Broncíneo Naranjo

 

Broncíneo Naranjo

Nació en 1995

Cuento

Es una orden

 

Broncíneo Naranjo

 

Un grupo de niños sentado en el andén. Los conductores que pasan por la calzada disminuyen la velocidad cuando los ven. Zigzaguean entre los balones y las bicicletas. Un conductor toca la bocina, saca la cabeza por la ventana. Dice que no es lugar para jugar. Los niños siguen con la mirada al carro hasta que dobla por la esquina y desaparece. Hace calor; el cielo comienza a teñirse de naranja. Los niños tienen en sus manos palitos de madera sucios por el sudor y los residuos pegajosos de paleta a los que se adhiere la tierra. Uno de ellos, que ha mantenido la mirada fija en el cielo, se levanta. Grita de pronto:

Esta tarde mando yo.

¿Y por qué usted?, dice otro poniéndose de pie.

Porque sí. ¿No le gusta?

No… Usted…, no me parece.

Váyase.

¡No!

El que quiere liderar se acerca al que se niega a seguirlo. Cuando los separan pocos centímetros, levanta el puño a la altura de la oreja y entorna los ojos. Tienen contexturas similares, físicamente ninguno destaca sobre el otro. El resto de los niños permanece en silencio. Mira el puño frente a su cara. Con el pulgar rompe el palito de paleta. 

No le tengo miedo.

El puño se estrella en los labios del que se niega a obedecer. Otro golpe en el estómago, le saca el aire. El dolor lo hace caer al suelo, doblarse y cubrirse el estómago con los brazos.

¡Esta tarde mando yo! ¡Mañana, que mande el que quiera!

Una niña dice: 

¿Qué quiere que hagamos? 

Vamos al río.

Mi papá no me deja ir al río de noche, dice otro niño.

Se forma una algarabía:

¿Y los vestidos de baño?

¡Nadamos en pelota! Todos ríen.

Yo no sé nadar.

Nosotros le ayudamos.

Mi hermana dijo que iba a estar allá nadando con su novio.

Yo tengo flotadores.

¡No! 

Para que él nade.

No los necesitamos. El que manda mira hacia el cielo, el sol lo deslumbra. Se lleva la mano a la frente a modo de visera. Tenemos que ir antes de que sea de noche. ¡Ya!

¿Por qué tanto afán?, dice uno de ellos.

Porque los últimos días el río se ve naranja en la tarde, parece lava. Quiero que vayamos a tirarnos en la lava. El que manda extiende su brazo derecho paralelo al suelo y con el dedo índice apunta en dirección al río. Da la orden. ¡Vamos! Corre.

Los niños se miran entre sí emocionados, siguen al que manda. Los que tienen bicicleta se montan en ellas, algunos saltan a los posapiés y se aferran a los hombros del que pedalea. El resto de los niños, a pie, siguen la marcha.

El que manda se rezaga, fija su mirada sobre el niño golpeado que sigue en posición fetal. Se aproxima.

Si quiere, puede venir con nosotros. 

El niño no dice nada. El que manda lo ayuda a ponerse de pie. Le da palmadas para limpiarle la tierra en la ropa.

¡Lo esperamos allá! Corre hacia el río. En el trayecto encuentra a dos niños que dan pasos torpes, los agarra de la mano, tira de ellos. 

¡Vamos, vamos!

Las nubes en el cielo tienen una coloración naranja encendido. Los niños van por la mitad de la vía. Algunas personas alarmadas por el barullo descorren los velos de las ventanas para observar lo que sucede. Alguien dice que los niños deberían ayudar en los quehaceres de la casa, estudiar. Otro, con una sonrisa, vuelve a lo que hacía. 

Para cuando los niños llegan al río, el sol comienza a esconderse detrás de los árboles que se divisan en el horizonte, tiñe la superficie del agua de un naranja intenso. El viento sopla con fuerza, aviva aún más el color del agua y arrastra hacia los niños un calor sofocante.

Algunos niños intentan quitarse los zapatos y los pantalones de pie, pero no alcanzan a sacar la pierna de la manga. Caen en el pasto. Las caídas producen risas. Con la respiración acelerada por la carrera, por el calor, los niños se quedan sin aire. Las lágrimas de las carcajadas corren por las mejillas. Se dan palmadas en el pecho. Cuando se puede, toman aire con fuerza.

De repente, el niño que recibió los puños, el que mandó el día anterior, está frente a los niños desnudos. Tiene las manos apoyadas en las rodillas, respira agitado. Todos lanzan al tiempo un grito de triunfo al verlo. ¡Rápido! 

¡Sus papás vienen para acá!, grita.

¡Imbécil! 

Los niños lo abuchean, lo insultan, se burlan de él. Le tiran los zapatos. Se apresuran a un trampolín improvisado. La mayoría se organiza en fila india para saltar. Alguien le tira una piedra, le acierta en la cabeza. Cae de espaldas.

 El que manda se para en el borde del trampolín. Es el primero en saltar. Inmediatamente toca la superficie, grita. Se hunde lentamente, el agua es densa. Cuando el segundo en la fila salta, el primero apenas se ha sumergido hasta las rodillas. Cada segundo, una nueva voz se suma al coro de alaridos de dolor y en una pequeña medida, de alegría. Los que faltan se apeñuscan a la orilla del trampolín, ya no esperan a que salte el de delante, lo empujan. 

El último cae al río. 

Una pareja de adolescentes alarmada aparece en la orilla contraria del río. Ven en los rostros de sus hermanos y en el resto de los niños, terror, sufrimiento. Piensan que se están ahogando. Se zambullen de cabeza. Quedan clavados como una lanza. La cabeza bajo la superficie, al igual que los brazos. Pronto la cadera pierde rigidez y los adolescentes se doblan formando un triángulo. Los pies se hunden. 

El que aún puede gritar lanza el ultimo aullido. 

Un grupo de adultos llega en tropel al río. Para entonces, los dos últimos niños que saltaron, aunque aún tienen la cabeza afuera, han sido cubiertos por las llamas, están carbonizados. Uno de los padres intenta entrar al río, pero tiene que retroceder ante la temperatura. La suela de su zapato arde. El viento arrastra las cenizas. Los padres tosen. Paralizados por el horror, se quedan a la espera. Miran la lava fluir lentamente. Algunos vomitan por el olor a carne quemada. 

En minutos, el sol se esconde detrás de los árboles. Los padres ahora entran al río. La superficie del agua es negra. El agua se ha enfriado, ha perdido densidad. Los cadáveres se precipitan al fondo del lecho.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *