Lanzarse a una vida nueva

Autor: Walter Röthlisberger Ancizar
País: Colombia
Año: 2023
Páginas: 3
Palabras: 1.254
Idioma: Español
Género: Ensayo 
Temas: viaje | viaje como vivencia imaginaria

Ideas generadoras del trabajo: En realidad, este trabajo forma parte de mi libro en parte inédito Memoria de un escritor. La reflexión en ese libro de 2020, es la idea generadora de este trabajo, que sólo consta de unas líneas. Me preció pertinente y necesario recogerlas y ampliarlas para un nuevo análisis sobre el sentido de viajar con la imaginación, y lo que en Esperando a los bárbaros Coetzee escribió: “No hay nada peor que lo que imaginamos.” Apreciación de Coetzee de la que difiero.

Palabras clave: imaginación | vivencia | experiencia

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Lanzarse a una vida nueva

 

Germán Gaviria Álvarez

 

En la Poética del espacio, Bachelard afirma que “imaginar es ausentarse, lanzarse hacia una vida nueva”. Pero no siempre se las personas pueden vivir en “una vida nueva” ‒que suena a discurso religioso. En cambio, sí es necesario ampliar el campo de la experiencia humana para enriquecer la imaginación en general. La imaginación literaria es sobre lo que me ha puesto a pensar Bachelard. Creo que las palabras de Bachelard, a menos que uno sea un poeta ‘metafísico’, escultor o un arquitecto romántico retardatario, no deben tomarse en cuenta de manera literal. ¿A qué se refiere con “vida nueva”? A desarrollar la capacidad de ensoñación poética, vivir en ella, a través de la poética de las cosas: la casa, el hogar, el fuego, el aire, el espacio, la ensoñación, el agua, en fin. Cada uno de estas cosas remite a su propia poética. Al mundo de la inocencia de la niñez. A un mundo encallado en el recuerdo cantado por los poetas; encallado al punto que parece letra ya dicha, letra fijada, no viva y vivaz, sino muerta como si hubiera sido grabada en una lápida. Es lo que dice. Produce sensación de desasosiego que estas palabras encierren un contenido puramente jungiano (el ello expresado a través de símbolos), propio de la época, 1957. Estaba bien para 1957, digo yo.

Lejos de lo que Bachelard dice, mi imaginación literaria está asociada con mi capacidad para relacionar hechos de mi experiencia humana en términos de movimiento horizontal; es decir, de viaje como vivencia. Hechos que he acumulado a lo largo de la vida, que se han ido depurando. Por ejemplo, mi tékne. Al conocer cada vez más de manera libre los vericuetos de la sintaxis y de las estructuras y demás formas literarias, imagino más y mejor. En realidad, no es que mi imaginación literaria sea poderosa, ya quisiera yo tener semejante potencia, en realidad mi imaginación es mediocre. Me cuesta demasiado trabajo viajar imaginariamente, ficcionalizar correctamente una escena, una secuencia. Es evidente que ese “lanzarse hacia una vida nueva”, opera mejor en los mundos poetizados, no narrativizados, pues los mundos poetizados son exhalaciones del tiempo y de la música, no narran una vivencia, la intuyen. Lanzarse a mundos nuevos, sólo es una metáfora. Lanzarse ocurre una sola vez. Uno se lanza sólo una vez hacia una vida nueva. Pero nadie se lanza 2, 3, 4, 5, 6 veces, etcétera, como a una piscina. Tiene sentido si ocurre una vez, pues esa vez es única e irrepetible. Lo que, en sana lógica, también carece de sentido. ¿Quiero decir con esto que ese pensamiento de Bachelard es una falacia fenomenológica propia del siglo xx? Sí. 

Si me lanzo hacia una vida nueva tras leer la obra de un autor X, que me ha fascinado y me pone a viajar con la imaginación, quedo inhabilitado para lanzarme hacia otros autores. Pues ese lanzarse se plantea en términos de totalidad, de lo contrario no hay entrega absoluta y no se da una vivencia pura con las formas sedimentadas o que emergen de los contenidos. Esa entrega, como cada viaje en la lectura creativa, es absoluta. Absoluta en el sentido mismo que nos plantea Bachelard en otro libro muy querido, La intuición del instante, 1932, pues en cada lectura creativa tienen lugar microviajes (palabra a palabra, oración a oración, párrafo a párrafo, página a página) de entrega total, consciente, inconsciente e intuida, en un tiempo que desparece y se intuye. La vivencia total del texto, del libro, es la sumatoria de esos instantes que alimentan la vida interior del lector, su imaginación y le dan la posibilidad de viajar.

