Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Año: 2011-2023
Formato: 12,6 cm X 20,5 cm
Palabras: 36.456
Idioma: Español
Género: Ficción
Subgénero 1: Novela
Subgénero 1: Novela colombiana siglo xxi | novela criminal
Temas: relación padres – hijo | servicio militar | crimen | viaje | amor filial
Disponible en: Amazon
Idea generadora de la novela: Hace unos 30 años, cuando trabajaba como bibliotecario en la Alianza Francesa de Bogotá, sede Centro, conocí a un estudiante de lengua y cultura francesa que un día me contó su historia. Su padre, un ex militar, había sido asesinado a tiros cerca del aeropuerto El Dorado unos ocho años atrás. Hacía unos 15, tras la baja en el Ejército, había montado un almacén de telas de lujo. Este estudiante me contó detalles de la vida de su padre. Su trayectoria fue casi la misma que la del Antonio José de mi novela. Cuando lo conocí, este joven trabajaba en el almacén de telas que estaba yendo a la quiebra y él y su madre no lograron sacarlo a flote. Finalmente, este joven, que se sentía muy frustrado, se fue a vivir a Francia.
Hacia finales de esa década de 1990, embarcado en la lectura de la obra de V. Nabokov, en un mercado de segundas encontré una hermosa, aunque deteriorada edición de lujo (tapas verde oliva), de la novela corta El ojo, y quedé fascinado con el manejo técnico de la historia. Desde entonces releí esta novela varias veces e hice varios análisis comparativos con otras obras del género novela corta y me di cuenta de sus inmensas posibilidades expresivas, que hasta entonces no había considerado.
Hacia 1997, también estuve embarcado en la lectura de la obra Michel Serres, en especial La historia de las ciencias. Me sobrecogió la narración del trabajo de Arquímedes, y su famosa muerte en Siracusa. Decidí que algún día escribiría sobre Arquímedes y su muerte, y planeé visitar Sicilia tiempo después. La figura de Víctor Acero llegó hacia 2008, cuando me presentaron a un famoso pastor cristiano en Bogotá. Me entrevisté con él varias veces porque deseaba publicar para su secta una serie de libros, y en ese momento yo era editor freelance y necesitaba el trabajo. Pero me fue imposible soportar su labia y su untuosidad y no trabajé con él.
Esta novela tuvo su primera versión en 2008, y la séptima en 2011, cuando la presenté a un concurso nacional de novela corta y le fue concedido el primer premio.
Explicación necesaria de la versión 2024: En el proceso de revisión para una segunda edición de esta novela, vi que era necesario hacer muchos ajustes. Terminé cambiando casi el 40% de la escritura y de las historias. Se supone que ‘lo escrito, escrito está’ y que un libro ya publicado no debe ser modificado en su esencia, pues marca un punto importante en la madurez narrativa del escritor. Difiero de estos conceptos. Si “imaginar un lenguaje es imaginar una forma de vida”, dice Wittgenstein, imaginar unas historias cruzadas elaboradas con un lenguaje, también es imaginar formas de vida. Es decir, si el lenguaje con que el escritor se expresa es una forma de vida y sus personajes también entran en esta categoría, entonces las historias contadas, como la vida, evolucionan, cambian, actúan como sucede con toda la tradición oral que forma la columna vertebral de una cultura. Y la cultura, cambia, vive, evoluciona. Por eso, el relato se determina por la acción que lo estructura. Sin tal acción, el relato no existe. Sólo contados escritores tienen la capacidad de escribir una historia una única vez, sin hacer versiones y versiones hasta alcanzar el punto deseado, como Kafka y Beckett. El resto de los escritores mortales tenemos que escribir versiones y versiones hasta llevar la historia al punto deseado. Es mi caso. Tanto es así, que escritores de primera línea como T. Mann o H. Broch o Coetzee al terminar cada trabajo después de años de muchos esfuerzos, deciden publicar y ya no cambiar una coma, como puede constatar cualquier persona leyendo sus biografías o la historia de cómo fueron creadas sus obras. Muchas universidades en el mundo pagan cifras exorbitantes por aquellos primeros manuscritos. ¿Hay alguna diferencia? Yo he consultado los de Coetzee, por ejemplo, quien los vendió al Centro Harry Ransom por una cifra del orden de los 2 millones de dólares para que el público tuviese acceso a su evolución creativa.
