Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Año: 2011-2023
Formato: 12,6 cm X 20,5 cm
Palabras: 36.456
Idioma: Español
Género: Ficción
Subgénero 1: Novela
Subgénero 1: Novela colombiana siglo xxi | novela criminal
Temas: relación padres – hijo | servicio militar | crimen | viaje | amor filial
Disponible en: Amazon
Idea generadora de la novela: Hace unos 30 años, cuando trabajaba como bibliotecario en la Alianza Francesa de Bogotá, sede Centro, conocí a un estudiante de lengua y cultura francesa que un día me contó su historia. Su padre, un ex militar, había sido asesinado a tiros cerca del aeropuerto El Dorado unos ocho años atrás. Hacía unos 15, tras la baja en el Ejército, había montado un almacén de telas de lujo. Este estudiante me contó detalles de la vida de su padre. Su trayectoria fue casi la misma que la del Antonio José de mi novela. Cuando lo conocí, este joven trabajaba en el almacén de telas que estaba yendo a la quiebra y él y su madre no lograron sacarlo a flote. Finalmente, este joven, que se sentía muy frustrado, se fue a vivir a Francia.
Hacia finales de esa década de 1990, embarcado en la lectura de la obra de V. Nabokov, en un mercado de segundas encontré una hermosa, aunque deteriorada edición de lujo (tapas verde oliva), de la novela corta El ojo, y quedé fascinado con el manejo técnico de la historia. Desde entonces releí esta novela varias veces e hice varios análisis comparativos con otras obras del género novela corta y me di cuenta de sus inmensas posibilidades expresivas, que hasta entonces no había considerado.
Hacia 1997, también estuve embarcado en la lectura de la obra Michel Serres, en especial La historia de las ciencias. Me sobrecogió la narración del trabajo de Arquímedes, y su famosa muerte en Siracusa. Decidí que algún día escribiría sobre Arquímedes y su muerte, y planeé visitar Sicilia tiempo después. La figura de Víctor Acero llegó hacia 2008, cuando me presentaron a un famoso pastor cristiano en Bogotá. Me entrevisté con él varias veces porque deseaba publicar para su secta una serie de libros, y en ese momento yo era editor freelance y necesitaba el trabajo. Pero me fue imposible soportar su labia y su untuosidad y no trabajé con él.
Esta novela tuvo su primera versión en 2008, y la séptima en 2011, cuando la presenté a un concurso nacional de novela corta y le fue concedido el primer premio.
Explicación necesaria de la versión 2024: En el proceso de revisión para una segunda edición de esta novela, vi que era necesario hacer muchos ajustes. Terminé cambiando casi el 40% de la escritura y de las historias. Se supone que ‘lo escrito, escrito está’ y que un libro ya publicado no debe ser modificado en su esencia, pues marca un punto importante en la madurez narrativa del escritor. Difiero de estos conceptos. Si “imaginar un lenguaje es imaginar una forma de vida”, dice Wittgenstein, imaginar unas historias cruzadas elaboradas con un lenguaje, también es imaginar formas de vida. Es decir, si el lenguaje con que el escritor se expresa es una forma de vida y sus personajes también entran en esta categoría, entonces las historias contadas, como la vida, evolucionan, cambian, actúan como sucede con toda la tradición oral que forma la columna vertebral de una cultura. Y la cultura, cambia, vive, evoluciona. Por eso, el relato se determina por la acción que lo estructura. Sin tal acción, el relato no existe. Sólo contados escritores tienen la capacidad de escribir una historia una única vez, sin hacer versiones y versiones hasta alcanzar el punto deseado, como Kafka y Beckett. El resto de los escritores mortales tenemos que escribir versiones y versiones hasta llevar la historia al punto deseado. Es mi caso. Tanto es así, que escritores de primera línea como T. Mann o H. Broch o Coetzee al terminar cada trabajo después de años de muchos esfuerzos, deciden publicar y ya no cambiar una coma, como puede constatar cualquier persona leyendo sus biografías o la historia de cómo fueron creadas sus obras. Muchas universidades en el mundo pagan cifras exorbitantes por aquellos primeros manuscritos. ¿Hay alguna diferencia? Yo he consultado los de Coetzee, por ejemplo, quien los vendió al Centro Harry Ransom por una cifra del orden de los 2 millones de dólares para que el público tuviese acceso a su evolución creativa.
