es el lema olímpico‒, no es propio de nuestra naturaleza híbrida entre aborigen y europeo del mar y de las llanuras (españoles, portugueses, franceses, ingleses). Lo cual no tendría nada de extraño dada la violencia con que los conquistadores fueron allanando los territorios a través suyo, pero sí daría una medida del modo de ser y de pensar, no en términos de competencia, sino en términos de simplemente habitar un espacio, no de exprimirlo hasta la muerte. Eso de ir más alto, más rápido, más fuerte juntos, que no podía provenir sino de un predicador y pedagogo dominico para los primeros juegos modernos en 1896, hay que advertirlo, es propio del más simplista pensamiento utilitario que piensa en sacar provecho de la geografía más ínfima, no del pensamiento cosmogónico que se esfuerza por comprender a los seres y las relaciones que establecen para formar un territorio cualquiera.

Es gracias a la multiplicidad de seres y a sus relaciones que las geografías existen, tienen lugar; las geografías no están determinadas por lo que a mí me sirve materialmente en cuanto tal.

 

II

Habitar un territorio es uno de los primeros pasos para comprenderlo y para comenzar a elaborar una cosmogonía y una experiencia o una vivencia de espacio propias. A los aborígenes, les costó generaciones elaborar ese conocimiento para consolidar sus formas de ser y de existir comunitarias. Formas familiares y comunitarias que basaron sus relaciones en lo natural (piedras, tierra, agua, naturaleza), en la vida (lo humano, lo animal, lo vegetal) y en lo orgánico (lo relacional), antes que en lo mecánico y lo utilitario. Para el indígena, existe el principio, según F. Tonnies (Comunidad y sociedad, [1887] 1947) de comprensión del espacio como un sistema de relaciones complejas que no se pueden separar unas de otras. Para el reconocido antropólogo brasileño Luis Cayón (2022), hacer cualquier separación, como eliminar una piedra, una planta o un insecto de un sitio, es destruir el equilibrio físico, vital y simbólico. Para mí, es como si a la palabra ‘selva’ se le suprimiera una letra: ‘elva’, slva’, ‘seva’, ‘selv’, etcétera, y más que perder su significado semiótico, también se corrompe su contenido semántico y su capacidad de establecer relaciones de familia lingüísticas, como lo señaló Wittgenstein. Pero, ¿por qué ha habido un triunfo de lo mecánico y lo utilitario sobre el espacio habitado? Si la forma natural de habitar un territorio es la que debería ser (sin destruir los equilibrios), ¿por qué no se desarrolló la familia, la comunidad y la sociedad en esta dirección? Es evidente que existe un fallo entre la noción de territorio como espacio para la vida, para lo orgánico y lo natural, y el de territorio como espacio del que puedo sacar algún provecho. El primero, corresponde al pensamiento indígena americano y probablemente al de muchísimos indígenas del resto del planeta; el segundo, ha sido el emblema del pensamiento occidental. Desde el Descubrimiento de América, la Conquista y la Colonia, estas dos formas de comprensión del espacio han sido antagónicas, al punto que, sólo hasta las guerras independentistas de principios del siglo xix y el nacimiento de las repúblicas, el espacio disputado ha estado a medio camino entre lo orgánico y lo mecánico. Y se va imponiendo lo mecánico. De los razonamientos anteriores, se deduce que tal disensión de concepciones cosmogónicas entre orgánico y lo mecánico se convirtió, desde la Conquista, en el eje fundamental de la discriminación, el vasallaje, la esclavitud, el asesinato e incontables formas de violencia.

 

