Memoria 85

Memoria 85

 

 

18.10. 2024 Inicio de nuevos tiempos. En lo que respecta a mi mujer, esta semana ha sido de cierres y de empezar a ver la realidad no ya desde su puesto de trabajo en la empresa en la que trabajaba, en la que el patrono imponía sus modos de administrar los tiempos de trabajo; los tiempos de compartir con los y las compañeras de trabajo; los tiempos de rendir cuentas a los superiores; los tiempos de desayunar, de beber un café, una aromática o ir a almorzar; los tiempos de compartir con los niños y jóvenes; los tiempos de hablar con las personas ajenas o cercanas al colegio (hijos, familia, yo, amigos, amigas, en fin); los tiempos de ir al baño o de lavarse las manos; los tiempos de organización de su trabajo en su escritorio, etcétera. Los tiempos de encontrarse conmigo o con alguna otra persona para ir por unas onces a un lugar más o menos cercano; los tiempos de ir al supermercado o a la lavandería; los tiempos para hacer vueltas de banco o para ir a un cine. Esos y muchos tiempos compartimentados ya no están regulados por la empresa, la empresa que es un ente abstracto representado por un jefe máximo y otros pequeños jefes que tienen como objetivo satisfacer primero una ganancia monetaria para que la empresa sea sostenible y obtenga dividendos y así sea sostenible en el tiempo, como ha venido sucediendo desde que se fundó hace 75 años; y luego, una vez satisfechas esas exigencias económicas, la empresa devuelve a la sociedad una parte mínima de lo que esta exige; a saber: primero, jóvenes con cierta formación ética y ciertas habilidades sociales e intelectuales, que en un futuro próximo, se supone, serán la generación que renueve las fuerzas y las ideas en la sociedad; y segundo, una fuerza laboral que tiene cierta experticia en varias áreas del conocimiento y cierta ética, que, una vez cumplido un ciclo laboral, es pensionada y dejada en libertad de hacer con todos los tiempos arriba mencionados, literalmente lo que le dé gana.

Mi mujer ha insistido en que quiere seguir con ciertas rutinas. Le he respondido tajantemente que no. Antes, como acabo de escribir, una empresa administraba sus tiempos y regulaba su vida. Ahora, ella es dueña de todos esos tiempos muchos, fácilmente manejables, y, por ende, de sus rutinas. Le he dicho muchas veces que, por mi parte, a menos que sea indispensable, no pienso volver a madrugar. Es una decisión similar a la que tomé en 1997, cuando decidí no volver a trabajar -a menos que fuese indispensable- los sábados ni los domingos. Las rutinas no tienen nada de malo, de hecho son necesarias, yo tengo las mías y son casi inamovibles. El asunto es soy rígido con mis rutinas, pero están en función de mi propio beneficio, no en el de una empresa X. ¿En qué momento mi mujer se apropiará de ello e instaurará las suyas? Creo que le va a tomar poco tiempo. Es una mujer muy inteligente, tiene ideas claras y se ha fijado unos objetivos no todos los comparte conmigo, lo que me parece muy bien, pues hago lo propio y está llena de buena energía y felicidad, lo que me parece fantástico. Pero instaurar un nuevo modelo de administración del tiempo cuando durante muchos años, mejor dicho, desde el nacimiento (sus padres administraron los tiempos de ella, luego fue el colegio, luego la universidad, luego de nuevo la familia que presionó indirectamente para que formase una familia, luego los hijos que llegaron, luego los trabajos que tuvo). Desde que ella nació, la administración de los tiempos realmente no ha estado en sus manos, y ahora que es una mujer madura, con buena educación, con buena salud y llena de felicidad porque sabe que ha cumplido perfectamente con todos los ítems (educación, familia, trabajo, tener una amor verdadero (sus hijos, su nieto, yo), está pasando de un estado de obligatoriedad punitiva (el trabajo: si no sigue las reglas de la empresa y cumple es castigada con la expulsión y el repudio social), a la administración de sus tiempos, pues este pasó a sus manos. Están sus hijos y su nieto, sus hermanas y hermano, con quienes tiene una relación estrecha, pero no invasiva y obliga a ninguna determinación, pues sus hijos viven en el extranjero, sus hermanas y demás familia están casi en off, y sus mejores amigas también viven en el extranjero. Quedo yo, por supuesto. Soy la persona con quien vive, el ser en torno al cual girarán sus decisiones para la nueva administración de sus tiempos, creo, aunque no estoy seguro de ello. Sin embargo, ella tiene desde ya rutinas propias, tiempos que maneja a su antojo. Tiempos sobre los cuales yo no tengo ninguna injerencia, del mismo modo que ella no tiene ninguna sobre mis tiempos de trabajo o de mis pobres, en cantidad e intensidad, relaciones familiares. Por mi parte, no me preocupa para nada cómo ella hará esta transición de la sujeción por parte de la empresa de la que acaba de salir pensionada, o no tener ningún lazo. Y eso de ningún lazo, sí que le va a tomar tiempo. Lo que mucho ayudará, no sólo sus nuevas rutinas, las de ella, las de ella compartidas conmigo, las de ella con sus hijos, nieto y demás familia, las de ella con sus amigas, etcétera, sino lo del romper suavemente los lazos con esta ciudad, con este espacio, con esta territorio demasiado conocido, transitado, usado, odiado y querido, y luego, es el propósito, romper definitivamente y nosotros mismos tener otra vida. ¿Cuál? Nadie sabe, todo es intuido. 

Ella teme invadir en mi trabajo y teme que yo invada su nuevo estado del ser. Pero sus temores son infundados, o al menos creo que está equivocada. A lo largo del tiempo, en todo sentido, de ahí que nuestra relación haya perdurado a lo largo de todos estos años, lo que ha primado, por encima incluso del amor y todas sus variedades, ha sido el respeto mutuo. Dudo, dado que ha sido una piedra angular en nuestra relación, que ahora semejante roca se quiebre. Sé que no va a pasar y eso hace que nuestro mundo hoy avance hacia otro estado de cosas. Uno en el que, a la larga, estará dominado por una especie de ensamblaje nuestras rutinas, como, viéndolo en retrospectiva, ha sido siempre.

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