Publicar un libro no es cegar la vida que, en sí, emana de cada página escrita. Ya lo escrito no tiene fuerza de ley y cada vez más se restituye al mundo profano la palabra considera sagrada, inamovible, grabada en piedra. Publicar un libro es lanzarlo a la vida, muchas veces para el estudio y/o el entretenimiento, que también son formas de vida. Si el libro es capaz de ir más allá de ese cometido y logra un lugar en la cultura, agrega valor vital a esa cultura, da vida. También es cierto que la gran mayoría de autores, una vez puesto el punto final, se sienten tan cansados por el esfuerzo que ya no desean saber más del libro en cuanto tal y finalmente publican. En ese momento el autor sólo pensará en la recepción que hacen los lectores en cuanto a su aceptación, crítica y ventas. Se ha dicho que el libro una vez publicado ya no pertenece al autor sino al público. Esto es cierto únicamente si al público se le ha educado para que lea el libro de un solo modo, unidimensional y cerrado. Pero cuando se considera que el libro puede ser leído y entendido de maneras distintas, enriquecedoras, no como un mero trabajo intelectual o de esparcimiento en el que el texto acaba cuando se cierran las tapas del libro, el libro renace y admite otros puntos de vista, nuevas formas de existencia.
No tengo idea si dentro de 10 años revise de nuevo este libro y decida que será otra cosa. Hay prepotencia y mucha vanidad en el autor que lanza su libro al mundo como si fuera un epítome de lo acabado, de lo ya hecho, de lo perfecto. No existen libros perfectos. He leído libros elaborados por prestigiosos autores y editoriales, y siempre he encontrado algún gazapo, un algo que mejorar. Se dirá que la imperfección es humana, que ahí reside no sólo la belleza de la obra, sino que también es un registro del acontecer del escritor en su evolución humana (ver Topología del relato criminal). Sin duda, hay razón en ello. Desde mi punto de vista, el escritor es un ser ordinario, común (sí, hay excepciones), que se diferencia de los demás y se hermana con los creadores de otras profesiones, en que su voluntad de crear y de perfeccionar lo creado nunca cesa. O mejor, cesa sólo cuando el escritor muere. Es entonces cuando lo creado, si es lo bastante potente, se fija en el tiempo enriquecido por las lecturas diversas que suscita, o desaparece. No sobra decir que es la obra, no el escritor, la que siempre debe estar en primer plano.
H. von Kliest, publicó Michael Kohlhaas en 1810. F. Kafka no publicó en vida “Recuerdos del ferrocarril de Kalda”, un texto inconcluso de unas 4 p., de 1914. Alejo Carpentier publicó en 1956 una novelita corta o relato largo, “El acoso”. V. Nabokov dio a la luz El ojo en 1930. Estas obras que acabo de citar me sugirieron la estructura final de esta novela, en especial la última.
Nota sobre el título: El hombre que imagina, título original con que fue publicado en noviembre de 2011, tal vez sirva mejor al propósito de esa primera versión del libro. Como tal, el texto ha sido reelaborado, así mismo he reelaborado el concepto original y profundizado en aspectos que hace 12 años no alcancé a comprender y ahora veo con más claridad. El nuevo título La siciliana, recoge no solamente el título del primer esbozo de 2008, sino que expresa mejor esta intención segunda.
Palabras clave: masoquismo | problema del padre | complejo de Edipo | Sicilia | Palermo | Italia | Bogotá
Autores relacionados con esta novela:
J. W. von Goethe
H. von Kleist
F. Kafka
T. Mann
S. Freud
J. M. Coetzee
L. von Sacher-Masoch
Resumen:
1998, el joven Antonio Pedrini Acero, hijo de un ex coronel del Ejército Nacional que, tras caer en desgracia monta un almacén de telas finas en un sector exclusivo de Bogotá, es enviado a Palermo, Italia, por sus padres para realizar un negocio que los librará de la bancarrota familiar. Los acontecimientos se precipitan cuando el ex coronel es asesinado a tiros y Antonio Pedrini, ya en Italia, resuelve tomar las riendas de su vida. Decisiones que afectan de manera profunda y definitiva a él y a su familia.