Quizá deba tomar el planteamiento de Bachelard desde un punto de vista general y lo entienda como que, cada vez que ensueño con un autor X, cualquiera que sea, y me pone a soñar, me lanzo a una vida nueva que es múltiple, riquísima, inmensamente diversa. Y cuando yo viajo-imagino, bien sea porque leo a X o porque lo hago en mi vida cotidiana, ¿me lanzo a una vida nueva? Tampoco. Es otra falacia. Son ‘instantes intuidos’, como Bachelard afirma en La intuición del instante, como dije arriba, y en La flama de una vela, 1961. Pero, que sean instantes intuidos, no significa que me he lanzado a plenitud. Lanzarse es arrancarse, desterritorializarse, desarraigarse, distanciarse definitivamente, desgarrarse, romper con un espacio y un tiempo. Como cuando uno abandona el vientre materno, la casa materna y el barrio, los lazos que me unen con la cultura (lenguaje, claves culturales, alimentación, hábitos, amores y desamores) y conquista un nuevo espacio y un tiempo nuevos, y reino y me enseñoreo en él, porque creo, edifico mi propio dominio. Si estos no se conquistan y se dotan de su propia intimidad, de una intimidad inalienable, deviene el fracaso. Del fracaso no habla Bachelard. El desarraigo total ocurre cuando los padres han muerto y la casa materna ha sido destruida, en sentido real o simbólico. En términos de la imaginación-viaje, es cuando destruyo lo instituido y establezco mis propias reglas. 

Esto último no es otra cosa que el pensamiento de Schiller. 

La imaginación-viaje es una suma de instantes intuidos, únicos. Casi siempre estos instantes comportan una experiencia dentro de una estética cualquiera. A veces es tan terrible imaginar, sin control alguno, eventos innombrables, que, a veces, la imaginación, ponderada por Bachelard como un fenómeno pastoril y jungiano, es mejor refrenarla. No sólo Bachelard ha reflexionado sobre la imaginación. Muchos pensadores, en todos los tiempos, lo han hecho, desde la psicología y desde la filosofía, a pocos escritores les importa realmente conceptualizar sobre la imaginación, lo suyo es mejor practicarla. Pero Bachelard, a pesar de lo que comúnmente se cree, de lo que él mismo buscó, seguro por provenir de un estilo de pensamiento racionalista pos positivista, no supo tender puentes entre la imaginación poética y el racionalismo narrativo. Esa tarea, paradójicamente, ha quedado en manos de los analistas, herederos del psicoanálisis, incluidos los lacanianos, los estructuralistas y demás -istas. 

Así, ¿qué persona común, como uno, digamos, que no mata una mosca, querría lanzarse a la nueva vida si lo que imagina en su vida cotidiana es cometer un crimen? Cometer crímenes: desde la simple mentira (ocultar algo), imponer un vaniloquio a un escucha o escuchas demasiado generoso(s) (el peor de los crímenes: la vanidad), desear que un malo sea castigado porque la justicia no opera, robar (pasarse por alto una dieta, cometer pecaditos), traicionar un amor o una amistad, secuestrar, torturar, asesinar, es algo en lo que todos pensamos. E imaginamos, pero no nos atrevemos a llevar a cabo por mucho que lo podamos desear. No robamos ni matamos a nadie, por supuesto. Eso no. Son más fuertes los dispositivos policivos desarrollados en nuestro interior (superyó) que se encargan de dar violentos garrotazos a la imaginación para que se aplaque y no viaje. La mejor forma de control es la autocensura, el autocastigo. Esto lo comprendió a la perfección el Marqués de Sade, e incluso Sacher-Masoch. Y lo comprendió mucho mejor Bataille, en sus novelas. Pero Bataille, cuando se pone a teorizar al respecto…

¿De qué hablamos cuando hablamos de imaginación? “No hay nada peor que lo que imaginamos”, dice Coetzee en Esperando a los bárbaros. La frase de Coetzee es fatalista e irónicamente carente de imaginación, no invita a viajar a ninguna parte nueva sino a reprimirse, a dejar que el superyó opere a sus anchas. De ahí que sea una frase hecha.

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