Memoria 28

Memoria 28

 

[Una tarde de sábado, mientras espero a mi mujer en la peluquería]

 

22.10.19 Del erotismo. El otro día en la universidad había una pareja de jóvenes bien enlazados en una de esas bancas de madera del mobiliario nuevo. Ya los había visto por ahí, son del departamento. Él, alto, flaco, de pelo bastante largo y negro, barbado, siempre con aspecto de nunca haberse duchado. Ella, bajita, rechoncha y morena, con el pelo negrísimo a la cintura. El pelo forma una especie de paraguas. Usa lentes transitions y en el salón de clases oscurecen. No es bonita ni agraciada, usa mucho maquillada y es de menor estatura que él. Me puse a pensar en esas bocas enlazadas. Al rato, cuando intercambié unas palabras con él, observé sarro entre los dientes y saliva pegajosa en las comisuras de su boca. Al menos él, no tenía cepillado los dientes. La piel le brillaba y no olía bien. ¿Y ella? Jamás he visto el interior de la boca de ella y nunca me he aproximado lo suficiente para saberlo. El joven se despidió apresuradamente de mí cuando la vio pasar a unos metros. Eran las seis y media de la tarde de un viernes, ya ninguno de los dos tenía clases e iban a ‘hacer algo’. De observar los tenis muy usados y percudidos de ambos, parpadeé ante la idea de la pecueca. ¿Cómo sería el sexo entre esos dos? Sentí una arcada anti Sade al imaginar las prácticas ‘libres y modernas, entre los jóvenes de hoy’, según he oído en comentarios de pasillo. Como lo de los besos negros y los besos arcoíris. En fin, no sabía que así los llamaban.

Lo que interesa es por qué el enamoramiento arrebatado ignora los límites de lo que está establecido según un estándar. Y más que el enamoramiento, el deseo sexual puro, el que desea ser satisfecho a toda costa, sin importar las circunstancias ni las condiciones. El deseo sexual embellece el objeto del deseo que es mirado, tapona o hace que la nariz sea selectiva ante los aromas, edulcora la lengua y el paladar, ensordece el oído ante los pedos y otras expulsiones anales y vaginales. Enceguece frente a la evidencia de, por ejemplo, unos calzones o unos calzoncillos que no han sido cambiados en días, semanas… Pensé en extremos: Gilles de Rais, el Marqués de Sade, L. Sacher-Masoch, O. Mirbeau, las películas de Pasolini, Fellini… Según Georges Bataille en El erotismo, al adquirir consciencia de la vida, adquirimos conciencia del cuerpo (es inimaginable un cuerpo de mujer neandertal, del neolítico o de la edad de piedra duchada y perfumada para su pareja, y viceversa), y al adquirir consciencia del cuerpo, nace el erotismo. Mas esta teoría no es exacta, aunque sí interesante, a pesar de su buena lógica y de su buena intención poética. Pero como toda poética, ya lo enseñó Bachelard, es un instante que se intuye, sólo un instante, o como lo quiso Joyce, una epifanía, una volición ficcional y una elevación del espíritu. Bataille pinta su teoría como si fuera una sucesión de instantes más o menos próximos, tan próximos que parece se superponen como en una milhoja. Eso en el caso que las cosas hubieran sucedido de esa manera en aquellas épocas pretéritas, pero claramente no sucedieron así. Las ‘consciencias bataillanas’ ni siquiera existieron como una sucesión ni menos como una superposición tipo milhoja. Se desarrollaron en paralelo con otras funcione humanas a lo largo de decenios, de siglos y de milenios, como numerosos estudios de medicina evolutiva lo han demostrado. Y tampoco, necesariamente, como quiere Bataille, el orden debió ser el que plantea. ¿Alguien puede afirmar que el hombre o la mujer primigenios primero tuvieron consciencia del cuerpo y enseguida de la muerte? Pudo haber sido al revés. Durante una orgía ritual o mientras veían copular alguna pareja de animales. No hay modo de saberlo. En todo caso la evolución, la diversificación filogénica y el entrecruzamiento las especies homínidas fue lo que hizo que la evolución humana tuviese lugar. De otra manera habría sido imposible y hoy no seríamos quienes somos como especie. ¿Cómo fue la erótica, si la hubo, entre neandertales, cromañones, australopitecos u homo sapiens? En todo caso, como quieren las religiones confesionales, no fue meramente procreativa, seguro. ¿Quién dice que no existía la poligamia, la promiscuidad, la prostitución o la homosexualidad? Los pueblos que surgieron después de la Edad de Bronce, como los egipcios, fueron pragmáticos con la sexualidad y no comprendían el desenfreno de los sentidos, aunque se tiene noticia de sus famosas tiendas de prostitución. El antiguo Perú dejó una viva iconografía dedicada a la reproducción y al sexo (Kamasutra inca), para no hablar de las antiguas costumbres eróticas de las castas hindúes. Los griegos, los que más registros dejaron, también fueron muy liberales con la sexualidad, al punto que sus prácticas cotidianas comunes, del día a día, su lenguaje y sus chistes, la pederastia, la homosexualidad y la prostitución y la exhibición del cuerpo en los juegos olímpicos los hombres competían desnudos, hoy se consideran tabúes. La prostitución religiosa ejercida por las hieródulas o siervas sagradas, estaba instituida, así como Solón estableció en Atenas prostíbulos con precios asequibles a todos. También fueron comunes, todos los años, las orgías rituales en honor a Príapo y a Dionisio, por ejemplo. También debo añadir que, en la amazonia profunda, todavía se llevaban a cabo orgías rituales con diversos fines que duran varios días. En todo lo anterior no hay ningún misterio. Quizá estamos atrasados en el tiempo, y en nuestra sociedad contemporánea, en vez de vivir una sexualidad más abierta y sin prejuicios, vivimos una llena de tabúes de estirpe religiosa y moral. O quizá nos hemos sofisticado hasta el ridículo al exigir ir vestidos cuando en las tierras cálidas todo el mundo preferiría ir como le diera la gana y ducharse cada vez que quiera. Mi principal pesadilla es estar desnudo en la calle, siento vergüenza y miedo y vulnerabilidad. 