Luego de 23 años de vida sencilla y sin altibajos en Palermo, reaparece en la vida de Antonio Pedrini su tío, el pastor cristiano Víctor Acero para cobrar deudas del pasado que Antonio física y moralmente es incapaz de pagar. Antonio se ve abocado a tomar decisiones criminales que ponen en peligro su equilibrio emocional.
La siciliana
Esta novela recibió el Premio Nacional de Novela Corta en 2011 con el título El hombre que imagina. El contenido ha sido modificado en algo más del 30%, pero no se modificó la estructura.
Siempre que nos ponemos a meditar
sobre el sentido de nuestro pasado,
éste parece llenar el mundo entero con su profundidad.
Conrad
1
Vuelve a Bogotá después de muchos años de ausencia e imagina, lo más minuciosamente posible, que intenta llevar una vida como la de los demás. Al punto al que han llegado las cosas, se dice, no es momento de dudar ni de dar un paso atrás. De ninguna manera, y menos ahora cuando los acontecimientos han tomado un cariz dramático y hay que ponerles punto final. Y aunque no desea revivir lo de los crímenes 23 años atrás, desde que recibió la llamada telefónica y decidió viajar, no ha hecho más que pensar en lo sucedido. Se ha destruido el equilibrio, se dice, e imagina que existe alguna manera de volver a lo de antes con Cristina, a su vida sencilla y sosegada. Pero sabe que es imposible.
Sin embargo, imagina que, cada mañana, mientras bebe una taza de café cargado, observa a Cristina apostado tras la ventana del quinto piso ir al trabajo en su automóvil. Imagina que él y ella llevan bastantes años en la ciudad, y, en contra de sus recuerdos, las mañanas han sido frías y las tardes soleadas, no lluviosas y grises, como en los tiempos en que él vivía con sus padres. Imagina que él y Cristina tienen una relación amorosa, de raíces profundas como ninguna, y están bien instalados en este apartamento que podría considerarse de buen gusto, amplio y moderno. Imagina que, desde el balcón de la sala que tiene una vista magnífica al Parque el Virrey, y en las tardes brillantes y de nubes lejanas, ambos contemplan los atardeceres mientras beben algún aperitivo antes de la cena.
Sin embargo, cada día a él le carcome la sensación de que su matrimonio se ha ido al demonio. Se pregunta por qué regresó, por qué si estaban bien al otro lado del océano. Por qué si él tiene un empleo decoroso y Cristina está más que satisfecha con el suyo. Pero que su matrimonio esté a punto de ser irremisiblemente arruinado es lo que lo inquieta. Cristina no es mujer que considere separarse, aunque lo haría si las circunstancias lo ameritan. Antonio imagina que ella pertenece a esa clase de mujeres que necesitan tener una pareja estable para gozar de cierta paz y desarrollar su vida profesional; es lo que en realidad a ella le importa. Tampoco es mujer que tolere las vicisitudes emocionales. Antes preferiría aguantar los pequeños devaneos de él que tener que soportar las malas rachas sola. Ella le lleva cinco años de edad (ella tiene 53; él, 48), y luce la belleza de la mujer madura que cuida de sí con esmero. Los años han sido complacientes con ella y esto sumado a la complejidad de su trabajo, le han dado bellas pinceladas de sofisticación. Juntos, han soportado pocos altibajos. Para él, que ahora las cosas no sean tan claras y viva un momento de incertidumbre, significa que existe el riesgo de que se rompa aquello que ha buscado mantener a lo largo de los años. Si esto sucede, se enfrentaría a la posibilidad de quedar en una especie de limbo, en un lugar en el que no sabría qué hacer. Separarse y que se rasgue el equilibrio, es algo que ni él ni ella, cada uno por razones diferentes, se pueden permitir. Tal vez él debe admitir que depende emocionalmente de Cristina para estar bien. Sin embargo, no sería del todo preciso. Más que estar sometido a ella, es esclavo de su estilo de relación, de la calma que tal estilo ha traído a su vida, antes que la dicha o la felicidad, que siempre ha considerado circunstanciales, no un fin ni un estado al que se deba llegar. Desde que se afianzó la relación con Cristina hace más de veinte años, descartó de plano involucrarse con alguna otra mujer, y ha preferido negarse a sí mismo libertades que quizá, sólo quizá, debería haber tomado. Esto último no lo ha hecho por estoicismo, lealtad ciega, falta de empuje ni nada por el estilo. Es su manera de tener calma, es su modo de tener lo que desea.
