
Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Palabras: 3404
Idea de dar razón de lo escrito. La superficie del día
Idea de escoger un tema: la empleada doméstica
¿Qué idea tenemos de empleada doméstica? La de la señora de mediana edad (ya no son jovencitas, aunque todavía se les dice ‘muchacha’) que acude con cierta regularidad a una casa en donde hay una mejor situación económica que la de ella ‒no necesariamente ricos‒ y ayuda con los trabajos domésticos a destajo. También existe la idea de la empleada que vive con los dueños o el dueño de la casa y se ocupa más a fondo y rutinariamente de los trabajos domésticos, al punto de ser, muchas veces, la encargada de cuidar y de criar a niñas y niños pequeños, y, en ocasiones, el patrón o alguno de los hombres de la casa abusan de ella. Aquí sale a relucir el otro lado del tema: al menos en la sociedad contemporánea, en Colombia no existe la figura del sirviente, del hombre que se pone un delantal y realiza labores hogareñas: limpiar baños, trapear, cocinar, lavar trastos, planchar, etcétera. La figura del sirviente pertenece a otras culturas y a otras épocas, y, en tanto que hombre, siempre tuvo un estatus más alto, al punto de ser el jefe se las sirvientas en general. Ese es un tema que, en este trabajo, vamos a dejar de lado.
En la literatura, la figura de la criada tiene origen lejanísimo en Ródope, una esclava griega vendida a un egipcio rico, muy hermosa, sirvienta y luego prostituta, de quien niega Heródoto fue la inspiradora de una de las tres pirámides de Guiza. En este relato no falta la bella sandalia extraviada para que el príncipe encuentre a la dueña del delicado piecito. Como en los mejores cuentos tradicionales europeos (hay que señalar que en China, Vietnam y Japón hay antiguas versiones del mismo tema), el arquetipo de la criada atraviesa todas las tradiciones orales y toma forma escrita en varias versiones de los cuentos de hadas, en especial en un relato que todo el mundo conoce: “La Cenicienta”. Dos de las versiones más famosas son la de Charles Perrault (1628-1703), y la de los hermanos Grimm (Jacobo, 1785-1863; Wilhem, 1786-1859), cada una con diferencias en ciertos detalles, pero en el fondo es el mismo cuento. Lo que interesa aquí es el arquetipo, es decir, el de la doméstica que finalmente es recompensada y sus amos castigados por las injusticias cometidas. Este tema, desde el punto de vista narrativo, ha sido poco explotado desde la invención de las novelas de ficción en el siglo XVI (El lazarillo de Tormes, 1554), en España; y a principios del siglo XVIII (1719, Robinson Crusoe), en lengua inglesa. Más bien el personaje sirvió de telón de fondo a obras teatrales españolas del Siglo de Oro y posteriormente en la narrativa naturalista española del siglo XIX. Destaca en lengua inglesa la novela Pamela, de Samuel Richardson, publicada en 1740, cuyo personaje principal es una sirvienta, y como no podía ser de otro modo, la novela tiene un carácter moralizante. A lo largo de la historia de la literatura en Occidente (en Oriente tenemos El libro de la almohada, Sei Shonagon, Ca. 1000, relato, diario íntimo, ensayo) la doméstica sólo ha servido como personaje secundario, como decorado para completar acción, pocas veces ha sido un personaje activo y vivo que vaya más allá de la visión limitada o sesgada del autor.
Esclava destinada a los peores oficios desde tiempos inmemoriales. Criada contestona que se enfrenta al mundo y a los amos desde una posición de desventaja (La casa de Bernarda Alba, de García Lorca, 1930). La sirvienta como infiltrada que pasa la cuenta de cobro a los patrones por los abusos cometidos (Coronación, José Donoso, 1957). La iniciadora sexual del joven de una familia acomodada (Un mundo para Julius, de Brice Echenique, 1986). Convertida en prostituta, utilizada y desechada por una estructura de poder que proviene de un gobierno y a vez es la voz de quienes no pueden hablar (El cuento de la criada, novela distópica de la escritora canadiense Margaret Atwood, 1985), etc. En este último caso, como no ocurre en los ejemplos anteriores, la protagonista sí es una criada.