III

El manuscrito que presento hoy, fue publicado en 1955 en el libro Colombianos en Suiza, suizos en Colombia. Breve historia de viajes, por la Editorial Santafé de Bogotá (pp. 194-203), en una descuidada compilación hecha por el entonces embajador de Colombia en Suiza, Gabriel Giraldo Jaramillo, y tiene las escasas 10 ‘correcciones’ hechas con lápiz por el Walter, pues sólo él, como se ve en su manuscrito, podía hacer ese tipo de ajustes para aquella edición. Este señor Jaramillo, de manera harto provinciana, ansioso de reconocimiento, pone su nombre (no fue el editor, fue orden suya) en cada página como si fuese un dios tutelar de cada viajero y de cada viaje. Esto, y la mediocridad del esfuerzo editorial, ha hecho que el libro se encuentre en pocas bibliotecas públicas de Colombia, y en algunas particulares dejando para el olvido 15 trabajos de colombianos y suizos realmente interesantes. De ahí que no esté digitalizado para una mayor difusión, pero se encuentra en físico en la Biblioteca Luis Ángel Arango gracias a la ley de Depósito legal. Dejémoslo ahí. Lo que interesa aquí es que la versión del “Ascenso al Cocuy” de Colombianos en Suiza, suizos en Colombia, es la misma, punto por punto, del manuscrito que aquí presentamos, lo que no tendría nada de extraordinario. Pero lo tiene, ya veremos por qué. En 1963, el Banco de la República publicó la primera edición de El dorado de Ernst Röthlisberger (1858-1926) traducida del alemán al español por Antonio de Zubiaurre, que la tomó a su vez de la edición de 1929. Walter, hay que aclararlo, era uno de los tres hijos de Ernst. Al final de esta edición de El dorado de 1963, hay unas notas en itálicas de Walter, en las que afirma que “Para muchos lectores significará, seguramente, un agradable cambio de tema el que, en esta época nuestra tan entusiasmada con toda clase de deportes, hablemos un poco sobre algunas excursiones hechas por mí a regiones colombianas bastante desconocidas” (p 483). Lo escribe como si para el lector de El dorado ésta hubiera sido una lectura desagradable, fatigosa y densa, demasiado intelectual, a la que le viene bien un poco de aire glacial de los páramos que Walter codició conquistar. Habla enseguida de sus ‘excursiones deportivas’ en busca de la gloria de escalar los nevados del Huila y Tolima, en los que fracasa, y luego se lanza a una de las cimas del Cocuy, en el que triunfa. El asunto es que aquella versión de Walter de 1928 de su “Ascenso al Cocuy” no es la misma de 1963 ni de la que el Banco de la República hizo en 1993, con ocasión del 5° centenario, con un desabrido escrito (que no es un prólogo) de Jorge Orlando Melo. Mientras que en la versión de 1928 Walter hace gala de gran fuerza expresiva, de espontaneidad, de vida y naturalidad, de viveza y sincero amor por vivir ‒valgan las re-redundancias‒ una vivencia no humana, sí telúrica, en la segunda versión de 1963, todas esas bondades se destruyen. 

 

IV

Siendo esencialmente la misma, la versión del trabajo de Walter de 1963 y 1993 es otra cosa. Es más extensa, pues comprende no el ascenso propiamente dicho desde la falda de la montaña, sino desde la salida de Bogotá. La estructura del viaje es la misma y los sucesos, punto por punto, ya desde el momento de partida el 23 de julio de 1928, son iguales. Lo que no es lo mismo son las impresiones del viaje. Ni la vivencia ni el lenguaje con que fue escrita. Pues tal vivencia, en la reescritura, se transmuta en experiencia. Walter, lo sospecho porque no tengo ningún documento que lo afirme ni que pruebe lo contrario sobre la fecha de la reelaboración de su escrito, que debió ser entre 1955 y 1963 para esa nueva edición de 1963, destruyó aquella mal redactada y magníficamente escrita vivencia de su encuentro con los elementos naturales que comprenden el complejo montañoso del Cocuy. Sólo pocas veces en los relatos de viaje el viajero es capaz de expresar de un modo tan puro el latir de su corazón al unísono con las pulsiones mismas del mundo natural no para apropiarse de él y convertirlo en una cosa útil, mecánica, deportiva o investigativa, sino para establecer relaciones de igualdad orgánica con todas las potencias telúricas que le rodean. Acabo de afirmar que el relato de 1928 está mal redactado, pero magníficamente escrito. Parece una contradicción, no lo es, en absoluto. Redactar, redigĕre, también es reducir; y eso hace el que bien redacta: ordena el caos originario de una emoción y la reduce a un cierto orden establecido por la lógica propia de una gramática. Es decir, el que redacta bien, sigue las reglas establecidas por un canon, reduce las emociones, los sentimientos y las percepciones del mundo con el que ha establecido ciertas relaciones, a un orden vertical, mecánico, utilitario, que sirve a una la lógica experiencial del lenguaje. Cuando quien escribe lo hace estableciendo relaciones horizontales con el mundo natural y con el otro, con lo otro, no atiende a ninguna gramática establecida, sino que ordena su lenguaje siguiendo su propia lógica: no existe allí ninguna categoría utilitaria, sólo tiene lugar una vivencia natural del lenguaje. 