Publicar un libro no es cegar la vida que, en sí, emana de cada página escrita. Ya lo escrito no tiene fuerza de ley y cada vez más se restituye al mundo profano la palabra considera sagrada, inamovible, grabada en piedra. Publicar un libro es lanzarlo a la vida, muchas veces para el estudio y/o el entretenimiento, que también son formas de vida. Si el libro es capaz de ir más allá de ese cometido y logra un lugar en la cultura, agrega valor vital a esa cultura, da vida. También es cierto que la gran mayoría de autores, una vez puesto el punto final, se sienten tan cansados por el esfuerzo que ya no desean saber más del libro en cuanto tal y finalmente publican. En ese momento el autor sólo pensará en la recepción que hacen los lectores en cuanto a su aceptación, crítica y ventas. Se ha dicho que el libro una vez publicado ya no pertenece al autor sino al público. Esto es cierto únicamente si al público se le ha educado para que lea el libro de un solo modo, unidimensional y cerrado. Pero cuando se considera que el libro puede ser leído y entendido de maneras distintas, enriquecedoras, no como un mero trabajo intelectual o de esparcimiento en el que el texto acaba cuando se cierran las tapas del libro, el libro renace y admite otros puntos de vista, nuevas formas de existencia.
No tengo idea si dentro de 10 años revise de nuevo este libro y decida que será otra cosa. Hay prepotencia y mucha vanidad en el autor que lanza su libro al mundo como si fuera un epítome de lo acabado, de lo ya hecho, de lo perfecto. No existen libros perfectos. He leído libros elaborados por prestigiosos autores y editoriales, y siempre he encontrado algún gazapo, un algo que mejorar. Se dirá que la imperfección es humana, que ahí reside no sólo la belleza de la obra, sino que también es un registro del acontecer del escritor en su evolución humana (ver Topología del relato criminal). Sin duda, hay razón en ello. Desde mi punto de vista, el escritor es un ser ordinario, común (sí, hay excepciones), que se diferencia de los demás y se hermana con los creadores de otras profesiones, en que su voluntad de crear y de perfeccionar lo creado nunca cesa. O mejor, cesa sólo cuando el escritor muere. Es entonces cuando lo creado, si es lo bastante potente, se fija en el tiempo enriquecido por las lecturas diversas que suscita, o desaparece. No sobra decir que es la obra, no el escritor, la que siempre debe estar en primer plano.
H. von Kliest, publicó Michael Kohlhaas en 1810. F. Kafka no publicó en vida “Recuerdos del ferrocarril de Kalda”, un texto inconcluso de unas 4 p., de 1914. Alejo Carpentier publicó en 1956 una novelita corta o relato largo, “El acoso”. V. Nabokov dio a la luz El ojo en 1930. Estas obras que acabo de citar me sugirieron la estructura final de esta novela, en especial la última.
Nota sobre el título: El hombre que imagina, título original con que fue publicado en noviembre de 2011, tal vez sirva mejor al propósito de esa primera versión del libro. Como tal, el texto ha sido reelaborado, así mismo he reelaborado el concepto original y profundizado en aspectos que hace 12 años no alcancé a comprender y ahora veo con más claridad. El nuevo título La siciliana, recoge no solamente el título del primer esbozo de 2008, sino que expresa mejor esta intención segunda.