La realización de labores domésticas, históricamente destinadas a los de abajo, toma un cariz diferente en la obra del sudafricano John Coetzee (premio Nobel, 2003), cuando afirma que forma parte del pensamiento dominante colonialista pagar ‒por lo general una miseria, o nada‒ por trabajos manuales como: labores domésticas, jardinería, barrido de calles y limpieza en general de baños públicos, cocinar para otros, arreglos de fontanería y mampostería, etc., lo que considera inmoral. Según esta visión, la doméstica y las personas de color, en general, tienen la misma categoría de excluidos sociales. Deberíamos ser nosotros mismos los que nos ocupáramos hacer tales oficios, sin importar el estatus del que gocemos. De hecho, Coetzee menciona (Verano, 2009, caps. en especial “Julia”, “Margot”) que él mismo hizo las labores de albañilería de la vieja casa de su padre cerca de Ciudad del Cabo a su regreso de los Estados Unidos, en donde se había doctorado.
Confidentes, consejeras, cómplices, chismosas, asesinas o ejemplo de resentimiento social y moral, o resignadas a su condición, las empleadas del servicio han cumplido con estos roles en la historia de la literatura, y, de una manera u otra, han sido materia para narraciones de tipo fantástico y realista. ¿En dónde están esas mujeres que, quiéranlo o no, se entrometen en la vida privada de los patrones y no sólo conocen sus suciedades sino sus mezquindades y sus bajezas morales? Son ellas, las de abajo, las que limpian la porquería de otros o cuidan a los viejos y a los enfermos impedidos, quienes han desarrollado su propia visión de sociedad, independiente que uno considere tal visión como buena o mala. Son ellas las que meten sus manos en los cajones de la lencería y hasta se ponen la ropa y las joyas de los patrones y ridiculizan sus costumbres y sus zalamerías. Ahí está la obra de teatro de Jean Genet de 1947, Las cridas, quienes incluso lucubran asesinar a la señora. Así los patrones desarrollen cierto nivel de empatía con las empleadas modernas y pretendan “ayudarlas” haciéndoles pequeños regalos, pagando un mejor sueldo y los seguros de ley, lo cierto es que es una práctica perversa e inmoral contratar a alguien para que nos ahorre el trabajo de limpiar nuestra inmundicia. Sospecho que en un futuro habrá máquinas para eso, pero, mientras tanto, ¿no sería mejor que nos untáramos un poco?
Idea del personaje
“Pero ¿dónde están mis semejantes?”, es el epígrafe tomado de los Diarios de Franz Kafka que sirve de abrebocas a La superficie del día, esta novela corta en la que construyo un personaje que, en un sentido profundo, está marginado de la sociedad, un personaje cuya humanidad no tiene parangón con otra. Por eso Griselda está infinitamente sola, aislada del mundo, expulsada incluso de la corriente misma de la Historia. Esta fue una de las primeras imágenes que me suscitó aquella cita de Kafka. Pero esta era una imagen incompleta, extrema, demasiado dramática: la de la mujer con escasos recursos económicos que está por fuera de una gran sociedad de consumo en la que no existen las limitaciones económicas. En sí mismo, este personaje, el de la empleada doméstica, la sirvienta, la nana, la servidora, la asistenta, la fámula, la maritornes, la doncella, la camarera, la criada, la niñera, el aya, la mucama, la guardiana, el ama, la guisa, la matrona, la mujeruca, la de adentro, la manteca, la muchacha, presentaba, como personaje literario, repito, grandes limitaciones en cuanto a sus aportes a la comprensión de una sensibilidad, de una forma de pensar y de ser de una época. La época que deseaba novelar era 1980, un día de finales primer cuatrimestre de ese año cuando 16 guerrilleros del M-19 se tomaron la Embajada de República Dominicana, el día que se conmemoraba la independencia de esa nación. De modo que, para aportar un punto de vista de mayor calado a lo que deseaba novelar, debía plantear una contraparte, la de la mujer que tiene una vida acomodada, no excesivamente rica, aunque sí con los suficientes recursos para permitirse una empleada; y con la suficiente educación (poco común en la Colombia de la época) para marcar un contraste argumental en relación con su visión de mundo, con su comprensión y su sensibilidad. Pero ¿cómo presentar a dos personajes opuestos, representantes de una época, sin caer en los clichés técnicos que ha ofrecido la narrativa desde el siglo XVI? Este era un problema complicado que tenía que ver con la estética del arte narrativo, con el cómo narrar una historia, y el cómo novelar un día en la vida de un personaje.
