Cierta ira y cierta calma

Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Año: 2011-2023
Formato: 12,6 cm X 20,5 cm
Palabras: 42.805
Idioma: Español
Género: Ficción
Subgénero 1: Novela
Subgénero 1: Novela colombiana siglo xxi | novela criminal | novela realista
Temas: relación padres-hijo | Violencia | crimen | viaje | amor filial 

Edición en papel disponible en: Amazon

Idea generadora de la novela: En 2007, cuando ya había decantado lo de mi viaje a la selva amazónica venezolana, empecé a darle forma al relato de un viajero que se interna en la selva en busca de su padre. A esta idea estaba asociada una imagen a la que ya le había dado cierta forma en una novela anterior, y que había quedado finalista apenas un año atrás en el Herralde novela: Escucho sus pasos que vuelven (Luego reeditada y retitulada como Continuidad de las formas dispersas). La imagen no era otra que la de mis padres trasegando pueblos de Caldas y del norte del Tolima en los años 1946-1948, y relatos de esos tiempos muy difíciles narrados muchas veces por mi madre. Mi pasión por la noción de viaje y de lo que significa ir de un lugar a otro proviene de allí, ¿de dónde más si no? El germen narrativo de todos mis relatos provienen sobre todo de mi madre y de mis experiencias vividas, realmente no es mucho lo que inventado. Unir mi experiencia reciente del viaje con viejos recuerdos utilizando como protagonista a un amigo mío por el que, desde que lo conocí en la universidad y por el que sentía verdadera admiración, me parecía que podía funcionar muy bien. 

Desgracia de J. Coetzee; América de F. Kafka; Michel Kohlaas de H. von Kleist, La vorágine de J. E. Rivera; Los pasos perdidos de A. Carpentier; El Orinoco ilustrado del padre Joseph Gumilla; Viaje a las tierras equinocciales del nuevo mundo de A. von Humboldt y El dorado de E. Röthlisberger, fueron influencias directas para encontrar el tono y el ritmo, además sugirieron el lenguaje y la estructura final de la obra, que duré escribiéndola 4 años y le fue otorgado el Premio Nacional de literatura en 2011 por el Ministerio de Cultura, y titulé Olfato de perro.

Nota sobre el nuevo título: El título Olfato de perro nunca fue de mi agrado, pero no encontré uno mejor, y la novela en sí misma tampoco me había dejado satisfecho, de modo que la engaveté y dejé que el tiempo pasara. Tuvieron que transcurrir 13 años más para que la desempolvara de nuevo, la leyera y viera en dónde estaban las fallas, incluido el título. Tenía tantas insuficiencias que el escrúpulo que me acompañaba desde 2011, se convirtió en absoluta vergüenza y sentí la necesidad imperiosa de reescribirla, o mejor, de reeditarla. Debía hacerla de nuevo, era una obligación ética hacia mí mismo y hacia los lectores. El ensayo Reeditar Olfato de perro intenta explicar no sólo mis conceptos sobre el texto y la literatura, sino que es un ofrecimiento de disculpas por ese libro mal hecho (en todo sentido) a quienes leyeron entonces y entregar ahora una obra mejor pensada, aunque, también debo decirlo, en su asunto sea más o menos la misma, a pesar de que no lo es.

Tampoco puedo dejar pasar que si en 2011 obtuve un premio nacional entre más de 200 obras, quiere decir que el jurado ‘vio algo’ (muy poco, es la verdad, y se conformó con eso), pero lo que es peor, significa también que en ese momento, la literatura colombiana no gozaba de buena salud.

Palabras clave:  problema del padre | problema de la madre | sexo | violencia | Bogotá | Neira | Llanos orientales

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Resumen:

Ignacio Madero, el protagonista de esta novela, se adentra en los Llanos orientales en busca de su padre, Ignacio José, desaparecido 60 años atrás, que ha enviado su Diario…

…hay modos muy efectivos de apretar para que diga la verdad.
¿Qué verdad?
De dónde sacó este Diario, la foto y dónde está Ignacio José Ángel. Cometí un error con usted al tratar de escarmentarlo en vez de habérmelo llevado…
Yo también busco a Ignacio José Ángel.
¿A Ignacio José o el oro que tiene escondido?
En el Diario no habla de haber conseguido ningún oro.
De no haber oro, usted no estaría aquí.

Cierta ira y cierta calma

 

 

Juanita / Juanito

 

 

Una edición de esta obra obtuvo el Premio Nacional de Novela Inédita del ministerio de Cultura en 2011 con el título Olfato de perro.