Palabras clave: masoquismo | problema del padre | complejo de Edipo | Sicilia | Palermo | Italia | Bogotá
Autores relacionados con esta novela:
J. W. von Goethe
H. von Kleist
F. Kafka
T. Mann
S. Freud
J. M. Coetzee
L. von Sacher-Masoch
Resumen:
1998, el joven Antonio Pedrini Acero, hijo de un ex coronel del Ejército Nacional que, tras caer en desgracia monta un almacén de telas finas en un sector exclusivo de Bogotá, es enviado a Palermo, Italia, por sus padres para realizar un negocio que los librará de la bancarrota familiar. Los acontecimientos se precipitan cuando el ex coronel es asesinado a tiros y Antonio Pedrini, ya en Italia, resuelve tomar las riendas de su vida. Decisiones que afectan de manera profunda y definitiva a él y a su familia.
Luego de 23 años de vida sencilla y sin altibajos en Palermo, reaparece en la vida de Antonio Pedrini su tío, el pastor cristiano Víctor Acero para cobrar deudas del pasado que Antonio física y moralmente es incapaz de pagar. Antonio se ve abocado a tomar decisiones criminales que ponen en peligro su equilibrio emocional.
La siciliana
Esta novela recibió el Premio Nacional de Novela Corta en 2011 con el título El hombre que imagina. El contenido ha sido modificado en algo más del 30%, pero no se modificó la estructura.
Siempre que nos ponemos a meditarsobre el sentido de nuestro pasado, éste parece llenar el mundo entero con su profundidad.
Conrad
15
Está inmóvil. Su cuerpo se ha disgregado y compactado en una cámara de vacío. No está a gusto ni entiende en dónde se encuentra ni sabe qué es lo que sucede. El sabor a vinagre rancio en la boca le produce deseos de vomitar. La luz demasiado blanca lo deslumbra y hastía y el olor a antiséptico inunda sus fosas nasales. Está peor que nunca, sigue descendiendo hacia donde el cuerpo y el alma se separan en una especie de hueco lleno de agujas que impiden a ese cuerpo morir y descansar en la eternidad. Definitivamente. Intenta relajarse, centrarse y tener dominio de la situación. Trata de deducir dónde está, qué hace y por qué está allí y qué es lo que le pasa a su cuerpo. Se siente adormecido, estúpido e indefenso. Cree haber aterrizado en el Hospital Militar Central de Bogotá. Entre sus oídos traquetean y desgarran el aire las aspas del helicóptero, contra el azul del cielo ve el cabeceo de los rotores negros arriba. Es absurdo, esa escena no puede estar sucediendo de nuevo, le dice su sentido del equilibrio natural. El Antonio que conoce, ahora es un ente vapuleado que ha sobrevivido a una avalancha de rocas. Lo zarandea el mareo del déjà vu, y acaba de abrir los párpados.
Vuelves, dice la figura desde la ventana.
Antonio no reconoce esa voz sin embargo familiar. Gira levemente la cabeza, busca a su dueño. Es Víctor Acero, el hermano mellizo de su madre.
Víctor se disculpa por haber hecho que lo despertaran. Llevaba bastantes horas sedado, explica, y necesita respuestas urgentes, tiene preguntas que sólo Antonio puede responder. Antonio piensa en por qué ese hombre está ahí. De pronto extraña el contacto de las palmas frías, secas, y los dedos largos de su madre. Como una flecha, vienen a su memoria los hechos que lo redujeron a ese estado. Se ve en el suelo de aquella habitación desordenada, y a ráfagas a Fabianna que lo golpea e insulta. Se remueve recordando la ignominia, la violación de su dignidad. La humillación con que Fabianna ha pagado su desprecio hacia ella, y luego… Y, ¿eso qué significa? ¿Perdió alguna clase de virginidad? ¿Lo han introducido en un círculo de abusos y bajezas? De esta manera se explica por qué Fabianna descargó sobre él su furia. Le gustaría entender el significado de las palabras que dijo, su jerga ofensiva y maligna. Pero ese instante se ha perdido. Queda el sonido áspero, la cacofonía injuriosa, el ritmo fuerte y feroz de los agravios. ¿Qué dijo esa mujer? ¿Reveló sus secretos, se mostró tal cual es? ¿Puso a su padre y a Horacio en evidencia? Los llamó varias veces por sus nombres. Descargándose con él como si él entendiera su jerga. ¿Qué clase de hombre era su padre? ¿A qué niveles descendió que lo convirtieron en alcohólico, en protector de su hermano drogadicto e inmoral y, seguro, en amante torturador de esa mujer? Había un desquite, una especie de revancha por parte de Fabianna. Lo incomoda y lo pone a la defensiva la presencia de Víctor Acero que se mueve hacia él lentamente, con las manos a la espalda, perfectamente dueño de la situación. Antonio quisiera saber en qué posición se encuentra. Quisiera tener alguna ventaja, piensa.