La segunda versión de este “Ascenso al Cocuy” de 1955-1963, está claramente mejor redactada, tiene mayores acentos y revoloteos poéticos y mejor ilación retórica, pues está pensada distinto: para agradar al lector haciendo uso incluso de manera abusiva de las figuras de sustitución como el símil y una buena escalada de metáforas y prosopopeyas. Pero en este ejercicio de reescritura, contrario a lo que sucede con las reescrituras intencionalmente ficcionales, resulta fallido. Y doblemente fallido, por añadidura. No sólo convierte su escrito de 1928 en un arrebato místico-deportivo de grandes proporciones, sino que destruye aquello que vivió: un encuentro de orden ontológico con otro ser vivo que es el mundo natural del complejo orográfico del Cocuy y su inmenso entorno. Tan grande es lo que Walter no puede ni alcanza a describir en 1928, que llega a los límites del lenguaje: Walter carece de palabras capaces de expresar lo inconmensurable. Parece que exagero cuando hablo de los límites del lenguaje humano, quizá no exagero. Hay que advertir que a mayor competencia lingüística, mayor capacidad tiene la persona para expresar conceptos, emociones y sentimientos. En ese momento de 1928, Walter sólo llevaba viviendo en Colombia 8 años y no dominaba el español, pero sí el alemán, su lengua materna, el dialecto suizo-alemán, hablaba francés e inglés, y hay indicios de que no desconocía el italiano. A pesar de las comparaciones que hace de una montaña colombiana con aquellas de los Alpes, por ejemplo, Walter, al igual que su padre Ernst, jamás utilizó palabras de aquellos idiomas que hablaban para expresar sus experiencias profundas y sus vivencias. ¿Por qué? La respuesta que aventuro es que una vivencia y una experiencia se escriben y se redactan en el lenguaje que es propio del contexto. En el caso de la vivencia, se escribe atropelladamente, torpemente, velozmente incluso, porque se teme dejar escapar, intuitivamente, la percepción de esa cosmogonía viva, orgánica, natural. De ahí la vivencia como encuentro ontológico telúrico. 

Dije al principio que Walter en su manuscrito de 1928 y en el de 1963 no registró el récord alcanzado, pero habla de los 5.000 m. Esto se entendería porque escribió el de 1928 llevado por una especie de arrebato creativo, sumido en sus propias lógicas. Contados escritores de primera línea, como Beckett, por ejemplo, escribieron libros sin ninguna corrección o tachadura. Para lograrlo se necesita de un nivel de concentración tal que, según Kafka, podría llevar a la locura. Este nivel de concentración funciona como el arrebato creativo que acabo de mencionar y quien escribe sólo es un ‘secretario’, un ‘amanuense’, de un yo interior que se expresa excepcionalmente de esa manera. Traigo estos ejemplos sólo para decir que la primera versión de Walter de 1928, fue escrita siguiendo un pequeño y fugaz arrebato, un arrebato inspirado por aquella intensa vivencia. Que Walter en el trabajo de 35 años después no haya ‘corregido’ lo de la altura alcanzada, sólo habla de su honestidad y del respeto por aquel escrito del 1928.

B.N. Walter Röthlisberger no fue un literato, escritor, naturalista ni un académico riguroso y sistemático, pero sí un gran viajero y amante incondicional de la geografía física y humana como su padre. Fue un bondadoso hombre de familia, exitoso comerciante, empresario, y guardián incondicional de la naturaleza. Su hobby preferido fue el emprendimiento del viaje como experiencia de vida, y del viaje como deporte vivificador del espíritu. No creo que haya pretendido jamás vivir ninguna vivencia ontológica de orden telúrico, como en pocos viajes eso tiene lugar. Pero la vivió y la escribió, y eso cuenta.

Parece ser que cada viaje, aunque se emprenda de modo utilitario y predecible, acaba siendo otra cosa.

 

V

En esta página Web se encuentra el manuscrito citado, y un enlace para ir a la edición de El dorado de 2016, t. 2, que recomiendo de manera emocionada. En este libro el lector encontrará no una vivencia de viaje sino ya una experiencia, pues, vuelve y juega, Ernst publicó la primera versión de su libro en 1898, es decir, unos 15 años después de su estadía en nuestro país. Queda por ver el original de las notas de viaje de aquel famoso y muy apreciado profesor de filosofía de la naciente Universidad Nacional del periodo 1881-1884. Puedo asegurar que esas notas primeras (¿en idiomas distintos del español?) nos depararían muchísimas sorpresas.

Ascenso al Cocuy

 

Walter Röthlisberger

Texto original
23 de julio de 1928

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