Ya sé lo que diría Freud.

En tiempos en que no se conocían los jabones, los griegos comunes andaban descalzos o unas bastas abarcas y, cuando llegaban a su casa, se lavaban los pies o un esclavo lo hacía. No conocieron la pecueca, sí el mal aliento, y para paliarlo mascaban espliego o cardamomo traído de Oriente. Muchos, hacían abluciones dos veces al día, sobre todo en los días calurosos. Hasta bien entrados los años 1990, se sostuvo la teoría de que la sífilis y otras enfermedades venéreas eran de origen griego por la conocida falta de higiene griega, valga enfatizar. Luego se demostró que este supuesto era falso. Ignoro qué tipo de enfermedades venéreas sufrió el humano del paleolítico, el de la Edad de Bronce o las griegas y los griegos, o qué afecciones fueron comunes a causa de una limpieza deficiente. Hay registros de Grecia de las la verrugas genitales, como lo demuestra la Colección hipocrática.

Le echo la culpa de toda suciedad a las religiones. Sobre todo la católica, inmensamente inmunda en sus prácticas originales, y compulsivamente aséptica en los tiempos recientes. La detersión es una característica de la vida burguesa que ha comprendido que la suciedad es hermana de las dolencias y enfermedades físicas y mentales. Pero también la limpieza es un mecanismo de control de sí mismo, un principio racional de auto administración económica propia del mundo capitalista y un mecanismo de auto explotación del homo economicus que a su vez rige la apetencia sexual, lo que determina su ser y su comportamiento social a lo largo de su vida. Mi madre fue una mujer pulcra que exigió, fuete en mano a cada uno de sus 9 hijos, la limpieza por encima de todo. En mi adolescencia, una entre otras razones poderosas para no acudir a un prostíbulo, fue la honda repugnancia por la suciedad que comencé a comprender era una de las características de las prostitutas.

Lo anterior tiene un contenido moral.

Ideas manidas, casi desconectadas, de poco sirven…en medio de esta orgía de secadores, trabajadores y trabajadoras de punta en blanco que manipulan champús, jabones, cremas, tonificantes, tinturas, tijeras, esmaltes y otros productos y veo a mujeres de todas las edades con las uñas de manos y pies pintadas mientras están bajo una de esas hornillas para fijar tintura en el pelo. Mi mujer…

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