Lamento el estado en que estás, dice Víctor, aunque me parece que lo tienes merecido. Dicen que Dios no castiga con palo ni con rejo, pero esta vez el dicho se equivoca. Dios actúa de manera misteriosa, Antonio, y a veces utiliza a sus criaturas para hacerlas instrumento de su furia contra quienes han transgredido sus leyes sagradas. Pero no estoy aquí para juzgarte sino para darte consuelo, para apoyarte y aliviar tus cargas, que deben ser muchas.
Antonio lo mira de arriba abajo. Víctor, desde que salió de la calle de El Cartucho, viste de modo impecable. El pastor Víctor Acero vivió durante cuatro años experiencias por las que no debe pasar ningún ser humano. Víctor repite que lo lamenta. Aquellas palabras son el preámbulo de una homilía bien preparada.
Ajá, dice, Antonio. Tiene la sensación de estar echado en una cama de lombrices frías. Respira a fondo, quisiera beber un vaso de agua.
Antonio, la situación es extremadamente delicada, dice Víctor Acero. Tanto para ti como para tu familia en Bogotá. Es una catástrofe sin precedentes. Pero aún puedes aliviar los problemas, poner algo de freno a esto. Está en tus manos. Sólo tú puedes salvarlos, y salvarte a ti mismo. Te pido que me digas dónde tienes guardado el dinero. Eres inteligente, no eres ningún bobito. Estoy seguro de que tomaste algunas precauciones y los cheques viajeros están bajo llave. Es mucha plata como para que esté por ahí, al alcance de cualquiera, te lo abono. ¡Me has dado un gran susto, muchacho!
Antonio cierra los párpados, aparecen cinco sobres sellados metidos en un sobre asimismo sellado. En su interior hay noventa y ocho mil dólares en efectivo. En billetes de baja, mediana y alta denominación. Todo aquello en un casillero del muelle Sammuzzo; los guardó allí el día que intentó seducir a Fabianna. No puede creer el tono que utiliza Víctor Acero; es entusiasta y apremiante. Siente un raro alivio por el hecho de que sólo se trate de eso, del dinero de la familia. Dinero que, ahora para él, sólo tiene un valor simbólico en el sentido de que lo pone en una situación de superioridad ante su tío. Víctor Acero habrá escuchado de su hermana que Antonio es ateo, por eso le habla de esa manera. Es la primera vez que están frente a frente. Un pastor cristiano de cincuenta y pocos años y él, un hombre de veinticinco, que viene a ser el sobrino irresponsable. Que recuerde, Antonio nunca ha hablado con él frente a frente. Las veces que se cruzó con su tío, no pasaron del saludo cortés y distante.
Están en mi maleta, en un sobre sellado.
¿Cuál maleta? ¿La de mano? ¿La que encontró la policía en la sala de la casa? Ahí no había más que ropa sucia.
No.
Cuál.
La otra. La que dejé en el cuarto.