Cuando el carro de la mujer del apartamento al lado del suyo sale del estacionamiento y se desliza en dirección de la clínica donde trabaja, imagina que es el de Cristina. Se ha hecho a la idea de que esa mujer es doctora, pero no está seguro de ello, es solo una suposición que sirve a su fantasía. Un par de veces se han topado en el ascensor y se han saludado de manera profesional, sin ninguna calidez, siguiendo ella las reglas de su gremio. Curiosamente, el carro es de la misma marca, y curiosamente, del mismo color que el de Cristina. Cosa que al principio le causó una viva impresión.
Usualmente, sólo cuando el carro azul petróleo se pierde bajo los árboles de la calle 87 mojada, con basura y hojarasca, él deja la taza vacía de café sobre la mesa y toma un melocotón del frutero, que taja con un buen cuchillo de fruta y come con lentitud. Luego se retira de la ventana, va a la cocina en donde lava el cuchillo y sus manos y deja el carozo en la bolsita de la basura y el cuchillo en el set de madera. Enseguida va al cuarto y se pone la sudadera y los tenis. Sale del edificio e inicia el recorrido a trotecito simple por el parque hasta el extremo oriental –el Paseo el Virrey en la parte alta, cerca de la carrera Séptima–, donde toma el camino de regreso y da una nueva vuelta a ritmo constante. El circuito dura 50 minutos, lo ha cronometrado, como el vigilante del edificio también lo ha hecho por ociosidad. En ocasiones, si el día está radiante y el ánimo se lo permite, no da la segunda vuelta. Se sienta durante veinticinco minutos en una de las bancas bajo un antiguo cedro de proporciones tropicales. Desde allí observa a las jóvenes, a las mujeres de mediana edad y a los pensionados disfrutar con sus mascotas del aire libre. Otras veces, ni siquiera mira a nadie. Observa los árboles, los falsos pimientos, los saúcos, los cayenos y demás arbustos que adornan el parque. Así como el precario riachuelo que desciende de los cerros como sin ganas y arrastrando cierta cantidad de basura. Allí sentado, aspira el reconfortante perfume de la hierba que parece transpirar rocío y tierra, aunque no esté fresca. Es cuando siente que por fin ha regresado a su hogar, a su patria. A la patria que, muy en su interior, tanto había añorado y que, de un modo secreto, lo esperaba.