 

 

 

À chacun sa vérité, son récit inédit.
Edmond Jabès

 

 

1

Desde la adolescencia, lo primero que Ignacio imaginaba de las mujeres con solo mirarlas era sus posibilidades eróticas, pero en los últimos tiempos tal cosa ha venido cambiando. En el sexo, lo que al final de cuentas le importaba, antes que nada, más que la inteligencia y la nobleza de sentimientos, era el desapego y la intensidad, y aunque hubo excepciones en el pasado que lo llevaron a prometerse a no romper estas reglas, ha conseguido mantenerse firme. Seguir sus propias reglas ha tenido un precio e Ignacio se ha visto sumido en pequeños agotamientos y soledades con las que no siempre le ha sido fácil lidiar. A pesar de ello prefiere pasar largos periodos sin tocar incluso a una antigua amante que estaría dispuesta si él cede un poco en su independencia, pero buscar a una mujer del pasado es lo mismo que abrazar su decadencia y eso es impensable. La época de estar a la caza de mujeres ha terminado, y tampoco lo entusiasma tener que pagar por servicios profesionales, cosa que alguna que otra vez hizo. Al día de hoy, Ignacio no sabe exactamente qué clase de mujer quiere ni qué tipo de experiencia busca. De lo único que está seguro es que necesita algo que afirme su independencia y haga nacer en él un nuevo rigor para darle sentido a su vida y seguir adelante. Si no ¿qué va a hacer? A lo mejor se ha vuelto demasiado exigente, y preferir no irse con mujeres que parecían prometedoras ha hecho que poco a poco perdiese la práctica y con ello la ocasión de tener el encuentro excepcional que secretamente ansía. Pero no lo cree, no del todo. También puede ser falta de empuje, falta de habilidad seductora o de alguna otra cosa. La verdad es que necesita cortar el nudo que desde hace tiempo lleva en el estómago.

¿Y si deja que las cosas sucedan? Eso funcionaba cuando era joven y bien plantado, cuando su vida parecía estar en el punto exacto en el que él quería, y aparte de eso había demasiadas oportunidades abiertas. En cambio ahora…

Apoyado en la mesita alta y metálica del bar, Ignacio observa a la joven que se mueve hacia él en aquel ambiente encerrado, de rumbeadero sofocante y con la música al tope. Varias decenas de parejas navegan en la semi oscuridad entre luces estroboscópicas y láseres cargada de una lujuriosa intimidad. Ignacio está de aguafiestas y no siente interés especial por la muchacha que lo trajo. Quizá una de las causas de su seudo indiferencia mezclada con rabia del día de hoy sea la torpeza con que Esteban Cisneros llevó a cabo la investigación sobre su madre. Aunque tal vez no sea para tanto y es algo que implemente deba ignorar. La chica es una veinteañera de cara bonita, pelo negro, pechos medianos, trasero bien templado y tenis rojos. Se imagina con ella, pero se distrae, no se emociona ni se da, como antes, a embeberse en los detalles que funcionaban como una bola de magma erótica. Ignacio bebe larga y desganadamente del vaso de ron y pide otro doble a la bonita mesera que pasa y él la mira de nuevo. Pone un billete en la bandejita y le dice que se quede con el cambio. En segundos, la mesera pone un vaso a medio llenar encima de la mesa. Ignacio bebe la mitad y cae en unas de esas abstracciones en las que se siente cansado y la cabeza vacía, sin nada qué hacer ni qué decir. Tampoco sabe qué camino coger.

El nombre de la muchacha es Clara Linero y es alumna suya. Es más aplicada, aguda e inteligente que la mayoría, y eso a Ignacio lo seduce al punto de que haría una excepción, pero tal cosa es impensable. Clara tiene los ojos negros, las cejas y las pestañas largas y negras y suavísimas ojeras grises sobre la piel blanca. Varias veces lo ha incomodado su mirada fija y casi helada de estudiante que cree saber más que el profesor, y por ello mismo ser la dueña de cualquier situación. Ella está en ese lugar donde él mismo no sabe qué va suceder, a pesar de que fue ella la que propuso ir al apartamento de él o al suyo. Mas cuando iban, Ignacio le propuso, en un calculado arranque de postergar el encuentro, ir a bailar, y ella sugirió ese lugar. A pesar de eso, no está claro si ella pasará la noche en el apartamento de Ignacio o si él la dejará, sin pena ni gloria, en la portería del edificio en el que ella vive. Tampoco es la primera vez que una alumna le propone estar juntos ni es la primera vez que acepta. Pero sí es la primera vez que no se siente seguro de dejarse llevar por la propuesta de una muchacha provocativa. La realidad está afuera, se dice, y él no está en donde debería. Tras dar un vistazo a su alrededor se siente caduco y viejo, estúpido y ridículo. Cuántos años le lleva a esta generación, ¿cuarenta? Lo incomoda y casi lo hastía estar en esa mesa alta a la espera de que algo pase, no sabe qué. Pero, si a Clara no le desagrada en absoluto estar con él en ese sitio de jóvenes, ¿por qué a él sí? ¿No se supone que él es más maduro que ella y es capaz de enfrentar situaciones complejas? La mesa es apenas para poner el codo y los vasos porque lo importante es moverse y hacer lo mismo que los concurrentes y casi todos, si no están bailando, van de un lugar a otro con una sonrisa y un vaso o una botella de cerveza en la mano. Se dice sin mucha convicción que no tendría por qué estar allí. Se esfuerza para pasar desapercibido ni mirar mucho y así no descubrir que alguien lo desaprueba con su mirada. ¿No debería estar en alguna sala de conciertos de música clásica, no aquí medio ensordecido por la música electrónica? Clara trae una botella de cerveza en la mano. Hace un gesto para que Ignacio entre a la pista de baile. Él cree ver en ella una relajación de sus facciones y un oscuro brillo en sus ojos y una mueca de desdén.