Víctor asegura que, aparte de ropa y de otros artículos personales, había un sobre sellado, sí. Pero lleno de recortes de revistas de moda. Víctor habla de un modo preciso. Hace honor a su antigua y a su nueva profesión. Es reposado, de maneras suaves y teatrales. Debe medir un metro sesenta y cinco. Es seco y templado. En el cuero cabelludo, de pelo escaso, y en la piel de la cara, las marcas de su vida en las calles enrojecen. Ocultando la impaciencia, explica lo del sobre, se explaya en su sorpresa al destapar la farsa. Aunque, reitera, Antonio tiene buenos motivos para haber escondido el dinero en un lugar seguro. Está convencido de que cambió los cheques viajeros. Debe tener dólares americanos, Antonio sólo debe indicar dónde están. Es imperativo que los gire hoy mismo a su hermana, es un trámite que no resiste demora. Con esa plata, afirma, quizá puedan salvar la casa.
Hace como tres semanas, según dijo mi madre, ya los habían ejecutado judicialmente.
Mi hermanita tiende a exagerar un poco.
Entonces todavía hay chance.
Mira, yo no exagero ni hago ningún drama. No tengo por qué. Yo hablo con la verdad y lleno de luz las palabras que digo. Porque mis palabras son portadoras de la luz de Dios. Si enviamos ese dinero hoy, hoy mismo, tu madre, mejor dicho, tu querida familia no termina en la calle. Tenemos hasta hoy a las diez de mañana para hacer el giro. ¿Entiendes, Antoñito?
Antonio escucha aquel diminutivo de manera insípida. Era el que utilizaba Víctor Acero cuando él era un niño.
¿Qué hora es?
Las ocho de la mañana, dice Víctor Acero mirando su reloj.
Ah.
Víctor Acero se pasa la lengua por entre los cachetes y entrelaza los dedos de las manos adelante. Lleva un fino saco de paño color café claro con un solo botón de cuero metido en un ojal. Antonio mira ese botón que semeja un moñito. Dice:
Dejé la maleta con llave, tío.
La maleta de la que hablas estaba abierta, como si nada. No juegues conmigo, te lo suplico. Lo que había, sí, te lo repito porque no pareces haber entendido, es que había un sobre de manila abierto lleno de recortes de revistas. O sea, de basura. ¿Entiendes?
Antonio calla. No, con ese dinero tampoco se podría salvar la casa. Ese dinero iría directo a los bancos, y, en pocos meses, la casa estaría embargada de nuevo. Por la cifra redonda de la deuda que dijo su madre, no necesita ser financista para saberlo. En todo caso, para qué una casa tan grande y onerosa para tres personas, tan llena de cosas inútiles que ya eran un estorbo en vida de su padre. Para qué tantos objetos decorativos, sin ningún valor de nada. Es mejor afrontar lo que venga. Eso, en el caso de que su tío diga la verdad. Todo no es más que una treta para que él regrese a Bogotá y se haga cargo de la situación.
¿Recortes de revistas?, dice. No, ahí dejé los cheques. Justo fui a la casa a recogerlos. ¿Qué día es hoy?
Viernes.
Mañana temprano vuelo a Bogotá.
Mira, los cheques no están, Antoñito, entiende eso. El tiquete ya lo vi y por el momento no puedes ir a ninguna parte. Vas a perder ese vuelo de regreso, Antoñito. No importa, voy a comprar uno para tu pronto regreso y expliques allá lo sucedido. Te suplico que me digas la verdad. Sólo la verdad redime al hombre.
¿Para qué iba a cargar con los cheques?, no soy tonto, tío.
Le pregunté a la doctora si al recibir el golpe en la nuca con la plancha te afectaría la memoria o algo así. Ella cree que no. El golpe fue duro, pero no tanto como para provocarte algún daño cerebral. La doctora Orvietto es especialista en el área neurológica, a ella le asignaron tu caso. Tienes rasguños, contusiones y cortes, pero no lesiones graves, gracias a Dios Fabianna no alcanzó a pegarte como quería. Te tomaron muchas radiografías, ¿sabes?, y una tomografía por lo de los golpes en la cabeza y no hay ningún daño. ¡No, no señor! ¡Antoñito, haz un esfuerzo! Sé que estás sano, que a lo mejor los medicamentos y la tristeza te han confundido. Te lo ruego en nombre de tu pobre madre que ha sufrido mucho. Haz memoria de dónde está la plata. ¡La situación es muy, muy grave!