Una vez cumple con el ejercicio matutino, que practica con disciplina silenciosa y eficaz, regresa al apartamento en donde toma una larga ducha de agua caliente. Dedica el resto de la mañana a trabajar en su proyecto personal. En la tarde, después de un almuerzo nutritivo y anodino, emplea el resto del tiempo en escudriñar los periódicos y algunas páginas digitales. Hace llamadas y escribe correos electrónicos por lo de su trabajo. Como es ‘nuevo’ en la ciudad y en realidad no conoce a nadie de relevancia en el medio, cree que es cuestión de tiempo aprender a moverse con mayor facilidad. Emplea sus esfuerzos en hacer contactos, en encontrar algún amigo, en darse a conocer en las agencias de noticias para mejorar su trabajo. No ha sido fácil. Sentirse extranjero en lo que él considera su patria y el desconocimiento del medio ‒en ese orden‒ juegan en contra. Pero persiste. No por el él ni por Cristina, no porque mantener el empleo sea indispensable, sino por por la armonía lograda. Esto le ha proporcionado unos horarios que organizan su día. Sin embargo, en el corazón más desapacible de muchas mañanas y de muchas tardes, se ha visto sin hacer nada. Lo colma un tiempo muerto que podría usar, por ejemplo, para su proyecto personal ‒escribir una novela, quizá una autobiografía en la que contaría su verdad‒, pero ha sido imposible. Se siente seco, sin la menor capacidad para escribir una frase con sentido completo, a pesar de que cada día lo ha intentado. Siente que se quedó vacío de toda capacidad creativa. Aunque se resiste a creer que carece del talento y de la disciplina necesarias para lograrlo. Y como por su edad no se puede presentar ante el mundo ni ante nadie como un artista en formación, esto lo avergüenza y se suma a su sentimiento de fracaso. Así, se ha encontrado en frente de la ventana viendo discurrir la vida del parque transitado hasta que, a la caída de la tarde, ve el carro de aquella mujer asomar por la calle 87 y girar hacia el edificio. Entonces piensa en Cristina, que hasta ese momento había estado ahí, pero en segundo o en tercer plano. Como si fuera una imagen más, una imagen viva. Imagina que Cristina, a esa hora, vuelve a su casa. Y él se alista a prestar oídos a los altibajos de su trabajo aséptico y estresante. En su casa de Palermo también hay un balcón con dos sillas, una mesita y matas florecidas, similar al de aquí. Matas que él riega una vez a la semana. Y cuando Cristina llega, se sienta cada uno en su silla y beben un aperitivo antes de la cena. Entonces ella le cuenta las cosas más importantes de su jornada. Una jornada en la que siempre está en juego la vida y la muerte; la fortaleza y la debilidad humanas. Últimamente, él la escuchaba de manera corriente, con cierto interés, pero sin ese toque de ternura íntima que ahora mismo añora.
Antonio imagina que hoy visitará a su madre en el hospital. Pero hoy tampoco puede hacer una visita semejante. Antes, se encontrará con Víctor Acero, el hermano mellizo de su madre. No será una reunión normal, tranquila, amena ni espontánea. La última vez, fue un encuentro desafortunado. Fue completamente tenso y desagradable y cargado de una violencia inquietante. Preferiría que todo siguiera como hasta ahora. Cada uno en su mundo, indiferente cada uno del otro, cada cual ocupado en sus propios asuntos. E inmerso cada quien en un presente que no necesita del pasado para vivir. El problema, porque lo es, es que Víctor Acero lleva acosándolo desde 23 años atrás y cada uno desea, por diferentes razones, que eso termine. La presencia omnímoda de su tío se ha convertido en una especie de tortura. Por su parte, Cristina está cansada de la situación. Quiere que se resuelvan los ‘pequeños asuntos familiares’. Le ha dicho a Antonio que si no toma cartas en el asunto, lo mejor es que regrese de inmediato a Palermo, (‘Si no ibas a hacer algo, entonces por qué fuiste’). Si viajó a Colombia, no fue para evadir responsabilidades, sino para acompañar a su madre en los últimos momentos de su vida. Que no haya hablado con su tío y tampoco se haya aparecido por la clínica para ver a su madre, a ella la confunde y la agota. Cristina no lo dice como una amenaza, no lo dice como una advertencia. Es para dejar claro que no está dispuesta a soportar sus debilidades ni su falta de carácter. Su vulnerabilidad ni su incapacidad de tomar decisiones. Y para asegurarse de que ninguna cosa extraña rompa su armonía ni la armonía de su vida profesional. Al mismo tiempo, Cristina le recuerda que vino por su madre, para acompañarla y saldar asuntos del pasado. No es explícita. Cristina no es de las mujeres que alardeen de sus verdaderos sentimientos. Y no presume porque sabe lo que quiere, y más ahora, en su edad madura. Simplemente le gusta que entre ellos dos no haya nada oculto. Nada de importancia práctica ni legal, se entiende. Pero es evidente que este viaje a Colombia, contrario a lo que al principio había supuesto, se ha convertido en otra cosa. Una cosa que ella no se atreve a nombrar. Pero, por otro lado, se dice Antonio, ¿qué pasaría si todo se revela? ¿Cristina estaría dispuesta a establecer algún nuevo de estar juntos y seguir como hasta ahora? Lo duda. ¿Él qué hará si ella lo deja de manera definitiva? ¿Se radicaría en Bogotá e intentaría llevar una vida como la de cualquiera? ¿Volverá a Palermo en donde tiene un trabajo decoroso y, a su manera, ha sido feliz?