Esa era una de las preguntas de fondo que me rondaban cuando comencé a pensar en esta historia hace más de 8 años. Pero esta historia no nació de solamente estas consideraciones, ni solamente de la primera imagen que me obsequiara Kafka, la del ser excluido de la sociedad, según leí en la entrada del 19 de enero de 1911. Todos los personajes literarios tienen como modelo al menos dos o tres personas de la vida diaria, y a veces muchas más. De modo que el personaje de Griselda está elaborado a partir de muchas empleadas del servicio que he conocido en diversas situaciones, y cuyo nombre, en mi novela, he sacado de la realidad, lo cual tuvo la función de agregar verosimilitud, así como tono y ritmo a lo que estaba contando. Griselda, en nuestro contexto bogotano, es nombre de otra época, ya poco se usa. Por otra parte, al planteárseme la necesidad de una contraparte de esta Griselda, recurrí, igualmente, a la figura de mujeres conocidas, con educación, con una determinada manera de ser y de mandar (he aquí un detalle de importancia: mandar), con una visión totalmente contraria del mundo y de la realidad y, paradójicamente ‒sobre este aspecto quiero llamar la atención‒, que viven la realidad inmediata con la misma indiferencia: tanto Griselda como la señora Leticia son indiferentes, en la misma medida, pero por razones totalmente distintas, del gran acontecimiento histórico que tiene lugar en Bogotá, hecho que parece lejano, sin importancia, que aparentemente no toca sus vidas, ni siquiera las altera. Pero la indiferencia que estas dos mujeres sienten por esa parcela de su realidad inmediata, ¿las hermana o las distancia? Otros acontecimientos históricos de relevancia que han sucedido desde 1980 ‒una fecha que marca un punto de quiebre por la audacia de tal acción y por lo que significó para los colombianos como sociedad‒, ¿han hecho que no seamos tan indiferentes a lo que sucede aquí, en nuestra nación? Son preguntas que quedan abiertas.
Para la elaboración de mis personajes también jugaba el concepto de la visión que tengo de Historia. Me explico. Uno de los problemas a los que nos enfrentamos los escritores cuando deseamos novelar un fragmento de época pasada, como señalé, un día de finales de abril de 1980, es el de la verosimilitud. ¿De qué herramientas puedo echar mano para reconstruir, de manera creíble ese instante histórico? Los historiadores lo saben muy bien. A riesgo de ser reduccionista, afirmo que no sólo es necesario consultar las fuentes escritas, cuando estas existen, sino también las fuentes orales (si están vivas), y hacer un trabajo de campo; trabajos todos largos, exhaustivos y dispendiosos. Sin embargo, más allá de acudir a las técnicas de la microhistoria (Ginzburg, Davis) para elaborar mi relato, también estaba el hecho de que no podía ignorar la procedencia cultural de mis dos personajes, Griselda y la señora Leticia. Claramente, como he dicho, la señora Leticia es una mujer educada, que escucha “música de iglesia, música de semana santa”; es decir, música religiosa clásica, en la novela no lo digo, pero es música de Bach; mientras que Griselda a duras penas estudió unos pocos años de primaria, nada más. ¿Eso que significaba? Que no podía narrar a mis dos personajes a partir del mismo sustrato cultural, pues implicaba darle al lector una lectura equivocada de la Historia. Significaba que no podía narrar a Griselda desde el punto de vista según el cual, la alta cultura es la que domina verticalmente la vida de las sociedades; significaba que, volviendo a la microhistoria, debía reconocer que personajes como Griselda, que están excluidos de la alta cultura, tienen sus propios códigos y su propia visión de mundo, sus creencias y sus mitos, una cultura que muy poco ha heredado de las clases dominantes, según ha pretendido la versión oficial de la Historia.