¿Cómo interpretar eso?

Ignacio imagina el cuerpo de Clara entre sus brazos, que ella mantiene aquellos ojos abiertos y fijos y permanece así durante un rato con ella, no más. Un poco dramático y muy teatral, se dice Ignacio de manera desabrida. No lo atrae tal escena ni sus variaciones íntimas con las que ha intentado deleitarse una y otra vez. Clara e Ignacio bailan durante un rato a medio metro de distancia, sin tocarse y como si no se conocieran, siguiendo el ritmo de la música y arrastrados por la marea de cuerpos que los rodean. De manera inesperada ella se pega a él y lo besa y hace que la cerveza ya tibia pase a la boca de Ignacio. Luego vuelven a separarse. Ignacio mira su cuerpo e intenta que ella ni nadie se dé cuenta de que lo hace, y, a pesar de ello y de imaginar aquel cuerpo desnudo y de pie en frente suyo, no se enciende el deseo de tiempo atrás y sí más bien, al centrar su mirada en los ojos de ella, de Clara, es cuando siente que en él algo empieza a fallar y quiere salir corriendo. Pero no puede. Los labios sin maquillaje de Clara, suaves y nada abultados, le hacen experimentar una tardía y rara emoción. No sonríen, no se relajan, están ahí, y de pronto desaparecen cuando ella se da vuelta y se escurre entre la gente que no cesa de bailar. Ignacio trata de seguirla con la mirada. Es el momento de irse, piensa, pero Ignacio se queda allí, a la espera. Cae en cuenta de que, en otras circunstancias, sin pensarlo siquiera, se habría ido. Tiene la camisa pegada al cuerpo y está sediento. En la mesita alta está de nuevo el vaso lleno de ron puro y lo bebe de golpe. ¿Cuánto tiempo llevan allí? Es el momento de descansar, de quedarse en su mesa y observar a otras mujeres que bailan muy unidas a los hombres o a otras mujeres de manera sensual, concentrada, ignorando lo que en el entorno sucede. Repite con la camarera la misma operación del billete y recibe otro vaso de ron. Ignacio se fija en una mujer morena, de baja estatura y ya madura de caderas anchas y pechos pequeños que lo mira de manera inexpresiva con la barbilla apoyada en el pecho de su compañero, un hombre macizo y canoso y campechano que tiene las manos grandes sobre sus nalgas que aprieta, pero él sabe que tras esa aparente indiferencia se agazapa la lubricidad al punto de provocar en él el deseo de beber tranquilamente y no devolver el gesto a la mujer que parece llamarlo con el movimiento sinuoso de sus muslos.

Alguien lo observa. Algo repentinamente lo altera.

Cuando dirige la vista a la derecha, se encuentra con Clara que lo mira desde no tiene idea hace cuánto tiempo y bebe cerveza. Ha estado todo ese tiempo esperando que se fije en ella. Ahora se acerca y tiene la boca roja y encendida y la piel más blanca. Ha abierto un botón más de la blusa y del cuello pende un relojito de oro que se mueve suavemente entre sus pechos. Se ha acicalado al punto de no parecer una muchacha cualquiera de universidad pública, sino que hace honor al apodo que le tienen, “Burguesita”. Por lo que Ignacio ha oído, es una muchacha de familia adinerada que por capricho entró a estudiar allí tras cursar algunos semestres de derecho en Los Andes. ¿Qué hace una joven como ella estudiando física? Quedan a varios centímetros de distancia. Ella se ha limpiado el sudor y se ha aplicado un perfume con un toque a cítricos que Ignacio aspira fascinado. Clara lo toma de la mano para sacarlo a la pista, lo suelta y baila con él a distancia, sin dejar de mirarlo fijamente a la cara y a su camisa húmeda, hace que ponga las manos en sus hombros, y se pega.

Ignacio la toma de la cintura y la mira de manera descarada y sigue esa música que jamás había bailado en su vida.

 

Final del capítulo 1

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