2
En la cocina, Antonio arroja el hueso de melocotón en la basura y lava y deja el cuchillo de fruta encima de la mesa. Quizá deba ponerse la sudadera y los tenis de todos los días y hacer el recorrido matutino. Duda. De pie enfrente del pequeño espejo del pasillo, lo piensa durante unos minutos. Ver en el espejo la cicatriz de siete puntos que empieza en la frente y divide la ceja derecha, le trae repentinamente la imagen de su padre. Su padre tenía una cicatriz similar, pero en una mejilla. Un pequeño accidente automovilístico en Palermo con su hermano Horacio, según dijo. Ojalá hubiera sido cierto, se dice son sorna. Antonio ahora tiene más o menos la misma edad que él cuando lo asesinaron. ¿De verdad se parecían tanto? En el pelo, en la frente, en la nariz, en los pómulos y en el mentón. Y en la osamenta que soporta su cuerpo. Quizá deba olvidarse de todo de una vez, si fuera posible. Lo cierto, es que debe recuperar la calma, a toda costa. Respira profundo, aún le tiemblan las manos a causa de la conversación que acaba de sostener con Cristina. Durante el desayuno, no hace una hora, sonó el teléfono celular. Era ella y tenía un tono de voz que le produjo el primer estremecimiento. En Palermo, debían ser las dos de la tarde. Hora en que Cristina suele hacer una siesta en su consultorio después del almuerzo. No era normal que lo llamase a esa hora, generalmente lo hace cuando llega a casa y son ya las siete de la noche pasadas. Para ese momento Cristina ya ha comido una porción generosa de fruta y tiene una copa de vino blanco en la mano mientras habla con él y escucha su música favorita. Si se comunicaba a esta hora inusual, es porque había sucedido algo, de modo que Antonio se puso alerta.
Tu tío Víctor Acero me ha llamado de nuevo, dijo fastidiada, tras un breve saludo. Claramente esa llamada ha interrumpido su siesta. ¿Dónde consiguió mi número?
No tengo idea…
Es la tercera vez que lo hace.
No lo sabía, disculpa.
Dime primero cómo está tu madre, dice Cristina de manera profesional.
Cada vez más débil.
¿Fuiste a verla?
No, llamé al hospital.
Mira, Antonio. Esta vez tu tío comenzó a acusarte de cosas terribles, pero no quise escucharlo y colgué. ¿Por qué dijo esas cosas, Antonio?
No sé de qué me puede acusar él.
¿No sabes?
No. No sé ni me interesa saber de qué me puede culpar.
De delitos muy graves, Antonio.
Ah, ¿sí?
Sí.
Enuméralos.
También me ha mandado unas fotografías y unos videos de tu madre. No sé qué pretende con eso, aparte de presionarme para que hable contigo y te presione yo para que vayas a ver a tu madre o para que te veas con él y arreglen lo que tengan que arreglar. ¿Por qué no lo haces de una vez por todas? ¿Cuál es el problema?
¿Bloqueaste el número?
Como soy una tonta, lo dejé activo para que siga llamando.
No tienes que ser sarcástica.
Me crees tonta.
Simplemente ese tipo es un jarto.
No me salgas con esas tonterías.
Puede que lo sean, pero es la verdad.
Las acusaciones de ese señor son muy graves, Antonio.
Disculpa que se metiera contigo. Como ves, quiere hacernos daño.
¿Por qué? ¿Qué gana con eso?
Supongo que porque he sido dizque ingrato con mi madre y me quiere castigar.
¿Sólo por eso? No te creo.
Me preguntaste. Te estoy contestando.
Lo que dijo, si bien tiene que ver con tu madre, se relaciona con hechos más graves de los que tú supuestamente eres responsable. No me gusta, Antonio, dice con un tono de desconfianza que lo descorazona.
Como qué, dice Antonio y se pone a sudar. Ya te dije, enumera.