Pero, volviendo a lo planteado al principio, el problema de cómo narrar la vida de dos mujeres opuestas social y culturalmente, seguía estando ahí, como una piedra en el zapato. Escribí un texto, de unas veinte páginas, desde el punto de vista de la señora Leticia, pero no resultó, y posteriormente lo convertí en otra clase de relato centrado en la visión desde ‘arriba’ de la Historia. Tiempo después descubrí que no tenía que narrar directamente la vida del segundo personaje, podía hacerlo de manera indirecta y hacer que, simbólicamente, este personaje fuera como una de esas famosas imágenes del mito de la caverna de Platón, pero que lo abarcara todo, como una sombra que se proyectaba en la pared.
Idea de novela corta
La idea de escribir una novela corta, es decir, una narración de menor extensión que la novela canónica, con un desarrollo no extenso y no convencional de la trama y los personajes, con gran economía de recursos más propios del cuento que de la novela, se impuso al mismo tiempo que iban tomando forma los personajes. ¿Por qué? Porque no deseaba escribir extensivamente sobre aquel año ni sobre la toma guerrillera, porque deseaba más novelar a un personaje marginal y hacer descansar la carga dramática en Griselda y todo lo que significaba para ella su no-relación humana con la señora Leticia. Griselda es un personaje apasionante y, al menos en la literatura colombiana, nunca se había tomado a una empleada del servicio como personaje principal ni como portadora de cierta condición femenina ni de sensibilidad de una época. Este principio temático fue claro desde el momento en que escribí aquel texto sobre la señora Leticia que mencioné hace un momento y caí en cuenta que debía ofrecer una visión de ‘Historia desde abajo’. Pero de este asunto hablé hace un momento, cuando mencioné rápidamente la figura de la empleada doméstica como personaje literario y el por qué de sus limitadas posibilidades estéticas y expresivas.
Para redondear este aparte, también debo anotar, ya que al principio dije que este tipo de narración se acerca más, en lo técnico, a los recursos del cuento en lo que tiene que ver con la economía de medios y con la descarga dramática en un solo personaje, que a una narración de extensión regular. Esta forma literaria era la apropiada para decir todo lo que quería. En las definiciones de novela corta se dice que debe tener entre 15.000 y 40.000 palabras, pero no hay que hacer caso de esas trampas de los críticos y tampoco hay que ir contando las palabras que uno escribe, no es buena idea. En Colombia, no existe una tradición de la novela corta, y me apresuro a señalar que, por supuesto, hay novelas cortas memorables, no voy a hacer ninguna lista, eso queda para los interesados en el género, pero ¿quién no recuerda, por ejemplo, El coronel no tiene quién le escriba? Es una tradición más francesa y española que italiana, alemana o inglesa. La idea del relato conciso o de extensión breve la heredaron los franceses y los españoles directamente de los griegos de la época clásica, más exactamente de los jonios, quienes buscaron describir lugares, costumbres, sucesos de los gobernantes, litigios entre vecinos, fundación de ciudades, genealogías familiares, etc., en una lengua más racionalista, que fuera distinta de la lírica: ese es el origen de la prosa. La historia de este desarrollo es larga, interesantísima y compleja. Baste con decir que el surgimiento del logógrafo, de alguien que escribe en prosa, que se convirtió en historiador, en cronista, sólo fue posible a partir del hecho singular de tener la voluntad de escribir en una lengua más objetiva. La figura de Heródoto (484-425) es el mejor ejemplo de ello. Para cerrar este aparte, debo añadir, puesto que concierne a la estructura del relato, que tampoco intenté seguir las reglas ni el ejemplo de las mejores novelas cortas que he leído y releído a lo largo de mi vida. Schiller, el gran poeta romántico, enseña que el arte establece sus propias reglas. Yo sólo tenía que dejar que mi relato encontrara su propia forma. “Las formas”, dice Remo Bodei, “[…] se convierten en medidas objetivas de todas las cosas, en productos que los órganos perceptivos o el intelecto de los hombres ven o, sin más, construyen.” 1
Idea de lenguaje
Abandonar las reglas de la academia, permitir que la historia idee su propio lenguaje. ¿Pero cómo usar un lenguaje que dignifique a un personaje que lucha por ser de carne y hueso, que sea local y, al mismo tiempo portador valores universales? Para el caso de esta novela, la escogencia del lenguaje estaba asociada al punto de vista del narrador que situaba la acción en una época determinada. Tenía que diferenciar entre ‘redactar bien’, que es un mandato de la Academia de la Lengua, y ‘escribir bien’, es decir, trazar con mi acervo la historia que se iba a insertar en la gran Historia (1980).
