
David Andrés Rubio G.
Profesor Asociado de la Universidad Pedagógica Nacional. Consultor en diferentes proyectos en educación para entidades como el Instituto de Investigación en Educación de la Universidad Nacional de Colombia, el Ministerio de Educación Nacional, el Instituto para la Investigación Educativa y el Desarrollo Pedagógico -IDEP, entre otros. Miembro del grupo de investigación Historia de la práctica pedagógica en Colombia, del Grupo de Estudos e Pesquisas em Currículo e Pós-modernidade – GEPCPós en Brasil, y de la Red de Investigación en Educación y Pensamiento Contemporáneo -RIEPCO. Autor de varios artículos en revistas especializadas y de varios capítulos en libros de ensayo y resultado de investigación.
Lectura y pensamiento
Agosto 25 de 2023
En su muy conocido ensayo Sobre la lectura, Estanislao Zuleta afirma que la lectura es trabajo, antes que consumo, recepción, o adquisición. Leer es trabajar porque, en su sentido trágico, la lectura nos impone la difícil tarea del pensamiento que se resiste al lenguaje común y que en mucho excede nuestras habituadas codificaciones. El mensaje no está-ahí para ser capturado, extraído; al contrario, la misma idea de «mensaje» queda puesta en suspenso. Al leer de este modo, el lector no se ufana de saber su lengua (y de saber leerla), sino que sufre, erra y duda: las claves de las frases en el texto no están en su dominio rutinario; están en “su capacidad de determinar el valor que el texto asigna a cada uno de sus términos”, como afirmó Zuleta (2015, p. 146). Este esfuerzo de determinación del valor, que demanda no poca lucidez y experiencia, es el trabajo del pensamiento. Leer, entonces, es pensar.
Dice Zuleta, además, que el texto “produce su propio código por las relaciones que establece entre sus signos; genera, por así decirlo, un lenguaje interior” (2015, p. 146). El problema de la valoración del texto, no está pues en la capacidad del lector de «extraer» (ya se dijo que la lectura es un trabajo) el o los sentidos que el autor quiso incrustar como fijados con clavos, sino en su esfuerzo por aproximarse, en los límites trazados por el propio texto, por su singular lenguaje, al valor que de suyo tiene cada una de sus palabras, de sus conceptos. El trabajo de la lectura es un trabajo de valoración de los conceptos. Más específicamente, de determinación del valor que debe ser asignado a ellos en la singularidad del lenguaje del texto.
Como la lectura es el trabajo que el lector debe tomarse para comprender los límites que tienen los términos del texto leído, esto es, determinar su valor, leer, entonces, significa interpretar. Pero la interpretación, al tratarse de un problema relativo al valor (el valor de los conceptos del texto), tiene unos límites. Contrario a algunas ideas posmodernas y postestructuralistas sobre la lectura, la interpretación no tiene mucho que ver con las libertades del lector. No toda lectura es válida porque las claves de lectura están en las márgenes de los mismos textos, no más allá de ellas. A pesar de estas restricciones, sin embargo, cada lector interpreta con arreglo a su experiencia (lo que conduce a diferencias entre los lectores), lo cual no quiere decir que sus interpretaciones de lo leído excedan a su antojo aquello de lo que el texto es depositario. La experiencia del lector se juega en otros terrenos. Aquello que sabe, su experiencia lectora, tributa a la determinación de los valores de los términos y de los conceptos. Así como en Kafka, según dice Zuleta, el alimento tiene un significado especial (un valor), y este se trata de la motivación para vivir y, por lo tanto, la falta de apetito es “la pérdida del sentido de la vida y la carencia de incentivos para la lucha” (Zuleta, 2015, p. 147), del mismo modo en otros géneros discursivos y otros registros, como el texto filosófico o el informe científico, los conceptos utilizados cuentan con un valor y es el trabajo del lector hallar el modo de determinarlo, es su obligación reconocerlo y establecer sus límites.
El atributo clave de un concepto es dar límite. De no establecer fronteras, el concepto deja de serlo y pierde su valor: la valoración no es relativa y no tiene que ver con el juicio, esto es, su alcance no es moral. La valoración, en cambio, es posición. Todo concepto ocupa una posición en el discurso y según el campo o la disciplina, esta posición guarda variaciones. Por ejemplo, el concepto de «medio» tiene una posición, un valor, en el discurso de la biología, según lo pensó Lamarck en el siglo xix; sin embargo, el urbanismo contemporáneo a él, como la sociología del siglo xx, lo apropiaron en otra posición, esto es, con otro valor. Aunque el concepto de medio para la biología es para designar las condiciones en las que puede darse la vida de los organismos, los urbanistas lo usaron para determinar el espacio en el que se lleva a cabo la vida en las ciudades. En ambos casos, en la biología como en el urbanismo, el medio es un espacio en el que hay movimiento, vida (biológica o social). El valor del concepto varía y aunque no hay una modificación radical en su sentido, su posición en el discurso es otra (a pesar de la semejanza que se puede constatar entre la idea de «espacio» para el movimiento, asunto que, por cierto sucede también con el uso del concepto en la óptica, esto es, el «espacio» entre un observador y el objeto).
Así que los conceptos, además de valor, tienen historia. O, más bien, dado que tienen historia, adquieren un valor. Por eso es que Nietzsche afirmó en sus escritos póstumos que es trabajo de los filósofos aceptar los conceptos, usarlos («darles lustro»), pero también fabricarlos e instar a los hombres que acudan a ellos. Los conceptos circulan en los textos porque esa es la condición de su existencia. Es tal el trabajo de la lectura porque es tal el trabajo del pensamiento.
Referencias:
Zuleta, E. (2015). Elogio de la dificultad y otros ensayos. Ariel.