Que eres un ladrón, un asesino y un violador, dice Cristina bajando el volumen de su voz, con un tono lleno de asco y decepción.
Nos quiere hacer daño. Yo no soy nada de eso, tú debes…
Mira, Antonio, no me digas qué debo y qué no debo hacer. Lo que sí debo hacer es la cirugía que tengo programada en menos de veinte minutos. Necesitaba descansar y la llamada de tu tío y esas fotografías me van hacer aplazar lo que sí debo hacer, que es velar por la salud de un ser humano, ¿entiendes? Ese señor habló con una seguridad que parece no dejar dudas.
Es su palabra contra lo que tú y yo hemos vivido juntos. ¿Es que no te has dado cuenta a lo largo de 23 años que no soy el monstruo que mi tío dice? Me parece que tienes más que suficiente inteligencia para haberlo visto.
Cristina no habla, piensa. Y dice:
Son afirmaciones terribles…
Voy a ir a ver mi madre cuando me dé gana, la corta Antonio de mala manera. No cuando él quiera. Y, ¿sabes?, si crees por un instante que soy el criminal que Víctor Acero dice, es que no sabes con quién has dormido todos estos años y todo es una mentira. Si tú no me conoces mejor que nadie, no veo quién puede hacerlo.
Supuestamente tu tío.
Tienes razón. Víctor Acero ha dormido en nuestra cama durante estos años, dice Antonio con rabia.
No me hables así.
Disculpa. Tú eres neurocirujana experta, deberías saber quién miente y quién no.
Tú eres periodista, ¿sabes quién inventa un cuento y quién dice la verdad?
Para llegar ahí me valgo de varias fuentes confiables. En todo caso no le creo a la primera fuente que aparece.
Me parece que tu tío, un pastor cristiano, es confiable.
Víctor Acero es mala persona.
Cristina guarda silencio.
¿Ese tipejo dónde consiguió el número de Cristina?, cavila Antonio. Tampoco hay que ser adivino para saberlo. Antonio está en Colombia justo porque Víctor Acero lo ubicó a él en Palermo para informarle de su madre. Y para obligarlo a venir y resolver de una vez por todas lo de 23 años atrás. De otro modo nada de esto estaría sucediendo.
Antonio imagina a Cristina en el consultorio con su bata blanca, sentada en la camilla en donde habría comenzado su siesta. Y la imagina furiosa porque su programación ha sido alterada. También imagina su mirada controlada, inteligente e inquisitiva. Así como imagina su rostro ensombrecido por lo que Víctor Acero ha dicho de él. Víctor ha cumplido su promesa. ¿Hasta dónde pretende llegar? Víctor Acero los quiere destruir.
Esos ‘pequeños asuntos familiares’, como tú los llamas, tal vez no sean tan pequeños como dices. Si quieres que te crea, debes ser sincero conmigo, dice ella al fin.
He sido y soy sincero contigo.
Me sorprende tu comportamiento. ¿Qué sucede? ¿Por qué no me dices?
Creo que habría sido mejor no haber venido.
Devuélvete entonces, dice exasperada. Si no ibas a hacer algo, entonces por qué fuiste. Eso no tiene ningún sentido.
No puedo irme antes de que mi madre fallezca. Lo sabes.
Dime la verdad. ¿Robaste? ¿Violaste a alguien?
La verdad ya la sabes. Y no te permito que me hagas semejantes preguntas. Si dudas de mí, infórmate primero y constata. Ve a la comisaría de policía de Gela y consigue y lee el expediente de Fabianna y de Mario Gatti a ver qué encuentras.
No estamos hablando de esas personas, sino de ti.
Ellos sí fueron responsables.
Responde por ti, insiste ella con tono agrio.
Es como si yo te preguntara, a estas alturas de la vida, si antes de conocerme, tu novio, estudiante de me medicina, te practicó un aborto que salió mal.
Es un golpe bajo, Antonio, dice dolida. Empeoras las cosas.
¿No fue así?
No, el aborto traté de hacérmelo yo misma.
Vas a llegar tarde a tu cirugía, dice él con sequedad, viendo el reloj de la cocina.
Te desconozco, Antonio.
Final del capítulo 2.