Idea de experiencia literaria
En Timeo, Platón a partir de razonamientos fundados en la teoría de las ideas y del Cosmos, nos habla que al principio sólo había materia informe y caos, y del demiurgo, era una divinidad. El demiurgo se compadece de la materia y copia de ella las ideas; de esta manera obtiene los objetos que conforman nuestra realidad. De acuerdo con la ideas glosadas en este escrito, el creador contemporáneo es el demiurgo (aunque ninguna divinidad) que se compadece del mundo y organiza las ideas, mediante un destilado de palabras ordenadas, de párrafos y de capítulos que dan forma, primero a un relato verosímil, y enseguida a una realidad. Un relato de la realidad del o de los personajes, que pertenecen a un contexto preciso. Abandonar la idea de creación literaria: nada sale de la nada, y no siempre la obra literaria se asocia a la noción de “creación” del Antiguo Testamento (Génesis, Primero y segundo relatos2), de donde proviene el concepto. La obra literaria busca huir de las formas establecidas, de toda ideología, de toda prenoción y de toda religión. El arte establece sus propias reglas, repito siguiendo a Schiller. La experiencia literaria es biunívoca: el escritor piensa en el lector, y viceversa.
Idea de una obra literaria
“Cuando la poesía era una práctica responsable”, dice Giorgio Agamben, “se esperaba que el poeta siempre fuera capaz de dar razón de lo que había escrito. Los provenzales llamaban razo a la exposición de este cerrado fundamento del canto, con el que Dante instaba al poeta, so pena de vergüenza, a que supiera en cada ocasión aprire per prosa [revelarlo en la prosa].”
Esta razo con la que acabo de glosar, es para dar razón de una obra literaria que sale a escena y no sentir vergüenza ante lo inexplicado del fundamento experiencial del relato. Cada lector, libro en mano, elaborará su propia idea del personaje y de la historia, así como su idea del placer de dicho texto.
Referencias
- Agamben, Giorgio. Idea de la prosa. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2015, p. 39.
- Coetzee, J. M. (2009) Verano. Barcelona: Random House Mondadori.
Davis, Natalie Zemon (1982). El regreso de Martin Guerre. Barcelona: Antoni Bosch, editor. - Diano, Carlo (2000 [1952]). Forma y evento. Madrid: Visor.
- Ginzburg, Carlo (1976). El queso y los gusanos. Barcelona: Muchnik Editores, S.A.
- Heródoto (1988 [Ca. S. V a.C]). Los nueve libros de la historia. Barcelona: Ediciones Orbis, S.A., libro II, acápites CXXXIV-CXXXV.
- Kafka, Franz (2012 [1912-1923]). Diarios. Barcelona: Random House Mondadori, p. 65.
- Platón (1872). “Timeo o de la naturaleza”, en: Obras completas. Madrid: Patricio de Azcárate, editor, tomo VI, pp. 132 a 264.
- Sagrada Biblia (1977). Barcelona: Editorial Herder.
- Schiller, Friedrich (s.d. [1795]). Cartas sobre la educación estética del hombre. Mendoza: Universidad nacional del Cuyo.
Citas
- Diano, Carlo (2000 [1952]). En el prefacio a Forma y evento. Madrid: Visor, p. 22. ↑
- Cf. Sagrada Biblia, pp. 20 a 21. ↑