Antonio tiene los labios y la nariz reventados, un corte sobre la ceja derecha que cerraron con siete puntos, varios cortes menores en el cuero cabelludo y otro en la espalda, de nueve puntos, y magulladuras en todo el cuerpo. Pero no tiene ningún hueso roto, ni siquiera los de la mano que ella pisoteó. De no ser porque deben hacer exámenes más detallados, mañana mismo podría salir caminando.
Víctor se ofusca cuando no obtiene lo que desea. No encuentra el modo de que Antonio juegue en su campo.
Víctor sostiene que la policía está fuera del cuarto. Esperan que explique la golpiza que él, Antonio Pedrini Acero, le dio a Fabianna Gatti. Por ese delito puede ir a la cárcel. Le recuerda a Antonio que estudió leyes, y ciertas leyes son las mismas en todas partes. Es, ni más ni menos, agresión física e intento de violación, dice. Sin embargo, en vista del estado en el que está y por los antecedentes de Fabianna, es plausible que, al dar su versión, argumente que ella lo golpeó y eso lo salve. No cree. La verdad es que Antonio en su intento de violarla la aporreó y quiso ensañarse con ella en ausencia de su marido. Ella se defendió con furia, logró expulsarlo de su cuarto, lo persiguió con lo primero que encontró a la mano, una plancha, y, en su huida, Antonio se enredó con recortes de tela, resbaló en el segundo piso y se golpeó de manera accidental contra las barandas y los escalones cuando trataba escapar de la casa. Es la versión que ella ha dado, y la policía italiana defiende a la mujer y da poco crédito a los agresores. Si a él le pidieran su testimonio, lo respaldaría sólo por ser su sobrino, pero con reservas y sin acta de juramento.
Horacio fue el que la golpeó, yo no. Yo…
No es que desconfíe de ti, interrumpe. Antoñito, hay muchas cosas raras. Pero sé que los jóvenes no miden las consecuencias de sus actos. Ya le había advertido a tu madre que eras demasiado joven y no estabas listo para llevar a cabo un negocio tan delicado. No la culpo, las madres son demasiado buenas e ingenuas. Madres como ella ponen todas sus esperanzas en sus hijos. Por dios, Antoñito, por dios. No me hagas perder más tiempo.
Entonces no se van a comprar las telas a los turcos.
Víctor Acero no disimula su sorpresa. Dice que el negocio se dañó de un modo absurdo e incomprensible y ya no hay que hablar de eso.
¿En dónde estuviste durante todo este tiempo? Averigüé y nunca saliste de Sicilia. No, no fuiste a Calabria, no me vas a salir con ese cuento.
Busqué una habitación en otro barrio. Horacio y Fabianna no hacían sino pelear.
Odias a tu familia, ¿cierto, Antoñito?
No la odio.
Antonio dice la verdad: no los odia. Más bien, se llena de indiferencia.
Tu padre no me quería, me parece que lo sabes. No lo culpo porque no fui un hombre bueno sino un tremendo pecador que insultó al prójimo e insultó a Dios. Yo, que viví las experiencias más dolorosas y afrentosas contra la dignidad viril, tendría motivos para odiar a la raza humana. Incluso, al Dios del cielo, Antoñito. En cambio tú, que sólo has vivido lleno de comodidades y con el amor incondicional de tus padres, no tienes motivo para odiar a nadie. Menos a tu familia. Al contrario, deberías estar agradecido. Tu familia no sólo te salvó de ir preso hace siete años, sino que compró para ti y para tu novia embarazada un apartamento de lujo. Y cuando te encomiendan una tarea sencillísima que cualquiera pudo haber desempeñado con éxito, llevas el negocio y la familia al fracaso. Eres como el perro que muerde la mano del amo.
“En menos de una hora los bancos se convertirán en los dueños de la casa donde vive tu madre, tu hermana y tu mujer, que pronto será tu esposa. Eso quiere decir, palabras más, palabras menos, que toda tu familia estará en la calle a las diez y un minuto de la mañana. En cuarenta y tres minutos exactamente. Hay que dar gracias a Dios que allá las deudas no tienen cárcel. De ser así, tu madre acabaría presa. En la cárcel por tu culpa, espero que lo tengas presente. Por otra parte, supongo que estás asombrado de verme hoy aquí. Para serte sincero, te informo que viene a vigilar que hicieras el trato de un modo correcto, y por desgracia llegué demasiado tarde. También vine a vender la casa que, hasta hoy, habitaron Horacio y Fabianna. Pero tampoco pude, la casa también está embargada, es cuestión de tiempo de que el banco se haga cargo. De Horacio, no hay rastro. Para que todo sea diáfano como el agua, sólo el dinero que tú tienes, es lo único que tu madre, tu hermana y Sofía tienen para mantenerse a flote mientras llegas a enfrentar el desastre que hiciste. Siento un inmenso amor y gran compasión por ellas. Sin embargo, tú eres el responsable de su desgracia. Ahora eres el jefe del hogar. Grandes compromisos filiales y morales descansan sobre tus hombros. Y a propósito de Sofía, la esposa de tu corazón, porque lo es sin lugar a duda, habrás notado que dije los tres. Tu comportamiento no sólo destrozó sus nervios y la envió al hospital, sino que tu bebé, tu bebé, escúchame bien, Antonio Pedrini Acero, nació muerto. Tú eres el responsable. Tú y nadie más que tú. Como ves, las pruebas que nos impone Dios nunca vienen solas, Antoñito. Entiendo que este alud de malas noticias te acongoje y abrume tu espíritu inmortal. Mas, hijo mío, yo estoy aquí para consolarte. Todos los hombres somos pecadores, no soy ni eres la excepción, sabes a qué me refiero. Yo, que fui un gran pecador que destruyó su hogar, que se dio a las malas pécoras, a las drogas y a la bebida, ahora vengo a decirte que estás rodando por un abismo. Antoñito, sólo tú, tú, tú puedes salvarte. Pues sólo si salvas a los tuyos te salvas a ti mismo. El infierno moral y humano al que te diriges es terrible. Aún estás a tiempo de hacer algo digno por tu alma, por tus seres queridos, por la familia que tanto te ama y, estoy seguro, está en capacidad de perdonarte. Dios te puso a prueba, las tentaciones del diablo son enormes, en este momento te puedes redimir. No olvides que eres hijo de Dios, nuestro Padre Celestial, por tanto, eres mi hijo. Yo te amo con lo más vivo de mi corazón. Ven a mí, deposita tu horrible carga de pecados en mi alma, estoy preparado para soportar las más hondas aflicciones. Soy tu confesor, no te angusties ni desconfíes, jamás diré nada a nadie. Habla, habla, habla a Dios. Dímelo todo, estoy para consolarte y sanar tu corazón. Y llora, llora si lo deseas, no te reprimas. Es de los hombres renacidos en Dios llorar para purificar su alma y ser acogidos en su seno espiritual.”
Víctor Acero se acerca para abrazarlo. Antonio lo rechaza con ambas manos.
¡No me toque!, dice fríamente Antonio mirándolo a los ojos. Desde que Víctor Acero empezó a hablar, Antonio presionó repetidas veces el botón de auxilio bajo la manta. Víctor Acero se detiene. Lo mira con sorpresa.
¿Y Horacio?, dice Antonio conservando la calma.
¿Horacio? Perdóname, y que me perdone Dios, pero en este momento a nadie le importa dónde está Horacio ni la suerte de Horacio. Tengo entendido que salió de la casa ayer y nadie lo ha vuelto a ver. Pero la policía lo tiene en la mira. Es más un vicioso en el infierno de los descreídos que un traficante de quinta o sexta categoría. Fabianna dice que a veces se va con sus amigos y desaparece durante dos o tres días. No nos preocupemos por Horacio, ya brotará de sus vapores con la misma fuerza que el mal de la tierra. Sé lo que quieres insinuar, Antonio. Horacio es tan simple y poco inteligente que de haber cogido esa plata se habría puesto en evidencia de inmediato. Es fácil incriminar a una persona así, pero con él no lo puedes hacer. Eres dado a echar la culpa a los demás por tus actos. Y no, hijo, no es así. Creí que eras diferente, creí, así como tus padres, que se podía confiar en ti, que asumías tus responsabilidades. ¡Qué cosa más terrible que los padres no puedan confiar en su hijo! ¡Lo peor de todo es cuando los hijos traicionan el amor incondicional de los padres! No sé qué religión tienes, mi hermana dice que a pesar de ser propenso a imaginar cosas y negar a Dios, eres un buen muchacho. Podrás ser ateo, pero has cometido pecados mortales. ¡Uno no roba a los padres ni mucho menos propicia la muerte de un hijo! Cuando supimos de tu fracaso y habías desaparecido, le aseguré a mi hermana que sólo eras un joven un poco irresponsable, nada más, pero confiaba en que harías lo que se te había encomendado. Ella debía confiar en ti, debía hacerlo, se lo dije, la fuerza de la fe abre caminos en el océano. Por desgracia me he equivocado, Antoñito, por desgracia lo que dije fue en vano.
Le duele el dedo de apretar el botón de auxilio, nadie viene. Antonio se siente terriblemente agotado.
Antonio, volvamos al principio, hablemos con franqueza, dice Víctor Acero. ¿Volviste a la casa por la maleta y dizque los cheques? No te creo. Querías seguir los pasos de tu padre con esa mala pécora. Yo diría que parece una mujer sacada del infierno, no de las sucias calles de Gela, es lo que me dijo tu madre. Sólo un crápula como Horacio es capaz de cohabitar con una mujer de esa calaña. ¡Y para prestársela a tu padre! Pero tampoco le vayas a endilgar el robo. La pelea con Horacio fue porque ella requisó la maleta y encontró los recortes de las revistas. Yo le creo, la policía le cree. ¡Nunca he visto tanta deshonra, tanta corrupción, tanta infamia! Además, añade sin aliento, con los cachetes encendidos, ¡cómo vas explicar todo esto en Bogotá! ¡Cómo vas explicar toda esta suciedad a tu madre que tanto ha llorado a Antonio José! ¿Cómo vas a salir del problema en el que tú, sólo tú eres responsable? Debes admitir que soy el único que puede ayudarte. Así que dime de una vez por todas en dónde…
La puerta se abre y entra una enfermera vestida con un uniforme hospitalario verde claro. Debe estar cerca de los cincuenta años, es gruesa y de mediana estatura, tiene el cabello castaño oscuro y el rostro ovalado. Es la aparición de un ángel. No sonríe. Dirige una mirada seca a Víctor, de pie, a un metro de la cama.
¡Qué sucede!, ¿por qué el paciente no deja de presionar el botón de emergencia? ¡Me pagó para que lo despertara, no para permitir que usted estrese al paciente!
Se acerca, le toma el pulso a Antonio. Observa de un modo severo a Víctor Acero, ahora demudado y con los labios tensamente apretados. Antonio solicita un vaso de agua, tiene la garganta seca y siente los labios partidos. Ruega que saque a ese señor y que no le permitan la entrada de nuevo.
No he terminado contigo, pequeño canalla, dice Víctor Acero señalándolo con el dedo, rojo de indignación, tengo dos semanas más aquí y la eternidad por delante para arreglar esto. Tu comportamiento tendrá consecuencias, te lo prometo.
Antonio ofrece disculpas a la enfermera por la alarma y le da las gracias por salvarlo.
Debe calmarse, dice ella con voz serena.
Espere el capítulo 16 el 10 de marzo de 2025